Aura

Aura Resumen y Análisis Capítulo 3

Resumen

Felipe empieza a leer las memorias de Llorente, donde este cuenta su infancia y vincula algunos hechos históricos. Luego, duerme hasta las seis de la mañana, cuando lo despierta la luz que entra por la ventana sin cortinas. Suenan fuertes maullidos que parecen provenir del tragaluz. Felipe se asoma y ve un jardín donde cinco o siete gatos que se revuelcan en el fuego. Tras ello, duda de si realmente vio esos gatos o los imaginó por los maullidos.

Eventualmente, Aura aparece anunciando el desayuno. Felipe desayuna solo y luego va a la habitación de Consuelo, que está oscura como siempre. La anciana le dice que cuando termine le dará más papeles de Llorente. Él le pregunta si puede ir a visitar el jardín. La señora responde que en esa casa hubo un jardín muchos años atrás, pero ya no lo tienen porque edificaron alrededor. Según ella, es lo que las dejó en la oscuridad.

Felipe trabaja en las memorias de Llorente todo el día. Se entusiasma calculando cuánto le pagarán por el trabajo, dinero con el que podrá tomarse un año entero para trabajar en su propia obra. De hecho, termina dejando de lado los papeles de Llorente para anotar cosas sobre su propia obra, en la cual resume y busca poner en relación varias conquistas y empresas históricas.

Cuando baja a comer, encuentra a Consuelo y Aura sentadas. Nuevamente, hay un cuarto plato puesto, pero no le da importancia porque lo considera una manía más de la anciana. En ese momento intenta calcular la edad de Consuelo, pero las fechas se le confunden. Luego, registra una particularidad en los movimientos de la anciana y su sobrina: a veces realizan los mismos movimientos, con apenas segundos, de diferencia.

Cuando terminan de comer, Consuelo está agotada y se retira a su habitación ayudada por Aura. Felipe se pregunta si la anciana tendrá una fuerza impuesta sobre su sobrina, si la chica no estará en esa casa contra su voluntad. Quizás, Aura espere que él la salve. Piensa en la chica como una prisionera “al grado de imitar todos los movimientos de la señora Consuelo, como si solo lo que hiciera la vieja le fuese permitido a la joven” (p.26).

Felipe entra por primera vez a la habitación contigua a la de Consuelo, imaginando que será la de Aura. Está todo oscuro y solo se encuentra adornada por un cristo negro. Felipe piensa que si Aura quiere verlo lo buscará en su cuarto, así que sube a su habitación, donde se queda dormido.

Sueña que Aura aparece con la campana y que él se despierta en la oscuridad, sintiendo los besos de la joven, su cuerpo desnudo junto al suyo. Luego escucha que le dice “Eres mi esposo” y le avisa que lo espera esa noche en su habitación. Él asiente y vuelve a dormir.

Cuando despierta, Aura lo busca diciendo que Consuelo lo espera en la habitación. Él se presenta y la anciana le dice dónde buscar el siguiente paquete de papeles de las memorias de Llorente. Felipe se hace de los papeles y Consuelo, acariciando un conejo, señala que los animales son buenos porque están libres de tentación.

Felipe piensa en decirle que se irá llevándose a Aura consigo, pero no lo hace. En su habitación, lee los papeles de Llorente, donde el hombre cuenta que conoció a Consuelo cuando esta tenía quince, que fue cautivado por sus ojos verdes y se exiliaron en París. Llorente relata que un día encontró a su esposa frotándose un gato en la entrepierna, lo cual encontró infantil y encantador, y ella justificó el hecho como un sacrificio simbólico. Felipe hace los cálculos con las fechas: si Consuelo tenía quince en 1867, en el presente tiene 109 años, y tenía 49 cuando su esposo murió. Felipe sigue leyendo los papeles, donde Llorente afirma que Consuelo será hermosa por siempre.

Análisis

A lo largo del capítulo, la trama avanza a partir de las pistas que el protagonista va encontrándose, pistas que lo conducen a su inevitable destino. Un destino que está, a su vez, prefigurado por Consuelo. El joven parece moverse por su propia decisión y voluntad, pero teniendo en cuenta el desenlace de la novela, se observa cómo todas sus “decisiones” forman, en realidad, parte de un guion preestablecido, prediseñado. Ese guion requiere de un trabajo intelectual que Felipe debe realizar.

Así, el personaje se sumerge de una vez por todas en los papeles de Llorente, motivo por el cual se justifica su presencia en la casa. Es interesante detenerse en las apreciaciones que surgen en la mente del protagonista una vez entra en contacto con los escritos:

El francés del general Llorente no goza de las excelencias que su mujer le habrá atribuido. Te dices que tú puedes mejorar considerablemente el estilo, apretar esa narración difusa de los hechos pasados: la infancia en una hacienda oaxaqueña del siglo XIX, los estudios militares en Francia, la amistad con el Duque de Morny, con el círculo íntimo de Napoleón III, el regreso a México en el estado mayor de Maximiliano, las ceremonias y veladas del Imperio, las batallas, el derrumbe, el Cerro de las Campanas, el exilio en París. Nada que no hayan contado otros (p.21).

En tanto conocemos el desenlace de la trama, sabemos que esas memorias no pertenecen sino al personaje que las está leyendo. Felipe es Llorente, pero no lo sabe. En realidad, no lo recuerda. Lo interesante es, entonces, cómo se ofrecen al lector pistas de ese vínculo identitario entre Felipe y el General, vínculos que, por más estrechos que sean, el protagonista tarda en identificar. Al leer y juzgar los escritos de Llorente, Felipe se distrae pensando en su propia obra, aquella que dejó olvidada. Esa obra, la de Montero, coincide casi totalmente en términos de objetivos y de desarrollo con la de Llorente, pero el joven no parece advertirlo:

Podrías pasar cerca de un año dedicado a tu propia obra, aplazada, casi olvidada. Tu gran obra de conjunto sobre los descubrimientos y conquistas españolas en América. Una obra que resuma todas las crónicas dispersas, las haga inteligibles, encuentre las correspondencias entre todas las empresas y aventuras del siglo de oro, entre los prototipos humanos y el hecho mayor del Renacimiento. En realidad, terminas por abandonar los tediosos papeles del militar del Imperio para empezar la redacción de fichas y resúmenes de tu propia obra (p.24).

Dicha con otras palabras, la descripción de la obra de Montero se asemeja en gran medida a la de Llorente. En ambos casos se trata de textos que vinculan hechos históricos, aparentemente aislados, pero que el autor se ocuparía de relacionar relacionándolos, además, con su historia personal. Son, sabremos luego, la misma obra, puesto que sus autores también son un mismo hombre. Pero la relevancia de los escritos no se agota en esto, sino que, además, las memorias de Llorente/Montero tienen una relevancia simbólica. Se trata de una obra que intenta relacionar hechos o empresas históricas que, a priori, no tienen relación entre sí, o cuya relación solo se volvería inteligible a causa de la destreza o talento intelectual del autor. Así, las memorias de Llorente/Felipe funcionan en la novela como un símbolo de la identidad disociada del protagonista: los eventos históricos aparentemente inconexos son los hechos de la vida de Llorente, pero que el protagonista no recuerda propios. El trabajo sobre la obra representa el camino intelectual, el esfuerzo que el personaje debe realizar para encontrarse, para recuperar su memoria y recomponer así su identidad.

Se ha relevado ya el hecho de que el epígrafe de la novela es una cita del historiador francés Jules Michelet. Esa cita pertenece, más precisamente, al libro La bruja, del cual Aura retoma numerosas cuestiones, particularmente aquellas relacionadas con lo misterioso, la figura de la mujer en la sociedad, y la conexión entre el pasado y el presente. Reparemos entonces en esos elementos para comprender de mejor manera el desenlace que tendrá la trama, tal cual empieza a dejarse ver en este tercer capítulo.

En La bruja, Michelet aborda la historia de la brujería y las creencias populares en la magia, enfocándose en la persecución de las brujas en la Europa de la Edad Media. Analiza en su obra el modo en que las mujeres fueron estigmatizadas y perseguidas por su supuesta participación en prácticas de brujería. En Aura, los personajes femeninos parecen poseer poderes sobrenaturales. La anciana Consuelo puede interpretarse como una figura enigmática y misteriosa que ejerce cierto control sobre el protagonista y su joven sobrina, aunque luego se torna evidente que se trata de una proyección de sí misma. En la novela de Fuentes, como en el texto de Michelet, lo femenino aparece asociado a conocimientos ocultos, desafiantes para una cultura occidental ligada a la razón y a lo masculino.

Otro punto de contacto es que tanto en Michelet como en Fuentes encontramos concepciones singulares de lo temporal. En Aura, el presente y el pasado convergen, algo que se evidencia en este capítulo cuando el protagonista intenta calcular la edad de Consuelo deduciéndola por las fechas incluidas en los textos de Llorente. En sus cuentas, Consuelo tiene 109 años, aunque este dato no acaba de hacer mella en la mente del personaje, atareado por la extrañeza de toda la atmósfera. Pero lo que este dato comienza a aportar es que la vida de la anciana no es tal, al menos no en el presente del protagonista. En realidad, su existencia es fantasmática, como también es la de Felipe, que es en verdad el difunto Llorente. Ambos personajes se encuentran entonces en un presente que es, en realidad, un pasado. Por los datos concretos que aportan, las memorias de Felipe cumplen un rol significativo en esta superposición de temporalidades, pero no son el único elemento que exhibe esta dinámica. La confluencia temporal también se hace visible en la coexistencia de Consuelo y Aura, algo que el protagonista recién comienza, en este tercer capítulo, a vislumbrar:

Miras rápidamente de la tía a la sobrina y de la sobrina a la tía, pero la señora Consuelo, en ese instante, detiene todo movimiento y, al mismo tiempo, Aura deja el cuchillo sobre el plato y permanece inmóvil y tu recuerdas que, una fracción de segundo antes, la señora Consuelo hizo lo mismo (p.25).

Como decimos, Aura es Consuelo y Felipe es Llorente, pero por el momento estas asociaciones solo son percibidas por el protagonista como una fuerte coincidencia. La confluencia temporal, dijimos, es un elemento en donde es posible leer la intertextualidad entre Aura y La bruja, pero el hecho de que los pasos que sigue Felipe estén diseñados y guiados por Consuelo también dialoga con una cuestión explorada y ahondada previamente por Michelet, una cuestión quizás más interesante aún: la reivindicación de un poder y visión femeninos otrora relegados en la cultura, invalidados social e históricamente.

Al inicio del análisis señalábamos a Michelet como un historiador reconocido por enfrentar, a una versión oficial de la historia, lo que él consideraba una lectura reinterpretativa, reparadora. Para el francés, la versión oficial está dominada por un racionalismo que plantea al hombre -la Razón del hombre ilustrado- como superior a la naturaleza, una naturaleza que siempre se identifica con lo femenino, y a la que suele considerarse inferior. En esa idea racionalista y androcéntrica de la Historia se enaltece lo mental y racional mientras se desprecia lo corporal. Si se lee atentamente el epígrafe de Aura, puede verse que el foco de la lectura de Fuentes sobre Michelet apunta a esa oposición entre dos formas de relacionarse con el mundo, de entenderlo, de verlo: “El hombre caza y lucha. La mujer intriga y sueña; es la madre de la fantasía, de los dioses. Posee la segunda visión, las alas que le permiten volar hacia el infinito del deseo y de la imaginación…” (p.3). Según la crítica, lo que Fuentes retoma de Michelet es principalmente esta dinámica de oposición, más precisamente una lógica de ficción exploratoria en la que se plantean dos bandos en pugna. El protagonista de Aura atraviesa la trama como una suerte de explorador, uno de sus objetivos es desentrañar el misterio en que se halla inmerso. Efectivamente, es en este tercer capítulo donde la pugna se hace visible y Felipe comienza a encontrar un rol típicamente masculino en la historia: se le ocurre que Consuelo es una anciana demente que capturó a Aura en contra de su voluntad y que esa muchacha precisa ser salvada por él. Felipe se identifica, a esta altura del relato, con una lógica masculina, es un hombre que “caza y lucha”, en lo términos de Michelet; más bien, que cree estar cazando y luchando, puesto que todo en la casa está en verdad bajo el control y diseño de Consuelo. “La mujer intriga y sueña; es la madre de la fantasía” citaba Fuentes a Michelet, y, efectivamente, asistimos a un universo donde lo real se confunde en una fantasía tejida por Consuelo.

En la medida en que Felipe adopta su rol masculino, regido por la lógica de la Razón, la novela comienza a extremar cada vez más la lógica opuesta: progresivamente toma mayor preponderancia la dimensión corporal, sexual, femenina y ligada a la naturaleza. En este tercer capítulo, Felipe se encuentra cada vez más sumergido en la extraña dinámica de los personajes femeninos mientras empiezan a perturbarlo escenas salvajes. En un momento, lo despierta de su sueño el estruendo de una orgía de gatos: “Ese cubo de tejos y zarzas enmarañados donde cinco, seis, siete gatos (..) encadenados unos con otros, se revuelcan envueltos en fuego, desprenden un humo opaco, un olor de pelambre incendiada” (p.22). Lo animal aparece asociado a lo pasional y a fuerzas demoníacas, se trata de una imagen donde la naturaleza aparece en su grado más indomable y salvaje. Las únicas que parecen lograr domar estas fuerzas son Aura y Consuelo, cuyo contacto con lo animal parece signado por una práctica de ritual, por un conocimiento oculto.

Poco después, la conjunción de lo animal y lo sexual cobrará gran preponderancia con las prácticas de fertilidad realizadas, según testimonia Llorente, por Consuelo. Este testimonio acabará por reunir todos aquellos símbolos que se hallaban desperdigados en la trama: el conejo, los riñones, las hierbas aromáticas y los gatos reproduciéndose terminan por significarse dentro de un mismo rótulo, son todos elementos simbólicos que aluden al tema de la sexualidad, la juventud, la vitalidad y la fertilidad. Lo que aún Felipe no descubre es su íntima relación con esa temática, su protagónico rol en ese misterio del cual, por el momento, se cree solamente un mero observador externo. La única forma de comprender -es decir, recordar- su vínculo identitario con la situación, será abandonar su lógica racional y entregarse, por fin, a esa otra forma de conocimiento más ligado a la magia y a la fantasía que le propone Consuelo.