Lolita

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La salvación a través del arte y la literatura

Humbert Humbert cree, en un principio, fervientemente en la salvación (en este caso podríamos decir del alma o el espíritu) a través del arte y la escritura. Por un lado puede, escribiendo su confesión novelada, o su novela confesional, trascender el tiempo, los preceptos morales de la época y el juicio público. Por el otro, cree poder, a través del recurso de la palabra poética, es decir, la metáfora, la elipsis, el símil, eludir lo que el pudor que proyecta en el público no le permite hacer literal. Es por esto mismo que, por ejemplo, utilizará siempre metáforas para referirse a los órganos sexuales o los encuentros con Lolita (no así con Annabel, ya que al ser ambos menores de edad cuando se vincularon sexualmente, esta relación no genera pudor alguno y la mención al sexo es más explícita).

Su estatus de literato, construido capítulo a capítulo minuciosamente, no es solo un modo de encantar al público para ganar su simpatía: también es un modo de percibirse a sí mismo menos monstruoso de lo que en realidad sabe que es. Humbert se referirá a él mismo como un monstruo más de una vez en la novela. Sin embargo, son mayoría las veces que se considera un ser especial, un poeta, un artista que ve lo que otros no pueden ver, empezando por el encanto de las nínfulas. Por momentos es casi el arquetipo del artista obsesionado con su objeto de inspiración (el cual lo llevará a la condena y la muerte), y se refiere a su escritura como si con el arte hubiera logrado una suerte de superación de su enfermedad moral. Convierte su confesión en una novela de amor y cree lograr, a través de la palabra poética, inmortalizar a Lolita y, por qué no, inmortalizarse a sí mismo. Pero no debemos olvidar, y aquí reside el cinismo de este gesto, que aquello que lo condena y lo lleva a la destrucción es el hecho de haber destrozado la vida de Lolita, ese objeto de inspiración y deseo al cual decía amar. Por ende, la idea de salvación a través del arte es uno de los temas principales del texto, pero no por esto es una idea en términos positivos: Lolita tiene un final trágico, no hay salvación para Humbert, a pesar de sus intentos, a través del arte. Más bien, podemos pensar que el saldo positivo es el objeto artístico en sí, la novela en sí misma.

Al finalizar uno de los últimos capítulos, Humbert ya sabe que su salvación es imposible:

A menos que se me pruebe —a mí tal como soy ahora, con mi corazón y mi barba y mi putrefacción— que, en términos de eternidad, importa un comino que una niña norteamericana llamada Dolores Haze fuera privada de su niñez por un maníaco, a menos que se me pruebe eso (y, si tal cosa es posible, la vida es una broma), no concibo para mi miseria otro tratamiento que el melancólico y muy local paliativo del arte expresado con claridad y concisión. Para citar a un viejo poeta: El sentido moral de los mortales es el precio / que debemos pagar por nuestro sentido mortal de la belleza. (p.348)

El arte es, hacia el final del texto, tan solo un paliativo para el dolor.

La pederastia

Lógicamente, la pederastia es uno de los temas principales de Lolita: un hombre entrado en los 40 años desarrolla una desmesurada obsesión por una niña de 12 y decide escribir la historia de ese vínculo desde la cárcel. La pedofilia no es, sin embargo, un tema privativamente íntimo. Tiene también su correlato en el aspecto psicosocial de la novela: se retrata el modo en que reacciona el entorno ante el vínculo entre Humbert y la niña. Algunos ejemplos son: el policía que los detiene e ignora el beso que Lolita le da a Humbert; Charlotte angustiándose más por el desamor de Humbert en lugar de por el hecho de que el hombre quiera abusar de su hija; la boba inocencia de directores de escuela, profesores, gerentes de hoteles.

En cuanto a la pedofilia, el abordaje es muy profundo: se retrata también el tenor de ese deseo; el uso de las herramientas de manipulación desiguales entre Humbert y Lolita; la crueldad de la objetivación de la niña; y finalmente la condena judicial que recae sobre el hombre, que nada tiene que ver con el abuso sino con el asesinato de Clare Quilty.

Sin embargo, es importante aclarar que el tratamiento que se da de la pedofilia en la novela, además de su costado más evidente en el nivel de la moral, tiene un vínculo muy fuerte con un arquetipo literario no tan célebre como la damicela en peligro o la madrastra malvada, pero igualmente presente en la literatura: el vínculo asimétrico entre un hombre mayor y una niña sexualizada, generalmente de 12 años. Podemos, inclusive, tomar los ejemplos de la mismísima novela, que alude a Annabel Lee (en Lolita, Annabel se apellida Leigh), la mujer de Edgar Allan Poe. Annabel Lee se casó a los 13 años con Poe, cuando este tenía 27. Humbert también compara su amor por Lolita con el que Dante Alighieri profesaba por Beatrice, de quien se enamora cuando ella tenía tan solo 9 años, y falsea la edad de Laura, el amor de Petrarca, diciendo que tenía 12. (En realidad, Laura tenía aproximadamente 17 años).

El prólogo de John Ray Jr, el discurso psicoanalítico, la historia de Humbert con Annabel en la adolescencia, la mirada y sensibilidad poéticas de Humbert, todo está puesto en función de explicar, justificar e inclusive ornamentar la relación de Humbert con Lolita. Sin embargo, el narrador es sin lugar a dudas un pederasta (el pedófilo que concreta su deseo accediendo al objeto) que, finalmente, comprende las consecuencias de sus acciones al final del texto.

El crimen

El crimen es otro de los temas importantes en Lolita, aunque la penalización de un delito grave como la pederastia no sea el mayor miedo de Humbert Humbert ni el núcleo en que orbita la acción. Él es un paria que no logra (no podemos decir que nunca lo intente) insertarse en la sociedad y seguir sus preceptos morales en cuanto a la sexualidad, y que decide ejecutar sus fantasías (aquí reside la diferencia entre la pedofilia y la pederastia, es decir, el acceso al niño o niña).

A lo largo de su viaje por Estados Unidos, o inclusive antes, ante los ojos de Charlotte, la máxima preocupación de Humbert es no ser descubierto, por el simple hecho de que su accionar es criminal y será separado de Lolita. Humbert es un hombre de mundo y, como es lógico, sabe que la pederastia es un delito grave; además, como gran parte de los mortales, Humbert no desea pasar su vida en una celda. Pero, como bien decimos, no es esta su mayor inquietud.

El eje de su relato y justificación es, más bien, el carácter inmoral de su acto (que está muchas veces, por supuesto, cuestionado por el narrador). La falta de consenso social explica el hecho de que la pederastia sea un crimen. Los actos de Humbert no solo hieren a su víctima sino al conjunto de la sociedad y por eso mismo constituyen un delito penal. Es importante atender al hecho de que, a pesar de que el homicidio es un delito de mayor envergadura en la época (hablamos de los años 40 y 50, tanto en la narración como en la publicación del texto), el asesinato de Clare Quilty parece a ojos del lector un juego al lado de lo que Humbert ha hecho con Lolita.

Por esto mismo es que podemos decir que Lolita profundiza sobre la noción de crimen, ya que trae nuevamente al primer plano lo que justifica toda ley: el consenso -o falta de consenso- social sobre conductas condenables.

La sexualidad

La sexualidad es evidentemente un tema pregnante en Lolita. Dice Humbert: “Mi mundo estaba escindido. No percibía un sexo, sino dos, y ninguno de ellos era el mío. El anatomista los habría declarado femeninos ambos. (…) Los tabúes me estrangulaban. Los psicoanalistas me cortejaban ofreciéndome pseudo liberaciones y pseudolibidos” (p.26).

Humbert Humbert, escindido, no logra insertarse en la sociedad: su objeto de deseo lo constituyen las nínfulas: “hay muchachas, entre los nueve y los catorce años de edad, que revelan su verdadera naturaleza, que no es la humana sino la de las ninfas” (p.24). La diferencia de edad es clave para caer en el hechizo de una nínfula, “cierto contraste que la mente percibe con un jadeo de perverso deleite” (p.25). Vive una vida pública que le es muy difícil de sostener (todos sus matrimonios fracasan de uno u otro modo) y su inclinación sexual lo segrega. Al acceder al objeto de deseo en su vínculo con Lolita, esto empeora. Presa de su obsesión y su lujuria, Humbert se precipita a su propia destrucción y la de Lolita.

Lolita es una novela que principalmente aborda a la sexualidad desde el desvío y la diferencia. En primer lugar, claramente, por la inclinación sexual de Humbert Humbert (y también de Gaston o Clare Quilty) hacia las niñas menores de edad. Pero también podemos pensar en la sexualidad de Lolita como, en manos de un adulto, deliberadamente saboteada y manipulada: Lolita, como toda niña, tiene, antes de conocer a su padrastro, la posibilidad de explorar su sexualidad con todos los componentes de su edad (el paso de la infancia a la adolescencia es otro de los tópicos fundamentales de la novela). Sin embargo, Humbert Humbert socava la propia curiosidad de la niña y su propio deseo mediante el soborno, la coerción e, inclusive, la violencia física.

La sexualidad de Lolita, su deseo, se encuentra completamente mediado en el texto por la palabra de Humbert. Sabemos por sus lágrimas cada noche que algo no está bien, pero es solo la voz de Humbert la que retrata a Lolita en la novela.

Lolita presenta a la sexualidad como lo que efectivamente es: un aspecto complejo del ser humano, plagado de tabúes y mediado culturalmente en mayor medida de lo que creemos. Y, sobre todo, la retrata en su cara más cruda: la de la vulnerabilidad que le es intrínseca. En la novela, pensando no solo en Humbert y Lolita, sino también en Charlotte o Quilty, la sexualidad es el flanco blando por donde la desesperación y el dolor atacan sin resistencia.

El paso de la infancia a la adolescencia

Como mencionamos en el tema anterior, “La sexualidad”, el paso de la infancia a la adolescencia es también uno de los ejes de este texto. Nabokov, que era un lepidopterólogo y amaba las mariposas, compara en más de una ocasión a esta práctica y a las mariposas en sí con Lolita y el relato de su vida. Como un cazador de mariposas, Humbert Humbert se apropia de la vida de Lolita, la atrapa, la quiere para sí, en medio de su viaje transicional hacia la adultez.

Cuando Humbert conoce a Lolita, ella tiene 12 años. Lee revistas de cine, revistas del corazón. Pega pósters de celebridades en las paredes de su habitación. Se encuentra en un momento de transición, en el cual ve a Humbert parecido al dramaturgo que le atrae, pero no comprende aún qué significa efectivamente la atracción. El paso de la infancia a la adolescencia se trata, específicamente, del paso de la intuición a la comprensión de, entre otras cosas, estos asuntos. Humbert aprovecha aquello que en Lolita aún es inocente: por ejemplo, ella cree enseñar a Humbert cómo es el sexo en sus primeros encuentros, pero es él quien se deleita con su inocencia al dejarse enseñar.

Lo que luego Humbert relata como la “definitiva caída moral de Lolita” (p.226) no es más que la comprensión de la niña de lo que sucede en casa, con su cuerpo, con su padrastro, y la conciencia de que puede sacar provecho de eso y ahorrar dinero para escapar. Lo que Humbert percibe como la caída moral de su hijastra no es más que su paso (lamentablemente atropellado) a la adultez, la comprensión de la situación en que se encuentra y el intento, bajo todos los medios, de escapar de su encierro. Lamentablemente, este escape solo la lleva a manos de otro pedófilo, Clare Quilty.

El choque cultural entre Estados Unidos y Europa

Lolita retrata el choque cultural entre Europa y Estados Unidos en un momento en que Europa se encontraba en franca destrucción (hablamos de los años 40 y 50, la posguerra) y Estados Unidos en expansión económica.

Humbert es un literato, erudito y snob, que menosprecia la cultura norteamericana y no solo no oculta su origen europeo, sino que lo explota a su favor. Según sus palabras (no olvidemos que nuestro narrador es un narcisista) las mujeres en Estados Unidos caían a sus pies aún más que en tierra europea, sugiriendo que este hecho se debía a su elegancia y la mediocridad de las mujeres estadounidenses. Nuestro narrador habla en francés delante de personas que no comprenden en absoluto lo que dice, pero que lo encuentran encantador. Charlotte, madre de Lolita, es una de ellas. Las expresiones en francés en toda la novela no están traducidas más que por los editores de, en este caso, Anagrama. La intención es, también, que el lector no termine de comprender lo que Humbert dice por momentos.

Mientras el europeo Humbert se identifica con Catulo, Petrarca y Dante, Charlotte lee revistas del corazón y de cine. En su casa hay un desorden general, muebles de moda, arte barato. Humbert siente aversión ante la casa y su mujer. Constantemente en su narración, su mundo sofisticado y antiguo contrasta con la artificialidad, los malos modales y el espíritu aspiracionista estadounidense. Humbert representa a una Europa en decadencia, sí, pero de buenos modales (los malos modales de Lolita son retratados con lujo de detalle en la novela).

Este choque cultural, encarnado en el contraste entre Charlotte y Humbert en primer lugar, pero, también claro está, entre Lolita y Humbert, no es otra cosa que la encarnación, también popular, de un tema que recorre toda la literatura del siglo XX, el choque entre la alta cultura y la baja cultura. El vínculo Europa-Estados Unidos es un tópico nada extraño en la literatura de posguerra.

La crueldad

Nabokov le pone el sello al hecho de que Lolita es un relato de la crueldad en el momento en que, en el epílogo, nos revela cuál fue la fuente de inspiración inicial:

El primer débil latido de Lolita vibró en mí a fines de 1939 o principios de 1940, en París, cuando estaba en cama con un severo ataque de neuralgia intercostal. Si no recuerdo mal, el estremecimiento inicial de la inspiración fue provocado, en cierta medida, por un relato periodístico acerca de un chimpancé del Jardin des Plantes que, después de meses de pacientes esfuerzos por parte de un científico, hizo el primer dibujo realizado nunca por un animal: mostraba los barrotes de la jaula de la pobre criatura. (p.381-382)

Pero Lolita, a pesar de que tiene como eje central de su trama el secuestro y la violación sistemática de un adulto a una niña de 12 años, e inclusive el enaltecimiento de ese abuso, no es solo la historia de una niña cuyo padrastro ha sido cruel. La crueldad es también la que Nabokov ejerce sobre Humbert Humbert, porque Lolita también es la historia de la destrucción de un hombre bajo el peso de su obsesión. Humbert alcanza niveles de humillación, desesperación, histeria y sufrimiento difíciles de digerir, inclusive para el lector medio a quien no le resultará fácil empatizar con un secuestrador, violador y asesino.

Humbert es cruel con Lolita, ella es un objeto, quizá resbaladizo, pero objeto al fin, de su propiedad: “Con la tranquila orden que damos con un murmullo a un animal asustado y aturdido, pero bien adiestrado, incluso en el más apretado de los casos (¿Qué loca esperanza, u odio, hace que latan los flancos de la joven bestia? ¿Qué negras estrellas horadan el corazón del adiestrador?), indiqué a Lo que se levantara (...)” (p.208). No hay compensación en el texto para Lolita: a pesar de que escapa, muere a los 17 años al dar a luz a su hijo muerto. No hay compensación para Humbert tampoco, más que la escritura de la novela. La comprensión de lo que ha hecho con Lolita lo lleva a la más cruda desesperación.

La crueldad de Nabokov para con su narrador también se ejerce mediante el ridículo. Humbert es ridiculizado a lo largo del texto en más de una ocasión, en principio con mayor sutileza, pero luego directamente naufraga en el patetismo. Constantemente la pregunta del texto ronda en las preguntas que se hace Humbert en la cita anterior sobre las negras estrellas que horadan el corazón de quien ejerce la crueldad.

El poder del lenguaje y la poesía

Nabokov veneraba el poder de la palabra y creía que el lenguaje adecuado podía elevar cualquier material al nivel de arte. En el caso de Lolita, el lenguaje triunfa sobre el contenido difícil de digerir y le da matices de belleza que de por sí este contenido no tiene y que, a primera impresión, no merece. Lolita está plagada, como vimos, de temas sórdidos: la violación, el asesinato, la pedofilia. Sin embargo, Humbert Humbert, al contar su historia, se vale de juegos de palabras, recursos retóricos, alusiones literarias y repeticiones de patrones lingüísticos para dar a esta oscura historia una forma encantadora.

De este modo, Humbert seduce a sus lectores de forma tan astuta como seduce a la propia Lolita (no olvidemos que una primera versión de Lolita se llamó El hechicero). Las palabras son su herramienta de poder, y las utiliza para distraer, confundir y encantar. Es un pedófilo y un asesino confeso, pero construye elaboradas defensas y explicaciones para sus acciones, y su lenguaje por momentos lo protege del juicio del lector.

El poder del lenguaje está tematizado literalmente, sobre todo, en el prólogo. Allí John Ray Jr. pone el valor literario de la novela como algo a tener en cuenta (además de su valor como caso psiquiátrico a atender) a la hora de apreciarlo. Luego, el texto se encarga de demostrar lo que el prologuista nos anticipa y Nabokov sostiene, el gran poder que tienen el lenguaje y la poesía.