Lolita

Lolita Resumen y Análisis Parte II: Capítulos 11-20

Resumen

Humbert es citado en la escuela para hablar con la directora Pratt sobre la mala conducta de Lolita. Llama a Humbert "Señor Haze" (p.240) por lo que puede deducirse que él ha tomado la identidad del padre biológico de Lolita. La señora Pratt le dice: "La impresión general es que Dolly, de quince años, sigue morbosamente desinteresada ante las cuestiones sexuales o, para ser exactos, reprime su curiosidad para salvaguardar su ignorancia y su propia dignidad" (p.241). Este comentario sorprende y gratifica a Humbert. La directora le dice que Dolly debe participar en la obra teatral Los encantadores cazados que el grupo dramático de la escuela va a interpretar. Humbert acepta y, al buscar a Lolita en el aula en el que se encuentra sola y castigada por mal comportamiento, utiliza este permiso para participar en la obra para sobornarla y lograr que ella lo acaricie por debajo del pupitre.

Humbert no se ocupa de leer el texto de la obra, Los encantadores cazados, aunque sí advierte el parecido en el nombre con aquel hotel en que por primera vez durmió con Lolita, Los Cazadores Encantados. Luego sabrá, con el correr del tiempo, que el hotel inspiró al dramaturgo que la escribió.

Lolita se encuentra cada vez más alegre. Es autorizada a tomar clases de piano con la señorita Emperador. Humbert, sin embargo, descubre pronto que ella falta a sus a clases de piano. La increpa, pero Lolita dice haber estado esas veces con su amiga Mona, ensayando la obra en el parque. Humbert no le cree, discuten cada vez más fuerte, forcejean. Lolita escapa de la casa. Cuando su padrastro la encuentra, ella está dentro de una cabina telefónica. Suelta el teléfono y le dice que tiene una idea. "Quiero dejar la escuela. La odio. Odio la representación (...). Vayámonos enseguida. Empecemos un largo viaje de nuevo. Pero esta vez iremos a donde yo quiera" (p.255) dice. Humbert se alegra.

Ya en el automóvil, saliendo de la ciudad, se cruzan a una actriz que elogia la actuación de Lolita en los ensayos de la escuela y lamenta que su padre la haya sacado de la obra. A raíz del encuentro, Humbert pregunta quién es el autor de la obra escolar, Los encantadores cazados. "Una vieja. Clare Nosecuántos. Había un montón de gente allí" (p.258), responde Lolita.

En este segundo viaje, Humbert presiente que algo anda mal. Se da cuenta, ahora que mientras escribe ata cabos, de que desde un primer momento, Lolita tuvo varias oportunidades en el viaje de pasarle información a uno o varios desconocidos. Dice: "algo me hacía estar en guardia desde aquella terrible noche en Beardsley" (p.264). La paranoia lo lleva a sospechar de cada coche que ven, de cada hombre, de cada palabra de Lolita. Se alegra pensando que tiene una pistola, heredada del difunto padre de Lolita.

Un día comprende que efectivamente un descapotable rojo va a donde ellos van. Su principal sospecha es que quien los sigue es un detective, que además tiene un gran parecido con su tío Gustave Trapp, a quien Humbert detesta. Un día, en una de las paradas, ve a Lolita hablando con un hombre medio calvo que la escucha desde dentro del coche. Humbert cree que ella está dándole información al detective que los persigue. Una vez en la carretera logra despistar al coche y en la siguiente ciudad pasan una mala noche en un lúgubre motel. Van a ver una obra del autor Clare Quilty y Vivian Darkbloom, de la cual recuerda poco y que, en aquel momento, apenas logra vincular con Lolita.

En otra de las paradas van a buscar la correspondencia que pidieron que se les envíe a la ciudad de Wace. Allí Humbert abre una carta dirigida a Lolita. La escribe su amiga, Mona. En ella, le cuenta cómo fue la obra, le dice que se irá a estudiar un año a París y le manda saludos del Poeta. Lolita aprovecha que Humbert se encuentra absorto en la lectura y se va. "Por fin había ocurrido. Se había marchado para siempre" (p.276), piensa Humbert cuando lo advierte, antes de correr a encontrarla. Nuevamente en el auto, sin éxito en la búsqueda de la niña, Lolita vuelve por sí sola. Le dice a Humbert que se había encontrado con una amiga. Él no le cree. "He tomado ciertas precauciones. Aquí (...), en esta libreta, tengo anotada la matrícula de ese amigo nuestro que nos sigue como un enamorado" (p.279), dice, pero al mirar el papel se da cuenta de que Lolita, con la ayuda de una goma de borrar y un lápiz, eliminó y deformó letras y números dejando la matrícula casi irreconocible. Humbert no se contiene y le da a Lolita un tremendo golpe de revés. Su arrepentimiento no es suficiente, a pesar de que besa inclusive las plantas de los pies de su hijastra.

Humbert describe lo buena actriz que es Lolita en la cancha de tenis. Su saque es perfecto, sus movimientos son bellos, pero carece de espíritu competitivo. Todo está puesto en función de la belleza y verosimilitud de su interpretación. A Humbert lo solicitan de recepción, le avisan que la directora Pratt ha telefoneado. Cuando llega al teléfono no hay nadie al otro lado de la línea. Cuando Humbert vuelve a la cancha de tenis del hotel, ve que un hombre se está yendo lentamente mientras Lolita y una pareja de conocidos recogen las pelotas. Pregunta quién es ese hombre con el que jugaban dobles, pero todos ríen y no le dan importancia. Celoso, desespera. Se da cuenta de que la señorita Pratt nunca hubiera podido telefonear, ya que nadie sabe que están en Champion, Colorado.


Análisis

La descripción cómica, y no por eso menos perturbadora, que hace Nabokov del segundo encuentro entre Humbert y la señorita Pratt es indicativa del humor (por momentos irónico) que impregna la novela. Cuanto más habla Pratt de la sexualidad de Lolita, más avergonzado parece estar Humbert. Cuanto más avergonzado parece Humbert, más se empeña Pratt en un análisis psicológico simplista de Lolita. Su diagnóstico tan inexacto sobre los conocimientos sexuales de Lolita no sólo muestra un desprecio a la práctica de la psicología del narrador (y por qué no del Nabokov mismo), sino que también refuerza la creencia de Humbert de que ha conseguido engañar a todo el mundo.

La orden de Pratt de que Humbert se haga cargo de la educación sexual de su hija se cumple, pero de una forma que parodia groseramente su intención inicial. En lugar de ir a ver a Lolita y enseñarle paternalmente sobre las relaciones adecuadas y sanas con el sexo opuesto, Humbert visita la clase de Lolita y le paga sesenta y cinco centavos para que le meta discretamente las manos en los pantalones mientras está en el pupitre. La escena representa otro momento en el que Humbert atraviesa un límite moral en sus acciones. Humbert se está volviendo poco a poco imprudente, no sólo llevando su relación sexual a un lugar público, sino haciéndolo en presencia de otra joven. La otra chica sin nombre -que parece una muñeca, con su piel de porcelana y su pelo platino- y el entorno del aula añaden un nuevo elemento de depravación al acto, haciendo partícipe a otra joven.

En estos capítulos, Humbert sospecha intensamente tanto de la creciente capacidad de Lolita para engañarlo como de los distintos hombres que conoce. Sin embargo, a pesar de su creciente paranoia, sigue siendo incapaz de comprender la verdad de su situación. Por ejemplo, aunque lee detenidamente Los encantadores cazados y reconoce la extraña coincidencia entre el título de la obra y el nombre del hotel donde él y Lolita consumaron su relación por primera vez, no toma la pieza teatral como una señal de alarma. Incapaz de ver esta coincidencia como indicador de nada, Humbert sólo puede ofrecer una respuesta pasiva e ineficaz: un análisis intelectual y crítico del valor literario de la obra. Mientras tanto, Los encantadores cazados introduce a Clare Quilty directamente en la vida de Lolita y, presumiblemente, la hace reevaluar su relación con Humbert. La participación de su hijastra en la obra es el punto de inflexión en el que Humbert empieza a perder a Lolita.

La incapacidad de Humbert para ver la realidad de su situación también se extiende a su relación con Lolita. Humbert ama lo que Lolita representa: un espécimen perfecto de su tipo ideal de mujer, la nínfula. Como vimos anteriormente, Humbert ama su imagen, pero no a Lolita misma. Esta negativa a reconocer a la verdadera persona detrás de la imagen le permite observar todos los elementos humanos de la niña -su vulgaridad, su mal humor, su rebeldía- y, sin embargo, seguir firmemente convencido de que, de alguna manera, puede poseer a Lolita para siempre (sólo después de perderla, Humbert se dará cuenta de lo equivocado que estaba). En este punto de la novela, sin embargo, Humbert sigue siendo el cazador encantado, demasiado hechizado por su obsesión como para comprender la realidad de su amante, la violencia que ejerce sobre ella o la amenaza inminente que representa Clare Quilty.

En estos capítulos, Lolita parece menos caprichosa que antes y más calculadora. Sus estados de ánimo parecen por momentos deliberados. Por ejemplo, explica el ausentismo a sus clases de piano con calma, incluso haciendo que su amiga Mona mienta por ella. Por esta vez, las sospechas de Humbert parecen justificadas. Humbert culpa a la formación dramática de haber enseñado a Lolita a disimular, y no se equivoca del todo: el teatro es responsable de su duplicidad (allí conoce a Clare Quilty), pero no del modo que Humbert imagina. Una vez más, Humbert se ofrece a sí mismo una respuesta intelectual e ineficaz a la vez, estableciendo una conexión simbólica entre la necesaria simulación que implica la actuación y la simulación que emplea Lolita para con él.

Luego de una fuerte discusión en la que Lolita sale corriendo de la casa, le pide en la calle a Humbert dejar Beardsley e irse de viaje nuevamente. Esto resulta sorpresivo, a la vez que sospechoso, ya que se irá sin participar de la obra teatral para la que tanto ha ensayado. La sospecha se enfatiza cuando, al llegar ambos a casa nuevamente, tiende hacia Humbert los brazos y le dice: "Súbeme en brazos. Esta noche me siento romántica" (p.256). La lujuria de Humbert supera su inquietud y no indaga más por los motivos del repentino cambio en los deseos de Lolita.

Podemos ver cómo este viaje representa una inversión del anterior. Mientras que en el primero fue el propio Humbert quien lo planeó, para afirmar su manipulación y posesión de Lolita, ahora en este viaje se rinde a los caprichos y deseos de la nínfula, facilitando, sin saberlo, su huida. Antes, Humbert era el cazador encantado, fascinado por su presa. Ahora Humbert se ha convertido en otro tipo de cazador encantado: está embrujado y hechizado por la duplicidad de Lolita y, cegado por su propia obsesión.

La obsesión de Humbert y cierto comportamiento extraño de Lolita lo llevan a concluir que un detective los persigue en un auto rojo y, más adelante, a creer que Lolita y el detective se comunican. En la ciudad de Wace van a una obra de teatro de Clare Quilty y Vivian Darkbloom. Cabe resaltar que Vivian Darkbloom es un anagrama de Vladimir Nabokov, y es quien años después, según palabras del prologuista, escribirá la biografía de Quilty, Mi Cue. Cabe aclarar también que “cue” en inglés remite a “señal”. Como podemos ver aquí, y en tantos otros ejemplos del texto, Nabokov juega con la materialidad de las palabras constantemente. Recordemos sino que el texto comienza con las siguientes palabras: “Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos paladar abajo hasta apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo. Li. Ta” (p.15).

Además de sentirse inquieto por la persecución que intuye, el parecido del supuesto detective con su propio primo suizo, Gustave Trapp, lo perturba: Humbert siente mucho rechazo por su primo y, por ende, siente además de temor, aversión por este detective. Sin embargo, aún no asocia al perseguidor con Clare Quilty.

En la ciudad de Wace, Lolita también recibe carta de su amiga Mona. Una carta que Humbert confisca. Nuevamente vemos como se introducen otras voces en el texto a través de géneros discursivos menores como la carta. Humbert esta vez dice presentar la carta como evidencia, por lo cual entendemos que el contenido es literalmente el que fue escrito por Mona. Las palabras de Mona le resultan sospechosas, pero ya Humbert se encuentra demasiado aturdido por la persecución del detective que ahora cambia continuamente de coche, pero es siempre el mismo, con su cabeza semicalva. Aturdido también por las actitudes de Lolita, que para despistar a Humbert inclusive borra la matrícula del coche que los seguía y que él celosamente había apuntado. El comportamiento de Humbert es cada vez más errático. En esta escena, por ejemplo, golpea fuertemente a Lolita en la cara con el dorso de su mano. La paranoia en este punto del relato es extrema: a partir del momento en que Lolita lo distrae, una vez más, para que no alcance al supuesto detective en la ruta con el objetivo de increparlo, Humbert comienza a llevar el arma que posee en el bolsillo.