La siesta del martes

La siesta del martes Imágenes

El viaje en tren

En el relato abundan las imágenes del viaje en tren que realizan la madre y la hija. A través de ellas se presentan tanto los paisajes como el tren y su interior:

El tren salió del trepidante corredor de rocas bermejas, penetró en las plantaciones de banano, simétricas e interminables, y el aire se hizo húmedo y no se volvió a sentir la brisa del mar. Una humareda sofocante entró por la ventanilla del vagón. En el estrecho camino paralelo a la vía férrea había carretas de bueyes cargadas de racimos verdes. Al otro lado del camino, intempestivos espacios sin sembrar, había ventiladores eléctricos, campamentos de ladrillos rojos y residencias con sillas y mesitas blancas en las terrazas, entre palmeras y rosales polvorientos (p. 95).

En estas descripciones, los sonidos y los olores son de gran importancia:

Afuera, en el misterioso silencio de las plantaciones, la sombra tenía un aspecto limpio. Pero el aire estancado dentro del vagón olía a cuero sin curtir. El tren no volvió a acelerar. Se detuvo en dos pueblos iguales, con casas de madera pintadas de colores vivos (p. 96).

Por la ventanilla entraba un viento ardiente y seco, mezclado con el pito de la locomotora y el estrépito de los viejos vagones (p. 96).

Por otra parte, el narrador destaca constantemente la monotonía del paisaje:

... el tren atravesó muy despacio un puente de hierro y pasó de largo por un pueblo igual a los anteriores, sólo que en éste había una multitud en la plaza. Una banda de músicos tocaba una pieza alegre bajo el sol aplastante. Al otro lado del pueblo, en una llanura cuarteada por la aridez, terminaban las plantaciones (p. 96).

La madre

Al describir a la madre, la protagonista del relato, el narrador destaca su apariencia desmejorada y su humilde vestimenta, al mismo tiempo que la dignidad de su postura y la tranquilidad con la que se mueve:

La mujer parecía demasiado vieja para ser su madre, a causa de las venas azules en los párpados y del cuerpo pequeño, blando y sin formas, en un traje cortado como una sotana. Viajaba con la columna vertebral firmemente apoyada contra el espaldar del asiento, sosteniendo en el regazo con ambas manos una cartera de charol desconchado (pp. 95-96).

La casa cural

De la casa cural, en la que vive el sacerdote con su hermana, el narrador menciona primero su aroma: “Entraron, en una sala impregnada de un viejo olor de flores” (p. 98). Luego, describe la sala de espera, un espacio pulcro y ordenado:

La angosta sala de espera era pobre, ordenada y limpia. Al otro lado de una baranda de madera que dividía la habitación, había una mesa de trabajo, sencilla, con un tapete de hule, y encima de la mesa una máquina de escribir primitiva junto a un vaso con flores. Detrás estaban los archivos parroquiales (p. 98).

Carlos Centeno Ayala

La única descripción que da el narrador de Carlos Centeno remite al momento en que encuentran su cadáver frente a la puerta de la casa de Rebeca. A pesar de su brevedad, la imagen no carece de peso dramático y evidencia la situación de pobreza en la que el joven vivía: “El hombre que amaneció muerto frente a la casa, con la nariz despedazada, vestía una franela a rayas de colores, un pantalón ordinario con una soga en lugar de cinturón, y estaba descalzo” (p. 99).