Las tres hermanas

Las tres hermanas Resumen y Análisis Acto I (Primera parte)

Resumen

Es un mediodía soleado en la casa de los Prósorov (los hermanos Andréi, Masha, Olga e Irina). Se festeja el día del santo de Irina. Olga, vestida de maestra de escuela, camina mientras corrige los cuadernos de sus alumnas. Masha, con un vestido negro, está sentada leyendo. Irina, de blanco, se mantiene de pie y pensativa.

Olga comenta que el padre de ella y sus hermanos murió exactamente un año atrás, y que en ese momento sentía que no podría sobreponerse al fallecimiento. Recuerda también que Irina estaba como desmayada. Sin embargo un año después, piensa, lo pueden recordar sin tanto pesar. El padre era general, comandante de brigada, sin embargo fue poca gente al cementerio. “¿Para qué recordar?” (p.77) protesta Irina. Olga continúa recordando: cuando el padre obtuvo el mando de la brigada once años atrás, toda la familia salió de Moscú y se mudó a la ciudad de provincias en que ahora habitan. En esta época, piensa Olga, Moscú suele estar florecido e inundado de sol. Que hubiera sol esa mañana, cuando despertó, hizo más fuerte su anhelo por volver a Moscú.

Masha silba, pensativa ante su libro, y Olga se queja de su dolor de cabeza, producto de trabajar todo el día en el colegio y dar después clases particulares hasta tarde. Hace cuatro años que trabaja en el colegio, y siente que cada día de esos años perdió una porción de su juventud y de su fuerza. Lo único que se hace más fuerte es la ilusión de volver a Moscú. Irina sostiene la misma ilusión. Dice que su hermano será sin duda profesor y no se quedará a vivir allí. El único tema, agrega, es la pobre Masha. Olga responde que Masha puede ir a quedarse con ellas en Moscú cada verano. Irina, alegre, dice que todo se alegrará. Esa mañana, dice, se despertó feliz, recordando su infancia. Olga comenta lo bellas que lucen Irina y Masha, y luego admite sentir que si se casara y pasara los días en la casa estaría mejor. Hubiera amado a su marido, dice.

Entran Túsenbach y Solióny. El primero anuncia que más tarde llegará a visitarlas Vershinin, el nuevo comandante de brigada. Ante las preguntas de las hermanas, Túsenbach cuenta que Vershinin es un hombre interesante pero casado, con dos hijas, y cuya esposa parece algo loca y a menudo intenta suicidarse.

Ingresa Chebutíkin, e Irina lo recibe con alegría, contándole que cuando se despertó en la mañana supo en qué debía consistir la vida: en trabajar. Túsenbach está de acuerdo con Irina: él no trabajó en toda su vida y comprende las ansias de trabajar. Nació en una familia que no conoció el esfuerzo ni la preocupación. Dice que, sin embargo, se está preparando una “tormenta” que “arrancará de un soplo la pereza, la indiferencia, el prejuicio al trabajo, el hastío que pudre a nuestra sociedad” (p.81). Acaba diciendo que él trabajará y que veinticinco años después todos los hombres lo harán. Solióny le dice que en veinticinco años no estará en el mundo.

Masha, algo abstraída, canturrea una canción “Hay un roble verde cerca del mar… Una cadena de oro rodea su tronco” (p.82). Luego se para, se pone el sombrero y anuncia su partida. Sus hermanas se sorprenden por el hecho de que se vaya de la fiesta. Masha recuerda que cuando aún vivía su padre y se festejaba el santo de alguna, venían a la casa como cuarenta oficiales, mientras que ahora no llegan a seis. Deprimida y con lágrimas en los ojos, se prepara para irse.

Llega Ferapónt, trayendo una torta que Irina agradece. Y también vuelve a aparecer Chebutíkin, que se había retirado por unos minutos, portando un samovar de plata que ofrece a Irina como obsequio. Las tres hermanas se escandalizan por lo costoso del regalo, pero Chebutíkin argumenta que ellas tres son lo más precioso que posee a sus sesenta años de vida y que sin ellas sería un viejo solitario y nulo o estaría muerto. Se emociona luego recordando cómo las cargó en brazos cuando nacieron, y cómo amó a la difunta madre de las tres.

Análisis

La primera imagen de la obra pone en el centro de la escena a las tres hermanas que protagonizan la pieza. Y desde su primera aparición las hermanas se presentan, más allá de sus obvias afinidades, con sus particularidades y diferencias. Tanto en las didascalias como en los diálogos, el carácter individual de cada personaje queda notoriamente delimitado. En principio, Olga, con un vestido azul de maestra de escuela, "va y viene por la sala corrigiendo simultáneamente los cuadernos de sus alumnas" (p.77). La mayor de las hermanas se presenta así en una actividad laboral sin descanso y evidenciando un carácter práctico, responsable y adulto que mantendrá hasta el final de la pieza. En contraste, Masha reposa lánguidamente mientras lee un libro: su carácter es más bien intelectual, reflexivo, con un fuerte componente nostálgico que se completa con su simbólico vestido negro, de luto, y que condensa la perspectiva resignada, trágica, ligada al pasado que el personaje expondrá durante la obra. La oposición más visible se da entre esta última e Irina, la menor, la más vital, enérgica y esperanzada, de pie y pensativa, exhibidora en este primer acto de una pureza que acaba por simbolizarse en su vestido blanco.

El diálogo entre los personajes no demora en instalar las singularidades que definen los carácteres disímiles. Olga es la primera en traer a escena la particularidad eventual del día en que abre la trama, recordando que no sólo se festeja el santo de Irina, sino que también se cumple el primer aniversario del fallecimiento de Prósorov, padre de las tres. Vida y muerte aparecen en constante diálogo en esta pieza, y la mayor de las hermanas, que a sus veintiocho años, en la época que retrata la obra, está más cerca de la madurez que de la juventud, es poseída por una leve inclinación al recuerdo. La rememoración que Olga realiza acerca del entierro del padre un año atrás incomoda en alguna medida a la joven Irina. “¿Para qué recordar?” (p.77), cuestiona la muchacha que en este primer acto se erige como la representante de una esperanzadora, soñadora y entusiasta juventud, cuyo campo de atención apunta casi por completo al futuro.

Por otra parte, Olga e Irina comparten un mismo anhelo, un sueño del cual Masha no puede participar, al menos no de la misma manera. En el caso de Olga, en este primer acto, lo que se observa en su discurso es la existencia de un punto de luz en el horizonte, una esperanza que le permite sostener el cansancio laboral de su vida cotidiana:

OLGA: (...) Como estoy todo el día en el colegio y después doy clases particulares hasta muy tarde me duele continuamente la cabeza y me vienen ideas de que ya soy vieja. Y efectivamente, en estos cuatro años que trabajo en el colegio siento que cada día mis fuerzas y mi juventud se me van gota a gota. Sólo crece y se hace fuerte una ilusión…

IRINA: Ir a Moscú. Vender la casa, terminar con todo aquí y a Moscú…

OLGA: Sí, cuanto antes a Moscú.

(p.78)

Ya sea como una promesa de feliz descanso en una vida sacrificada laboralmente, en el caso de Olga, o ya como la de una plenitud vital siempre deseada en la temprana juventud, Moscú se erige para estas hermanas como el símbolo absoluto de la esperanza y la ilusión. Es esa esperanza las que las mantiene en pie, incluso literalmente, tal como propone en didascalias esta primera escena, a diferencia de la recostada Masha, por cuya circunstancia particular la posibilidad de una vida futura en Moscú aparece resignada. Como se sabrá no mucho después, Masha es la única de las hermanas que está casada: su marido, Kulíguin, es maestro en una escuela local y por lo tanto la vida de la joven se encuentra fatalmente anclada a esa ciudad de provincias que tan poco la satisface. La muchacha se mantiene silenciosa durante todo el diálogo esperanzado que sus hermanas tienen sobre su hipotético futuro en Moscú, y recién rompe el silencio mucho después, no para participar de la conversación, sino para pronunciar unos versos que dan a conocer el contenido de su reflexión ensimismada: “Hay un roble verde cerca del mar… Una cadena de oro rodea su tronco” (p.82). Los versos, pertenecientes al autor ruso Pushkin y que se repetirán en boca de Masha sucesivas veces en la obra, condensan en la imagen algo de la desesperanza que ahoga al personaje: ella, al igual que un roble adornado con oro, no puede quizás quejarse de su condición privilegiada (no trabaja y goza del tiempo libre y las necesidades cubiertas, producto del sostén económico que provee su marido), pero se encuentra del mismo modo fatalmente anclada, encadenada, imposibilitada de acceder a ese futuro que mantiene vivas a sus hermanas, de sumergirse en la libertad y plenitud de ese mar al que sólo puede ver de lejos. Esta sensación de inmovilidad, de estancamiento sin perspectiva de salida, en este primer acto se identifica plenamente con el personaje de Masha y contrasta más que nada con la fuerza que hace carne en Irina: “¿Por qué me siento tan feliz hoy? Como si anduviera con las velas desplegadas, con un ancho cielo azul sobre mí, surcado por grandes pájaros blancos” (p.80). La sensación de felicidad que invade a la joven aparece comparada con la imagen de un barco o velero en plena navegación: al contrario de Masha que sólo puede ver el mar sin que le sea posible adentrarse en él, Irina encuentra en sus adentros una fuerza capaz de sobrevolar las aguas hacia un horizonte infinito, viajando con la libertad propia de los pájaros -“¡Mi avecita blanca…!” (p.80), resalta justamente Chebutíkin refiriéndose a la joven-. La felicidad se define para estas hermanas en oposición a la estaticidad de la vida de provincias, y por lo tanto aparece asociada a la imagen del viaje, del movimiento.

La noción de un futuro esperanzador no se agota del todo en relación con el viaje a Moscú. En este primer acto varios de los personajes sostienen la necesidad de trabajar como la manera de alcanzar una plenitud vital y dar razón a la existencia. Uno de estos personajes es Irina:

Cuando me desperté esta mañana, cuando me levanté y me lavé me pareció repentinamente como si todo se hubiese vuelto claro para mí en este mundo, y que sabía cómo hay que vivir. (...) El hombre, sea quien fuere, debe trabajar, trabajar con todo su ser, y en eso consiste el sentido y la finalidad de su vida, su dicha y su éxtasis. (...) Y sin hablar de hombres, con tal de trabajar más vale ser un buey, un simple caballo de labrador, antes que ser una joven que se levanta a mediodía, toma el desayuno en la cama y gasta luego dos horas en vestirse… ¡Ah, qué horrible es eso! En días de calor se tiene a veces esa sed de beber como tengo yo ahora la de trabajar.

(p.80)

La sensación de vacío y de sinsentido de la vida es identificada por Irina, en este primer acto, con el hastío producto de una cómoda vida burguesa que no conoce el sacrificio. Quien coincide con su opinión es Túsenbach un militar que, al igual que la muchacha, nunca trabajó en su vida -“¡Esas ansias de trabajar! ¡Dios mío, qué bien las comprendo!” (p.81)- y en cuyo discurso se ofrece una perspectiva más bien política histórica y social:

Yo no he trabajado ni una sola vez en mi vida. Nací en San Petersburgo, la fría, la ociosa, en una familia que no conoció nunca ni el esfuerzo, ni la preocupación. Recuerdo que cuando volvía del colegio militar, el lacayo me quitaba las botas, yo me ponía caprichoso; mi madre me miraba con adoración y se extrañaba si otras me miraban de otra manera. ¡Cómo me protegían del trabajo! Pero no consiguieron protegerme del todo, no, no del todo. Ha llegado la hora, se nos viene encima una mole, se prepara una fuerte y sana tormenta que ya está cerca y que pronto arrancará de un soplo la pereza, la indiferencia, el prejuicio al trabajo, el hastío que pudre a nuestra sociedad. Me pondré a trabajar, y dentro de unos 25 o 30 años, trabajarán todos los hombres. ¡Todos!

(p.81)

Las tres hermanas se estrenó en 1901 en Moscú, es decir dieciséis años antes de que la revolución emergiera en la ciudad para derrocar al zarismo y su sistema de clases y transformar el territorio ruso y el de otros países lindantes en la Unión Soviética. Es claro que el discurso de Túsenbach condensa ideas del contexto social en que la obra fue escrita: la “tormenta” refiere a esa revolución que llegaría años después (aunque menos de los que prevé el personaje) con la voluntad de acabar con el injusto sistema que obligaba a muchos a vivir en la pobreza mientras que otros pocos, solo por haber nacido en familias aristocráticas y por lo tanto ancestralmente adineradas, podían subsistir cómodamente sin siquiera pensar en trabajar.

En estas primeras escenas, Irina y Túsenbach instalan en lo discursivo una temática que tendrá lugar durante toda la obra y cuyo eje fundamental es el trabajo. A su vez, lo que la maestría de Chéjov logra presentar es un aparente desajuste en lo que se tiene (o se hace) y lo que se desea: la joven Irina, hastiada de su vida ociosa, profiere estas palabras elogiosas sobre el trabajo mientras que Olga, instantes atrás, hablaba de lo cansada y envejecida que se sentía gracias a su sacrificada vida laboral. Lo que comienza a asomar en ese desajuste es entonces lo que se convertirá en otro tema fundamental de la pieza, porque el trabajo aparece solo como una de las respuestas posibles a una problemática que atraviesa la obra y que tiene que ver con la pregunta por el sentido de la vida. Y en lo sucesivo de los actos veremos cómo esa pregunta intenta ser respondida por varios de los personajes, a través de una suerte de especulación cuyo contenido es más ilusorio e hipotético que real y práctico. En este sentido, la dimensión de futuro ocupará un lugar protagonista en las inquietudes, esperanzas y frustraciones de la mayoría de los personajes de esta obra, quienes movidos por la necesidad de encontrar una razón a su existencia o una clave para la felicidad, postularán teorías acerca de lo que creen sucederá con el avance de los años, tanto en lo que respecta a su propia vida como también en lo referente a toda la humanidad.