La siesta del martes

La siesta del martes Citas y Análisis

A las doce había empezado el calor. El tren se detuvo diez minutos en una estación sin pueblo para abastecerse de agua. Afuera, en el misterioso silencio de las plantaciones, la sombra tenía un aspecto limpio. Pero el aire estancado dentro del vagón olía a cuero sin curtir.

Narrador, p. 96

En este apartado, el narrador presenta dos rasgos contextuales importantes sobre el lugar en el que transcurren los hechos del relato. El primero de ellos está relacionado con el clima: a partir de ese momento, el calor comienza a ser agobiante, un rasgo característico de la región caribeña que marca el estilo de vida de la gente.

El segundo rasgo tiene que ver con el modelo económico que rige aquellos pueblos, basado en el monocultivo de bananos. Además, en este mismo apartado se vislumbra la situación económica de la madre y la hija, que viajan en tercera clase y sufren la falta de comodidades.

El tren no volvió a acelerar. Se detuvo en dos pueblos iguales, con casas de madera pintadas de colores vivos.

Narrador, p. 96

En esta cita, el narrador reflexiona sobre la identidad de los pueblos caribeños, destacando su aparente uniformidad; construidas en serie por la empresa bananera para sus empleados cerca de las plantaciones, las casas tienen todas la misma estructura. Sin embargo, a pesar de esto, García Márquez plasma en sus relatos parte de la idiosincrasia caribeña a través de los colores vibrantes con los que las casas están pintadas. Estos colores dotan de individualidad al paisaje y reflejan la impronta de sus habitantes.

(...) la madre la esperaba para comer. Le dio un pedazo de queso, medio bollo de maíz y una galleta dulce, y sacó para ella de la bolsa de material plástico una ración igual.

Narrador, p. 96

La comida de la madre y la hija durante el viaje en tren funciona como otro indicio de su situación económica, ya que los alimentos no son abundantes, y su valor nutricional es precario.

(...) el tren atravesó muy despacio un puente de hierro y pasó de largo por un pueblo igual a los anteriores, sólo que en éste había una multitud en la plaza. Una banda de músicos tocaba una pieza alegre bajo el sol aplastante.

Narrador, p. 96

En uno de los tantos pueblos idénticos que se observan desde el tren, aparece un grupo de músicos con público interpretando melodías alegres a pesar del extremo calor. Esta breve situación aporta a la construcción del contexto cultural del relato y demuestra la importancia de la música como evento cultural: a pesar del calor, los pobladores disfrutan de aquella pieza alegre. En este fragmento, García Márquez cristaliza la idiosincrasia y el estilo de vida de los pueblos costeros de Centroamérica, al igual que lo hace en sus vastos trabajos, en los que desarrolla el universo macondiano.

Las casas, en su mayoría construidas sobre el modelo de la compañía bananera, tenían las puertas cerradas por dentro y las persianas bajas. En algunas hacía tanto calor que sus habitantes almorzaban en el patio. Otros recostaban un asiento a la sombra de los almendros y hacían la siesta en plena calle.

Narrador, p. 97

El calor y las condiciones materiales de vida determinan las rutinas cotidianas del pueblo. En este pasaje, el narrador expresa cómo el contexto climático está íntimamente ligado con el contexto económico: durante la hora de la siesta, las personas pobres, con sus casas precarias, construidas en serie y sin ningún aparato de refrigeración, padecen menos calor en los patios que dentro de sus propios hogares.

La mujer de la casa las condujo hasta un escaño de madera y les hizo señas de que se sentaran. La niña lo hizo, pero su madre permaneció de pie, absorta, con la cartera apretada en las dos manos.

Narrador, p. 98

En esta cita, la madre permanece de pie, en una postura firme y rigurosa, mientras espera la aparición del cura. Su actitud corporal frente a la delicada situación que atraviesa (la reciente muerte de su hijo) denota tenacidad, convicción y dignidad.

Orientándose no tanto por el ruido de la cerradura como por un terror desarrollado en ella por 28 años de soledad, localizó en la imaginación no sólo el sitio donde estaba la puerta sino la altura exacta de la cerradura. Agarró el arma con las dos manos, cerró los ojos y apretó el gatillo. Era la primera vez en su vida que disparaba un revólver. Inmediatamente después de la detonación no sintió nada más que el murmullo de la llovizna en el techo de cinc.

Narrador, p. 99

Este fragmento, que narra el momento en que Rebeca mata a Carlos Centeno, resulta de especial importancia, ya que el narrador rompe con la temporalidad lineal del relato y retrocede en el tiempo para esclarecer los motivos de la visita de la madre a aquel pueblo. A su vez, la voz narradora sufre una transformación, ya que deja de limitarse a contar lo que observa y agrega detalles que van más allá de lo que sucede, como que Rebeca lleva una vida solitaria y que es la primera vez que dispara un arma.

—La voluntad de Dios es inescrutable —dijo el padre.
Pero lo dijo sin mucha convicción, en parte porque la experiencia lo había vuelto un poco escéptico, y en parte por el calor.

Narrador, p. 100

Durante el diálogo entre la madre y el cura sobre los motivos que llevan a Carlos Centeno a convertirse en ladrón, el cura finaliza la charla demostrando el poco compromiso que tiene con la situación. Su interés está puesto en volver a dormir la siesta y no en consolar a la madre. De esta forma, se presenta al personaje del sacerdote como una persona perezosa y poco implicada en los problemas de su comunidad.

Cuando la puerta se abrió por completo los niños se dispersaron. A esa hora, de ordinario, no había nadie en la calle. Ahora no sólo estaban los niños. Había grupos bajo los almendros. El padre examinó la calle distorsionada por la reverberación, y entonces comprendió. Suavemente volvió a cerrar la puerta.

Narrador, p. 101

En esta cita se puede apreciar el uso de un recurso narrativo común a toda la obra de García Márquez: el dato oculto. El cura comprende algo al asomarse por la puerta, pero esto no se revela. De esta forma, el dato oculto funciona como un elemento misterioso que genera intriga y retiene la atención del lector, a la vez que lo obliga a adoptar una actitud activa frente al texto: en este pasaje, queda en sus manos interpretar qué pudo comprender el cura al asomarse por la puerta.

—Esperen a que baje el sol —dijo el padre.
—Se van a derretir —dijo su hermana, inmóvil en el fondo de la sala—. Espérense y les presto una sombrilla.
—Gracias —replicó la mujer—. Así vamos bien.
Tomó a la niña de la mano y salió a la calle.

Narrador, p. 101

Así finaliza el relato, con una elipsis literaria que priva al lector de la resolución del conflicto. La madre y la hija salen de la casa cural y se enfrentan al tumulto de gente que las espera. Sin embargo, no se aclara con qué motivo se ha reunido la gente, ni cómo actúan la madre y la hija frente a esta situación, y todo ello queda librado a la interpretación del lector.