Retrato del artista adolescente

Valoraciones

William York Tindall ve en esta novela una continuación del relato "Los muertos", de Dublineses, que semeja un esbozo de la misma, igual que el Stephen del Retrato supone un esbozo del Stephen de Ulises. Tanto el citado relato como la novela dibujan al protagonista en soledad, rodeado de sombras: el centro moral de ambas historias es la falta de amor. La diferencia es que el protagonista de "Los muertos", Gabriel Conroy, es de sobra consciente de la situación, mientras que Stephen, más joven, no se comprende a sí mismo enteramente.[10]​ De todas las "novelas de aprendizaje", las que probablemente tuvo Joyce más presentes como modelos fueron: Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister, de Goethe, The Ordeal of Richard Feverel, de George Meredith y The Way of All Flesh, de Samuel Butler.[11]​ Sobre si Stephen es o no un trasunto de Joyce, afirma Tindall que no lo es más que Gabriel Conroy: el Retrato "no" es una autobiografía, es «menos recuerdo que invención».[12]​ Stephen es demasiado serio para calcar fidedignamente a Joyce.[13]​

Según Anthony Burgess, Stephen el héroe supone un mero tanteo literario para el Retrato; la primera fue abandonada por ser demasiado incómodamente personal. El Retrato es más simbólica.[14]​ Los sermones del jesuita padre Arnall del capítulo 3 constituyen el compendio máximo del naturalismo. La técnica utilizada en ellos, y los terrores, el "infierno personal" que trasladan a Stephen, conducen directamente a la escena del burdel de Ulises. El propio Burgess confiesa que nunca fue capaz de releer dichos pasajes sin una sensación de angustia.[15]​ La intensidad, la brillante elocuencia de estas páginas es comparable a aquellas en que se expone la «lógica, original e intransigente» exposición estética de Stephen; en tales páginas el autor alcanza profundidades filosóficas no vistas antes en él.[16]​

Harry Levin encuentra muchas similitudes entre esta novela y la de D. H. Lawrence Sons and Lovers (Hijos y amantes), aparecida en 1913.[17]​ Advierte además Levin que en el Retrato, como en Dublineses (en que aparecen muchos niños en las calles) y en Ulises (la andadura de Bloom), Joyce se muestra muy "peripatético" (aristotélico) por el hecho de que la acción predominante en ellas es la caminata, el periplo. El Retrato, por otra parte, es el escrito más lírico de Joyce.[18]​ La novela es el fruto de un largo proceso de revisión y refinamiento que dejó en la cuneta Stephen el héroe.[11]​ Como en Dublineses, el elemento más vital de su escritura lo encauza Joyce a través de la conversación; como reportero de la vida irlandesa, Joyce era un oyente en extremo «fidedigno y sensible», de modo que el personaje de Simon Dedalus (el locuaz padre de Stephen), a través de su lenguaje, logra ser representativo de la propia Irlanda.[19]​

José María Valverde recuerda el gran estímulo que supuso para Joyce, en la terminación de la obra, la publicación por entregas en The Egoist, fomentada por el entusiasmo de Ezra Pound ante la lectura de las primeras páginas. Este entusiasmo pudo transmitirse a Joyce, quien tal vez se precipitó al rematar el final de la novela.[20]​ Joyce dio con el Retrato «el paso que antes solo había sabido dar en los primeros cuadros de Dublineses [...]. Ese paso es la superación del personalismo, de la batalla inmediata que ventilar: aunque la estructura general del libro sea individual, sin disimular su condición de memoria personal, desde la niñez que acaba de aprender a hablar, hasta el umbral del primer gran viaje en la juventud, el punto de vista se ha elevado a una objetividad, distante, iluminadora, a veces irónica. Es la "emoción recordada en la tranquilidad", como definió Wordsworth la poesía».[21]​

Umberto Eco, quien titula un capítulo de su libro Las poéticas de Joyce "Retrato del tomista adolescente", observa en el discurso estético sobre la autonomía del arte a cargo del protagonista, la astucia de Joyce para el doble mensaje: «Aquí el joven Stephen revela verdaderamente la naturaleza formal de su adhesión a la escolástica, y las fórmulas de Santo Tomás sirven para pasar de contrabando, con gran osadía, una teoría de l'art pour l'art que, con toda evidencia, Stephen asimilaba de fuentes bien distintas». Stephen, en efecto, «enmascara bajo ropajes medievales, con habilidad de casuista, proposiciones como la de Wilde, por la que "all art is perfectly useless"» ("todo arte es perfectamente inútil").[22]​ Sobre las célebres epifanías de Stephen: «Nos damos cuenta entonces de que todo el armazón escolástico que Stephen, arteramente, había erigido como soporte de su perspectiva estética no servía sino para sostener una noción romántica de la palabra poética en cuanto revelación y fundamento lírico del mundo y del poeta como único ser capaz de dar una razón a las cosas, un significado a la vida, una forma a la experiencia, una finalidad al mundo. [...] El poeta es la persona que, en un momento de gracia, descubre el alma profunda de las cosas [...]. La epifanía, pues, es una manera de descubrir lo real y al mismo tiempo una manera de definirlo a través del discurso».[23]​

Acerca de la relación del propio Joyce con el personaje que lo representa en el Retrato, advierte Francisco García Tortosa la transición entre esta novela y Ulises; conforme avanza ésta: «Joyce se distancia cada vez más del que había sido su álter ego en el Retrato del artista adolescente, Stephen, y se va identificando con Bloom, quien, en muchos sentidos, revela una de las individualidades del autor».[24]​ Según observó Katie Wales en su estudio The Language of James Joyce, Stephen, por otra parte, como su autor, siempre ha vivido fascinado por las palabras: «Stephen —sigue García Tortosa—, en Retrato del artista adolescente, desde la niñez siente una especial curiosidad por las palabras y los sonidos; para él, la aprehensión de la realidad, más que por las sensaciones, le llega a través de la lengua, que se revela como una verdad de mayor solidez que la materialidad del mundo. [...] La belleza y hasta la ética provienen de las palabras».[25]​

Sobre la técnica del monólogo interior en Joyce, describe Richard Ellmann el proceso de elaboración, en el que aquel partía de Dujardin, George Moore y Tolstói: «[...] prefería, por el contrario, reducir la tensión de sus dramas. Sus protagonistas se movían en el mundo y reaccionaban a sus estímulos, pero sus ansiedades y reacciones más importantes no tenían apenas relación con el medio ambiente. [...] El primer monólogo interior de Joyce apareció al final de A Portrait of the Artist, en donde hace que no parezca tan extraordinario porque tiene la forma del diario de Stephen. Allí quedaba dramáticamente justificado porque Stephen sentía que no tenía ya a nadie con quien comunicarse en Irlanda como no fuera él mismo. Pero era también un procedimiento que permitía relajar el estilo formal que hay en casi toda la narración mediante el uso de frases fragmentadas y conexiones aparentemente casuales. [...] Tras haber llegado hasta ahí, en Ulysses Joyce eliminó el diario, y dejó que los pensamientos brincaran y saltaran sin que haya un diario que justifique la agitación que los mueve».[26]​

La impresión general de Jeri Johnson, editora de la obra en inglés, figura al final de su introducción, en que alude a las líneas finales de la novela (vid. más arriba): «Stephen no parece darse cuenta de que "forjar" tiene un doble significado: "dar forma, modelar" y "hacer pasar una cosa por otra, falsificar". La narración lo sabe; Joyce lo sabe. Joyce ha forjado un vívido, evocador, verosímil, sincero, incluso a veces irónico, retrato de Stephen, un retrato que al desmenuzar las duplicidades del lenguaje explota los significados potenciales que laten en la realidad de su propia vida. En esto Joyce se convierte en un artista o poeta en términos aristotélicos, no en un historiador: el poeta presenta "aquello que podría ser", el historiador, "aquello que ha sido". Lo que crea Joyce, como artista, en el Retrato del artista adolescente es una falsificación genuina».[27]​ Por otra parte, comparando el Retrato con Stephen el héroe, afirma Johnson: «Al contrario que en Stephen Hero, el Retrato muestra a Joyce comprimiendo, seleccionando el detalle de mayor interés, organizando las cosas a fin de adaptarlas al modelo estético de la novela, sin pretender sincronizarlas con su propia historia vital. Este es el motivo de que los críticos siempre hayan fracasado al tratar de hacer coincidir la cronología de la novela con los hechos en la vida de Joyce. Al escribir el Retrato, Joyce seleccionó, compuso, nunca transcribió».[28]​

El escritor irlandés Francis Harvey comparó asimismo el Retrato con la obra que le dio origen, valorando en esta última, frente a la otra, aspectos no considerados anteriormente. El lenguaje de la primera, por ejemplo, paradójicamente, suena hoy mucho más "anticuado" que el de la segunda. Hay pasajes de excelente diálogo en Stephen el héroe de que carece el Retrato, en que la humanidad y espontaneidad se pierden llamativamente frente a la estudiada autoconciencia omnipresente del protagonista.[29]​ Si se observan los primeros pasajes de ambas obras, el lenguaje de Stephen el héroe es «lúcido, vigoroso, carente de la pretenciosidad y la adjetivitis subjetiva» de la otra.[30]​ Lo mismo sucede con el personaje de Emma Clery (la chica con la que quiere acostarse Stephen, que aparece en ambas novelas), el cual es muy significativo en este aspecto, ya que solo adquiere vida y sustancia en esta última obra, mientras que en el Retrato no parece figurar más que «como pretexto para la sexualidad del héroe».[31]​

Este rasgo en los personajes del Retrato también ha sido examinado en profundidad por W. Y. Tindall en su A Reader's Guide to James Joyce.[32]​


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