Aura

Aura Temas

El doble

El tema del doble es el más relevante de la novela. Fuentes retoma esta temática, muy propia de la tradición literaria gótica, romántica y fantástica, y sobre ella estructura, básicamente, toda la trama de Aura.

La tradición gótica se vincula al Romanticismo, movimiento que aparece a fines del siglo XVIII y se desarrolla durante el XIX como la contracara del racionalismo y el industrialismo en auge en la Europa de la época. El renacimiento del gótico se traduce como la expresión emocional, estética y filosófica que reacciona contra el pensamiento dominante de la Ilustración, según el cual la humanidad sería capaz de obtener el conocimiento verdadero, la felicidad y la virtud perfectas solo mediante el uso de la razón. Frente a ello, el Romanticismo, movimiento de vanguardista estético, social y filosófico, que surge en oposición a los valores ilustrados, pone en escena todo aquello que la Ilustración pretende negar, como lo sublime, lo pasional, lo misterioso, la naturaleza y el terror a lo desconocido.

Entre las características principales de esta escuela que podemos encontrar en Aura se presenta lo sobrenatural, la preponderancia de lo sensorial, la visión subjetiva de la realidad, la exaltación de la emoción y la concepción del espacio y el clima como reflejo del estado anímico de los personajes. En el tema del doble encontramos varios de estos aspectos del gótico romántico.

A priori, el tema del doble se hace visible principalmente en el desenlace, cuando se devela que todos los personajes obedecen a una lógica de disociación identitaria. La duplicación es, por supuesto, un concepto central en la temática del doble, y suele aludir a un personaje, situación, elemento que se refleja en otra versión idéntica o similar al interior de la obra. Esas dos versiones suelen representar distintos aspectos de una misma identidad. El ejemplo más canónico en la literatura es la novela El extraño caso de Dr. Jekyll y Mr. Hyde, donde Stevenson retrata a dos personajes que son en verdad el mismo, y que representan la dualidad humana entre el bien y el mal. Sin embargo, Aura presenta otra clase de dualidad: los aspectos diversos de una identidad disociada no tienen que ver con diferencias morales, sino más bien con dos momentos en la vida de esa misma personalidad, dos edades distintas. La trama revela, en el último capítulo, que Aura y Consuelo son en verdad la misma mujer, y que, análogamente, Felipe y Llorente son el mismo hombre, aunque en dos momentos diferentes de su vida: en la juventud y en la vejez.

Sin embargo, muchas cuestiones asociadas a la temática del doble se presentan en la novela desde el inicio, funcionando quizá como indicio de la resolución. En principio, la novela está narrada en segunda persona, lo cual plantea una situación de interlocución, proponiendo una primera dualidad. Luego, vemos a un protagonista que se encuentra rodeado de duplicaciones, de repeticiones, sobre todo en los movimientos casi idénticos de Consuelo y de Aura, o en el hecho de que la mesa esté puesta para cuatro comensales, cuando solo son dos quienes se sientan a comer. Muchas de las revelaciones que tiene el personaje se dan, al mismo tiempo, frente a un espejo o frente a otros elementos que también espejan su identidad, como retratos fotográficos de Llorente o las memorias de aquel hombre, que es en realidad el protagonista mismo. Ligado a lo anterior, registramos en el relato una preponderancia formal de un recurso asociable a la idea de espejo: el símil. Por último, entre los principales elementos vinculados al tema del doble que encontramos en la novela, se halla el hecho de que Felipe aluda a su propio rostro como una máscara, o que Consuelo haya tenido, en el pasado, un trauma ligado a la fertilidad, una imposibilidad de procrear, de replicar parte de su ser en un otro. Un trauma que justamente será, como se revelará en el desenlace, el detonante de la creación de su doble, la fantasmática Aura.

La memoria

Otro tema sobre el cual se estructura la novela es el de la memoria. Esta temática atraviesa por completo el relato, en tanto une el punto inicial con el punto final de la historia protagonizada por Felipe. A priori, el personaje es un joven historiador que llega a la casa donde sucede la acción para realizar un trabajo que es, precisamente, corregir y completar las memorias escritas por un hombre fallecido, el general Llorente. Sin embargo, hacia el desenlace de la novela nos enteraremos que esa tarea, ese primer objetivo que motiva al protagonista, no es sino una excusa programada por su esposa para que cumpla con su verdadero objetivo: recuperar su propia memoria, recordar su propia identidad, puesto que él es realmente el general Llorente. De esta manera, el concepto de memoria conecta la trama y la subtrama del relato; conecta la historia en primer grado, visible desde el comienzo para el personaje (y el lector), con la historia oculta que el protagonista verá revelada al final de la trama.

La temática de la memoria se muestra en la novela como un concepto, por ende, conflictivo. El protagonista tiene dificultades para recordar su propia identidad porque es víctima de una disociación. Así, el tema se vincula en gran medida con la temática del doble. El trabajo, el camino hacia la memoria radica en reunir los puntos a priori inconexos, asociar las dos versiones de una misma identidad. Recordar es, en suma, recuperar el hilo de sentido. En efecto, se explicita hacia el final de la novela el concepto de "memoria encarnada" (p.50) para denominar a esa entidad duplicada. Aura sería la corporeización de una memoria, puesto que representa un estadio del pasado de Consuelo, un momento de su juventud. Lo mismo sucede con Llorente y Felipe. En esta novela, la memoria adquiere materialidad. Dicha materialización constituye lo que se entiende como doble.

El tiempo

El tiempo atraviesa, en términos temáticos, toda la novela: por un lado, la fatalidad del paso del tiempo parece motivar el principal sufrimiento de los personajes; por el otro, dicho padecer inaugura, como reacción, una lógica de tiempo circular, vinculada al deseo de repetición y permanencia.

En Aura se ponen en juego, entonces, dos formas de concebir el tiempo: una idea cronológica y otra circular. La cronológica es, claramente, la que establece una consecución lineal de acontecimientos. Dicha consecución es irrefrenable, ingobernable: el paso del tiempo avanza cronológicamente, linealmente, sin importar las voluntades que quieran oponerle resistencia. En el tiempo circular, en cambio, la línea se curva, las puntas se tocan entre sí, estableciendo una lógica de repetición. Como en un reloj, es posible pasar más de una vez por el mismo punto.

En la lógica de la ficción de esta novela, dos puntos de una línea temporal coinciden, se yuxtaponen. La versión joven de Consuelo comparte espacio con la última versión de la anciana con vida. Lo mismo sucede con Felipe, aunque el personaje no lo sepa o no lo recuerde durante gran parte de la trama.

El tema del tiempo cobra gran preponderancia en el desenlace de la trama, en tanto atraviesa la importante revelación que sufre el protagonista. Felipe vivía en un tiempo circular, de fantasía, en tanto se creía en un instante de la línea temporal que no le correspondía, hasta que el tiempo cronológico lo golpea con toda su realidad. Se sabe, de golpe, víctima de un tiempo lineal que avanza veloz, atropellando la juventud y dando paso irrefrenable a la vejez y, luego, a la muerte. Al final de la novela, el protagonista de Aura descubre que no tiene la edad que creía tener, la edad que presuponía su máscara de joven historiador. Su existencia, como la de Consuelo, es la de un fantasma que solo existe en una idea circular del tiempo, en el cual el pasado puede subsistir yuxtaponiéndose sobre el presente.

Sobre la lógica del tiempo circular, vinculada a la idea de repetición, se estructura en gran medida el relato. Hacia el final de la novela, nos enteramos de que lo acontecido en el relato es algo que ya ha pasado numerosas veces, y que volverá a pasar.

La historia

Vinculado al tópico del tiempo, el tema de la historia se hace presente desde el inicio de la novela, en tanto el protagonista del relato, Felipe Montero, es un joven historiador. Lo que lo conduce a la casa donde se desarrollará la ficción, ubicada en el centro histórico de la ciudad, es precisamente un trabajo sobre los escritos de otro historiador ya fallecido, Llorente. Pero además, el epígrafe que precede a la novela, incluido por Fuentes, pertenece a Jules Michelet, un importante historiador francés del siglo XIX. Muchas de las características más conocidas de Michelet resuenan en relación con la trama de Fuentes, como el hecho de que el francés haya demorado treinta años en terminar su obra más relevante, Historia de Francia (parecería ser el tiempo que demora el protagonista de Aura en terminar su propia obra histórica).

La forma en que aparece el tema de la historia en Aura se relaciona en gran medida con lo que caracteriza, según la crítica especializada, a las obras históricas de Michelet. El francés ofrecería un punto de vista particular, según el cual la historia se expone como un largo combate de la libertad contra la fatalidad. En la novela de Fuentes, efectivamente, el personaje historiador (Felipe/Llorente) se batalla entre la fatalidad del tiempo y la libertad de interpretación. Al mismo tiempo, el protagonista ejerce una lucha durante años para completar su obra histórica, que es en verdad la obra de su propia memoria, su propia historia.

La obra sobre la cual trabaja el protagonista consiste en la vinculación de sucesos históricos aparentemente aislados. Montero/Llorente intenta relacionar hechos o empresas históricas que a priori no tienen relación entre sí, o cuya relación solo se puede volver inteligible a causa de la destreza o talento intelectual del autor. La temática de la historia se vincula, de esta forma, al tema de la memoria, en tanto los eventos históricos aparentemente inconexos simbolizan los hechos de la vida de Llorente que el protagonista no recuerda como propios.

El trabajo sobre la historia al que se aboca el protagonista representa el camino intelectual, el esfuerzo que el personaje debe realizar para encontrarse, recuperar su memoria y recomponer así su identidad. Este tipo de trabajo interpretativo, de reunión y resignificación de hechos presuntamente aislados, coincide en gran medida con el modo en que escribe Jules Michelet, quien se caracteriza por trabajar una lectura reparadora de la historia, reivindicando los hechos y culturas relegados, invalidados social e históricamente.

La fertilidad y la juventud

En el desenlace de la novela cobra preponderancia el tema de la fertilidad, cuando se revela que, según las memorias de Llorente, Consuelo padeció la esterilidad de la pareja. Para quien evidentemente deseaba engendrar un hijo, la infertilidad se traduce en un trauma, lo cual parece ser el detonante del viraje de Consuelo hacia lo sobrenatural, lo irracional. La mujer considera demasiado dolorosa su situación, quizás inaceptable, y entonces opta por ver la realidad de otra forma.

En ese momento comienza el vínculo entre ella y los saberes relacionados con las hierbas: recurre a esta medicina alternativa, asociada a prácticas tradicionales y pre modernas como el curanderismo, para aliviar su dolor, y también para ver si en la alquimia herbaria se encuentra su cura. Es así que, eventualmente, asegura haber engendrado a una criatura; no un hijo, sino a sí misma, a su propia doble. Entonces, asegura: "Voy hacia mi juventud, mi juventud viene hacia mí" (p.45). La fertilidad se asocia, naturalmente, a la vida y a la juventud. Consuelo comienza a desesperarse por la carencia de esos atributos, y allí comienza un proceso de disociación en el cual crea otra versión de sí misma, más joven.

El develamiento del trauma de Consuelo en lo que se refiere a la fertilidad acaba por reunir, en un sentido simbólico y concreto, varios elementos que se repetían a lo largo de la novela. Los riñones que se ofrecen como cena, las hierbas que atosigan el pasillo húmedo, configuran recetas alquímicas para fines como la fertilidad. También se entiende la presencia de gatos en celo, machos cabríos y de conejos, nombrados en varias oportunidades en la historia. De hecho, la primera vez que Felipe ve a Consuelo, la anciana lleva en su mano un conejo. Este animal conlleva de por sí una carga simbólica particular: en la cultura occidental y precristiana, el conejo es símbolo de fecundidad y de lujuria, así como de renacimiento y renovación de la vida. En la novela, el conejo aparece siempre en la mano de Consuelo, personaje que simboliza la decadencia, la vejez y la muerte, así como la vitalidad y el erotismo perdidos.

El Iluminismo versus el ocultismo

En la novela se evidencia una oposición o pugna entre un pensamiento iluminista y los saberes ligados a lo oculto, lo mágico y lo sobrenatural. Es preciso tener en cuenta, tal como mencionamos en "El doble", que Aura retoma la tradición literaria del gótico, corriente que nace a fines del siglo XVIII como contracara al racionalismo y el industrialismo en auge en la Europa de la época.

El Iluminismo, también llamado Ilustración, es un movimiento cultural e intelectual europeo que nace a mediados del siglo XVIII y dura hasta los primeros años del XIX, y que inspira profundos cambios culturales y sociales. Se denomina de ese modo por su declarado objetivo de iluminar, despejar, mediante las luces del conocimiento y la razón, la oscuridad atribuida a la ignorancia. Se contraponía así a las ciencias ocultas propias de la Edad Media, los diversos conocimientos y prácticas misteriosas que pretendían develar los secretos del universo por medio de la magia, la brujería o la alquimia. La palabra ocultismo refiere justamente a lo oculto, clandestino, escondido, secreto. En este marco, lo oculto remite a todo aquello que no tiene explicación racional o cuyo conocimiento no está a disposición de los no iniciados en las ciencias ocultas.

Por su parte, el gótico es la expresión emocional, estética y filosófica que reacciona contra el racionalismo hegemónico del siglo XVIII y expone, justamente, todo aquello que la Ilustración pretende negar, como lo sublime, lo misterioso, lo sobrenatural y el terror a lo desconocido.

Así, la disyuntiva entre estas dos maneras de ver y pensar el mundo son representadas en la novela, encarnándose en los personajes de Felipe (identificado con la pretensión racional, iluminista) y Consuelo (representante de los saberes ocultos, sobrenaturales). Ocultismo e iluminismo se traducen en el arte gótico como una contraposición de fuerzas, en una estética de claroscuros y contrastes, entre la luz y la oscuridad. En Aura, encontramos rápidamente una clara oposición entre el ambiente en penumbras que identifica a casi todo el interior de la casa y la fuerte luz que invade la habitación asignada al protagonista. La habitación iluminada es donde tiene lugar la lectura de Felipe, su trabajo como historiador, su conexión con la lengua francesa y la historiografía, sus procesos puramente racionales. En contraposición, el territorio oscuro es la zona de lo oculto, de lo que no se ve, y también es ese espacio en el que se presentan las prácticas, los objetos y los símbolos que aluden a la atmósfera del ocultismo, a la religiosidad mágica y supersticiosa.

En la novela, se muestra a un protagonista que procura comprender por vía de la razón los misterios y enigmas de la casa en que se inserta, así como las extrañas dinámicas que tienen lugar entre sus habitantes. Como contracara, Consuelo representa la conexión con lo corporal, con la naturaleza, con la alquimia y la magia. Poco a poco, el protagonista verá frustradas sus pretensiones de acceder a una verdad por medio del raciocinio y acabará enfrentado al hecho de que la única forma de comprender, de recordar, su vínculo con la situación, será abandonar su lógica racional y entregarse, por fin, a esa otra forma de conocimiento más ligada a la magia, a la fantasía y a la pasión.

La ilusión y la realidad

Aura es un relato fantástico, género literario que suele presentar un universo ficcional regido por leyes similares a las de la realidad, hasta que algo inexplicable dentro de esa lógica quiebra el pacto establecido, abriendo paso a lo sobrenatural o mágico. Muchas veces, la tensión entre ambos órdenes, el natural y el sobrenatural, persiste a lo largo de toda la historia, dando lugar a una ambigüedad característica en el género.

De por sí, entonces, es posible determinar que la temática de la ilusión y la realidad atraviesa la trama por completo. El protagonista se conduce durante gran parte del relato confiando en su propia racionalidad para desentrañar los enigmas que se le presentan. Sin embargo, el desenlace le demuestra que el universo en que se halla inmerso no se corresponde con las leyes de su mundo conocido. En cambio, el mundo gobernado por Consuelo se configura a partir de fuerzas ligadas a lo sobrenatural.

Al mismo tiempo, el protagonista es sorprendido por una revelación perturbadora: lo que él creía que era la realidad, es en verdad una ilusión. Esto último afecta, principalmente, a la percepción de su propia identidad, puesto que el personaje suponía ser alguien que no era, había olvidado su propia realidad y concebía real una existencia ilusoria.

Todas las certezas sobre los límites entre ilusión y realidad se ponen en duda, presentando así el efecto propio y tradicional de un relato fantástico. Este género se caracteriza, según su acepción más canónica, por presentar una ambigüedad en cuanto a la explicación de sus acontecimientos, lo cual vuelve muy difícil distinguir entre la verdad y la falsedad, la apariencia y lo que se oculta, la ilusión y la realidad.

Contribuye a la construcción del tema la presencia que tiene en la trama el problema de la percepción. A lo largo del relato, el protagonista va viendo afectada su percepción, progresivamente adormecida, confundida por fuerzas misteriosas que habitan en el espacio, y que parecen dirigidas por Consuelo. La mujer, con saberes vinculados a la alquimia y la magia, parece emplear diversas estrategias para que la razón del protagonista pierda poder en virtud de los sentidos de este. De ese modo, sin poder distinguir ni racionalizar del todo entre ilusión y realidad, el protagonista camina hacia un destino revelador donde descubre que nada es lo que parece, y que lo que creía real no era sino una máscara.