Las bacantes

Las bacantes Símbolos, Alegoría y Motivos

La mujer animalizada (Motivo)

En la tragedia griega clásica la animalización de los personajes femeninos constituye un mecanismo frecuente. Generalmente, tiende a evidenciar la alteridad radical con la que la sociedad griega antigua concibe a la mujer. La dicotomía vida salvaje/vida en la polis está muy presente en el pensamiento helénico y la exclusión de las mujeres se asocia a la asignación de un carácter salvaje (que solo controlaría la autoridad masculina, de padres y maridos). Por otro lado, esta animalización de los personajes femeninos en la tragedia griega clásica contribuye a la peculiar relación entablada entre las mujeres y el sacrificio: la sociedad griega antigua plantea una concepción de la mujer en la cual la sangre de esta sería particularmente apta para ser vertida en un sacrificio. En las tragedias, de hecho, muchas mujeres son animalizadas y convertidas en víctimas sacrificiales.

En el caso de Eurípides, este recurso de animalización y sacrificio está presente, pero Las bacantes incorpora su vez lo que la crítica ha catalogado como una estrategia de perversión del ritual. En la obra abunda el campo semántico de la animalidad y el sacrificio, pero los elementos que construyen dicho campo se contaminan entre sí y subvierten los modos y agentes del ritual sacrificial.

En Las bacantes, el recurso de la animalización aparece de forma omnipresente y no se limita a lo femenino: se animaliza con una fuerte carga a la mayoría de los personajes, Dioniso incluido. Pero si nos detenemos en el caso de las mujeres, encontramos el mayor conjunto de expresiones a lo largo de la obra que connotan animalización. Estas expresiones tienen lugar en metáforas, donde distintos personajes comparan a las ménades con animales concretos como potrillas, cervatillas, palomas, cisnes, leonas, aves y perras, entre otros. Pero además, bien pueden leerse en la descripción de sus comportamientos: las mujeres brincan o se echan sobre las peñas, rastrean como sabuesos, comen carne cruda y andan en tropel. También se produce un efecto de animalización por entorno: las ménades se ubican en el monte, visten piel de cervatillo, llevan serpientes entre los cabellos que lamen sus mejillas, amamantan bestias, y las fieras las rodean y festejan con ellas.

Sin embargo, a la animalización vinculada a las mujeres en la obra, Eurípides adjunta una particularidad: la ferocidad. A diferencia de lo que dicta la tradición clásica, las ménades no pueden asociarse del todo a la idea de una presa sacrificial, de víctima, en tanto son poseedoras de una fuerza que las vincula, más bien, a animales feroces capaces de destruir a cualquiera que las ataque. Esto parece anticipar un elemento que Penteo no logra registrar a tiempo, y es que la animalidad de las ménades las convierte en potenciales victimarias, en lugar de víctimas, como él da por sentado desde un inicio. En efecto, Penteo termina descuartizado por aquellas a las que él se disponía a apresar. El cazador es cazado por sus presas, las ménades despedazan su cuerpo, al que conciben animal, tal como lo muestra la identificación de su cabeza con la de un león en el marco del delirio dionisíaco de Ágave. Así, el joven rey acaba siendo presa sacrificial en el culto que se disponía a extirpar de su polis.

Esta insubordinación de lo salvaje invierte el par de opuestos víctima/victimario, o bien presa/cazador, lo cual no solo funciona en términos dramáticos para definir el destino trágico de Penteo, sino que también presenta un interés en términos temáticos en lo que se refiere a los roles de género. El culto dionisíaco otorga a las mujeres un poder y una importancia que carecían en la civilización ateniense del siglo V a. C., y el comportamiento de las ménades en el entorno salvaje revela el carácter potencialmente subversivo del género oprimido.

La caza (Motivo)

El motivo de la caza está presente a lo largo de la obra y se evidencia en el lenguaje de los personajes. Esto entra en relación con la gran presencia de la naturaleza y el reino salvaje que existe en la obra, presencia por supuesto motivada por las características del protagonista: dios de las fuerzas salvajes de la naturaleza. Pero además, el motivo de la caza funciona en términos estructurales. La trama se construye sobre el mecanismo del cazador-cazado, ya que incorpora el irónico giro por el cual el rey tebano, que pretende “sacrificar” a las ménades, termina siendo descuartizado por ellas.

En varios momentos, este motivo se hace presente en las metáforas empleadas en los parlamentos de algunos personajes. Por ejemplo, Penteo, cuando sentencia en una ocasión que meterá en prisión a las ménades, dice: “Las encerraré en redes de hierro” (v.323). En lugar de barrotes de celda, entonces, el joven rey habla de “redes” de hierro, dejando así en primer plano a un elemento que no se utiliza para encerrar personas, sino que se emplea para la captura de los animales. El mismo elemento aparece en boca de Dioniso, cuando le tiende la trampa a Penteo en el monte Citerón: “¡Mujeres, nuestro hombre está en la red!” (v.991), grita el dios llamando a la manada de ménades a destruir al capturado Penteo.

Metáforas del estilo construyen a lo largo de la obra esta identificación simbólica entre los personajes y los agentes involucrados en la caza de animales. El motivo de la caza funciona en términos dramáticos y estructurales en tanto reúne y opone fuerzas de poder, y determina, como roles cambiantes, víctima y victimario. Penteo compite contra Dioniso y las ménades por ver quién ocupa cada rol. Esta competencia se sostiene durante toda la obra hasta el momento en que se materializa el acto de caza final.

Como decimos, al final de la pieza tiene especial protagonismo el motivo de la caza, en tanto produce un giro irónico que redistribuye los roles: Penteo acaba descuartizado por aquellas a las que él se disponía a apresar. El cazador es cazado por sus presas, quienes lo exponen orgullosamente como un trofeo en la polis.

El toro (Símbolo)

Más allá de la animalización, que se extiende a lo largo de toda la pieza asociándose a lo femenino, hay un momento particular de la obra en el cual el protagonista se asocia a un animal en específico y de forma explícita. Se trata del momento en que Dioniso hace aparecer un toro en la celda. Esta es una ilusión creada por él y ocasiona que Penteo se desviva por apresar al animal. Según la crítica, el toro funciona específicamente como un símbolo de la fuerza y la potencia de la naturaleza, un símbolo del exceso salvaje al que tanto le teme el joven rey y el cual procura, constantemente, ordenar. El toro es símbolo, también, de la fertilidad, lo cual traza un fuerte puente con el éxtasis sexual que se vive en el monte Citerón y que tanto desespera a Penteo.

Dioniso (Símbolo)

Como abstracción divina, el propio Dioniso funciona como un símbolo de aquello que representa: el exceso, la fuerza de la naturaleza, lo desconocido y el éxtasis. Los comportamientos del dios deben concebirse, entonces, en términos simbólicos, en tanto accionan sobre los hombres a la manera en que lo hacen las fuerzas de aquello que encarna. Dioniso, como se trabajó en análisis, se presenta en la obra como un símbolo de todo lo que un griego civilizado de la época, como Penteo, considera ajeno, desconocido, bárbaro. El hecho de que Penteo rechace o niegue esta fuerza y acabe así en un destino trágico también debe pensarse en términos simbólicos: el hombre no debe oponerse a la naturaleza ni luchar contra ella, puesto que estaría negando una parte de sí mismo.

El doble de Dioniso (Símbolo)

Para escapar de la celda, Dioniso hace aparecer un doble de sí mismo. Esto confunde a Penteo, quien intentando luchar contra esta aparición, se retuerce agitando su espada contra el aire. De cierto modo, este doble que Dioniso trae a la escena funciona como un símbolo del carácter de por sí dual que lo define: él es un dios (y, por ende, una abstracción), pero también ocupa, con su apariencia antropomórfica, un lugar en el plano terrestre. La naturaleza dual de Dioniso implica también, recordemos, varios pares de opuestos que configuran su carácter ambiguo: griego y extranjero, beneficioso y peligroso, vital y mortal.

Al mismo tiempo, la escena de Penteo debatiéndose contra esta aparición es, de por sí, simbólica. El joven rey se desgasta invirtiendo todas sus fuerzas sin lograr influir en eso que quiere destruir. La situación funciona como un símbolo de la imposibilidad de combatir a la divinidad por medio de la fuerza. Penteo, queriendo atacar lo divino en lugar de reconocer su poder y habitar la gracia desde su lugar de mortal, acaba atacándose a sí mismo, se lastima en esta lucha contra el aire y, poco después, sentencia su propia muerte, justamente, por sostener su voluntad de combatir al dios.

La vestimenta femenina de Penteo (Símbolo)

Dioniso convence a Penteo de vestirse de mujer para poder ir al monte Citerón sin ser atacado por las ménades, y el joven rey acepta, llevado por la curiosidad de presenciar los ritos dionisíacos. Así, en el momento en que Penteo se viste de mujer, su destino parece definirse: Dioniso empieza a ejercer su poder sobre el rey, quien ahora pide al dios instrucciones y se deja conducir hacia lo que terminará siendo su muerte.

Teniendo en cuenta que la obra trabaja una interrelación entre el género y el orden social, la crítica considera la vestimenta femenina de Penteo como un símbolo de la pérdida del poder jerárquico. En el sistema social patriarcal de la época, estaba claro que las mujeres habitaban un escalón más abajo que los varones en términos de derechos civiles, al igual que gozaban de menos libertades por el solo hecho de ser mujeres. Es interesante, en este sentido, la propuesta de Eurípides: basta con que la misma persona esté vestida de mujer para que sus derechos y poder disminuyan radicalmente, y para que pase a estar sometido a una voluntad masculina (en este caso, la de Dioniso). De este modo, la escena en que Penteo se viste de mujer funciona en términos simbólicos al mismo tiempo que expone, o denuncia, el carácter arbitrario de los roles de género.