Lolita

Lolita Citas y Análisis

Como exposición de un caso clínico, Lolita habrá de ser, sin duda, una obra clásica en los círculos psiquiátricos. Como obra de arte, trasciende sus aspectos expiatorios; y más importante aún para nosotros (...) es el impacto ético que el libro tendrá sobre el lector serio; pues en este punzante estudio personal se encierra una lección general (...). Lolita hará que todos nosotros —padres, trabajadores sociales, educadores— nos consagremos con interés y perspectiva mucho mayores a la tarea de lograr una generación mejor en un mundo más seguro.

John Ray Jr., Prólogo, p.12.

Esta cita, tomada del final del prólogo de Lolita, escrito por el doctor John Ray Jr. parece una afirmación seria. Sin embargo, cuando el lector se adentra en la novela, la valoración del prologuista resulta ridícula. Como editor de libros de psicología, Ray está comprensiblemente apegado a la idea de que la psicología puede arrojar una luz esclarecedora sobre Lolita y que la novela podría convertirse en un libro notable en los círculos psiquiátricos.

Sin embargo, Nabokov, un crítico abierto de la psicología, escribe Lolita desde un punto de vista romántico, retratando los impulsos de Humbert como emocionales y artísticos, más que psicológicos o científicos. Temas como la lujuria y el amor eran, para Nabokov, mayores que la suma de sus explicaciones científicas. Como resultado, el intento de Ray de afirmar que Lolita tiene algún "significado social" es cómico, una indicación de que Nabokov pretende desechar una explicación psicológica de su novela, en favor de una más mágica o emocional.

Esta cita también parece muy exagerada en su suposición de que la moraleja de Lolita estará clara para el lector. Aunque Nabokov no excusa la pedofilia de Humbert ni su naturaleza manipuladora, y aunque retrata claramente la corrupción de Lolita, Lolita no es una novela moralmente didáctica ni tiene moraleja extraíble alguna, si por moraleja entendemos una enseñanza reductible y clara.

Ahora creo llegado el momento de introducir la siguiente idea: hay muchachas, entre los nueve y los 14 años de edad, que revelan su verdadera naturaleza, que no es la humana, sino la de las ninfas (es decir, demoníacas), aciertos fascinados peregrinos, los cuales, muy a menudo, son mucho mayores que ellas (hasta el punto de doblar, triplicar o incluso cuadruplicar su edad). Propongo designar a esas criaturas escogidas con el nombre de nínfulas.

Humbert Humbert, Parte I, Capítulo 5, p.24.

En el afán de justificar sus inclinaciones sexuales, Humbert Humbert esboza una pseudo teoría sobre las niñas que atraen a hombres mayores. Sin embargo, en lugar de utilizar los conocimientos que tranquilamente puede poseer debido a sus estudios de psiquiatría y psicología, atribuye a las nínfulas un carácter demoníaco, una naturaleza no humana y la habilidad de fascinar a estos varones maduros. Lenguaje poético y pensamiento metafísico desplazan el eje del conflicto a las niñas: son las nínfulas y su poder mágico de atracción quienes en definitiva provocan estragos en la psiquis de algunos hombres mayores.

Mi mundo estaba escindido. No percibía un sexo, sino dos, y ninguno de ellos era el mío. (…) Los tabúes me estrangulaban. Los psicoanalistas me cortejaban ofreciéndome pseudo liberaciones y pseudolibidos.

Humbert Humbert, Parte I, Capítulo 5, p.26.

Humbert Humbert vive en una prisión en la cual se encuentra encerrado con sus dos versiones. Los apelativos son infinitos y alternan entre dos extremos: Humbert el impasible o el vacilante; Humbert el Terrible o el taimado. En pocas palabras, se trata, el primero de ellos, de un Humbert romántico, que pretende no acceder carnalmente a sus nínfulas, sino simplemente gozar de su presencia sin ser perseguido. Este costado desea entregarse a la poesía, la belleza, el arte. Se dice a sí mismo, inclusive, que "los poetas no matan" (p.110)

El acceso carnal es obra del otro, de Humbert el Terrible, el impasible. El Humbert que viola, golpea, y mata. La escisión que dice sentir el narrador en esta cita, tomada de las primeras páginas, se mantendrá a lo largo del texto. Humbert Humbert habla de sí en tercera persona e, inclusive, llega a enfrentar a los dos Humberts que lo constituyen en más de una ocasión.

(…) Dante se enamoró perdidamente de su Beatriz cuando ésta tenía nueve años y era una chiquilla rutilante, pintada y encantadora, enrollada, con un vestido carmesí… y eso ocurría en 1274, en Florencia, durante una fiesta privada en el alegre mes de mayo. Y cuando Petrarca se enamoró locamente de su Laura, esta era una rubia nínfula de 12 años que corría con el viento, el polen y el polvo, una esquiva flor de la hermosa planicie que se extiende al pie de las colinas de Vaucluse.

Humbert Humbert, Parte I, Capítulo 5, p.27.

El narrador, Humbert, es un artista, un poeta. Como tal, justifica mucho de su accionar en el amor al arte y la belleza. En esta cita queda plasmado que busca legitimar su gusto por las niñas al mencionar (y situarse junto) a Petrarca o a Dante, ignorando por completo los siglos que median entre ellos y él y, por ende, la concepción de mundo que reinaba en el medioevo tardío o en el Renacimiento.

(...) el antiguo vínculo entre el mundo adulto y el infantil ha sido escindido en nuestros días por nuevas costumbres y nuevas leyes (...). Debí comprender que Lolita ya había revelado ser muy distinta que la inocente Annabel, y que el mal ninfuloso, la ninfulitis, que trasudaba cada poro de aquella niña predestinada para mi secreto goce haría imposible el secreto, y letal el goce.

Humbert Humbert, Parte I, Capítulo 28, p.153.

Humbert presupone que Lolita es una niña inocente, "normal" (p.153), que se prestaría sin darse cuenta de nada a satisfacer sus deseos "como solía hacerse en días de los romanos" (p.153). Esta parte anticipa la diferencia abismal entre el carácter de Lolita y el de la niña Annabel, el choque cultural entre el "anticuado modo de ser europeo" (p.153) y Estados Unidos y el futuro de muerte y destrucción que le depara el destino a Humbert.

Cuando Humbert pasa a buscarla por el campamento, Lolita ya ha tenido su iniciación sexual. No sólo con otras niñas, como Humbert presupone (y adjudica esta presunción a su modo de ser europeo), sino con Charlie, el hijo de la dueña del campamento.

Nuestro interés primordial, señor Humbird, no es que las alumnas de esta escuela sean ratas de biblioteca, ni que reciten de carretilla las capitales europeas, cosa que, por otra parte, a nadie le interesa y nadie sabe, ni que conozcan de memoria las fechas de batallas olvidadas. Lo que nos preocupa es la integración de la niña en el grupo social al que pertenece.

Señorita Pratt, Parte II, Capítulo 4, p.218.

La señorita Pratt encarna uno de los arquetipos de directora de escuela para señoritas de principio de siglo. Las niñas eran preparadas para la vida social y sus intereses culturales sólo se cultivaban en función de su sociabilidad y, principalmente, de un futuro noviazgo y posterior matrimonio.

En realidad −le espetó Humbert el impasible a Humbert el vacilante– sería muy astuto preparar las cosas, trasladar el arma de su caja el bolsillo, para aprovechar el acceso de locura cuando se presentara.

Humbert Humbert, Parte II, Capítulo 19, p.283.

Como bien dijimos en una de las anteriores citas, en la que el narrador habla de su sentimiento de escisión, Humbert habla en tercera persona de los dos sujetos que lo constituyen: Humbert el impasible y Humbert el vacilante. En este caso, presa de los celos, Humbert el impasible ganará la batalla y el arma será efectivamente trasladada al bolsillo durante el resto del viaje, cosa que traerá al narrador tranquilidad.

Entre los registros que retuvieron mi atención como pistas indudables per se, pero que me desconcertaron con respecto a sus sutilezas, mencionaré sólo unos pocos, pues siento que voy a tientas en una niebla fronteriza donde fantasmas verbales se convierten quizás en turistas reales. ¿Quién era 'Johnny Randal, Ramble, Ohio'? (...). Había en todos esos seudónimos una tensión que me provocaba palpitaciones especialmente dolorosas. Cosas como 'G. Trapp, Geneva, Nueva York' demostraban la traición de Lolita (...). El lúgubre 'Harold Haze, Tombstone, Arizona' (que en otras épocas me habría hecho reír) sugería familiaridad con el pasado de la niña e insinuaba, como una pesadilla, que mi atormentador era un amigo de la familia, quizás antiguo amor de Charlotte, quizás un 'desfacedor de entuertos'(...). Pero el dardo más punzante fue el anagrama escrito en el registro del motel El Castaño: 'Ted Hunter, Cane, Nueva Hampshire'.

Humber Humbert, Parte II, Capítulo 23, pp.309-310.

Los juegos de palabras, que tanto gustaban a Nabokov, se hacen presentes en toda la novela, pero con mayor firmeza durante las escenas de persecución de la segunda parte. Humbert ya se encuentra completamente tomado por su loca obsesión.

En cada cuaderno de registro de hotel encuentra señales que presiente Clare Quilty le deja adrede. Anagramas ("Ted Hunter, Cane, Nueva Hampshire" es un anagrama de "Los Cazadores Encantados"), composiciones sugerentes ("Harold Haze" es el difunto padre de Lolita, que se asocia aquí a "Tombstone", piedra sepulcral), nombres significativos (G. Trapp, pariente de Humbert que con su parecido a Quilty lo atormenta), todo esto se combina con números, días, cantidad de hoteles, en la cabeza de Humbert. La locura paranoide lo hace ver, inclusive, pistas que son casi inverosímiles.

Pueden ustedes burlarse de mí y amenazar con despejar la sala, pero hasta que esté amordazado y medio estrangulado seguiré gritando mi pobre verdad. Insisto en que el mundo sepa cuánto quería a mi Lolita, a esta Lolita, pálida y profanada, con otra niña en el vientre, pero todavía con sus ojos grises, todavía con sus pestañas negras, todavía castaña y almendra, todavía mi Carmencita, todavía mía.

Humbert Humbert, Parte II, Capítulo 32, p.342.

Humbert cree darse cuenta de que, a pesar de que la niña Lolita es ahora una joven embarazada, casada, que fuma y que se dirige a él con desapego, él sigue enamorado de ella. Busca la compasión del jurado, permitiéndoles la burla y el abandono de la sala, pero romantiza esta última revelación al punto de llamar, a ese amor, su verdad.

Mi memoria y mi elocuencia no están hoy en su mejor momento, pero, de veras, mi querido señor Humbert, usted no era el padrastro ideal, y yo no obligué a su pequeña hijastra a seguirme. Fue ella quien me pidió que la llevara a una casa donde fuera feliz.

Clare Quilty, Parte II, Capítulo 35, p.370.

Clare Quilty, que no es en la novela un santo ni mucho menos, se ha llevado a Lolita con él de manera ilegal y ha intentado convencerla de filmar pornografía infantil. Sin embargo, pone igualmente un manto de realidad sobre la mirada de Humbert: al decirle que él no obligó a Lolita a seguirlo, Humbert se enfrenta al hecho de que Lolita se escapó de su lado, que huyó de él y de la vida que él quería para ambos.