Los santos inocentes

Los santos inocentes Resumen y Análisis Libro 1: El Azarías

Resumen

La novela se inicia presentando al Azarías, un hombre adulto pero con capacidades cognitivas deficientes y de aspecto físico muy descuidado. Azarías es criado de un señorito en la Jara, pero usualmente abandona su trabajo para ir a visitar a su hermana, la Régula. Esta suele renegar de su hermano porque él le reprocha su aspiración de educar a sus hijos y le dice que ilustrarlos no tiene ningún propósito, argumentando que en la Jara a nadie le interesa si uno es letrado o no. El señorito de la Jara es, de hecho, permisivo con las visitas que Azarías hace a su hermana, que lo hacen ausentarse de sus tareas, pero lo que sí le molesta es que el Azarías, que ya era un joven cuando el señorito nació, diga que solo tiene un año más que aquel. El narrador explica que Azarías no lo hace de mala voluntad, sino porque una vez se lo escuchó decir borracho a Dacio, el Porquero, y desde entonces lo repite.

El Azarías se dedica a lustrar el automóvil del señorito y se encarga de desenroscar los tapones de las válvulas de los autos de los amigos que visitan al señorito, con el objetivo de que a este, en caso de necesitarlo, y ya que es época de escasez, no le falten repuestos. Asimismo, Azarías se dedica en la Jara a cuidar a los animales y a desplumar las aves que el señorito mata durante la caza. Tiene un vínculo especial con un Gran Duque, un búho grande que suele usarse de cebo para cazar aves rapaces: le lleva presas de comida especiales, lo cuida con mucha dedicación, lo acaricia tiernamente, lo llama “milana bonita” e incluso intenta comunicarse con él, reproduciendo sus sonidos.

También cuenta el narrador que Azarías se dedica a contar las válvulas que le saca a los autos, pero no conoce bien los números, entonces los inventa. Además, suele orinarse las manos para que no se le agrieten. Algunos días del mes se despierta débil y abandona del todo sus tareas en el cortijo y se echa a retozar, sin inmutarse por lo que los criados, e incluso el señorito, piensen, hasta que finalmente logra ir de vientre en pleno campo y se siente recompuesto, listo para retomar sus monótonas tareas.

Otra de las actividades que Azarías realiza por fuera de su trabajo es correr al cárabo, un ave rapaz que le genera una extraña fascinación y a la vez pánico. Se trata de una especie de juego: por la noche se dirige a la sierra y empieza a imitar el ruido del cárabo, intentando provocarlo, hasta que el ave emite su aullido, y entonces Azarías se pone a correr desenfrenadamente, entre divertido y atemorizado, hasta llegar jadeando otra vez al rancho. Allí siempre lo recibe Lupe, la Porquera, que le reprocha esos juegos infantiles, pero él la ignora y se apura a visitar al Gran Duque, para contarle que ha estado corriendo al cárabo.

Un día, en una de sus visitas, la milana no responde a sus llamados ni a sus mimos y, alarmado, Azarías se dirige al señorito para anunciarle que su milana está enferma y pedirle que llamen al médico, el Mago del Almendral. Pero el señorito se ríe a carcajadas de la idea de llamar al Mago solo por un ave, lo cual estremece a Azarías. Pero a nadie parece importarle su tristeza, pues la Lupe, Dacio, el Porquero, Dámaso y las muchachas de los pastores se suman a la carcajada y a burlar al Azarías por preocuparse por un pájaro. Entonces el hombre se dirige al establo y se pone a contar válvulas para serenarse, hasta que se queda dormido. Al despertar, llama a su pájaro pero no recibe respuesta y, al acercarse a él, descubre que ha muerto. Atravesado por la tristeza, el Azarías toma el cadáver del pájaro y anuncia que se va a lo de su hermana.

Régula, al verlo llegar con el ave muerta, le dice que saque de su casa esa carroña. Entonces él deja afuera al ave y toma en brazos a la Niña Chica, la hija mayor de Régula, una niña inválida que permanece siempre acostada o en brazos, con la mirada extraviada. Azarías dice que se dispone a hacer el entierro de la milana, y se dirige con la Niña Chica, que emite sus característicos berridos, hacia el exterior de la casa. Entonces cava un hoyo, donde entierra al pájaro, y luego de quedarse mirando el túmulo de tierra un rato, toma a la niña en brazos y empieza a rascarle la cabeza, mientras la llama “milana bonita”.

Análisis

Los santos inocentes es una novela social que narra la vida en el ámbito rural español de la región de Extremadura y, si bien no hay referencias temporales explícitas, la mención -en el libro segundo- al Concilio Vaticano II permite situar los acontecimientos narrados en la década de 1960. La novela representa las distintas clases sociales fuertemente marcadas en ese espacio y denuncia las brutales desigualdades que se establecen entre esas clases. El espacio del Cortijo del señorito Iván servirá en la novela de modelo para representar las distintas jerarquías sociales y el modo en que las clases se vinculan según una violenta dinámica de oprimidos y opresores. Así, la novela marca un claro contrapunto entre la naturalizada explotación y humillación a la que están sometidos los trabajadores rurales, y la hipocresía y violencia de las clases altas, representadas especialmente en los señores, que se muestran insensibles a los padecimientos de sus criados.

La narración asume características muy particulares. En principio, el narrador exhibe en su relato muchas marcas de oralidad, lo cual no solo se evidencia en las expresiones utilizadas, muy propias del habla rural, sino también en el estilo coloquial, en frases mal armadas o no terminadas, en la escasez de signos de puntuación, en el modo inusual en que introduce los diálogos, sin guiones de diálogo, o en la repetición de expresiones, recurso más propio de la lengua oral que de la escrita. Asimismo, hay toda una serie de dichos y locuciones verbales propias del campo que generan la ilusión de cercanía del narrador respecto de aquello que relata. De esta manera, la novela pareciera ser más bien una transcripción de una narración oral.

El narrador de la novela es omnisciente y narra desde fuera de la historia. No obstante, y si bien es imparcial en su relato, toma el punto de vista de la familia de Régula y Paco, el Bajo. Ese punto de vista se evidencia en muchas marcas textuales. Por un lado, lo hace en las marcas de oralidad, que remiten al habla simple y rústica de los criados (por ejemplo, la utilización del artículo antes de los nombres: “la Charito”, “el Azarías”) y no al modo de hablar más refinado de Iván o la Marquesa. Por otro, se envidencia también en las formas en que son nombrados los personajes, que remedan la forma que tienen los criados de referirse a los demás. Por ejemplo, Iván es llamado “el señorito Iván”, que es como lo llaman Régula y su familia. Asimismo, su narración va adoptando distintos niveles de acercamiento respecto de lo que cuenta, y muchas veces intercederá a favor de algunos personajes (en general, del círculo familiar de Régula) en detrimento de otros, y mostrará tonos irónicos o incluso críticos hacia otros personajes. La orientación del narrador según ese punto de vista será muy importante para pensar más adelante el título de la novela.

En este primer libro, tal como lo indica su título, se presenta al Azarías, el personaje más vulnerable y, por lo tanto, uno de los más oprimidos a lo largo de la novela. Hay abundancia de descripciones que recalcan su descuidada apariencia: siempre va descalzo, con los pantalones abiertos y bajos, la ropa sucia. El narrador insiste una y otra vez sobre su aspecto, que da cuenta de su retraso: “la boca entreabierta, sonriendo al vacío, babeando” (19), “moviendo arriba y abajo las mandíbulas y mascullando palabras ininteligibles” (14). Ese retraso será también identificado en sus hábitos (por ejemplo, el revulsivo afán por orinarse las manos para que no se le agrieten) y en la forma que tiene de vincularse con los demás personajes, demostrando una gran falta de entendimiento. Así, por ejemplo, repite automáticamente que tiene un año más que el señorito de la Jara, si bien evidentemente él es mucho mayor que aquel, pues hasta incluso era un joven cuando aquel nació. El narrador, en un gesto de defensa del personaje, justifica su equivocación: “pero no era por mala voluntad, ni por el gusto de mentir, sino por pura niñez, que el señorito hacía mal en renegarse por eso y llamarle zascandil, ni era justo tampoco” (8). Se pone de manifiesto así la identificación afectiva y la compasión del narrador con Azarías; incluso se permite tratar de injusto el trato que el señorito tiene hacia él, pues no se corresponde con el esfuerzo y la dedicación con la que Azarías desempeña tareas para él, como lustrar su automóvil, cuidar a los perros y a las aves, etc. En este punto, se esboza uno de los grandes temas que atravesará todo el planteo de la novela: la explotación y el maltrato de los criados a manos de sus señores. En este sentido, el narrador que construye Delibes, en tanto escritor cristiano, estará de parte de los niños, de los débiles y de los inocentes. En Los santos inocentes, se sensibilizará con el grupo social más vulnerable, el de los criados sometidos.

Además, el narrador justifica los errores de Azarías desligándolo de toda maldad y atribuyéndolos a su “niñez”. Esta será una de las formas en que la novela configurará la figura de Azarías: su retraso lo infantiliza y lo convierte casi en un niño. Así, sus acciones son interpretadas como provenientes de un niño, lo cual dará lugar, más adelante, a que sea concebido como un “inocente”.

A partir de su condición, Azarías no solo es infantilizado sino que muchas veces pierde incluso su aspecto humano y es animalizado. En efecto, parte de su devoción por las aves y la comunicación que tiene con ellas, remedando sus sonidos, abonan esa perspectiva. Desde la mirada del narrador, sin embargo, esa animalización no es negativa sino que da cuenta de la sensibilidad y la ternura que Azarías tiene hacia las criaturas más indefensas y la comunión amable que él tiene con la naturaleza.

Por su parte, el señorito de la Jara parece no tener demasiados reparos en que Azarías se ausente de sus tareas, posiblemente porque no es de gran utilidad en su cortijo. El señorito presenta muchos de los rasgos comunes a la clase alta en la novela: la soberbia, la opulencia y la crueldad. En efecto, cuando la milana de Azarías se enferma, el señorito de la Jara se ríe de que el hombre quiera llamar a un médico: “una carcajada, como el cárabo, que al Azarías se le puso la carne de gallina” (20). La risa maliciosa del señor genera en Azarías el mismo efecto atemorizante que le origina el cárabo al que corre por la sierra. Se establece así un contrapunto entre ambas figuras: Azarías exhibe una conexión con la naturaleza y con las criaturas más vulnerables que el señorito es incapaz de comprender. Para él, las aves son criaturas de caza, nacidas para ser sometidas. En esa falta de comprensión, el señorito ostenta el derecho irrevocable de burlarse de Azarías, sin reparar en su dolor. La novela parece denunciar así la impunidad con la que las clases más altas tratan a sus subordinados.

Asimismo, en la Jara, los demás empleados, si bien son subordinados de los señoritos que los explotan, se comportan de la misma manera con Azarías, a quien evidentemente conciben como un ser inferior, por su “anormalidad” (expresión que usará más adelante el señorito de la Jara para referirse despectivamente a la condición de Azarías). Así, personajes oprimidos como Lupe, Dacio, el Porquero, Dámaso y las muchachas de los pastores se hacen eco de las burlas del señorito y se ríen cruelmente de Azarías por querer curar a su milana, reproduciendo sobre alguien más vulnerable que ellos la misma opresión que padecen. Más adelante, cuando el señorito despida a Azarías, Lupe, por ejemplo, en lugar de solidarizarse con su par, mostrará un fuerte desprecio por Azarías y sus hábitos escatológicos.

Si el libro primero se abre con la visita de Azarías a Régula y su familia, se cierra de la misma forma. Ahora, Azarías, atravesado de dolor por la muerte de la milana, acude allí para enterrarla, pues su hermana es uno de los pocos personajes que intenta comprender y contener a Azarías. No obstante, si bien Régula lo cuida como a un hijo, se espanta cuando lo ve llegar con el cadáver de la milana y lo obliga a llevarlo afuera. Incomprendido, Azarías sale de la casa pero elige llevarse consigo al único personaje con quien puede identificarse: Charito, la Niña Chica.

En este punto, se presenta por primera vez a la Niña Chica, la hija mayor de Régula, una niña que padece una discapacidad, que nunca se nombra en la novela pero que la obliga a estar acostada o en brazos todo el tiempo, llevar siempre los “ojos extraviados sin fijarlos en nada” (23) y producir “interminables berridos lastimeros” (23). Por esto es que la apodan la Niña Chica, porque, a pesar de ser la mayor en edad, su condición la relega a un estado infantil eterno, pues su desarrollo es deficiente y carece de autonomía para desplegar sus funciones básicas.

El aspecto de la Niña Chica irá desarrollándose y ampliándose a lo largo de la novela, pero sin dudas será identificada por los demás personajes como otra “anormal”, por ser diferente. En efecto, su aspecto y su conducta son descritos recurrentemente como inquietantes, incómodos para los que los presencian. Por ejemplo, en este libro se describe los únicos sonidos que puede emitir como “berridos lastimeros que helaban la sangre de cualquiera” (23). Sin embargo, el narrador explicita que Azarías, por su parte, no se inmuta con ese sonido, lo cual construye ya desde aquí el lazo de comunidad entre Azarías y la Niña Chica, como representantes en la novela de lo diferente y, por lo tanto, de debilidad e inocencia. Es esa condición la que los acerca.

Se establece de esta forma una identificación entre Azarías y la Niña Chica, en tanto criaturas incomprendidas que parecen comunicarse y entenderse entre sí. Pero, además, Azarías esboza una identificación entre la niña y la milana. De ahí que luego de enterrar al ave muerta, el hombre tome en brazos a la niña y le brinde las mismas caricias que le daba al ave (“empezó a rascarla insistentemente con el índice de la mano derecha los pelos del colodrillo, mientras la Niña Chica, indiferente, se dejaba hacer”, 24) y la llame de igual modo (“milana bonita”, 24).