Sonetos

Sonetos Resumen y Análisis La belleza capturada en los versos

Resumen

Tras los “sonetos de procreación”, el yo lírico abandona la exhortación al justo joven para que tenga un hijo e intenta eternizar su belleza a través de sus versos, pese a que en algunos de los sonetos previos ya había aceptado que esta era una empresa imposible de lograr. Se considera que esta parte dura hasta el “Soneto XXIII”. A partir de allí, el yo lírico abandona también este intento de eternizar la belleza con sus versos y comienzan sus lamentaciones por el desamor del justo joven.

En esta sección analizaremos cinco sonetos representativos de esta parte de la obra: “Soneto XVIII”, “Soneto XIX”, “Soneto XX”, “Soneto XXI” y “Soneto XXII”.

Soneto XVIII

El yo lírico comienza comparando al justo joven con el verano. Afirma que la belleza de él, a diferencia de la del verano, que se termina cuando finaliza la estación, no terminará nunca, pues perdurará en sus versos.

Soneto XIX

El yo lírico comienza exhortando al Tiempo (a quien nombra en mayúscula) a que destroce todo lo que pretenda destrozar, pero que no afecte la belleza del justo joven.

Soneto XX

El yo lírico describe la belleza del justo joven como una combinación perfecta entre la belleza femenina y la masculina. Luego, en segunda persona, le pide que goce con las mujeres, pero que su amor se lo dé a él.

Soneto XXI

El yo lírico afirma que él no puede describir su amor hacia el justo joven utilizando comparaciones o metáforas pomposas. Él solamente puede describir su amor con fidelidad, aunque sus versos no sean brillantes ni majestuosos.

Soneto XXII

El yo lírico afirma que él no envejecerá mientras el justo joven conserve su belleza. Pero cuando este envejezca, él, entonces, estará próximo a la muerte. Luego explica que esto se debe a que la belleza del joven vive en su corazón. Le pide, por último, que por favor se cuide, ya que así lo estará cuidando a él.

Análisis

Esta breve parte de la obra, que va desde el “Soneto XVIII” hasta el “Soneto XXIII”, es considerada por la crítica como un momento de transición del yo lírico. A partir del “Soneto XVIII”, este ya no le exige más al justo joven que tenga un hijo para eternizar su belleza, pero sigue poniendo su devoción en ella e intenta captarla con sus versos.

Tal como hemos dicho en la primera sección de análisis, al principio de la obra el yo lírico está enamorado u obsesionado con la belleza del justo joven más que con la persona en sí. En estos poemas de transición, sin embargo, el yo lírico comienza a hacer algo que hasta ahora no había hecho: reclamar el amor del justo. Hasta aquí solo había reclamado su belleza eterna casi como si fuera un mero observador. En esta transición comienza a percibirse que el yo lírico está involucrado no solo como espectador sino también como un hombre enamorado de otro hombre. Se percibe que está pendiente de sus sentimientos y no solo de su belleza. Tras esta transición, en la siguiente parte, precisamente, los sonetos estarán dedicados plenamente al sufrimiento del desamor.

En esta parte es fundamental el tema de la autorreferencialidad de la obra. El yo lírico constantemente reflexiona acerca de la capacidad de sus versos para realizar la empresa que se propone: capturar la belleza del joven. Por ejemplo, el “Soneto XVIII” comienza con estos versos: “Si a un día de verano te comparo/ tú eres más templado y placentero” (p. 43). El yo lírico no compara directamente al justo joven con el verano, sino que pone en evidencia su presencia como artista, como poeta. La diferencia es mínima pero fundamental. El yo lírico no escribe “Comparado con el verano/ tú eres más templado y placentero”, sino que deja en evidencia que él está allí, presente en el acto de escritura, preguntándose cuál sería el resultado de comparar con sus versos la belleza del verano con la del joven.

En las siguientes estrofas, el yo lírico continúa con la comparación entre el verano y la belleza del justo joven hasta llegar a la conclusión de que la de este último superará a la del estío gracias a sus versos. Por supuesto, aquí la autorreferencialidad es clave. El yo lírico afirma: “Mas tu eterno verano no ha de ajarse/ ni perderás dominio en tu hermosura/ de sombras no podrá muerte jactarse/ cuando en líneas te guarde edad futura” (p. 43). Esas líneas que lo guardarán y salvarán su belleza de la muerte son, justamente, los versos del yo lírico.

Por su parte, el “Soneto XXI” también tiene en su núcleo la reflexión del yo lírico acerca de sus propios versos y acerca de cuál es el modo apropiado para captar la belleza en la poesía. Así comienza:

No ocurre, pues, conmigo, cual la musa

a quien beldad pintada el verso induce

que el mismo cielo como adorno usa

y a la belleza con belleza enluce

comparando en parejas orgullosas

aguamarinas, luna, sol y tierra

los pimpollos de abril, y extrañas cosas

que en vasta redondez el cielo encierra.

(p. 47)

El yo lírico comienza dejando en claro que a él no le nace el impulso de comparar la belleza con diferentes elementos bellos de la tierra. Este es un distanciamiento extraño, ya que, como hemos visto, por ejemplo, en el soneto anterior, el yo lírico compara la belleza del joven con la del verano. Sin embargo, a diferencia de esos otros poetas (que no nombra, pero a los que hace alusión tácitamente), el yo lírico demuestra los defectos de aquellos referentes del mundo natural que toma como ejemplo.

Por ejemplo, en el “Soneto XVIII” comienza hablando de la belleza del verano, pero luego afirma que el sol puede calcinar y que el viento del estío puede arrasar con todo, mientras que la belleza del justo joven carece de defectos. El yo lírico, en definitiva, demuestra que esos elementos son inferiores a la belleza del amado. No “enluce” a la belleza con belleza, sino que destaca la del justo joven, demostrando que los referentes de la naturaleza considerados absolutamente bellos dejan de serlo en comparación con él.

Luego, en el “Soneto XXI”, el yo lírico afirma: “Fiel al amor dejad que fiel escriba/ y dadme fe: mi amor es tan hermoso/ como un niño de madre, aunque no exhiba/ el brillo de candiles majestuoso” (p. 47). Estos versos parecen, en algún punto, contradictorios, pues el yo lírico compara la belleza de su amor por el justo joven con "un niño de madre". La diferencia de esta comparación en relación a las que desdeña previamente podría radicar en que un niño de madre es un referente de la naturaleza humana, y que no uno extraño, lejano al mundo del yo lírico, como puede ser una aguamarina. Aquí, pareciera que Shakespeare está criticando el recurso del petrarquismo de construir “versos bellos” remitiendo a referentes que ya han sido utilizados muchas veces y, por tanto, gastados, como si criticara a los otros poetas por seguir haciendo alusiones al cielo o a elementos clásicos de la naturaleza (y de la poesía) sin tener un sentimiento fiel (como el que el yo lírico afirma tener), sin pensar realmente en la construcción poética, sino como un mero recurso automático: comparar la belleza con elementos naturales que, en la poesía, desde hace tiempo ya se utilizan como ejemplos de lo bello.

En la primera parte del análisis hemos dicho que cierta parte de la crítica considera que Shakespeare, por momentos, parodia al petrarquismo dominante de su época. El “Soneto XXI” podría constituir, en este sentido, una evidencia de dicha parodia.

Otro tema fundamental de la obra, que también predomina en esta parte, es el del paso del tiempo y sus estragos. El “Soneto XIX” es, sin dudas, el más representativo de esta parte respecto a este tema. Lo evidencia, en principio, el hecho de que el yo lírico se dirija en segunda persona del singular al Tiempo, que aparece escrito en mayúscula, como si fuera un sustantivo propio, es decir, personalizándolo: “La garra del león, Tiempo, desgaja/ y haz que la tierra engulla su hijo tierno/ el colmillo del tigre cruel descuaja/ y arde en su sangre al fénix sempiterno” (p. 45). El soneto comienza con esta exhortación al Tiempo para que este arrase con todo, incluso con aquellos seres que parecen indestructibles, como el león, el tigre o el ave fénix, que se caracteriza por renacer y vencer así al tiempo.

Sin embargo, a continuación, el yo lírico le prohíbe al Tiempo que arrase con la belleza del justo joven: “mas prohíbo tu crimen más odiado:/ no surques con tus horas esa frente” (p. 45). Es interesante destacar que, en los “sonetos de la procreación”, el yo lírico le ruega al justo joven que eternice su belleza, mientras que en este soneto, por ejemplo, su desesperación lo lleva a dirigir sus ruegos, directamente, al Tiempo, como si fuera una súplica a Dios.

Rápidamente, el yo lírico acepta que esta prohibición y este ruego desesperado al Tiempo no surtirán efecto, y decide hacerse cargo de inmortalizar él mismo al justo joven a través de sus versos. Así finaliza el “Soneto XIX”: “Pero haz lo peor, Tiempo terrible/ que hará a mi amor mi verso inmarcesible” (p. 45). También es interesante destacar que, ya en este “Soneto XIX”, el yo lírico se refiere al justo joven como “mi amor”. Si bien eternizar su belleza sigue siendo lo más importante, el yo lírico, como hemos dicho, está en transición a poner en primer lugar su amor por el justo joven por sobre la devoción a su belleza.

Tanto en el “Soneto XX” como en el “Soneto XXII”, la devoción por la belleza ya aparece unida a la necesidad del yo lírico de adueñarse del amor del joven. Así comienza el “Soneto XXII”:

La senectud no me impondrá el espejo

mientras joven consigas mantenerte

mas cuando el tiempo surque tu entrecejo

será que ya me asomo ante la muerte

Pues toda tu belleza es atavío

del cual mi corazón quiere adornarte:

vive en tu pecho, como tú en el mío

¿cómo puedo en edad aventajarte?

(p. 47)

Además de que nuevamente aparece el tema del paso del tiempo, en estos versos se condensan la intención del yo lírico por eternizar la belleza del justo joven (“toda tu belleza es atavío/ del cual mi corazón quiere adornarte”), así como la afirmación amorosa de que el joven vive en su pecho.

El “Soneto XX” es uno de los más interesantes en torno al tema de la homosexualidad y al debate, mencionado previamente, acerca de si el amor del yo lírico por el joven es carnal o solamente platónico. Cierta parte de la crítica afirma que en este poema hay un gran intento por justificar la evocación al justo joven quitándole el peso de la homosexualidad.

Para lograr esto, el yo lírico realiza un primer movimiento que consiste en describir la belleza del justo joven como una belleza femenina: “Tu rostro de mujer pintó natura/ eres de mi pasión señor señora/ corazón de mujer, sin contextura/ de ese vaivén que a la mujer desdora” (p. 45). El hecho de que el justo joven tenga una belleza femenina, justifica, en cierta parte, la atracción del yo lírico. Recordemos que la homosexualidad era un tema tabú en la época de Shakespeare. Además, el justo joven, según estos versos, tiene lo mejor de la mujer (la belleza), pero sin cargar con sus defectos. El corazón del joven no tiene esa “contextura” variable del de las mujeres.

Luego, el yo lírico realiza un segundo movimiento con el que intenta dejar totalmente en claro que su amor por el justo joven es en absoluto platónico: “Para mujer has sido, pues, creado/ hasta que dio natura en adorarte/ a ti te dio, a mí me ha despojado/ dándote un don inútil a mi parte” (p. 45). El yo lírico insiste en que el joven debería haber nacido mujer, pero natura (que es mujer) lo quiso hombre (el juego poético induce que lo quiso hombre para poder estar junto a él). Al hacerlo hombre, le dio un “don” que es “inútil” para el yo lírico. Ese "don" alude al pene, y al afirmar que este es inútil para él, el yo lírico deja en claro que la relación amorosa es totalmente platónica, y así finaliza el soneto: “Mas si eres para gozo de las mujeres/ tu amor sea mío, de ellas los placeres” (p. 45).