Aura

Aura Citas y Análisis

Lees ese anuncio: una oferta de esa naturaleza no se hace todos los días. Lees y relees el aviso. Parece dirigido a ti, a nadie más.

Narrador, capítulo 1, p. 4.

La novela está narrada en segunda persona y esa marca textual particulariza el relato desde su inicio. Esta segunda persona ofrece desde un comienzo la presencia de una interlocución, lo cual también implica una cuestión dual. El tema del doble será de suma importancia en Aura y, de algún modo, la novela está construida desde la forma con ese concepto implícito. Está claro que, por otro lado, hacia el final de la trama podremos atribuirle a esta elección de voz una significación: esa segunda persona en presente parecería pertenecer a la voz de Consuelo. Así, la mujer estaría dirigiendo todos los movimientos de Felipe, conduciendo a este protagonista -que luego sabremos su marido- hacia la memoria de su propia identidad. Si bien en este comienzo estamos lejos de saber esto, es cierto que se ofrecen numerosos indicios para ello. Uno de ellos está incorporado en esta primera frase, marcada por la misteriosa idea de casualidad: la oferta de trabajo, siente el personaje, parece dirigida solamente a él, precisamente a él. Esta es una expresión muy utilizada coloquialmente en el lenguaje para exagerar una situación que se siente casual, pero aquí está funcionando como un indicio del desenlace: el anuncio es solo para Felipe, puesto que toda la situación del trabajo no es más que una simulación, un juego, un camino que el personaje debe atravesar para llegar a su propia memoria, para recuperarla, para volver a sí.

Cierras el zaguán detrás de ti e intentas penetrar la oscuridad de ese callejón techado —patio, porque puedes oler el musgo, la humedad de las plantas, las raíces podridas, el perfume adormecedor y espeso.

Narrador, capítulo 1, p. 6.

Aura es una novela que reúne muchos elementos la literatura romántica y del gótico, y esta tradición recuperada por Fuentes se revela en la novela desde un primer momento. El espacio ficcional presenta una estética propiamente gótica, donde abunda lo lúgubre, la oscuridad y la ruina (representando la victoria del tiempo y de la naturaleza por sobre la civilización); además, reúne temas propiamente románticos, como la sexualidad, acompañados de lo fantasmagórico, lo demoníaco, lo sobrenatural. También se incorpora, desde el epígrafe de la novela, un imaginario que asocia lo femenino a lo misterioso, y a las enigmáticas y oscuras fuerzas de la naturaleza.

La frase citada indica el momento en que Felipe llega a la casa donde se desenvolverá la trama. En ese instante comienza a configurarse una atmósfera, un universo que vincula lo femenino con lo misterioso. Felipe Montero deja el mundo exterior, conocido, de la civilización gobernada por lo masculino y la razón, para adentrarse en la misteriosa casa del centro histórico de la ciudad, una casa olvidada, cercada por la industrialización circundante.

La elección del vocabulario contribuye a la construcción de este imaginario de los sexos, el macho penetra la oscuridad de ese pasillo húmedo, se adentra en una cavidad que da paso a ese universo femenino. Este gesto metafórico no debe pasar desapercibido en tanto nos enteraremos, hacia el final de la novela, de la relevancia de la fertilidad para los personajes.

Su aparición fue imprevista, sin ningún ruido, ni siquiera los ruidos que no se escuchan pero que son reales porque se recuerdan inmediatamente, porque a pesar de todo son más fuertes que el silencio que los acompañó.

Narrador, capítulo 1, p. 12.

La primera aparición de Aura es fundamental en términos narrativos. Felipe está por irse de la casa de Consuelo, pero es sorprendido, incluso hipnotizado, por la irrupción de la muchacha.

Tal como se lee en la frase citada, la descripción que se hace de la aparición de la joven funciona como indicio del desenlace: Aura no hace ruido como lo hacen las cosas reales porque, justamente, no es real; su presencia es fantasmática. En efecto, todo lo que maravilla a Felipe de Aura tiene que ver, en verdad, con lo referente a la imagen, como si la chica no pudiera ser percibida por medio de otros sentidos. Aura, como manifestación del deseo de Consuelo, existe como una imagen proyectada, y el relato trabaja cuidadosamente sus apariciones para construir esa naturaleza del personaje.

Te preguntas si la señora no poseerá una fuerza secreta sobre la muchacha, si la muchacha, tu hermosa Aura vestida de verde, no estará encerrada contra su voluntad en esta casa vieja, sombría. Le sería, sin embargo, tan fácil escapar mientras la anciana dormita en su cuarto oscuro. Y no pasas por alto el camino que se abre en tu imaginación: quizás Aura espera que tú la salves de las cadenas que, por alguna razón oculta, le ha impuesto esta vieja caprichosa y desequilibrada.

Narrador, capítulo 3, p. 26.

Aura se construye en base a la oposición entre dos maneras de acercarse, de aprehender la realidad. Una de ellas es la lógica de la razón, vinculada a la Ilustración y a lo masculino. Esta lógica es la que adopta Felipe durante casi todo el relato: el protagonista atraviesa la trama como una suerte de explorador. Uno de sus objetivos es desentrañar el misterio femenino en que se halla inmerso, y procura hacerlo por la vía racional.

En el tercer capítulo, Felipe comienza a encontrar un rol típicamente masculino en la historia: se le ocurre que Consuelo es una anciana demente que capturó a Aura en contra de su voluntad, y que esa muchacha precisa entonces ser salvada por él. La lógica masculina se extrema al punto en que Felipe se erige a sí mismo como una suerte de luchador, de salvador de una joven frágil, capturada por su tía malvada. Sin embargo, conociendo el desenlace sabemos que esto no es así, y que Aura es Consuelo, quien a su vez es la esposa de Felipe. Pero para llegar a tal descubrimiento, el protagonista deberá entregarse progresivamente al abandono de su razón para recuperar, por vía de una lógica más propia de lo femenino en la novela, su memoria y su identidad.

Recreas los usos de este herbario que dilata las pupilas, adormece el dolor, alivia los partos, consuela, fatiga la voluntad, consuela con una calma voluptuosa.

Narrador, capítulo 4, p. 36.

La forma de conocimiento que se opone a la lógica racional y masculina en la novela es una sabiduría ligada a los personajes femeninos, asociada al universo de lo mágico, lo oculto, lo alquímico. Según la crítica, la figura de Consuelo guarda mucha conexión con los conocimientos atribuidos a las mujeres catalogadas de brujas en siglos anteriores de la cultura occidental. Efectivamente, en la novela la anciana parece poseedora de una sabiduría solo accesible para iniciados en prácticas de ocultismo, donde las hierbas y sus propiedades cobran gran preponderancia. El patio oscuro de la casa es el espacio donde la anciana planta diversas hierbas que el protagonista, ya avanzada la trama, reconoce haber leído en libros antiguos de alquimia. En la novela, las propiedades de estas hierbas son utilizadas para adormecer los sentidos del protagonista, para alivianar los poderes de su Razón y lograr así volverlo más proclive a otras formas de percepción.

Recostado, sin voluntad, piensas que la vieja ha estado todo el tiempo en la recámara; recuerdas sus movimientos, su voz, su danza, por más que te digas que no ha estado allí.

Narrador, capítulo 4, p. 39.

En la medida en que avanza la trama, el protagonista se va a acercando al descubrimiento de las verdades ocultas en la casa. Sin embargo, su lógica racional impone resistencia a una comprensión que requiere de otro tipo de acercamiento. La frase citada se corresponde con el momento en que Felipe, tras haber tenido intimidad con Aura, descubre la presencia de Consuelo en la misma habitación. En este momento, el personaje aún cree que Aura y Consuelo tienen identidades separadas, pero algo en su memoria corporal parece comenzar a brindarle las claves de la resolución. Felipe se dice a sí mismo que la anciana no estaba en la habitación, sin embargo, "recuerda" sus movimientos, que hasta el momento él creía estar viendo en Aura. Empieza a asomar, entonces, la verdad, que es la asociación identitaria entre Aura y Consuelo.

Buscas otra presencia en el cuarto y sabes que no es la de Aura la que te inquieta, sino la doble presencia de algo que fue engendrado la noche pasada. Te llevas las manos a las sienes, tratando de calmar tus sentidos en desarreglo: esa tristeza vencida te insinúa, en voz baja, en el recuerdo inasible de la premonición, que buscas tu otra mitad, que la concepción estéril de la noche pasada engendró tu propio doble.

Narrador, capítulo 5, p. 40.

La trama revela, en el último capítulo, que Aura y Consuelo son en verdad la misma mujer, en dos momentos diferentes de su vida: en la juventud y en la vejez. Pero quizás el punto de giro más sorprendente de este desenlace tiene que ver con la revelación de otra identidad dual, la del mismo protagonista con el general Llorente.

Tal como dice la frase citada, lo que más perturba al protagonista no es la sospecha de la identidad dual de Aura y Consuelo, sino la de la propia. El tema del doble se pone, incluso, en palabras en esta suerte de revelación caótica que atraviesa la mente del protagonista. Felipe lidia, en este instante, con lo más álgido de un combate que, ahora sabe, tiene más lugar en su interior que en su exterior. Él se presuponía, hasta el momento, como un observador externo de esa lógica misteriosa que reinaba en la casa. Al registrar las extrañezas en los comportamientos de Consuelo y Aura, no se veía relacionado con ellos. Ahora sabe que lo más extraño, lo que realmente debe desentrañar, tiene que ver consigo mismo, y con algo que debe terminar de recordar.

Caes agotado sobre la cama, te tocas los pómulos, los ojos, la nariz, como si temieras que una mano invisible te hubiese arrancado la máscara que has llevado durante veintisiete años: esas facciones de goma y cartón que durante un cuarto de siglo han cubierto tu verdadera faz, tu rostro antiguo, el que tuviste antes y habías olvidado.

Narrador, capítulo 5, p. 46.

El tema del doble suele estar asociado, como en este caso, con un elemento particular: la máscara. De por sí, dicho elemento funciona como un símbolo de una identidad ficticia, de fantasía, que oculta una identidad real. La máscara permite la adopción, por medio de la fantasía, de una identidad distinta a la propia; es el elemento que permite el cumplimiento de otro rol. En este caso, la máscara le permite a Felipe adoptar el papel de un muchacho joven, ocultando así la otra cara de su identidad, que es la vejez. El protagonista entiende, en este momento, que es el general Llorente, y que Felipe Montero no es sino una identidad ficticia, una ficción que él mismo consideró real al punto de olvidar su identidad originaria, su realidad oculta.

No volverás a mirar tu reloj, ese objeto inservible que mide falsamente un tiempo acordado a la vanidad humana, esas manecillas que marcan tediosamente las largas horas inventadas para engañar el verdadero tiempo, el tiempo que corre con la velocidad insultante, mortal, que ningún reloj puede medir. Una vida, un siglo, cincuenta años: ya no te será posible imaginar esas medidas mentirosas, ya no te será posible tomar entre las manos ese polvo sin cuerpo.

Narrador, capítulo 5, p. 47.

El tema del tiempo atraviesa la novela poniendo en juego, en un mismo espacio, dos nociones contrapuestas: una idea lineal y otra circular. La primera es, claramente, la que establece una consecución lineal de acontecimientos. Dicha consecución es irrefrenable, ingobernable: el paso del tiempo avanza linealmente sin importar las voluntades que quieran oponerle resistencia. En el tiempo circular, en cambio, la línea se curva y las puntas se tocan entre sí estableciendo una lógica de repetición. Como en un reloj, es posible pasar más de una vez por el mismo punto.

En la lógica de la ficción de esta novela, dos puntos de una línea temporal coinciden, se yuxtaponen. La versión joven de Consuelo comparte espacio con la última versión de la anciana con vida. Lo mismo sucede con Felipe, aunque el personaje no lo sepa hasta este momento de revelación.

La frase citada alude al instante en que el tiempo cronológico golpea con toda su realidad al protagonista. El “verdadero tiempo” es el que avanza veloz, el que atropella la juventud y da paso irrefrenable a la vejez y la muerte. El protagonista de Aura descubre que no tiene la edad que creía tener, la edad que presuponía su máscara de joven historiador. La realidad ahora descubierta es que ya le ha llegado la muerte. Su existencia es la de un fantasma: es el fallecido general Llorente.

Volverá, Felipe, la traeremos juntos. Deja que recupere fuerzas y la haré regresar.

Consuelo, capítulo 5, p. 50.

Aura está narrada en una segunda persona identificable con el personaje de Consuelo. En este sentido, el hecho de que la última frase de la novela la pronuncie ese personaje implica un cierre circular a la estructura narrativa regida por esa voz. Esto resalta el carácter circular de la trama, de esa ficción ritual que los personajes parecen revivir una y otra vez.

En el pasaje citado, Consuelo se dirige a Felipe y hace referencia a Aura. Evidencia en sus palabras lo que hasta el momento podía solo suponerse: la existencia de Aura depende de su voluntad y de su fuerza. Aura es la proyección de la juventud y vitalidad perdidas por Consuelo, como Felipe lo es del general Llorente. Al final de la novela, el matrimonio yace en la cama, ambos en los cuerpos de las versiones ancianas de sí mismos. En esa situación, la mujer le promete a su marido que pronto volverán a revivir esos instantes de juventud. Necesita, primero, recuperar las fuerzas para volver a corporizar esas versiones jóvenes de sí mismos, esos cuerpos de fantasía que han dado en nombrar Aura y Felipe.