Las bacantes

Las bacantes Resumen y Análisis Tercera parte (vv. 520-774)

Resumen

Mientras se dirige al río sagrado de Tebas, el coro de bacantes clama por el rechazo que enfrenta Dioniso en el lugar de su nacimiento y promete que pronto la ciudad reconocerá su nombre. Luego, las bacantes rezan para que Dioniso las libere de la captura que Penteo impone sobre ellas. De repente, se desatan relámpagos y truenos, la tierra tiembla, y la voz de Dioniso grita desde el interior del palacio, que ahora se ve destruido. El fuego de un rayo puede verse en la tumba de Sémele.

Dioniso (aún personificado como mortal) emerge de los escombros y le habla al coro. Cuenta que escapó de las cadenas con facilidad. Dentro de la celda, mientras Penteo intentaba esposarlo, un toro entró y el joven rey creyó que este era Dioniso, así que intentó encadenar al animal, pero le fue imposible. Dioniso es el autor de esa ilusión y luego de otra, cuando creó a un doble de sí mismo, y Penteo apuñaló al aire intentando matarlo.

Aparece en escena Penteo, furioso, exigiendo saber cómo escapó Dioniso. Este último, disfrazado de joven extranjero, responde que el dios lo ayudó.

Entra un Mensajero, pastor del monte Citerón, que trae noticias fantásticas sobre las ménades, como se conoce a las tebanas que celebran a Dioniso en el monte, así como de los milagros que hacen. Cuenta que él y algunos compañeros pastores se cruzaron con tres grupos de ménades, uno de los cuales estaba dirigido por la propia madre de Penteo, Ágave. Las mujeres dormían, castas y serenas, en lugar de borrachas y lascivas, como había imaginado Penteo. Los pastores, queriendo ganarse el favor del rey, quisieron tenderle a las mujeres una emboscada soltando un ganado para que las atacara, pero al oír el mugido del ganado, las mujeres se despertaron. Una de ellas golpeó el suelo con su tirso y un manantial fresco comenzó a fluir libremente del suelo. Otra mujer hizo lo mismo, provocando un manantial de vino. Comenzaron a celebrar bailando y corriendo con las fieras. Sin esfuerzo, las ménades destruyeron a sus adversarios y también las construcciones de las aldeas cercanas. El Mensajero le dice a Penteo que dé la bienvenida al nuevo dios, Dioniso, que es poderoso y tiene muchos dones que ofrecer: sería una locura, asegura, oponerse a él.

Análisis

En estas escenas comienza la caída de Penteo. Su intento frustrado por esposar a Dioniso condensa claramente la inutilidad de su lucha: está intentando encadenar a un toro salvaje, un símbolo de la fuerza de la naturaleza. Su adversario es de una fuerza superior, pero él no quiere reconocerlo, y el esfuerzo lo deja exhausto y humillado. Acto seguido el dios vuelve a engañar a Penteo con la falsa imagen de sí mismo, produciendo que el joven rey dé saltos salvajes en el aire, usando todas sus fuerzas contra un enemigo inaprensible. Estos dos hechos sobrenaturales, la aparición del toro y del doble de Dioniso, son seguidos por otras demostraciones de la fuerza divina del protagonista, cuya voz brota desde el cielo mientras las llamas vibran alrededor del palacio. El rayo en la tumba de Sémele funciona para sellar esta serie de demostraciones del carácter divino de Dioniso: el rayo replica el caído del cielo en el momento de nacimiento del joven dios.

La lucha de poder entre el protagonista y el antagonista de la obra se evidencia desequilibrada: las escenas muestran los poderes divinos de Dioniso y, al mismo tiempo, al agotado e impotente Penteo. Mientras el primero vence sin esfuerzo, el otro es vencido tras haber agotado todas sus fuerzas. Este desequilibrio deja en evidencia la irracionalidad de la actitud del joven rey de Tebas: queda claro, para el resto de los personajes y para los espectadores, que la lucha no tiene sentido, que Penteo jamás vencerá a Dioniso, que nunca podrá terminar con su culto.

Al perseguir su campaña contra Dioniso, Penteo no actúa sabiamente, y la llegada del Mensajero no hace sino certificar esto. El Mensajero ofrece el testimonio de quien, aun con la voluntad de combatir el culto dionisíaco (para ganarse así el favor del rey), cambió su parecer ante la evidencia. Sus palabras muestran la sabia plasticidad de quien se permite modificar su opinión al comprobar que lo prefigurado no condice con la realidad que se presenta a sus ojos. Esto deja expuesta la actitud contraria de Penteo, quien incluso ante hechos y relatos que prueban la inmensidad inabarcable de su adversario, opta por seguir negándolo, seguir intentando combatir a un dios. El joven rey, cegado por su visión propia de la realidad, no escucha ni ve con claridad y rechaza todo lo que no encaje con su pensamiento. Este camino lo aleja de la verdad a la vez que sentencia su condena.

Penteo no actúa con sabiduría, según dice el propio Dioniso, porque no sabe refrenar sus pasiones. Esto será interesante para analizar el comportamiento que tendrá el propio Dioniso al final de la pieza, cuando no parece tampoco controlar los impulsos de la pasión. Su venganza contra Penteo y la familia real será excesivamente brutal, y no exhibirá templanza alguna.

La historia del Mensajero describe un mundo donde las mujeres se han reunido con las fuerzas primarias de la naturaleza en contraposición a los ordenamientos de la civilización humana. Como se había mencionado anteriormente, la obra exhibe a la naturaleza (y a Dioniso y las bacantes, quienes la encarnan) en toda su ambivalencia. La naturaleza es capaz de benevolencia y también de destrucción. Provee a las ménades con abundancias, como los manantiales de vino y leche que brotan milagrosamente de la tierra; y recibe, además, los cuidados de estas, como cuando las madres amamantan a las gacelas jóvenes y a los cachorros de lobo. Pero al atacar a las mujeres, los pastores incitan a la otra cara de la naturaleza; esa cara brutal, destructiva, abrumadora. Debe tenerse en cuenta que las ménades atacan elementos relacionados con la civilización, como animales domésticos y pueblos. Las bestias que han sido dominadas por el hombre son destruidas; los edificios, elaborados por la habilidad y el ingenio civilizatorios, son saqueados. Las ménades, armadas sólo con ramas arrancadas de los bosques, infligen heridas mortales a los aldeanos. En el relato del Mensajero, queda claro que la fuerza de la divinidad es superior a la de los mortales. Las escenas relatadas funcionan como advertencia y como indicio: quien quiera se inmiscuya entre el universo de las ménades procurando destruirlo, no logrará más que convertirse en una presa de sus pretendidas adversarias. Penteo, sin embargo, no parece reparar en esta señal, y no cesa en su empresa, dando así pasos definitivos hacia su propio destino trágico.