El brillo de las luciérnagas

El brillo de las luciérnagas Resumen y Análisis Seis Años antes (1) y Presente (2-7)

Resumen

Seis años antes

1

El narrador recuerda cuando, a sus cuatro años, le preguntó por primera vez a su padre por qué no podían salir del sótano. En aquella ocasión, el padre le dijo que podía salir, y que la puerta siempre estaba abierta, pero que salir no tenía sentido, ya que toda su familia estaba allí. Además, el mundo exterior estaba lleno de aceite caliente. Si llegara a salir, se iba a quemar. Entonces la madre, el padre, la abuela y el hermano (todos ellos con el rostro desfigurado por un incendio que había sucedido años atrás) miraron al niño con ternura. La única que no lo miró fue la hermana, quien tenía el rostro cubierto con una máscara porque, según sus padres, el fuego la había deformado mucho más que a los otros. El narrador, sin embargo, fue hacia la puerta. El capítulo termina en el momento exacto en el que el niño agarra el picaporte.

Presente

2

El narrador describe detalladamente el sótano en el que vive junto a su familia. Lo define como una caja que está dentro de una caja más grande. Las ventanas no dan al mundo exterior sino a otras paredes que recubren la casa. Sin embargo, al narrador le gusta asomar la cabeza entre los barrotes y soñar con que alguna vez saldrá del sótano.

Esa tarde, precisamente, cuando él está asomado por la ventana, aparece su padre y le pide ayuda para llevar una mesa a la cocina. Allí ponen a su hermana, quien está haciendo trabajo de parto, asistida por la madre y la abuela. La hermana del narrador intenta sacarse la máscara ortopédica afirmando que no puede respirar, pero el padre la agarra de la muñeca, impidiéndoselo. Luego, cuando este se distrae, ella logra sacarse la máscara. De inmediato, el padre se abalanza sobre el narrador, le tapa los ojos y se lo lleva al salón.

El narrador se queda allí, admirando el único rayo de luz que se filtra desde el exterior, hasta que la familia vuelve con el bebé, que ha nacido sano y salvo.

A la mañana siguiente, el narrador se despierta con el llanto del bebé. Decide buscarlo y llevarlo al salón. Allí, lo coloca bajo el rayo de luz del sol. Permanece así hasta que la hermana se despierta y comienza a gritar.

3

La familia se sienta a desayunar. El padre le dice a la hermana que nadie le robó el niño. El narrador explica que él lo tomó para mostrarle la luz del sol. El padre lo reta porque ha salido de su habitación sin permiso. La hermana aclara que no lloraba por el bebé, sino porque no conseguía despertar de la pesadilla en la que vive todos los días. El padre le dice que debería haber pensado mejor lo que hacía, ya que ahora ese bebé es su hijo. La hermana, con sarcasmo, le pregunta si el bebé es solamente de ella. La abuela interviene para que la pelea no pase a mayores. Luego le agradece al que “está allí arriba por permitirnos comer cada día” (p. 22).

Terminan de desayunar. La madre junta los platos. Arroja las cáscaras de los huevos al cesto de basura. El narrador le pregunta si de los huevos que comen cada mañana podría nacer un pollito. El padre se ríe, agarra un huevo, lo aplasta con el puño y advierte: “No quieras traer a nadie más a esta casa. Además, no puede salir nada de un huevo de comer. No está fecundado” (p. 23).

Cuando el padre se va, el narrador descubre que la madre está llorando. Le pregunta por qué, y ella afirma que llora porque recordó algo de afuera. Él le recuerda que no debe estar triste, ya que el sótano es mucho mejor que lo que hay afuera. Ella le susurra al oído: “Cualquier sitio en el que estés tú es mucho mejor que ningún otro” (p. 23). Luego le da un huevo y le dice que lo guarde y le dé calor. Eso es todo lo que necesitará el pollito para nacer.

El narrador lleva el huevo a su cuarto. Allí está su hermano, ensimismado, silbando la melodía de la película El mago de Oz. Cuando era niño, él solía leer el libro que dio origen a dicha película. El narrador, al ver que el hermano advierte que él tiene escondido un huevo, le dice: “Espantapájaros, tú no has visto nada. Y pídele al León y al Hombre de Hojalata que tampoco lo cuenten” (p. 24). Así se asegura de que el hermano no cuente su secreto. Luego de guardar cuidadosamente el huevo, el narrador agarra su cactus, lo lleva al salón y lo pone bajo el rayo de sol.

4

Dos semanas después, el narrador percibe que el huevo se está moviendo. Presuroso, va en busca de su madre para que lo ayude a hacer nacer al pollito. Ella está en el cuarto, donde él tiene prohibido entrar. Tras golpear la puerta reiteradas veces, la madre abre, insta al narrador a ocultar el huevo para que no lo vea su padre y le dice que le pida ayuda a la abuela. Él va a su habitación. La abuela agarra el huevo y le pide al narrador que cierre los ojos, argumentando que los pollitos no nacen si alguien los mira. El narrador obedece y, pocos segundos después, ella le dice que el pollito ya nació. Él abre los ojos, la abuela le muestra las manos y le pregunta si lo ve. Él solo ve sus manos, pero ella insiste hasta que el narrador ve al pollito. Entonces lo toma y le susurra: “Llevo dos filas esperándote” (p. 32). Cuenta entonces que en el sótano hay un almanaque, y él ha aprendido que cada cuadrado es un día, cada fila una semana, cada vez que el padre arranca una hoja es un mes y cada vez que cambian todo el calendario o alguien recibe torta ha pasado un año.

El padre entra repentinamente en el cuarto. El narrador pone las manos con el huevo detrás de su espalda. El padre le exige que le muestre qué tiene allí. Él, entonces, cierra los ojos, esperando lo peor, y muestra primero una mano y luego la otra. El pollito no está allí. El padre reta al narrador por haber ido a su cuarto y lo agarra del cuello. La abuela interrumpe la situación, le dice al padre que la bombita de luz está por quemarse y que debe cambiarla. Mientras este revisa la bombita, la abuela le muestra al narrador que el pollito está escondido debajo de su almohada.

5

Esa misma noche, el narrador se despierta porque la abuela grita: “Se está ahogando”. Corre hacia el salón, pensando que su pollito está muriendo, pero descubre que el que se está ahogando es el bebé. Aprovechando la distracción de la familia, el narrador se inmiscuye en el cuarto de la abuela (que duerme también con la hermana y el bebé) para buscar al pollito. Debajo de la almohada, sin embargo, solo encuentra una mancha amarillenta.

El narrador vuelve al salón. El bebé se sigue ahogando. La madre dice que deben sacarlo del sótano, pero el padre afirma que ya no tienen tiempo. El narrador mira el pomo de la puerta, aquel que agarró por primera y única vez a sus cinco años, pero que finalmente no se animó a girar. La abuela dice que sí llegan a tiempo y se dirige al cuarto de los padres. El narrador, pensando que ella no sabe a dónde va por causa de su ceguera, la conduce a la puerta, agarra el pomo y lo gira. Descubre que la puerta está cerrada. La abuela nuevamente se dirige al cuarto, pero el padre se interpone. No la deja salir. Le grita: “Ni siquiera tienes la llave de esa puerta. Ni la de más arriba” (p. 39). Justo en ese momento, el bebé comienza a respirar normalmente. El narrador se queda pensando en que su padre, años atrás, le ha mentido. La puerta nunca estuvo abierta.

Antes de volver a dormir, el narrador va al cuarto de la abuela y le pregunta dónde está el pollito. Ella le dice que escapó por la ventana cuando el padre entró al cuarto. El narrador le pregunta si el pollito estará bien en el mundo exterior, y si él podría ir a buscarlo si quisiera. La abuela le asegura que el pollito estará mucho mejor afuera que allí encerrado, y que si él saliera a buscarlo ya no podría estar junto a ella. El narrador decide que es mejor perder al pollito y quedarse en el sótano con su familia.

Luego, sale del cuarto de la abuela y va a asomar la cabeza por la ventana del pasillo. Ahora que sabe que nunca podrá salir, el mundo exterior le parece menos interesante. Cierra los ojos e intenta sentir el viento. Cuando los abre, descubre que ha entrado una luciérnaga, igual que las que él vio en su libro de insectos. La toma con sumo cuidado, la lleva a su cuarto y la guarda en el cajón, dentro de su tarro de lápices.

6

El narrador entra al baño, dispuesto a tomar una ducha. Al entrar, advierte que su hermana está en la bañera, en ropa interior. La bañera se está llenando lentamente. Ella se desnuda por completo. El narrador advierte que la hermana está llena de moretones. Cree que se los hizo el día del parto. Recién cuando ella cierra la canilla y se sumerge, él le avisa que está ahí. La hermana le pregunta si ya terminó de usar la bicicleta. El narrador cuenta que, por orden de su padre, todos tienen que usar la bicicleta fija tres veces por semana.

La hermana invita al narrador a bañarse con ella. Él entra en la bañera, se sienta en el lado opuesto y se lava la cabeza. Luego, ella atina a sacarse la máscara para lavarse la cara. Él se tapa la cara con las manos. Ella le dice varias veces que la mire. El narrador se rehúsa, porque está seguro de que ella no tiene nariz. La hermana, entonces, le saca las manos de la cara e intenta abrirle los párpados a la fuerza. Justo en ese momento entra la madre al baño, la reta y la obliga a salir de la bañera.

Cuando quedan a solas, el narrador le pregunta a la madre si su hermana usó la máscara toda su vida. La madre le dice que no, que antes del incendio, cuando vivían fuera del sótano, no la usaba. Entonces, el narrador le pregunta cómo era vivir fuera, y ella le responde que la gente que vive afuera tiene lo mismo que ellos: una casa y una familia. Luego, él pregunta por qué el padre le mintió sobre la puerta, y ella le dice que eso se suele hacer con los niños pequeños: se les suele contar cosas que no son ciertas, como la historia del hombre grillo. El narrador se rehúsa a creer que el hombre grillo no existe y le pide a la madre que no lo nombre, ya que puede venir por él.

Tras terminar de bañarse, el narrador va a la cocina. Escucha que la madre y la abuela conversan sobre la falta de víveres en la casa y se preocupan porque "el de arriba" debería haber dejado cosas el día anterior, pero no apareció.

Esa noche, cuando se sientan a cenar, la abuela sirve siete platos. El narrador cuenta que ella siempre sirve un plato de más, que nadie toca, y que usualmente termina en la basura.

7

Luego de cenar, la familia se queda mirando una película. Al narrador lo mandan a dormir. Desde la cama escucha los diálogos del filme y los replica de memoria. Es una película de vaqueros.

El bebé comienza a llorar. El narrador va hacia el otro cuarto con la intención de calmarlo. En el camino, pisa un tornillo que pertenece a la caja de herramientas de su padre. Cuando llega al cuarto, encuentra en la oscuridad a su madre acunando al bebé junto a la abuela. En ese momento ve una lucecita verde: ha entrado otra luciérnaga a la casa. Se dispone a atraparla, pero justo su madre enciende la luz y el bebé deja de llorar. Ella le explica que el bebé le tiene miedo a la oscuridad, al igual que él cuando era un recién nacido, y vuelve a apagar la luz. Él le pregunta, entonces, cómo se le fue el miedo, y ella le responde que se le fue como se van todos los miedos: enfrentándolo. El padre entra en la habitación y enciende la luz para que el bebé deje de llorar y poder mirar la película tranquilamente. Manda al narrador a la habitación, recordándole que, si tiene un mal comportamiento, el hombre grillo vendrá a buscarlo.

El narrador se va a su cuarto. En el camino vuelve a pisar el tornillo. Al mirarse el pie, descubre que allí también está la luciérnaga. Esta sale volando y se mete en el tarro junto a la otra.

El narrador se acuesta en su cama. No consigue dormir porque su hermano mueve la litera de un lado a otro. En un momento, este gime y luego comienza a roncar. El narrador, entonces, agarra el tarro, entra sigilosamente al otro cuarto y lo coloca en la cuna junto al bebé, con la idea de que la luz de las luciérnagas lo calmarán. De inmediato, el bebé deja de llorar.

Análisis

Como en todas las novelas de Paul Pen, el fuerte de El brillo de las luciérnagas está en su trama atrapante, que lleva a los lectores a sumergirse en la lectura desde el principio hasta el final de la obra. En esta sección analizaremos algunos de los recursos narrativos que utiliza Pen para conseguir ese efecto magnético.

Comencemos por “Seis años antes”, el primer capítulo de la novela, situado, precisamente, seis años antes del presente de la narración. Este breve capítulo funciona como un prólogo de la obra. Aquí, Pen nos da un pantallazo general sobre los personajes y, sobre todo, nos presenta las intrigas fundamentales de la novela: ¿dónde vive esa familia? ¿Por qué no puede salir de allí? ¿Por qué la hermana lleva puesta una máscara?

Estas intrigas iniciales se mantienen en vilo desde las primeras páginas de la obra hasta el final del tercer capítulo, lo que corresponde a unas tres cuartas partes de la novela. Y son esas intrigas las que mantienen al lector atrapado, intentando encontrar la verdad a través de cientos de páginas, atento a cualquier pista que pueda aparecer.

Pero, ¿cómo hace Pen para esconderles información a los lectores de manera orgánica, sin que estos sientan que la narración es arbitraria o tramposa? He aquí una cuestión clave: a lo largo de toda la obra, Pen aprovecha al máximo el juego con la focalización narrativa, es decir, el punto de vista que adopta el narrador para contar la historia. La mayor parte de la obra está narrada en primera persona, desde los ojos del hijo menor de la familia. Este niño (que en el primer capítulo apenas tiene cinco años recién cumplidos) desconoce los truculentos hechos que vivió la familia antes de ir a vivir al sótano y, por lo tanto, es fácilmente engañado por los adultos. Además, al haber vivido toda su vida bajo tierra, desconoce el mundo exterior. Todo lo que sabe lo aprendió a través de los únicos dos o tres libros que tiene en el sótano y de sus padres, que suelen mentirle. Entonces, hasta la llegada del tercer capítulo, que comienza justo a mitad de la novela, todo lo que los lectores sabemos es lo que nos cuenta el protagonista: puras mentiras y fantasías infantiles. La narración en primera persona, desde los ojos del niño de la familia, le permite a Pen colocar a los lectores en situación de ignorancia, sin que esto parezca una mera trampa narrativa. Recién en el tercer capítulo, gracias a otro juego con la focalización, los lectores descubriremos la verdad sobre esa familia, al enterarnos de hechos que ni siquiera el protagonista conoce.

Pero no nos adelantemos. Detengámonos antes en otro recurso fundamental que utiliza Pen a lo largo de toda la obra, y que se evidencia desde este primer capítulo: las diferentes temporalidades de la narración. “Seis años antes”, “Presente”, “Once años antes”, “Presente” y “Quince años después”: cada uno de los capítulos está narrado en distintos momentos de la historia. El presente de la narración es, sin dudas, el momento más importante. Allí se desarrolla la historia central del protagonista (su sufrimiento, su descubrimiento de la verdad, su intento de escape, su salida del sótano) y, además, los dos capítulos llamados “Presente” conforman dos tercios de la novela. Cabe preguntarse, entonces: ¿para qué ubica Pen la narración también en otros tiempos? ¿Por qué la novela no se centra solamente en el presente?

Pen utiliza los cortes temporales como una estrategia narrativa para dosificar la información que le brinda al lector. Comenzar la novela situando la historia seis años antes del presente, por ejemplo, le sirve al autor para mostrar la curiosidad del narrador por el mundo exterior, para presentar la cotidianeidad de la vida familiar en el sótano, y mostrar que las mentiras al narrador sobre lo que sucede fuera de la casa son moneda corriente. Los lectores, entonces, al comenzar el segundo capítulo, situado en el presente, seis años después del primero, ya saben cómo funciona ese mundo. Saben que hace años que esa familia tiene una vida cotidiana allí debajo, que el narrador tiene deseo de salir, y que le mienten para que no lo haga. Al principio del segundo capítulo, entonces, los lectores se encuentran al narrador intentando mirar el mundo exterior por la ventana y sienten de inmediato su urgencia, su desesperación. No se preguntan qué le pasa, porque ya lo saben: hace años que el protagonista quiere salir de allí. Ya no es momento de hacerse preguntas, sino de entrar en acción.

Empezar la obra con “Seis años antes” le sirve a Pen para dar por sentada la urgencia del narrador en pocas páginas y dedicarle muchas a la seguidilla irrefrenable de peripecias que constituyen “Presente”. “Seis años antes” le alcanza a Pen para demostrarle al lector que la familia está en esa situación estática y opresiva hace años. Cuando empieza “Presente”, el lector ya sabe que cualquier gota que rebalse el vaso empujará a los personajes a salir de esa situación. Y en “Presente”, desde el comienzo hasta el final, el vaso no para de rebalsarse: todo el tiempo suceden cosas truculentas. Por ejemplo, en los siete subcapítulos de “Presente” que tomamos en esta sección, nace el bebé de la hermana, el padre amenaza violentamente al narrador, el bebé casi muere por asfixia, el padre le prohíbe a la abuela salir del sótano para intentar salvarlo, el narrador descubre que la hermana tiene el cuerpo lleno de moretones, y se acaba la comida porque “el de arriba” no aparece con los víveres.

Como veremos a lo largo de las diferentes secciones de análisis, El brillo de las luciérnagas tiene elementos del policial y del terror, pero esencialmente es un thriller. Y el thriller, en esencia, es un género que debe mantener atrapado al lector desde el principio hasta el final. El escritor de un thriller no puede escribir decenas o cientos de páginas en las que construye a sus personajes y el ambiente en el que viven sin que nada pase. La construcción de los personajes y de la atmósfera debe ser vertiginosa. El thriller debe ser eficaz, golpear al lector con constantes giros inesperados y escenas llenas de suspenso, mantenerlo en vilo haciéndole sentir que en cualquier momento puede develarse una verdad o suceder algo fundamental. Gracias a “Seis años antes”, Pen construye en solo cuatro páginas el terreno para salir a golpear al lector y sumergirlo en la acción irrefrenable del presente durante cientos de páginas.