Nuestra América

Nuestra América Resumen y Análisis Párrafos 5-8

Resumen

Párrafo 5

Hay dos cuestiones que, de acuerdo con Martí, están derrotadas ya en América: el libro importado y los letrados artificiales. Los ha vencido el hombre natural, el mestizo autóctono. Se afirma que no hay batalla entre civilización y barbarie, sino entre falsa erudición y naturaleza. El hombre natural es pacífico y admirador de la inteligencia, hasta que se lo somete: eso no lo perdona. Llegan al poder los tiranos en América, pero, por esa subestima hacia el hombre natural, caen. En estos pueblos nuevos, gobernar es crear y gobernante "quiere decir creador" (17).

Párrafo 6

Si los cultos no aprenden el arte del gobierno, entonces gobiernan los incultos. Por eso, debería negarse la entrada a la política a aquellos que desconocen sus rudimentos, correspondientes al estudio de los factores del país que se habita. El problema es que no hay en América universidades donde se enseñen los elementos peculiares de sus pueblos. Los jóvenes formados adquieren conocimientos sobre otras repúblicas, no sobre sus países, y aspiran, entonces, a dirigir pueblos que no conocen. Para resolver los problemas propios hay que conocer sus elementos. Es la única forma de librarse de las tiranías de los políticos exóticos y reemplazarlos por políticos nacionales. En estos pueblos nuevos, conocer es resolver. La universidad europea debe ceder ante la americana. Se sostiene que "Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra" (18): se debe enseñar la historia de América.

Párrafo 7

Al mundo de las naciones, América llega con la mixtura de diversos elementos y contradicciones que hacen a su humanidad. Martí enumera, para dar cuenta de esto, el rosario, la cabeza blanca, el cuerpo indio y el criollo, y ejemplifica con diversas situaciones de liberación de los pueblos del continente. Desarrolla sucintamente, en primer lugar, cómo la libertad se conquista en un lugar llevando el estandarte de la Virgen: "Un cura, unos cuantos tenientes y una mujer alzan en México la república, en hombros de los indios" (18). Sostiene luego que, en Guatemala, los jóvenes colocan como jefe contra España a un general de España, tras escuchar las lecciones impartidas por un canónigo español sobre libertad francesa. Tanto en Venezuela como en Argentina, con hábitos monárquicos, sus grandes héroes liberan pueblos.

Lo que Martí diagnostica es que América sufre de una gran "fatiga" (18), propia de la adaptación entre los elementos discordantes que la conforman, y de esas ideas importadas que no permiten que se gobierne de manera lógica. En este desajustado continente, se negó por siglos el ejercicio de la razón a los oprimidos. La independencia no se logra cambiando la forma, sentencia, sino el espíritu.

Párrafo 8

El ensayista postula que la unión de los oprimidos afianza "el sistema opuesto a los intereses y hábitos de mando de los opresores" (19). El problema que percibe es que la colonia continúa viviendo en la república. Y si, en esa condición, los pueblos de la América hispana se están salvando, es por la virtud de la república que lucha contra la colonia. Martí, entonces, recurre a la figura del tigre y con ella realiza una advertencia: se trata de un tigre que está al acecho y espera agazapado. Es un animal que, "espantado del fogonazo, vuelve de noche al lugar de la presa" (19). Pero presagia: "Morirá, con las zarpas al aire, echando llamas por los ojos" (19).

Análisis

En esta parte del ensayo, Martí retoma la famosa tesis que Domingo Faustino Sarmiento usa en Facundo (1845) sobre la oposición entre civilización y barbarie, y la refuta. Para Sarmiento, la civilización está vinculada a las ciudades pujantes, al progreso y, sobre todo, a naciones que admira y busca emular, como Estados Unidos. En cambio, la barbarie se asocia al mundo rural, a lo artesanal y a lo autóctono, a todo lo propiamente latinoamericano que quiere transformar, porque lo considera inferior.

Martí, en cambio, sostiene que “No hay batalla entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza” (17). Esa antinomia sarmientina, entonces, no es atinada, ya que, de acuerdo con Martí, no se trata de civilización, sino de "falsa erudición". Y la considera falsa porque es imitada: proviene de libros importados y es venerada por aquellos a quienes llama “letrados artificiales” o “criollos exóticos”. Designa con estos rótulos a quienes nacieron en suelo latinoamericano y postulan como paradigma de progreso el de otras latitudes, debido a que estudian otras culturas y quieren copiarlas.

Frente a esos hombres falsos, levanta la imagen promisoria del “hombre natural”, el mestizo autóctono, el que ha vencido en estas tierras. Este hombre es pacífico por naturaleza, pero no se deja someter. Por eso, cuando los tiranos llegan al poder y subestiman a su pueblo, grandes rebeliones se levantan y los hacen caer.

Es probable, entonces, que en estos pueblos lleguen al poder los hombres cultos y formados en las grandes universidades. Pero esa cultura no les asegura perpetuarse allí, dado que si la masa inculta no está a gusto, rápidamente toma cartas en el asunto y los saca de ese lugar privilegiado. El problema que detecta es que no se enseña a los jóvenes los rudimentos propios de sus pueblos, sus necesidades. La solución la plantea claramente: “Conocer es resolver. Conocer el país, y gobernarlo conforme el conocimiento, es el único modo de librarlo de tiranías” (18). Si para gobernar hay que conocer, entonces en las universidades americanas hay que formar a los jóvenes intelectuales en el conocimiento de la tierra propia, de la historia particular. Sentencia que “nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra” (18), es decir, hay que conocer la historia americana, la historia propia, para poder gobernar las naciones de América.

Martí busca interpelar, así, a los hombres que, como él, se han formado, han estudiado y pueden comprender cuál es el peligro de actuar con ideas copiadas o heredadas: para ellos tiene una tarea vinculada con el conocimiento de la cultura propia: gobernar, es decir, crear y resolver.

En este punto, Martí reconoce que las naciones latinoamericanas tienen su origen en la mezcla de culturas: la europea, la india, la criolla, y todo lo que ese sincretismo cultural implica. Desde la colonia y las luchas independentistas, la complejidad por la mezcla cultural se hace presente. Así, enumera situaciones y procesos armados a modo de ejemplo: el sacerdote y militar Miguel Hidalgo y Costilla, padre de la patria mexicana, y su ejército con el estandarte de la Virgen de Guadalupe; el canónigo Antonio José de las Mercedes Larrazábal, representante de Guatemala en las Cortes de Cádiz; Bolívar, en Venezuela, y San Martín, en Argentina, que con hábitos que cataloga como aún monárquicos liberan a sus pueblos.

El hombre natural, es decir, el indio, el negro, el campesino, no es protagonista de estas hazañas, pero está allí, participa. El problema es que ese camino independentista abierto no incorpora a todos los habitantes, ya que América padece “la fatiga de acomodación entre los elementos discordantes y hostiles que heredó de un colonizador despótico y avieso, y las ideas y formas importadas que han venido retardando, por su falta de realidad local, el gobierno lógico” (18-19). En otras palabras, es imperioso el cambio de espíritu para que la colonia, y todos sus elementos, no se perpetúe en las nuevas repúblicas. No hay que replicar las lógicas coloniales en los países libres o que se están liberando. A ese cambio de espíritu llama para lograr la verdadera independencia.

Por último, apela aquí a una figura simbólica que tendrá un gran peso en el ensayo: la figura del tigre, que, “espantado del fogonazo, vuelve de noche al lugar de la presa” (19). Se refiere, de esta forma, al peligro que representan las grandes potencias, que esperan, agazapadas como el tigre a su presa, para entrar en el territorio latinoamericano, tomarlo como suyo y hacer y deshacer a su gusto. Ante esto, propone la unión de los oprimidos para hacerle frente a los opresores: unirse para que ese tigre muera echando llamas de bronca por los ojos.