Veinte poemas para ser leídos en el tranvía

Obra

La obra de Oliverio Girondo constituye, a juicio de Enrique Molina, «una solitaria expedición de descubrimiento y conquista, iniciada bajo un signo diurno, solar, y que paulatinamente se interna en lo desconocido, llega a los bordes del mundo, una travesía en la que alguien, en su conocimiento deslumbrado de las cosas, siente que el suelo se hunde bajo sus pies a medida que avanza, hasta que las cosas mismas acaban por convertirse en las sombras, de su propia soledad».[8]​ En efecto, recorriendo su producción, es posible trazar un recorrido que va desde la mirada fascinada por el entorno hasta la indagación del propio yo, y de un deslumbrado optimismo a una introspectiva desazón.

La crítica divide la producción girondiana en tres períodos:

  • Una primera etapa de juventud, a la que corresponden Veinte poemas para ser leídos en el tranvía (1922) y Calcomanías (1925). Caracterizada por un universo de orientación internacionalista, estructurado en torno al tradicional Diario de viaje. El mundo exterior dominado por la ciudad se apodera y domina el referente poético. Un verdadero júbilo del objeto, exaltado en los vaivenes espacio-temporales del turista que se deleita en descubrir una ruta geográfica.[9]​ La actitud del sujeto poético es de asombro por el mundo externo, pero siempre contemplado desde su propia percepción, cargada de sentido del humor a veces absurdo y ocurrente. La luminosidad de Veinte poemas... se atenúa levemente en Calcomanías, inspirado en sus andanzas españolas. Frente a la hermosura, el frenetismo y la dinamicidad de otros lugares, España se le presenta como un espacio que le remite constantemente a su pasado artístico e histórico. En la visión que ofrece Girondo de la España de ese tiempo no hay una visión entusiasta del paisaje, sino una mirada crítica que, a través del humor y la ironía, trata de ofrecer una imagen absurda y real de lo que observa.[10]​
  • La segunda etapa, iniciada en los años treinta, abarca Espantapájaros (1932) e Interlunio (1937). En estos libros, además de una mayor presencia de elementos vanguardistas (por ejemplo, el uso de caligramas), se percibe un sentido más lúgubre, grotesco y deformado. El Girondo de este momento, dice Olga Orozco, «penetra en los territorios de la interrogación, del cuestionamiento, de las comprobaciones absurdas frente a un yo y a un mundo que se oponen, se reabsorben y se enajenan», aunque «sin abandonar el hilo del humor, que se anuda de pronto en estallidos exaltados o admonitorios».[11]​
  • La tercera etapa, correspondiente a su madurez, comprende los poemarios Persuasión de los días (1942) y En la masmédula (1953). Es el periodo más vanguardista y rupturista de Girondo. Quizá afectado por los acontecimientos políticos nacionales e internacionales (Década Infame, Segunda Guerra Mundial), el tono introspectivo, desolado y existencial se profundiza en estos poemas. En Persuasión de los días «el humor, victoriosa manera de vencer la opresión que ejercen todas las fuerzas contrarias, y el absurdo, arma con que dispara su desesperación el inadaptado, comenzarán a retroceder frente a la angustia, la fatalidad, la repugnancia, la conciencia y la aceptación de la muerte».[11]​ Los sentimientos de angustia e incertidumbre llevan a un rechazo de la ciudad y un retorno a la naturaleza. La poesía de Girondo se ve invadida por el «clamor de lo verde». La naturaleza, la tierra desnuda, se transforma en dominante semántico en la última parte del poemario.[10]​ Por su parte, En la masmédula se interna en lo que Molina llama «el vértigo del espacio interior». En esta obra, Girondo lleva su experimentación con el lenguaje al límite, amalgamando las palabras para crear nuevas unidades léxicas capaces de contener múltiples sentidos, «que proceden tanto de su sentido semántico como de las asociaciones fonéticas que producen», un procedimiento similar al que utilizó James Joyce en su novela Finnegans Wake. Puede considerarse la obra cumbre del autor, y la que ha despertado mayor interés y fascinación entre la crítica.[8]​

Algunos críticos relacionaron este último gesto vanguardista de Girondo con un libro igualmente desesperado, constructor y destructor del sentido: Trilce, del peruano César Vallejo. Sin embargo, para Molina, la obra de Girondo es aún más rupturista:

Como experiencia de lenguaje no existe en español un libro comparable. Vallejo, en Trilce, realiza un intento en cierto modo semejante, pero su tentativa queda a mitad de camino. Sólo en un reducido número de los poemas que integran ese libro consigue, en algunos momentos, hacer estallar el lenguaje, forzarlo a penetrar en zonas casi inexpresables de la subjetividad y el sentimiento, pero el resto obedece a formas tradicionales. Como muy bien lo señala André Coyné, el resultado en Trilce es discontinuo, pues "Vallejo no intenta construirse con los escombros del lenguaje común un lenguaje propio". En cambio, En la masmédula es un todo orgánico, allí Girondo se instala en un universo verbal cuyas leyes impone pero cuyos elementos poseen, sin embargo, una irradiación paroxística y un extraordinario poder comunicativo.[8]​

Entre medio de estas dos obras, Girondo publica un extenso poema, Campo nuestro. Es un texto que contrasta fuertemente con ambas, por su regreso a un estilo convencional, su temática telúrica y su tono bucólico. Se trata de un canto a la pampa, en una línea similar a la de Ricardo Güiraldes. Olga Orozco lo definió como «un intervalo de apaciguamiento, de melancolía y tierna serenidad» antes de penetrar «en las zonas de lo indecible, haciendo estallar todos los mecanismos del lenguaje y creando un universo nuevo, de nuevas entidades, de nuevas combinaciones, de nuevos significados».[11]​ Jorge Schwartz, por su parte, además de considerarlo un hiato en la producción girondiana, especula con un posible giro nacionalista que tendría que ver tanto con sentimientos provocados por la guerra en Europa como con sus orígenes aristocráticos y el surgimiento del peronismo.[9]​


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