El nombre de la rosa

El nombre de la rosa Temas

La religión y la política

La novela desarrolla extensamente diferentes aspectos de la religión cristiana durante la Edad Media y el modo en que esos aspectos influyen en la vida de las personas. Desde la llegada de Guillermo y Adso a la abadía, este descubre las disputas que se suscitan entre distintas órdenes y entre los llamados “herejes”. Así, rápidamente, el panorama religioso se conecta con el ambiente político de la época, con lo cual se hace evidente el fuerte nexo entre política y religión.

En efecto, si bien Guillermo y Adso se concentran en resolver los misteriosos crímenes de los monjes, el verdadero motivo de su visita a la abadía es participar de una disputa teológica entre representantes del Papa y miembros de la orden franciscana. Motiva esa reunión la gran controversia que atraviesa a la Iglesia católica del siglo XIV en torno a dos temas: el conflicto entre el Papa y el Emperador, y la cuestión en torno a la pobreza de Cristo y sus seguidores.

Tal como le explica Guillermo a Adso durante la disputa en la abadía, ambos conflictos ponen en el centro una misma cuestión: el desacuerdo filosófico en torno al grado de implicación que la Iglesia debe tener en los asuntos terrenales (como cuestiones políticas, de gobierno y de economía). Los papas y los clérigos de alto rango poseen enormes riquezas y un gran poder e influencia en el gobierno y en la vida privada de las personas, además de ejercer sus funciones espirituales. Allí se encuentra la raíz del conflicto entre el Emperador y el Papa: ambos se disputan la autoridad suprema de Europa. Mientras que el Papa reclama esa autoridad en tanto cabeza de la cristiandad, el Emperador también argumenta que Dios le ha dado el dominio de su imperio. En este sentido, señala Guillermo, las enormes riquezas que la Iglesia acumula son también alimento de ese poder capaz de competir con el Emperador. Por eso el culto a la pobreza apostólica es tan repudiado por la Iglesia, pues atenta contra su poder político. Y es por eso que el Emperador demuestra su apoyo político hacia Michele y Ubertino, representantes del culto a la pobreza.

En el discurso que da en la disputa teológica en la abadía, Guillermo señala que la situación mejoraría si las instituciones del poder político y religioso no estuvieran tan mezcladas, argumentando que ese cruce genera enfrentamientos, violencia y asesinatos como los que se han vivido en la abadía. Por eso, sostiene que la Iglesia debe mantenerse al margen de la política y el Papa debe desligarse de asuntos mundanos para abocarse únicamente a sus tareas religiosas, tal como decretan las santas escrituras. De este modo, la Iglesia, ajena a las intrigas del poder, puede seguir por el camino de la moralidad. Esas ideas de Guillermo son fuertemente repudiadas por otros monjes, especialmente por Bernardo Gui, representante del Papa, pues advierte que son una amenaza para el poder de la Iglesia. En efecto, la novela retrata la fuerte resistencia de la Iglesia por perder parte de su poder.

El poder del conocimiento y su ocultamiento

El poder del conocimiento y los peligros que ese conocimiento suscita para algunas personas representa uno de los temas centrales de la novela. Esa tensión está representada en la novela a través de la oposición de dos personajes fundamentales: Guillermo y Jorge de Burgos. Mientras que Guillermo representa la curiosidad epistemológica y la sed de conocimiento, Jorge concibe esa tendencia como vanidad y cree que el conocimiento debe ser controlado y contenido.

La importancia del conocimiento en la novela se pone de manifiesto cuando la investigación de Guillermo y de Adso sobre las muertes en la abadía se orienta pronto en torno a la biblioteca. Apenas llegan descubren que, si bien la mayoría de los monjes son eruditos que trabajan en el scriptorium, ninguno de ellos tiene autorización para ingresar a la biblioteca. Esa biblioteca, que Guillermo describe como una de la más grande de la cristiandad, está bajo llave, y solo su bibliotecario puede acceder a ella. Desde su arquitectura fue concebida como un laberinto, con el fin de que todo el conocimiento que hay en ella no pueda ser encontrado ni interpretado de manera fácil.

Pronto se enteran de que la muerte del primer monje está asociada, de hecho, al deseo de algunos monjes de acceder a un libro prohibido de la biblioteca. En suma, la principal razón por la que se producen los asesinatos en la novela es que algunos monjes creen que el conocimiento no debe ser accesible para todos, pues tiene un gran potencial de peligro. Están convencidos de que algunos saberes e ideas son peligrosos, y que si caen en las manos incorrectas pueden dar lugar a consecuencias nefastas. Son recurrentes las menciones que hacen varios personajes a la “soberbia intelectual” o al “orgullo del intelecto”, expresiones en las que se evidencia que el exceso de curiosidad por el saber es concebido muchas veces como algo pecaminoso. Incluso Guillermo es acusado por Ubertino de ostentar ese vicio, y le aconseja que deje de prestar tanta atención a los libros.

Jorge, el mentor de los crímenes, busca esconder un libro, la única copia que se conserva del segundo libro de la Poética de Aristóteles, porque lo considera una amenaza para la religiosidad. Por eso, para evitar que el común de los hombres tenga acceso a ese saber peligroso, Jorge envenena el libro, asegurándose de que todo aquel que lo lea muera antes de poder difundir su conocimiento. De esta manera, Jorge castiga a todos aquellos que desean saber lo que, a su juicio, no debería saberse. En conclusión, se castiga el deseo de saber.

Sin embargo, la empresa de Jorge fracasa, pues solo logra matar a varios monjes y, finalmente, desemboca en la destrucción total de la abadía. Así, la novela parece argumentar que tratar de ocultar el conocimiento a veces puede ser más destructivo que dejar esa información al descubierto y que, sin importar lo que hagamos, la verdad siempre encuentra la manera de salir a la luz.

El poder subversivo de la risa

Durante su estadía en la abadía, Guillermo mantiene varios debates con Jorge de Burgos respecto de la risa. Si bien al comienzo esas disputas parecen inmotivadas para la trama, cobran real importancia al final de la novela, cuando se revela que Jorge es el autor de los crímenes. Efectivamente, el objetivo de Jorge al matar a esos monjes era preservar el secreto de la biblioteca: la existencia de la única copia de un libro perdido de la Poética de Aristóteles que versa sobre la comedia. Según Jorge, ese libro es peligroso porque eleva a la risa al estatuto de investigación filosófica y forma de arte. Para él, la risa es algo inferior, propio de los simples, y conserva el peligroso poder de subvertir el orden equilibrado de la sociedad y la propia religiosidad, ya que, a su juicio, la risa distrae del miedo a Dios, que es la herramienta principal que permite reforzar la fe y mantener lejos la herejía y el ateísmo.

Por el contrario, Guillermo defiende las virtudes de la risa y cree que en un mundo regido por la risa, lejos de reinar la anarquía, las personas podrían intercambiar ideas más libremente. Mientras que Jorge argumenta que la risa contribuye a sembrar dudas, Guillermo sostiene que la duda es instructiva y permite acceder mejor al conocimiento. Asimismo, Jorge rechaza la risa sosteniendo que no hay menciones en las escrituras que demuestren que Cristo alguna vez rio. Frente a ello, Guillermo dice que hay muchas cosas que no están en la Biblia, pero que justamente hay que interpretar, y en la medida en que reír es humano, no hay razones para sostener que Cristo nunca lo hizo.

La hipocresía

Apenas Adso y Guillermo llegan a la abadía, albergan la impresión de que las personas que allí viven son todas temerosas de Dios y que el propósito en sus vidas es servirle. Sin embargo, esto resulta ser una falsa impresión y rápidamente van encontrando muestras de que la clase religiosa no es tan pura como pretende ser y está cotidianamente atravesada por la hipocresía. A medida que avanza la investigación en torno a los crímenes en la abadía, ambos personajes descubren que muchos monjes tienen ambiciones poderosas, como el deseo de obtener riquezas, o una curiosidad intelectual por conocer saberes y secretos de la biblioteca que les son vedados, y por los cuales son capaces de dar cualquier cosa. Tal es el caso, por ejemplo, de Adelmo, que con tal de acceder al libro prohibido del “finis Africae” accede a tener relaciones sexuales con Berengario, aun cuando es un pecado. Del mismo modo, Bencio roba el libro prohibido del laboratorio de Severino, sabiendo que es una pista que podría ayudar a resolver los crímenes de sus pares, pero lo hace movido por la ambición de ser nombrado asistente del bibliotecario.

Guillermo y Adso también descubren que hay monjes que participan de actividades sexuales dentro de la abadía y lo hacen en secreto, ocultando esos pecados carnales. Tal es el caso de Remigio, que, con la ayuda de Salvatore, consigue mujeres del pueblo para acostarse con ellas a cambio de comida; incluso, alguien sugiere que había encuentros pecaminosos entre los novicios y Malaquías, con la ayuda de Remigio.

Asimismo, la novela muestra que aunque la Iglesia es severa en sus juicios, no aplica sus estándares por igual, y suele ser más indulgente cuando se trata de personas con poder. Michele da Cesena y Ubertino da Casale, en tanto representantes del culto a la pobreza, acusan a la Iglesia de hipócrita, señalando que las enseñanzas de Jesús predican las virtudes de la pobreza, mientras que los eclesiásticos medievales acumulan grandes propiedades de tierra y riquezas y ejercen una importante influencia política. El mismo Guillermo señala esta contradicción al ver todas las riquezas de la abadía, en contraste con las humildes tierras circundantes y sus campesinos pobres, y le da a entender a Adso que la violenta disputa entre los monjes por ver quién será el próximo abad poco tiene que ver con la espiritualidad y la santidad, y mucho con la ambición de poder y riquezas.

Por su parte, Guillermo es un personaje que intenta constantemente obrar de manera sincera y consecuente. Parte de su rechazo a seguir siendo inquisidor, justamente, se sostenía sobre la certeza de que él no era capaz de juzgar a las personas como si fuera una autoridad moral superior, pues para él hay en esos juicios de las autoridades religiosas muchas falsedades e hipocresías. Para el maestro, los funcionarios eclesiásticos que abusan de su autoridad para emitir juicios tendenciosos e injustos, aduciendo hacerlo en nombre de Dios, son hipócritas y quizás más culpables que aquellos a quienes condenan a muerte. El caso más emblemático de esto es el de Bernardo Gui, que al enjuiciar a Remigio lo hace confesar falsedades, de ninguna manera movido por el afán de llegar a la verdad sino por el interés personal de conservar el poder del Papa y, por lo tanto, el propio.

La interpretación de los signos

Umberto Eco fue profesor de semiótica, es decir, el estudio de los diferentes sistemas de signos que permiten la comunicación entre los individuos, y de la forma en que se producen, funcionan y se reciben esos signos. Su interés por esta disciplina aparece representado en El nombre de la rosa en la importancia que tendrán los signos y su interpretación en la resolución de la trama detectivesca de la novela. Para la investigación de los crímenes que se dan en la abadía, Guillermo y Adso reparan constantemente en los signos que se les presentan, prestando atención al proceso de interpretación que permite atribuirles significados.

Ambos personajes pasan gran parte de la novela tratando de resolver una serie de misteriosos asesinatos en la abadía, para lo cual deben estar atentos a las distintas pruebas que se les presentan, buscando dar sentido a ellas. Se trata de leer esos signos (un cadáver, una mano ennegrecida, un estante desordenado, un personaje alterado), interpretarlos e intentar asociar a ellos significados que permitan acceder a la verdad de los crímenes. Sin embargo, la acumulación de pruebas que permitan explicar los sucesos sospechosos resulta ser un proceso más complejo de lo que Guillermo y Adso esperaban. En última instancia, la relación entre los signos y sus significados se convierte en un difícil problema filosófico para los personajes a lo largo de la novela.

En la obra, varias veces los distintos monjes hacen mención a una tendencia central para la cristiandad como es la hermenéutica, esto es, el arte de la interpretación de los textos religiosos, de la búsqueda de un sentido para los signos allí plasmados. En efecto, la preocupación por cómo leer e interpretar las santas escrituras es muy recurrente en los intercambios entre los monjes de la novela, y muchas veces es motivo de enfrentamiento entre ellos. Dado que la interpretación correcta se asocia con la moralidad, los personajes están especialmente preocupados por el fracaso interpretativo. Por ejemplo, Guillermo le explica a Adso que Dios dispuso la figura de los leprosos con el fin de que entendiéramos que ellos representaban, simbólicamente, a todas las personas marginadas, excluidas, pero la lepra sigue siendo una obsesión en la medida en que "no supimos reconocer que se trataba de un signo" (208). De este modo, Guillermo señala la importancia de leer los signos y reparar en su valor simbólico, dando a entender que detrás de las cosas siempre hay un significado mayor y oculto del mundo.

La novela presenta la biblioteca laberíntica de la abadía como una metáfora de la dificultad de interpretar los signos. Al comienzo, Guillermo y Adso se pierden en ese laberinto, hasta que pueden mirar el edificio desde el exterior y esbozar un mapa tentativo de su arquitectura. Así, Eco parece sugerir que la interpretación correcta no solo depende de estudiar atentamente los signos, sino de concebirlos en su contexto más amplio. Además, son muchas las ocasiones en que Adso se muestra confundido, preocupado por cómo encontrar la verdad en un mundo en el que los mismos signos pueden producir diferentes interpretaciones, y en el que diferentes signos apuntan a las mismas cosas. Tal es el caso, por ejemplo, de su dificultad para distinguir las distintas facciones heréticas de la orden franciscana.

En última instancia, la novela esboza este problema filosófico desde su propio título, aludido también en la última frase latina con la que se cierran las memorias de Adso. La rosa, como figura simbólica cargada de múltiples significados, presenta muchos sentidos, entre los cuales no se puede elegir uno solo. Así, la novela parece sugerir que hacer una interpretación única de los signos es una tarea imposible.

Los prejuicios y el odio por la diferencia

A lo largo de la novela, se presentan muchas situaciones en las que los prejuicios y los miedos explican las conductas de los personajes y dan lugar a enfrentamientos y, en el peor de los casos, a situaciones violentas. Un caso paradigmático de ello es el de la biblioteca, que ha sido prohibida al público por considerarse que hay conocimientos allí capaces de alterar el equilibrio de la sociedad y la religiosidad. Al ingresar en ella por segunda vez, Guillermo y Adso llegan a la sala de los “Leones”, y al observar qué libros la conforman, el maestro destaca que esos libros han sido estigmatizados pues se consideraba que trataban temas monstruosos o falsos, y eran, por lo tanto, peligrosos. Detrás de la decisión de apartar y ocultar esos libros, hay prejuicios y miedos. Y ese miedo tiene que ver, justamente, con que profesan versiones de la realidad diferentes a las versiones hegemónicas que el Cristianismo quiere oír. De ahí que asegure, por ejemplo, que el Corán está ubicado allí porque es un libro “que contiene una sabiduría diferente de la nuestra” (323). Es ese mismo miedo el que lleva a Jorge a perpetrar los crímenes detrás del libro prohibido.

En efecto, el miedo por la diferencia es un elemento común a toda la novela y, en muchos casos, llega a ser odio. La disputa en torno a las facciones heréticas de la orden franciscana da cuenta de ello. Guillermo ayuda a Adso a comprender que la Iglesia repudia violentamente esas expresiones y las cataloga de “heréticas” porque, en el fondo, ellas proponen un estilo de vida austero y humilde, desligado de preocupaciones mundanas como la riqueza y el poder político, que en última instancia difiere del estilo de vida que lleva la Iglesia. Por eso, esa diferencia es castigada con persecución y muerte.

Guillermo critica duramente la severidad de la Iglesia medieval contra los disidentes religiosos, que son acusados de “herejes” por pensar distinto. La Iglesia católica medieval creó por eso la Inquisición, un órgano judicial encargado de detener, enjuiciar y ejecutar a quienes se negaban a ajustarse a la ortodoxia teológica imperante. Entre los condenados por la Inquisición se encontraban los judíos, los grupos escindidos, como los pseudoapóstoles de fray Dulcino, e incluso personas que eran acusadas de "brujería", así como los enemigos políticos del Papa. La Inquisición era famosa por sus crueles tácticas, que incluían la tortura y la quema de personas.

En la novela, Bernardo Gui es la figura que ejemplifica esa mirada de odio hacia la diferencia y su brutalidad sin límites. Desde que llega a la abadía, se deja llevar por sus prejuicios clasistas y sospecha especialmente de los sirvientes y los campesinos, dejando fuera de sus interrogatorios a los monjes. Su odio por los herejes y rivales del Papa es tan extremo que obtiene confesiones falsas a partir de la tortura, condenando a la muchacha del pueblo por hacer brujería, sin darle la posibilidad de defenderse, y fuerza a Remigio y a Salvatore a confesar su falsa culpabilidad, movilizado por el odio que le genera que hayan sido adeptos a fray Dulcino.

La ciencia y las nuevas tecnologías

En la novela, Guillermo de Baskerville es quien introduce algunas nociones sobre ciencia y progresos de la tecnología, muy avanzados para su época y para el entorno en que las introduce. En efecto, ya desde el prólogo, en el perfil que Adso hace de Guillermo, menciona su pasión por las nuevas tecnologías, como el reloj, el astrolabio y el imán, y sus ideas avanzadas, como la creencia en que algún día se podrá visitar el fondo del mar y volar por el aire. Un elemento distintivo del personaje son sus gafas de lectura, una tecnología nueva en la Europa medieval, que demuestra uno de los rasgos más significativos del carácter de Guillermo: su afán de saber y aprender, y la confianza en el progreso y las nuevas tecnologías, que cree que son capaces de mejorar la vida humana y cambiarán el mundo algún día.

Nicola se muestra muy impresionado con las gafas de Guillermo y señala que muchos se muestran miedosos y hablarían de brujería y maquinación diabólica ante las nuevas tecnologías. Efectivamente, Guillermo confiesa que cuando trabajaba en la Inquisición evitaba usar sus gafas, ya que sabía que podía ser acusado de estar aliado con el diablo. De esta manera, la novela reincide en la idea de que el conocimiento es muchas veces interpretado como un peligro y una amenaza que hay que evitar. Por su parte, Guillermo defiende los conocimientos de la ciencia pero expresa también su preocupación por la posibilidad de que la tecnología caiga en manos equivocadas y pueda ser utilizada con propósitos oscuros, ilícitos, como hacer la guerra.

La resistencia de algunas personas a los avances de la ciencia queda condensada en la figura de Jorge, el autor de los crímenes de la abadía. Su miedo ante la posibilidad de que algunos conocimientos subviertan el orden de la sociedad lo lleva a ocultar el secreto de la biblioteca, el ejemplar del segundo libro de la Poética de Aristóteles. Parte de lo que atormenta a Jorge de Aristóteles es que justamente puso a la ciencia en el lugar de la religión y se propuso crear nuevos saberes, trastocando nociones que ya estaban históricamente saldadas para la cristiandad.