La marca en la pared

La marca en la pared Resumen y Análisis Parte 1

Resumen

La narradora, una mujer sentada en una silla frente al hogar de su casa, nota una mancha negra en la pared blanca e intenta descubrir de qué se trata y cuál es su origen. Para esto, rememora la primera vez que la notó. Fue en invierno, a mediados de enero de ese mismo año, por lo que las brasas estaban encendidas en el hogar. Aquella primera imagen la lleva a pensar en una bandera carmesí flameando en la torre de un castillo y en un grupo de caballeros rojos que ascienden por una ladera. La presencia de la marca, que la narradora describe como pequeña, redonda y negra, interrumpe esa fantasía y la devuelve a su hogar.

La narradora se sorprende por la facilidad con que los pensamientos giran como hormigas en torno a un nuevo objeto y teoriza que la marca puede ser un agujero hecho por un clavo colocado para colgar un cuadro, o quizás una miniatura. El flujo de pensamiento empuja entonces a la narradora a imaginar la miniatura, que debería ser de una dama con rizos empolvados y labios rojos. Esto la hace pensar en las personas que vivieron en la casa antes que ellos y qué tipo de cuadros les habrá sido grato colgar; seguramente uno antiguo, ya que los habitantes anteriores eran personas singulares, que se mudaron porque querían cambiar el estilo de sus muebles.

Análisis

La marca en la pared" es el primer cuento publicado de Virginia Woolf y, aunque es relativamente corto, no por ello carece de complejidad. Su uso del fluir de la conciencia, su sutil comentario sobre los roles sociales de hombres y mujeres, su introspección y su representación de la realidad como subjetiva e incognoscible prefiguran los temas y las formas de sus obras posteriores.

En este sentido, cabe destacar que en este cuento, como en toda la obra de Virginia, se puede apreciar que hay una originalidad y una frescura en la manera en que la autora trata de presentar la realidad y a las personas. En un famoso ensayo escrito por Woolf como respuesta a una crítica que le había realizado el escritor Arnold Bennett, la autora critica a los novelistas de su época por sobrevalorar las descripciones cultas y pedantes y, al mismo tiempo, fallar completamente en la representación de la complejidad de la gente real. Con respecto a esto último, Virginia Woolf también insta al lector a no esperar de los novelistas una presentación completa y satisfactoria de los personajes, sino a tolerar lo oscuro, lo fragmentario y lo fallido en el intento de representación de la psicología humana, puesto que esta es la forma que más se aproxima a la verdadera naturaleza del ser humano moderno. Es importante tener en cuenta estos alegatos sobre la obra literaria, puesto que explican en gran parte la naturaleza de “La marca en la pared”.

A nivel estructural, Woolf emplea en este cuento la técnica del monólogo interior o fluir de la conciencia para representar las meditaciones de una narradora en primera persona que, mientras especula sobre la naturaleza de una marca en la pared, reflexiona sobre una variedad de temas e incluso se cuestiona la propia naturaleza del conocimiento. Cada reflexión regresa a la marca en la pared y vuelve a perderse luego en el flujo de pensamiento de la narradora, construyendo así la estructura narrativa del cuento.

Este flujo de pensamiento pone en evidencia otra premisa presente en toda la obra de Woolf: la idea de que pueden estar sucediendo muchísimas cosas en un breve periodo de tiempo, aunque nomás sea en el interior de una casa, con un personaje sentado junto al fuego. Así, la narración progresa no en términos de acción sino de pensamientos, de recuerdos, arrepentimientos, deseos, dudas y convicciones que se suceden y que representan el proceso mental de la protagonista.

Este abordaje de la psicología de la protagonista desde la propia estructura del relato pone en evidencia la filiación de la obra de Virginia Woolf con el movimiento literario modernista, cuyos representantes no se interesan tanto por contar historias sino por realizar en profundidad un análisis psicológico de los personajes. El modernismo es un movimiento artístico que se desarrolla en el primer tercio del siglo XX y que pone de manifiesto un deseo de experimentación y de renovación en el panorama artístico de la época.

En el ámbito de la literatura, entre sus máximos representantes pueden mencionarse a los poetas Ezra Pound y T. S. Eliot; al escritor James Joyce, cuya novela Ulises es considerada una obra maestra del fluir de la conciencia, y, por supuesto, a Virginia Woolf, cuyas obras también exploran las posibilidades de la estructura narrativa y los nuevos modos de representar a la sociedad moderna.

Las principales características del modernismo son la ruptura que pretende lograr con los valores y presupuestos literarios establecidos durante la época victoriana y la constante manipulación de la forma, con la intención de innovar y de encontrar nuevas vías para poder representar la nueva realidad sociocultural del primer tercio del siglo XX. Esta experimentación formal que caracteriza la estética modernista se desarrolla tanto en la poesía como en la narrativa. Así, los modernistas no se preocupan tanto por contar historias, sino que les interesa realizar profundos análisis psicológicos de sus personajes. Para ello, el lenguaje que utilizan se enriquece con símbolos, metáforas y numerosos recursos estilísticos que tradicionalmente se utilizaban en la poesía. Un claro ejemplo de esto puede observarse en Mrs. Dalloway, una de las novelas más famosas de Virginia Woolf.

A su vez, la crisis del paradigma positivista que comienza a observarse en el mundo occidental a partir de la Primera Guerra Mundial, y que pone en duda la capacidad humana para conocer la realidad y comprenderla, se ve reflejada en la búsqueda de los modernistas. Gran parte de la obra de Virginia Woolf (y “La marca en la pared” es un claro ejemplo de ello) demuestra que las técnicas utilizadas hasta el momento por el realismo literario no son válidas para representar la experiencia humana en toda su complejidad. Por eso, los modernistas consideran que, como el individuo solo puede percibir el mundo mediado por sus sentidos y sus procesos mentales, la mejor forma de reflejar la realidad es explorando la psiquis de sus personajes. Para lograrlo, la técnica más utilizada por dichos escritores es el fluir de la conciencia, ya mencionado anteriormente, que les permite imitar el flujo libre de pensamiento como una superposición de imágenes, sensaciones, pensamientos y recuerdos que se acumulan, y que se vinculan muchas veces de formas incomprensibles o azarosas. De esta forma, en “La marca en la pared”, la narración pretende crear la ilusión de que el lector está observando la mente de la protagonista y los procesos psíquicos tal cual suceden en su conciencia.

Para observar de qué manera la propuesta de “La marca en la pared” es original y se aleja del realismo que caracterizó a la literatura de fines del siglo XIX, es interesante analizar cómo están tratadas algunas dimensiones básicas de la estructura del cuento. Hasta el momento, nos hemos referido a la particularidad de la narradora y protagonista, pero igualmente interesante es el tratamiento del tiempo y del espacio en la obra.

El comienzo de la historia se complica casi de inmediato cuando el lector trata de discernir la línea de tiempo de lo que está sucediendo. La narradora se refiere en la primera frase al momento en que notó la marca en la pared por primera vez: “Creo que fue a mediados de enero de este año cuando levanté la vista y vi la marca en la pared por primera vez. Para indicar una fecha primero debo recordar lo que vi” (p. 7). Sin embargo, a esta frase le sigue, como marca temporal, la enunciación en presente: “Así que ahora pienso en el fuego, en la luz amarilla fija sobre la página de mi libro, en los tres crisantemos redondos sobre la chimenea...” (p. 7), y la enumeración continúa. La autora recuerda que estaba fumando un cigarrillo, recuerda el carbón ardiendo, se le hace presente “aquella vieja imagen de la bandera roja flameando en la torre del castillo” (p. 7) y piensa en “los caballeros rojos ascendiendo por la ladera de la roca negra” (p. 7). Toda esta enumeración, comprende el lector, se refiere a los pensamientos que tuvo esa primera vez que la narradora vio la marca y que ahora, en el presente de su enunciación, está recordando. Luego, la enunciación en presente es utilizada para presentar todos los pensamientos que desencadena la contemplación de la marca, que todavía está allí en el momento en el que la narradora enuncia su historia. Así, la primera y la última oración del cuento están enunciadas en pretérito imperfecto, el tiempo del pasado que corresponde a la descripción de una situación en pasado, mientras que el resto del relato se enuncia en presente, algo que señala que la vida interior de la narradora está en tiempo presente, excepto cuando hace referencias a la realidad temporal, cronológica.

Como es posible observar, “La marca en la pared” explora el tiempo como una unidad estructural flexible: es imposible para el lector saber cuánto tiempo pasa entre el inicio del relato y su final, pero, a pesar de las nueve páginas de extensión que lo conforman, podría aventurarse que en la vida de la narradora pasan, probablemente, pocos minutos. De esta forma, el tiempo interno de los personajes es una dimensión flexible, capaz de extenderse en una serie nutrida de pensamientos que, sin embargo, se suceden todos en pocos segundos de la realidad física.

Aunque es imposible saberlo realmente, muchos críticos señalan la influencia en la obra de Virginia Woolf del filósofo Henri Bergson y su trabajo sobre la concepción del tiempo, que se popularizó a principios de la segunda década del siglo XX en Inglaterra. Para Bergson, es posible pensar el tiempo desde dos perspectivas: la primera hace referencia al tiempo concreto, social, de percepción instituida y regulada, al que llama, efectivamente, "tiempo" (temps en francés). La segunda concepción tiene que ver con la experiencia subjetiva del tiempo, no lineal, provisoria, sujeta a cambios, que Bergson llama "duración" (durée). El tiempo concebido como duración es el que se asocia mejor al fluir de la conciencia que Woolf quiere retratar. Así, en su cuento es posible para el lector interpretar numerosos estados de conciencia solapados entre sí que, para poder enunciarse, son ordenados dentro de una estructura narrativa que los vuelve lineales; cada uno de estos estados permea o influye sobre los otros y los empuja en una cierta dirección, que la protagonista repone al hilar ese flujo caótico y presentar sus ideas en una suerte de relación causa-consecuencia (no entre los hechos pensados sino entre cómo están siendo pensados).

El fluir de la conciencia que propone Woolf, entonces, es un medio para mostrar cómo las formas de pensar de un personaje, sus rutinas y la percepción del tiempo son todos elementos intervinculados que estructuran y organizan la experiencia del personaje e incluso sus relaciones con el mundo exterior, es decir, con otros personajes y con la sociedad.