Aura

Aura Resumen y Análisis Capítulo 1

Resumen

Felipe Montero lee una solicitud de empleo en el diario. Se requiere a un joven historiador que hable francés. Parece un trabajo perfecto para él y la paga es buena. Felipe ese día debe ir a dar clases, pero al día siguiente el anuncio se repite en el diario, ahora ofreciendo una paga mayor, y el protagonista decide presentarse a la dirección, en el viejo centro de la ciudad.

Felipe llega a una casa con un largo pasillo oscuro y húmedo. Mientras lo atraviesa, una voz lo conduce desde adentro. Es Consuelo, señora dueña de la casa, que lo recibe en penumbras y sosteniendo un conejo. La mujer le dice que puso el anuncio porque le queda poco tiempo de vida y quiere que alguien ordene y publique las memorias de su marido fallecido, el general Llorente: “Murió hace sesenta años. Son sus memorias inconclusas. Deben ser completadas” (p.10) dice Consuelo, que confía en que Felipe aprenderá a escribir con el estilo de su esposo. Luego le asigna una habitación, la única en la casa donde entra la luz del sol. Felipe se resiste, prefiere vivir en su casa y está por irse hasta que aparece Aura, a quien Consuelo presenta como su sobrina. Es una joven que encandila a Felipe con sus brillantes ojos verdes. Tras ello, el protagonista acepta quedarse a vivir allí.

Análisis

Quizás una lectura atenta a su epígrafe sea el mejor modo de iniciar el análisis crítico de una novela tan intertextual y con tanto diálogo con la tradición literaria como lo es Aura. Carlos Fuentes decide abrir las puertas a su novela con la siguiente cita:

El hombre caza y lucha. La mujer intriga y sueña; es la madre de la fantasía, de los dioses. Posee la segunda visión, las alas que le permiten volar hacia el infinito del deseo y de la imaginación... Los dioses son como los hombres: nacen y mueren sobre el pecho de una mujer… (p.3).

La cita pertenece al libro La bruja (La Sorcière), publicado en 1862 por Jules Michelet, y la selección del autor del epígrafe es tan significativa en la novela como el contenido del pasaje. Jules Michelet fue un importante historiador francés del siglo XIX. Su obra más relevante, Historia de Francia, es el arduo fruto de un proyecto que le llevó treinta años de trabajo. La crítica especializada destaca el punto de vista particular de este autor, según el cual la historia se expone como un largo combate entre la libertad contra la fatalidad. En efecto, las características de la obra de Michelet guardarán muchas similitudes con los escritos del general Llorente. Como se verá más adelante en la novela, los personajes se batallan entre la libertad y la fatalidad, y el protagonista -Felipe/Llorente- ejercerá una lucha durante años para completar su obra, la obra de su memoria.

Sin embargo, no hay necesidad de adelantarnos, ya que en el primer capítulo de Aura encontramos numerosas alusiones al erudito francés y a su obra citada en el epígrafe. A priori, el protagonista del relato, Felipe Montero, se nos presenta como un joven historiador, y lo que lo conduce a la casa donde se desarrollará la ficción es precisamente un trabajo sobre los escritos de un historiador fallecido, Llorente. Desde el primer párrafo se indica, además, la relevancia de la lengua francesa: es una solicitud para el trabajo, puesto que el general fallecido escribió sus memorias en ese idioma.

Lo francés y la historia son evocados, más allá del autor del epígrafe, desde el inicio del relato. El narrador pinta por medio de imágenes visuales el centro histórico de la Ciudad de México, a donde le lleva la dirección del aviso que encuentra en el diario: “Las sinfonolas no perturban, las luces de mercurio no iluminan, las baratijas expuestas no adornan ese segundo rostro de los edificios” (p.5). El narrador describe una arquitectura que se resiste a las innovaciones propias de sectores más aggiornados de la ciudad. “Unidad del tezontle, los nichos con sus santos truncos coronados de palomas, la piedra labrada de barroco mexicano, los balcones de celosía, las troneras y los canales de lámina, las gárgolas de arenisca” (p.5) caracterizan y pintan este espacio ficcional en el cual el tiempo tendrá una significación particular.

Todas estas atribuciones aluden a una tradición literaria vinculada al gótico. La revalorización del gótico se explica por la aparición del Romanticismo a fines del siglo XVIII, desarrollándose durante el XIX como la contracara del racionalismo y el industrialismo en auge en la Europa de la época. El renacimiento del gótico, entonces, se traduce como la expresión emocional, estética y filosófica que reacciona contra el pensamiento dominante de la Ilustración, según el cual la humanidad es capaz de obtener el conocimiento verdadero, la felicidad y la virtud perfectas solo mediante el uso de la razón. Frente a ello, el Romanticismo, movimiento de vanguardista estético, social y filosófico, que surge en oposición a los valores ilustrados, pone en escena todo aquello que la Ilustración pretende negar, como lo sublime, lo pasional, lo misterioso, la naturaleza y el terror a lo desconocido. Entre las características principales de esta escuela que podemos encontrar en Aura, se presenta lo sobrenatural, la preponderancia de lo sensorial, la visión subjetiva de la realidad, la exaltación de la emoción y la concepción del espacio y el clima como reflejo del estado anímico de los personajes, así como también la exaltación de lo sublime y lo misterioso.

Desde que el protagonista ingresa a la casa donde sucederá la acción de la novela, el espacio ficcional presenta una estética propiamente gótica donde abunda lo lúgubre, la oscuridad, la ruina (representando la victoria del tiempo y de la naturaleza por sobre la civilización) y los temas considerados “tabú”, como la sexualidad, acompañada de lo fantasmagórico, lo demoníaco y lo sobrenatural. Esto aparece ya aludido en el epígrafe de Michelet, que instala una concepción medieval de los sexos, un imaginario que asocia lo femenino a lo misterioso, a las enigmáticas y oscuras fuerzas de la naturaleza. Y es precisamente ese universo de lo femenino y lo misterioso lo que se inaugurará como atmósfera del relato a partir de la llegada del protagonista a la casa de la señora Consuelo.

Felipe Montero deja el mundo exterior, conocido, de la civilización, gobernada por lo masculino y la razón, para adentrarse en la misteriosa casa del centro histórico de la ciudad, una casa olvidada, cercada por la industrialización circundante. “Cierras el zaguán detrás de ti e intentas penetrar la oscuridad de ese callejón techado —patio, porque puedes oler el musgo, la humedad de las plantas, las raíces podridas, el perfume adormecedor y espeso—” (p.6), dice el narrador en el mismo sentido, y la elección del vocabulario contribuye a la construcción de este imaginario diferencial de los sexos. En este pasaje, el macho penetra la oscuridad perfumada de ese pasillo húmedo, se adentra en una cavidad que lo transporta al misterioso universo femenino. En suma, la metafórica elección de palabras no debe pasar desapercibida en tanto nos enteraremos, hacia el final de la novela, de la relevancia de la fertilidad para los personajes y la trama en su conjunto.

En cuanto a lo formal, cabe mencionar que la novela está narrada en segunda persona, elección textual poco usual que singulariza el relato desde su inicio: “Lees ese anuncio: una oferta de esa naturaleza no se hace todos los días. Lees y relees el aviso. Parece dirigido a ti, a nadie más” (p.4). Esta segunda persona ofrece desde un comienzo la presencia de una interlocución, lo cual también implica una cuestión dual. El tema del doble será de suma importancia en Aura y, de algún modo, la novela está construida desde la forma con ese concepto implícito.

Hacia el final de la trama podremos atribuirle a esta elección de voz una significación: esa segunda persona en presente parecería pertenecer a la voz de Consuelo. La mujer estaría dirigiendo todos los movimientos de Felipe, conduciendo a este protagonista -que luego sabremos su marido- por el recorrido hacia la memoria, la memoria de su propia identidad. Y, si bien en este comienzo estamos lejos de saber esto, es cierto que se ofrecen numerosos indicios como para anticiparlo. Uno de ellos está ya incorporado en esta primera frase, marcada por la misteriosa idea de casualidad: la oferta de trabajo, siente el personaje, parece dirigida solamente a él, precisamente a él. Esta es una expresión muy utilizada coloquialmente en el lenguaje para hiperbolizar una situación que se siente casual, pero aquí está funcionando ya como un indicio del final de la trama: el anuncio es, efectivamente, solo para Felipe, puesto que toda la situación del trabajo no es más que una simulación, un juego, un camino que el personaje debe atravesar para llegar a su propia memoria, para recuperarla, para volver a sí. Y ese camino está gestionado y dirigido por su esposa, Consuelo.

En efecto, son muchos los elementos que en una segunda lectura de la novela se reconocen como indicios de la resolución. “Te sorprenderá imaginar que alguien vive en la calle de Donceles. Siempre has creído que en el viejo centro de la ciudad no vive nadie” (p.5), dice el narrador apenas Felipe registra la dirección del anuncio. Nuevamente, encontramos una frase que juega con una significación coloquial, pero, a su vez, remite a un significado literal, vinculado a la trama. Por un lado, se sugiere la idea de la muerte: no sabemos si alguien vive en el centro de la ciudad, pero sí sabremos, hacia el final de la novela, que nadie vive realmente en esa casa, puesto que los personajes han pasado ya el límite de la vida y ahora fluyen a través de una presencia más bien fantasmal.

Por otro lado, este pasaje nos adentra en algo que, vinculado a lo anterior, será de mucha relevancia en la novela: la convivencia de varias líneas temporales. La ficción comienza enmarcándose en un presente que no coincide con el presente de los personajes dentro de la casa, donde el tiempo aparecerá detenido en otra época. Esta convivencia de dos tiempos será apreciada por el protagonista desde el momento que se adentre en el centro de la ciudad y camine por ese “conglomerado de viejos palacios coloniales convertidos en talleres de reparación, relojerías, tiendas de zapatos y expendios de aguas frescas” (p.5). La modernización y la industrialización son el tiempo del presente, un presente superpuesto a un presente anterior, un pasado que perdura fantasmáticamente en la casa de Consuelo: “Las nomenclaturas han sido revisadas, superpuestas, confundidas. El 13 junto al 200, el antiguo azulejo numerado ‘47’ encima de la nueva advertencia pintada con tiza: ‘ahora 924’” (Ibid.).

Al mismo tiempo encontramos, también, indicios de una temporalidad circular prácticamente indiscernible en una primera lectura. Cuando Consuelo presenta a Aura ante el recién llegado, la señora le dice al protagonista: “Le dije que regresaría” (p.12). En el momento, el comentario pasa desapercibido en el marco de senilidad que el protagonista rápidamente le atribuye a la anciana. Pero en una segunda lectura, la frase resuena de la mano con la última de la novela, en la que Consuelo le promete a Felipe que “hará regresar” a Aura cuando recobre sus fuerzas. Esta circularidad del relato coincide entonces con una circularidad de la trama: el relato termina con una frase que retoma el inicio, de la misma manera que los personajes repiten la situación ficcional que se plasma en el relato. Dicha situación ficcional es la del joven historiador que llega a trabajar para completar unas memorias y se enamora de la sobrina de la dueña de casa. Al final de la novela, sabremos que esta situación no es sino una pequeña ficción dirigida por Consuelo con el fin de revivir un amor de juventud; una ficción se repetirá una y otra vez.

Para finalizar, podemos señalar otra particularidad formal que se le suma al ya mencionado uso de la segunda persona. Se trata de un exceso o barroquismo de lo sensible, según el cual la narración avanza a partir de la detallada y sobrecargada descripción de lo que el protagonista percibe. La atmósfera ficcional se construye, por ende, a partir del punto de vista del personaje: solo accedemos a la historia a partir de lo que él ve, oye, toca y huele. Se trata, cabe decir, de una particularidad de la escuela romántica: el extremar la percepción. Tal como analizamos en el tema "El Iluminismo versus el ocultismo", la subjetividad se presenta como condición de posibilidad de la experiencia, una experiencia que reúne muchos elementos de lo romántico y lo gótico.

Lo gótico, entonces, se revela en la experiencia atravesada por el protagonista, quien se enfrenta a lo extraño adentrándose en una casa misteriosa, un espacio lúgubre. El espacio evoca lo mortuorio como lo hace la fantasmagórica figura de la anciana, lo que produce como consecuencia una atmósfera teñida de irrealidad. El espacio de la ficción se separa del mundo exterior, del mundo de los vivos, y el protagonista se adentra en un universo que parece gobernarse por leyes otras, distintas de la que dicta el mundo industrializado. La casa de Consuelo está encerrada en sí misma, el aire parece petrificado con el abandono de la luz. Se construye a partir de la percepción del personaje un espacio donde habita, suspendido, aquello que perdura de los muertos: sus fantasmas, sus deseos y reflejos.