El brillo de las luciérnagas

El brillo de las luciérnagas Resumen y Análisis Presente (16-21)

Resumen

Presente

16

La madre habla con el narrador. Le pregunta por qué lloraba. Él piensa en su padre, en lo enojado que este estaba cuando nació el bebé, y vuelve a llorar. La madre le pregunta si llora por estar en el sótano. El narrador le responde que ellos son su familia, que él quiere estar ahí, pero que ellos lo están engañando: ellos saben si el hombre grillo existe o no, saben que la puerta de la cocina siempre estuvo cerrada, y saben muchas cosas que no le cuentan. La madre le pide que le haga una pregunta cualquiera y le promete que se la responderá con la verdad. Él, que está con el libro de insectos en la mano, le pregunta si todos esos bichos viven en el mundo exterior, y si algún día podrá verlos. Ella le dice que sí, que viven afuera, y que en realidad él ya los está viendo, dado que los tiene en la mente y el corazón. Luego, el narrador le pregunta por qué viven en el sótano. La madre primero rehúsa responderle y, ante la insistencia, termina diciéndole que viven allí porque no pueden vivir en ninguna otra parte.

17

La noche siguiente, cuando la familia se dispone a cenar, a la hermana le comienza a sangrar la nariz. La madre la agarra, la pone frente a la pileta de la cocina, de espaldas a todos, y le saca la máscara. Le para el sangrado haciéndole presión con un trapo. Entonces, la hermana pretende ir a la mesa para cenar, pero el padre se lo prohíbe porque no tiene la máscara puesta. Ella le pregunta: “¿A quién le molesta de verdad mi cara? ¿Al niño? ¿O a ti?” (p. 125). Luego se va a su cuarto, dejando la máscara en la mesa de la cocina. La madre la toma y se pone a limpiarla. El narrador le pregunta nuevamente por qué la chica debe llevarla puesta. Ella le explica que el fuego afectó a todos de distintas maneras. El narrador arguye que él querría tener la cara quemada y no ser diferente a ellos.

Luego, cuando todos duermen, el narrador encuentra a su hermana en el salón. Le pregunta si quien le hizo sangrar la nariz fue el padre. Ella le dice que sí, pero que no debe contárselo a nadie. Le recuerda el juramento que hizo en nombre del que está arriba. El narrador vuelve a su cuarto decidido a hacerse cargo de proteger a su hermana.

18

A la mañana siguiente, el narrador revisa su Manual del joven espía, con la idea de prepararse para defender a su hermana. Luego, se pasa el día practicando movimientos de espionaje (rueda, se esconde detrás de las cosas). A la hora de la cena, está tan nervioso que ni siquiera puede comer. Siente que todos descubrieron que está tramando algo.

Entonces, se va a su cuarto. Simula que va a dormir. Cuando la madre va a darle un beso de buenas noches, él siente muchas ganas de contarle todo lo que sabe. Sin embargo, al recordar el juramento que hizo por el de arriba, calla. Le pregunta a la madre si una familia de mamíferos puede tener hijos entre sí. La madre le dice que no está bien que lo hagan, pero puede suceder y, de hecho, a veces pasa.

Cuando la madre sale del cuarto, el narrador aprovecha que todos están mirando una película, agarra su tarro de las luciérnagas, se mete en el cuarto de la hermana y se esconde debajo de la cama.

19

Entra la abuela al cuarto. El narrador la escucha rezar. Ella le pide al de arriba que le quite los días que le da a él. El narrador no sabe quién es él. Entra la madre al cuarto. Le dice a la abuela que no es necesario que pida eso, ya que a él aún le queda mucho tiempo por vivir. Ella le responde que los dos ya son mayores, y los médicos les han hecho advertencias. Agrega que ella no quiere vivir más si él muere. La madre intenta tranquilizarla, diciéndole que el padre ya está preparando el relevo, para que él mismo tome la decisión. En este punto, no se sabe de quién está hablando ni a qué decisión se refiere. Luego, la madre le cuenta a la abuela que el narrador preguntó si una familia de mamíferos puede tener hijos entre sí. Ella le pregunta si el narrador se refería al bebé. La madre no sabe qué pensar. La abuela se pone a llorar. Dice que quiere mucho al bebé, pero que siente que él es el peor de todos los pecados de la familia. La madre le responde que eso no debe importar. Ellas aman al bebé y lo protegerán, aunque su madre no lo quiera. La abuela agrega que el padre tampoco quiere al bebé. La madre sale del cuarto.

Poco tiempo después entra la hermana. Agarra al bebé y comienza a mecerlo. Intenta amamantarlo, pero la abuela dice que no es la hora. La hermana se acuesta. Al poco tiempo, el narrador no resiste y se queda dormido bajo la cama.

Unos pasos lo despiertan. El narrador está convencido de que entró el hombre grillo para llevarse al bebé, o su padre para hacerle daño a la hermana. Descubre que está equivocado. Quien está caminando por el cuarto es la hermana que, ahora sí, toma al bebé, enciende la luz y se dispone a amamantarlo. El bebé intenta mamar del pecho izquierdo, pero ella se lo retira. Antes de que el bebé comience a succionar el pecho derecho, la hermana mete la mano en el bolsillo de su pantalón. Cuando saca sus dedos de allí, estos están azules; tienen el color del veneno para ratas. La hermana se pasa el veneno por el pecho y entonces, sí, se lo acerca al bebé.

20

El narrador sale de su escondite y le exige a su hermana que deje al bebé. De inmediato, le cuenta a su abuela que su hermana está envenenando al recién nacido. Toda la familia entra en el cuarto y se entera de lo que está pasando. La madre afirma que hay que hacer vomitar al bebé. La hermana dice que este no se va a morir, y agrega: “Nunca se muere” (p. 152). El padre la abofetea.

El narrador va a la cocina, agarra el veneno y lo tira al desagüe. Llora mientras piensa que el bebé podría haber muerto. Dice que la hermana estaba equivocada cuando afirmaba que la vida en el sótano no es vida: es vida y es de ellos.

La hermana se toma el veneno que tenía guardado en el pantalón. La familia se encarga de hacerla vomitar. El padre dice: “No pienso ocuparme de otro cadáver” (p. 156). El narrador no sabe a qué se refiere.

21

El narrador recuerda una vez en que encontró a su hermana en la bañera. Ella aún estaba embarazada. Él intentó entrar con ella en la bañera, pero entonces descubrió que el agua estaba congelada. Ahora, el narrador comprende que, aquella vez, su hermana también estaba intentando deshacerse del bebé.

Tras lograr que vomite, el padre y la madre llevan a la hermana al cuarto del narrador. Deciden que, desde entonces, ella dormirá allí para no arriesgarse a que le haga algo al bebé. El padre intenta meter por la fuerza a la hermana en la cama del hermano, pero ella se resiste. Repite una y otra vez: “En sus sábanas no” (p. 161). El padre, con sumo desprecio, la deja recostada en el piso.

Luego de todo lo que pasó, el narrador se siente determinado a irse del sótano. Exclama en voz alta: “Quiero salir de aquí” (p. 164). La hermana le dice que ella puede ayudarlo. El narrador le pregunta por qué no quiere que el bebé viva con ellos. Ella le responde que el bebé le da igual, pero que no quiere cuidarlo, y quiere hacer sufrir a su padre. Luego, la hermana le pregunta si realmente quiere salir. Él le asegura que sí. Ella asegura que lo ayudará, pero que, de ahí en más, él deberá obedecerle y mirarla a la cara, sin la máscara. El narrador acepta y, por primera vez, la mira: descubre que su hermana no está quemada. Tiene una cara perfecta, igual a la de él.

Análisis

En relación con la construcción de los personajes, lo primero que nos llama la atención es el hecho de que no tengan nombres propios. ¿A qué obedece esta decisión de Pen?

El autor pretende construir la historia de “una familia cualquiera”. La falta de nombres y de localización espacial (en ningún momento de la novela se dice dónde viven los personajes, en qué pueblo o en qué país) responde a la idea de despojar a sus personajes de cualquier trasfondo personal y social, y así generar el efecto de que esta familia podría ser la de cualquier lector del mundo. Ponerles un nombre a los personajes sería una forma de particularizarlos. Pen no quiere que los personajes hagan tal o cual cosa de acuerdo a quiénes son, sino de acuerdo a lo que les sucede dentro de la obra. En El brillo de las luciérnagas, lo particular no es la familia, sino lo que le pasa. Los personajes no deciden encerrarse en un sótano por ser de tal o cual manera, sino porque las circunstancias los empujan a hacer eso. Al “vaciar” a sus personajes de todo trasfondo o caracterización particular, Pen procura que los lectores sientan que lo que les ocurrió a los personajes le puede ocurrir a cualquiera, incluso a ellos. Así, Pen busca que los lectores tengan empatía por la familia y, además, sientan el horror de saber que podrían ser ellos mismos quienes se encuentran en una situación tan terrible como la de sus personajes.

Para construir a la familia, entonces, Pen se apoya en los estereotipos. El padre es gruñón y severo. La madre es cariñosa y se ocupa de las cosas del hogar. La abuela es acogedora y religiosa. La hermana post-adolescente es rebelde. El hermano mayor es idiota. El niño es curioso e imaginativo. Pen utiliza los estereotipos para construir personajes que son una especie de tabula rasa. Luego, arroja el caos sobre ellos. Entonces aparecen las exacerbaciones particulares de cada uno: el padre podría ser un padre cualquiera, severo y gruñón, pero, por culpa de su hija, su hijo mayor padece problemas de salud mental que, entre otras cosas, han generado que la familia viva en el sótano. Por eso, el padre es violento con la hija. Por otro lado, el padre debe instar a su hijo menor a que quiera salir del sótano y reemplace al abuelo como proveedor. Por eso es violento con él: para hacerle sentir ganas de salir de allí por siempre. La hermana podría ser una joven cualquiera, rebelde y algo alocada, pero el accidente que le causó a su hermano, la relación odiosa que tiene con sus padres como consecuencia de dicho accidente y la violación de ese mismo hermano la han llevado a hacer cosas extremas, como arrojarle una bomba molotov a su familia y envenenar a su bebé. Esta lógica se aplica a todos los personajes, meros sujetos promedio que hacen lo que pueden (lo que haría “cualquiera”) en su coyuntura.

A través de la falta de nombres y de locación, y del uso de estereotipos, Pen, como hemos dicho, hace de la familia de la novela una familia occidental promedio[1], “igual a la del lector”. Y, si la familia es igual a la del lector, entonces, los problemas que tienen los personajes de la novela también podría tenerlos su propia familia. Así, Pen insta a sus lectores a preguntarse qué harían si estuvieran en lugar de los personajes. ¿Serían capaces de hacer una locura como encerrarse con su familia en el sótano? Pen insta a sus lectores a preguntarse cuál es el límite entre el bien y el mal: ¿está mal hacer lo que hicieron los padres de la familia en pos de salvar al hijo mayor, un chico que no es consciente de lo que hace? ¿Es el padre un hombre bueno o malo? ¿Se justifica que haya maltratado así a su hijo solo para instarlo a salir del sótano? ¿El fin justifica los medios?

Vale la pena mencionar que esta estrategia ha sido utilizada en grandes textos de la literatura universal. Por ejemplo, el personaje llamado K, protagonista de El castillo y El proceso, novelas de Kafka, también carece, a priori, de toda profundidad psicológica. La complejidad de K va apareciendo a medida que enfrenta diferentes vicisitudes. Los problemas de este personaje, en ambas novelas, tienen que ver con la burocracia. Kafka utiliza esta estrategia de usar un personaje plano, sin profundidad, para mostrar que la burocracia es capaz de enloquecer a cualquier ser humano común y corriente. Por supuesto, el nivel de complejidad de la obra de Kafka es ampliamente superior al de la obra de Pen, pero sirve el ejemplo para demostrar que este recurso no es una invención del autor español.

En muchas series televisivas también se usa frecuentemente este recurso. Por ejemplo, en Los Simpson y Casados con hijos se utilizan los estereotipos para crear la sensación de que la familia que el espectador ve en la pantalla es igual a la suya y generar así empatía y, por ende, un mayor efecto de comicidad.

Volviendo a esta obra, Pen logra que la novela atrape al lector, no solo desde el suspenso y el afán por conocer la verdad, sino desde un plano moral. Lo sumerge en una discusión ética que, a través de las páginas y en cada giro inesperado, se complejiza más y más.