El nombre de la rosa

El nombre de la rosa Imágenes

Las imágenes de la puerta de la iglesia

En su primer día en la abadía, Adso contempla con total admiración las imágenes bíblicas plasmadas en una de las puertas de la iglesia de la abadía. En ella se representa el Juicio Final, y Adso se deja cautivar por las figuras que allí aparecen retratadas y por la majestuosidad con que esas figuras han sido representadas.

La imagen que domina la puerta es la de "un trono colocado en medio del cielo, y sobre el trono uno sentado" (44). El "Sentado", con mirada severa, lanza a través de sus ojos "rayos sobre una humanidad cuya vida terrenal ya había concluido" y lleva una "corona cubierta de esmaltes y piedras preciosas". Sobre su cabeza ve "brillar un arco iris de esmeralda", y a sus pies brota un "mar de cristal" (44). Alrededor del Sentado, Adso ve un grupo de hombres que lo veneran, "iluminados por la revelación, sobrecogidos por el estupor, miradas exaltadas por el entusiasmo, mejillas encendidas por el amor, pupilas dilatadas por la beatitud" (45), y consumando la belleza de la imagen, ve que a sus pies "se entrelazaban todas las flores, hojas, macollas, zarcillos y corimbos de todas las hierbas que adornan los jardines de la tierra y el cielo" (46). Adso describe hiperbólicamente la profunda impresión que le generan esas imágenes: "mi alma, arrobada por aquel concierto de bellezas terrestres y de majestuosos signos de lo sobrenatural, estaba por estallar en un cántico de júbilo" (46).

Sin embargo, el personaje enseguida ve también imágenes más oscuras que lo perturban notablemente, como, por ejemplo, cuatro animales terribles a los pies del Sentado: "horrendo águila que, por el lado opuesto, abría su pico, plumas erizadas (...), garras poderosas y grandes alas", o un toro y un león "retorcidos en una especie de ímpetu feroz, flancos palpitantes, tiesas las patas como de bestia que agoniza, fauces muy abiertas, colas enroscadas, retorcidas como sierpes, que terminaban en lenguas de fuego".

Mirando un poco más allá, Adso ve con horror que a las figuras sagradas se le suman otras diabólicas, infernales. Por ejemplo, ve tres parejas de leones "entrelazados en forma de cruz dispuesta transversalmente (...) que se retorcían como sierpes, las bocas abiertas, amenazadoras, rugientes" (46), o la terrible imagen de "una hembra lujuriosa, desnuda y descarnada, roída por sapos inmundos, chupada por serpientes, que copulaba con un sátiro", o la de "un avaro, rígido con la rigidez de la muerte (...), presa impotente de una cohorte de demonios, uno de los cuales le arrancaba de la boca agonizante el alma en forma de niñito" (47). Es muy profusa la lista de imágenes infernales que Adso enumera, y el joven termina por concluir que estas visiones funcionan como una premonición de los horrores que se viven en la abadía.

La luz de la abadía

Al segundo día en la abadía, Abbone les muestra a Guillermo y a Adso las enormes riquezas de la abadía. Previo a ello, como si anticipara la abundancia que acumula, Adso se deja deslumbrar por el espectáculo que la luz genera al ingresar por las ventanas de la iglesia: "la luz penetraba a raudales por las ventanas del coro, y con más abundancia aun por las de las fachadas, formando blancos torrentes que, como místicos arroyos de sustancia divina, iban a cruzarse en diferentes puntos de la iglesia, inundando incluso el altar" (146). Todo lo que Adso descubre a partir de entonces dentro de la iglesia está ligado a la luz, lo brillante, lo claro: "el amarillo del oro", "la blancura inmaculada de los marfiles", "la transparencia del cristal", "gemas de todos los colores" (146). Sin embargo, esta luminosidad asombrosa de la abadía contrasta con toda su oscuridad, con los pasadizos secretos que llevan a la biblioteca, con los secretos que allí se guardan y con los terribles crímenes que se cometerán.

El corazón de buey

Luego de acostarse con la muchacha, Adso despierta y se encuentra con que ella se ha ido. Sin embargo, encuentra un bulto en una esquina y, al quitarle la tela que lo cubre, descubre con horror que se trata de un corazón aún palpitante y sangrante: "entre coágulos de sangre y jirones de carne más fláccida y blancuzca, surcado de lívidos nervios, lo que mis ojos contemplaban, ya muerto pero aún palpitante de vida —la vida gelatinosa de las vísceras muertas—, era un corazón de gran tamaño" (258). La descripción del corazón —su forma, su textura, su color, su movimiento— construye una imagen visual y táctil de gran impacto. Asimismo, en la medida en que el lector aún no sabe que se trata del corazón de un animal y no de una persona, la posibilidad de que sea un corazón humano acentúa el horror de la imagen.

La abadía en llamas

La imagen de la abadía en llamas es una de las más impactantes de la novela. Adso no solo describe cómo el fuego se propaga de la biblioteca al resto de la estructura de la abadía, sino cómo llega a quemar a las personas y a los animales del establo. La imagen de los cuerpos destruidos y de los gritos de dolor condensan el horror: "a los gritos de quienes lamentaban la pérdida de tantas riquezas, se unieron los gritos de dolor de quienes tenían la cara quemada, los miembros aplastados, los cuerpos sepultados por la repentina caída de las bóvedas" (501). Pronto, al sonido de esos gritos se suman las exclamaciones sufrientes de los animales quemados: "relinchando, mugiendo, balando y gruñendo horriblemente" (501). De esta manera, el incendio de la abadía supone la destrucción total del edificio y de la comunidad que en ella habita. Simbólicamente, esta destrucción revela los alcances nefastos que tiene el afán de los monjes por ocultar los saberes de la biblioteca.