La siesta del martes

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La muerte

En general, en la obra de García Márquez la muerte se presenta como un acontecimiento esperado y natural, que forma parte de la realidad cotidiana de los personajes. En “La siesta del martes”, la muerte es el elemento desencadenante del argumento, pues es a partir de ella que se generan las acciones que presenta el narrador.

Carlos Centeno Ayala, un hombre caracterizado por su pobreza, es asesinado por la viuda Rebeca en un pueblo cuyo nombre no se explicita, pero que se reconoce como Macondo, la población caribeña en la que transcurre la novela Cien años de soledad. Al inicio del relato, la madre y la hermana del muerto se dirigen al pueblo donde ocurrió la tragedia para homenajear al difunto y dejar flores en su tumba.

Como puede verse a lo largo del relato, y especialmente en la conversación con el cura, la madre acepta la muerte del hijo sin rebelarse contra quien la causó. La naturalidad en la aceptación de la tragedia revela toda una cosmovisión encarnada en el personaje de la madre, quien representa a un grupo social marginado, acostumbrado a las pérdidas y las privaciones, pero que acepta con dignidad la dimensión trágica de sus vidas.

La relatividad de los valores morales

A través del conflicto que se genera en torno a la muerte de Carlos Centeno, el relato propone al lector una reflexión sobre la relatividad de los valores morales.

Durante la charla del cura y la madre de Carlos, se ponen en contraste dos posturas morales: el sacerdote reprueba el accionar de Carlos Centeno y lo atribuye a su baja conducta, producto de una educación deplorable. La madre, por su parte, defiende al hijo desde su propia perspectiva moral, y destaca que ella le aconsejaba que nunca robara algo que una persona necesitara para comer. Desde esta óptica, robar por necesidad a una persona rica no se considera una falta. Por eso, la muerte aparece como un castigo desmesurado para Carlos, quien, en todo caso, solo buscaba algo que comer.

Desde la perspectiva de la madre, entonces, los valores morales son determinados con base en un hecho social en particular y, por ende, no se trata de valores absolutos, sino relativos, que deben ser interpretados en un contexto específico. El cura, por el contrario, representa el preconcepto de que la desigualdad entre pobres y ricos es una parte normal de la sociedad. Desde esta perspectiva, la pobreza es el resultado de una vida que no se rige por los preceptos de la moral cristiana. Este discurso del sacerdote protege a Rebeca, puesto que considera que la viuda, en pleno ejercicio de sus derechos, actuó en defensa de su patrimonio y de su integridad, y en contra de un sujeto desviado del sendero del bien.

La pobreza y la denuncia social

Al igual que en muchos otros de sus relatos, el foco de “La siesta del martes” está puesto sobre estos personajes pobres y desposeídos, con el objetivo de visibilizar y denunciar la desigualdad social estructural de los pueblos de la región caribeña.

A través de la descripción de los personajes, el narrador introduce la problemática de la pobreza y la marginación social: a lo largo del relato, son muchas las indicaciones de la voz narradora sobre la pobreza de la madre y de la niña: indican que sus vestimentas son pobres, que el rostro de la madre presenta rasgos de un envejecimiento prematuro, e incluso se señala que la niña no está acostumbrada a usar zapatos. Además, viajan en el vagón de tercera clase, con lo que el lector puede hacerse una imagen completa de la pobreza de las dos mujeres. La descripción de Carlos Centeno también se focaliza en la pobreza: el narrador indica que el hombre viste de forma andrajosa y sostiene sus pantalones con una soga en lugar de un cinturón.

Las observaciones de la voz narradora proponen un contrapunto entre el rico y el pobre a través del cual se manifiesta la dimensión de protesta del relato. El enfrentamiento entre la madre y el cura, por un lado, y entre Carlos y Rebeca, por el otro, revelan las cosmovisiones y los valores morales de dos grupos sociales contrapuestos: por un lado, el cura protege a Rebeca, una mujer de clase media que vive sola en su enorme casa, y culpa a la madre por no haber criado bien a su hijo. La actitud de la madre frente a tales acusaciones es la de una persona acostumbrada a las injusticias y al sufrimiento: se mantiene tranquila y se siente segura de sí misma. La madre justifica a su hijo desde su propia moral: para ella, robar por necesidad a alguien que tiene de sobra no está mal. Con todo ello, García Márquez denuncia la profunda desigualdad social de la región que habita, rescatando las historias de las clases marginadas y desposeídas.

La soledad

Si bien el relato no lo trabaja explícitamente, la soledad es uno de los temas fundamentales de García Márquez y se expresa en toda su obra, al punto de dar título a su novela más famosa, Cien años de soledad. En “La siesta del martes”, la soledad atraviesa toda la narración como un subtexto, como un elemento implícito, y se manifiesta tan solo en la figura de Rebeca, la viuda que lleva veintiocho años de vida solitaria.

En primer lugar, la soledad se manifiesta en las descripciones de los paisajes y de los personajes: la madre y la hija se encuentran solas en el vagón de tercera categoría del tren, rumbo a un destino desconocido para el lector; sus silencios, sus vestidos de luto y todo su aspecto transmiten al lector un profundo sentimiento de soledad. El tren atraviesa extensas plantaciones bajo un calor sofocante; los poblados se repiten una y otra vez en el horario cristalizado del mediodía. La espacialidad se constituye así como un factor de aislamiento que ayuda a reforzar esa sensación de soledad ya mencionada en los personajes.

Luego, cuando madre e hija llegan al pueblo a la hora de la siesta, ese tiempo muerto de la tarde también vehiculiza el sentimiento de soledad: todo está cerrado, las calles están vacías (salvo por la presencia de algunas personas que duermen a la sombra de los almendros), y las recién llegadas deben avanzar solas por el pueblo desierto.

Una vez en la casa cural, cuando el sacerdote amonesta a la mujer por la crianza del hijo, la soledad también se manifiesta como una distancia entre la clase social representada por la mujer y la clase media, cuya conciencia moral representa el cura. La madre pertenece a una clase social marginada, que sobrevive como puede, sin poder integrarse plenamente a la clase trabajadora o a la burguesía. En este sentido, la soledad se manifiesta como una dimensión de la denuncia social que el autor realiza a través de su obra.

Finalmente, la soledad se presenta, como hemos dicho al inicio, a través del personaje de Rebeca: se trata de una señora perteneciente a la burguesía del pueblo, que ha pasado las últimas tres décadas viviendo sola en una enorme casa; los miedos de Rebeca han crecido con el paso del tiempo y como consecuencia de la vida solitaria, por lo que en el texto se presenta como una mujer miedosa, capaz de cometer actos extremos movida por sus nervios y sus ansiedades. A través de este personaje, el autor parece demostrar los estragos que la soledad puede causar en un sujeto.

La vida y las costumbres del pueblo

La madre y la hija llegan a su destino a las dos de la tarde. Se trata de un pueblo caribeño, perdido en medio de las plantaciones de bananos, que en su indefinición representa una imagen generalizada de las costumbres y los modos de vida de los pueblos de la región.

Como señala la voz narradora, la principal actividad económica del pueblo es el trabajo en las plantaciones, por lo que sus habitantes son, en su mayoría, mano de obra poco remunerada. La fisonomía del pueblo también delata su dependencia de las plantaciones: la mayoría de las casas están construidas según los planos utilizados por la compañía bananera, por lo que presentan un aspecto monótono y falto de elementos originales o particulares.

A la hora de la siesta, el pueblo se encuentra totalmente paralizado y resulta poco acogedor, casi amenazante, para las recién llegadas. A través de la representación del pueblo, la voz narradora pone en evidencia los ritmos de vida de las poblaciones caribeñas. El calor del trópico hace imposible realizar actividades entre el mediodía y la tarde, por lo que todo el mundo se sume en un sopor sofocante. Este ritmo de vida, marcado por la práctica cultural de la siesta, se convierte en un rasgo identitario de las poblaciones caribeñas a las que García Márquez dedica su literatura.