Aura

Aura Resumen y Análisis Capítulo 2

Resumen

Aura asigna a Felipe una habitación antigua y luminosa, y le dice que lo esperan una hora más tarde para la cena. Él sigue pensando en los ojos verdes de Aura. Cuando llega la hora, Felipe baja a cenar, sumergiéndose en la oscuridad del salón y tratando de guiarse a través de la casa por el tacto. Lo recibe Aura, vestida de verde, con un candelabro. Se oye maullar a muchos gatos, y Aura dice que en esa zona de la ciudad hay muchos ratones.

Llegan al salón, que tiene cortinas de terciopelo y cuadros con escenas bucólicas. La mesa está preparada para cuatro personas, pero están ellos dos solos. Felipe le pregunta a Aura si esperan a alguien más y ella dice que no. Consuelo se siente mal y se quedará en su habitación, aunque estaría bien que él pase a verla luego. Aura sirve la comida: riñones, y vino pesado. Comen en silencio, Felipe intenta no dejarse hipnotizar por la mirada de la chica.

Al terminar de comer, Felipe se dirige a la habitación de Consuelo. La encuentra arrodillada en camisón, rezándole a un cuadro que mezcla santos y demonios. Consuelo, con los ojos cerrados, pronuncia unas palabras y se golpea el pecho hasta que le da un ataque de tos. Felipe la ayuda a desplazarse hacia la cama. Consuelo se disculpa y luego le da una llave para que abra el baúl donde están los papeles de su marido. Felipe le advierte sobre un nido de ratas en el rincón, y sugiere a la anciana traer a los gatos que rondan la casa, pero la anciana no sabe de qué gatos habla.

Análisis

La decisión de Felipe de quedarse e instalarse en la casa de Consuelo no parece producto de un proceso racional, sino más bien de una suerte de hipnosis. “Sí, voy a vivir con ustedes” (p.12), responde al final del primer capítulo el protagonista, un instante después de la aparición de Aura. Al parecer, la belleza de la chica, presentada como sobrina de Consuelo, hace caer al joven en una ensoñación y dejadez inexplicable, y el joven es retenido en la casa a pesar de lo que dictamina su razón. Es posible pensar, en este sentido, en el uso de la segunda persona en la narración como una suerte de lenguaje propio de la hipnosis: en tiempo presente, Consuelo ordena y dirige los movimientos y pensamientos de Felipe, su hipnotizado, para conducirlo a donde ella quiere. El elemento primordial que Consuelo utiliza para hipnotizar a Felipe es Aura: son muchos los momentos del texto en el cual el protagonista se siente inmediatamente confuso y perdido al ver a la joven, aunque intenta darse otras explicaciones a sí mismo: “Atribuyes al vino el aturdimiento, el mareo que te producen esos ojos verdes, limpios, brillantes” (p.17).

La primera aparición de Aura es fundamental en términos narrativos. Felipe es sorprendido por la irrupción de la muchacha: “Su aparición fue imprevista, sin ningún ruido (...). Ni siquiera los ruidos que no se escuchan pero que son reales porque se recuerdan inmediatamente, porque a pesar de todo son más fuertes que el silencio que los acompañó” (p. 12). A sabiendas del desenlace, reconocemos la fuerza de indicio que posee la frase: Aura no hace ruido como lo hacen las cosas reales, porque no es real; su presencia es fantasmática. En efecto, todo lo que maravilla a Felipe de Aura tiene que ver, en verdad, con lo referente a la imagen, como si la chica no pudiera ser percibida realmente por medio de otros sentidos. Lo que hipnotiza al protagonista son “esos ojos de mar que fluyen, se hacen espuma, vuelven a la calma verde, vuelven a inflamarse como una ola” (p.12). Irónicamente, lo que los ojos del fantasma reflejan es el maravilloso fluir de la naturaleza viva. Pero estos ojos también funcionan como un indicio para el desenlace del relato: “Tú los ves y te repites que no es cierto, que son unos hermosos ojos verdes idénticos a todos los hermosos ojos verdes que has conocido o podrás conocer” (Ibid.). En la frase aparece implícita una advertencia sobre la posibilidad de que esos ojos no sean novedosos para el protagonista, sobre la posibilidad de una similitud o, más aún, una total coincidencia entre el rostro de Aura y el rostro de la esposa de Felipe -en realidad, Llorente-, quien ya ha visto esos ojos tantas veces antes. “O podrás conocer”, dice, en este sentido, la voz narrativa, abriendo la puerta a un futuro, advirtiendo nuevamente la circularidad y la repetición inherentes al ritual.

Mencionamos anteriormente una dicotomía entre la razón y la pasión en el personaje de Felipe: él se queda en la casa al ver a Aura, como resultado de una suerte de hipnosis que lo disuade de los pensamientos que lo empujan a salir del lugar. Aura es catalogada por la crítica como un relato fantástico y gótico en tanto aborda un hecho que se considera fuera de la lógica de las leyes de la realidad, y lo hace en el marco de un ambiente de oscuridad y misterio. Históricamente, señalamos en el tema "El Iluminismo versus el ocultismo", el estilo gótico fue la respuesta de una parte importante de la literatura europea a los valores racionalistas promovidos por la Ilustración. Esto es relevante porque gran parte de su estética tiene que ver, justamente, con establecer un contrapunto con la pretensión ilustrada de alcanzar la verdad por vía de la razón. La razón es identificada simbólicamente con la luz (por eso la corriente fue también denominada Iluminismo), y tanto el estilo gótico como las estéticas románticas, por oposición, trabajan con la oscuridad y el ocultismo.

Es preciso detenernos en la contraposición entre la corriente del iluminismo y la respuesta artística del gótico. El racionalismo propio de la Ilustración, de la mano de un pensamiento cientificista, pretendía vencer, iluminar lo desconocido, por vía de la razón. Esta escuela de pensamiento se opuso, en su origen, a las ciencias ocultas heredadas de la Edad Media, aquellos conocimientos y prácticas misteriosas que pretendían develar los secretos del universo por medio de la magia o la alquimia. La palabra ocultismo refiere justamente a lo oculto, lo clandestino; aquello escondido y secreto que no tiene explicación racional, o cuyo conocimiento se encuentra vedado a los no iniciados en las ciencias ocultas. Se trata de saberes pseudocientíficos, cuando no directamente paranormales, que se oponen al conocimiento de lo medible y explicable.​ Para muchos estudiosos ocultistas, lo oculto es simplemente el estudio de la realidad espiritual subyacente y más profunda que va más allá de la razón pura y de las ciencias del conocimiento de lo sensible y lo físico.

El ocultismo y el Iluminismo se traducen en el arte gótico, en tanto contraposición de fuerzas, en una estética de luz y de oscuridad. En Aura encontramos rápidamente, en este sentido, una clara oposición entre el ambiente de penumbras que identifica a casi todo el interior de la casa y la fuerte luz que invade la habitación asignada al protagonista. “Cierras —empujas— la puerta detrás de ti”, describe la voz narrativa cuando Felipe ingresa a su cuarto, “y al fin levantas los ojos hacia el tragaluz inmenso que hace las veces de techo” (p.13). El contraste entre la presencia y la ausencia de luz en los distintos espacios es, de hecho, directamente señalada: “Ha bastado la luz del crepúsculo para cegarte y contrastar con la penumbra del resto de la casa (Ibid.).

La división entre luz y oscuridad se asocia, en la novela, a una separación entre las actividades que tienen lugar en los espacios. La habitación iluminada es donde tiene lugar la lectura de Felipe, su trabajo como historiador, su conexión con la lengua francesa y la historiografía; se trata aquí de procesos puramente racionales. El hecho de que la luz de esa habitación provenga del tragaluz tiene un peso simbólico, ya que es una iluminación cenital, proveniente del cielo, que en términos religiosos alude a una iluminación divina, una conexión con lo celeste. En términos de tradición simbólica, el elemento de la luz se identifica con lo espiritual, y la superioridad del espíritu se reconoce por la intensidad luminosa. En esta línea, el nombre Aura, como elemento, es precisamente esa mezcla de luz y espíritu fantasmático que la palabra denomina. La luz es la manifestación de la moralidad, de la intelectualidad y de la virtud, en contraposición a lo material. Recibir la iluminación, iluminarse, es adquirir conciencia de un centro de luz, de fuerza espiritual.

En contraste, los espacios en penumbras, oscuros, del resto de la casa, traen su consecuente simbología opuesta a la recién detallada. El territorio oscuro es la zona de lo oculto, de lo que no se ve, y también es el espacio donde tienen lugar prácticas, objetos y símbolos que aluden a la atmósfera del ocultismo, a la religiosidad mágica y supersticiosa premoderna. En ese espacio de penumbras, donde “todos los muros del salón están recubiertos de una madera oscura, labrada al estilo gótico, con ojivas y rosetones calados” (p.15), el protagonista ve a la dueña de casa “delgada como una escultura medieval” (p.18). Es una escena pesadillesca:

Ella levanta los puños y pega al aire sin fuerzas, como si librara una batalla contra las imágenes que, al acercarte, empiezas a distinguir: Cristo, María, San Sebastián, Santa Lucia, el Arcángel Miguel, los demonios sonrientes, los únicos sonrientes en esta iconografía del dolor y la cólera: sonrientes porque, en el viejo grabado iluminado por las veladoras, ensartan los tridentes en la piel de los condenados, les vacían calderones de agua hirviente, violan a las mujeres, se embriagan, gozan de la libertad vedada a los santos (18).

La imagen junta lo celestial, las figuras de devoción en la religión católica, con un infierno satánico, amenazador y dionisíaco, ligado a las fuerzas de la naturaleza, del pecado.

El mundo del ocultismo y los elementos vinculados a este universo de la magia y la alquimia empiezan a presentarse más que nada en este segundo capítulo. Los riñones que se ofrecen como cena, las hierbas que atosigan el pasillo húmedo, configuran recetas alquímicas para fines como la fertilidad. La atmósfera es completada, además, por los maullidos de los gatos y la presencia de los conejos. De hecho, la primera vez que Felipe ve a Consuelo, la anciana lleva en su mano un conejo. Este animal presenta de por sí una carga simbólica particular. En la cultura occidental y precristiana, simboliza la fecundidad y la lujuria, así como el renacimiento y la renovación de la vida. En la novela, el conejo aparece siempre llevado por Consuelo, personaje que representa la decadencia, la vejez y la muerte, así como la vitalidad y el erotismo perdidos. Esto refuerza y resignifica la carga simbólica del animal en Aura: el conejo simboliza el deseo manifiesto de Consuelo por recuperar la vitalidad, la fertilidad y el erotismo perdidos con la vejez.

Aunque en este punto del relato aún no sabemos de la naturaleza dual de los personajes, se ofrecen varios indicios al respecto. La mesa está puesta para cuatro, aunque solo Aura y Felipe cenan en ella. Aunque el protagonista aún no lo comprende, ellos dos son, en realidad, cuatro, Felipe es también el general Llorente, y Aura es también Consuelo. En lo relativo a la duplicación identitaria es también relevante un detalle que quizás pueda pasar desapercibido: la primera vez que Felipe piensa en Aura, en su habitación, se está mirando al espejo. Esto hace resonar la asociación entre esa muchacha y su naturaleza de imagen irreal, proyectada, lo cual también colabora a construir la temática del doble que tiene lugar en la novela.