La peste

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La solidaridad

La solidaridad es uno de los temas principales sobre los que versa La peste. En la novela, los personajes se ven enfrentados a un mal incontenible que los supera como meros individuos. Frente a esto, encuentran diferentes formas de actuar. Algunos de ellos, especialmente Cottard, se aprovechan de la situación para prosperar a costa del sufrimiento; otros, como en principio sucede con Rambert, buscan desesperadamente una salida individual a la angustia que los acoge. Pronto, la mayoría de los personajes se inclina por la solidaridad hacia los otros, incluso poniendo en riesgo su propia integridad física. Así lo hacen el doctor Rieux y los demás médicos, como parte de su profesión. Tarrou, como civil, organiza equipos de voluntarios, a los que se suma Grand. Y así, la mayor parte de los personajes principales se van plegando a la iniciativa fraterna.

Esta solidaridad con los enfermos tiene diferentes nombres en la novela. Para el personaje de Joseph Tarrou, se trata de una simpatía por el ser humano y una rebelión contra la muerte. Para el doctor Rieux, la solidaridad se basa en la honestidad. Interrogado por Rambert, dice no saber qué significa ser honesto en general, pero que, en su caso, es hacer lo mejor que pueda su trabajo y no defraudar a los que cuentan con él. Rieux dice interesarse por la salud inmediata, material, de sus pacientes. Por el contrario, lo que motiva la solidaridad del padre Paneloux es la salvación espiritual. La peste lo hace dudar de sus convicciones religiosas, pero finalmente resuelve que es una obra de Dios y que debe amarla, pero sin abandonar a los enfermos. Les lleva paz y tranquilidad a los pacientes, trabajando codo a codo con Rieux.

A través de estos personajes específicos, el narrador intenta dar cuenta de todo el colectivo de ciudadanos. Aclara que ellos no son los únicos que están en los equipos de voluntarios y que ofrecen su solidaridad, sino que son los personajes que el narrador puede atestiguar de forma cercana y objetiva.

La solidaridad de Rieux y sus compañeros de brigada en esta situación adversa refleja el motivo del hombre rebelde que está presente en gran parte de la obra ficcional y filosófica de Camus. Estos personajes de La peste se rebelan contra el sinsentido de la vida, el encuentro con el sufrimiento y la muerte que todo lo destruyen. Su rebelión individual (sea la bondad reflexiva, la honestidad o la religión) se transforma en una epopeya colectiva. La solidaridad no acaba con la peste, pero sí la hace más soportable y les da un sentido a la vida de los hombres que luchan contra ella.

La enfermedad y el sufrimiento

La enfermedad y posible muerte es uno de los temas por antonomasia de La peste. Quienes son portadores de la misma sufren síntomas muy dolorosos y ven transformaciones desagradables en su cuerpo. El narrador describe con lujo de detalle cómo la enfermedad toma los cuerpos e inflama los ganglios linfáticos (bubones), que tienen que ser drenados. La fiebre castiga el cuerpo, también, al punto del delirio.

El sufrimiento tendrá en el texto distintas reflexiones a su alrededor. En un principio, el padre Paneloux atribuye el sufrimiento a un designio divino que debe ser aceptado, al igual que la posible muerte, como un castigo. Sin embargo, el relato pormenorizado del sufrimiento de un niño, promediando el final del texto, hará que de alguna manera cambie de opinión y matice sus ideas.

De parte del doctor Rieux, resulta llamativa una actitud de naturalización del sufrimiento. La cantidad de gente a la que tiene que asistir es tal que, para seguir cumpliendo su tarea, comienza a aislarse cada vez más de quienes lo rodean, y a hacer su labor de forma mecánica e irreflexiva. Se brinda a los demás como un héroe, pero sin tener demasiada conciencia de lo que hace. Esta actitud solo es posible gracias a un grado de naturalización del sufrimiento que también se altera al ver sufrir al niño moribundo.

El sentido de la vida

Dentro de la obra literaria y filosófica de Albert Camus, la idea del absurdo es central. El autor expone que la muerte hace que todo lo que pueda realizarse en vida carezca de sentido. En la novela, la peste representa este encuentro con la destrucción de la vida. Se trata de una enfermedad que puede llegar a cualquiera y que no discrimina clase ni edad. Camus considera que el ser humano tiene algunas herramientas para enfrentar ese sinsentido: la religión y el suicidio son dos de ellas.

La religión provee un posible sentido para la vida. En la novela, como ya se analizó, aparece fuertemente la religión cristiana representada en Paneloux. Aunque con dificultad, él logra encontrar un sentido a la epidemia y actuar frente a ella, a partir de su postulación de un “fatalismo activo”. El sufrimiento y la muerte del cuerpo tienen su contraparte en la salvación eterna de las almas.

El suicidio aparece representado en el personaje de Cottard. Se lo describe como un hombre inestable, con frecuentes cambios de humor y una culpa desconocida que lo persigue. A lo largo de la trama, con la llegada de la peste, Cottard encuentra consuelo cuando todo Orán se enfrenta a la misma angustia que él lleva consigo. Cuando la plaga llega a su fin, vuelve a tener un colapso nervioso. Esta vez, su angustia no termina en un suicidio, sino en querer perpetuar el sufrimiento disparando sobre la gente desde la ventana de su cuarto.

Para Camus, hay otra forma de combatir lo absurdo de la vida. Se trata de aceptarlo y construir un sentido propio a partir de la libertad. Grand, Rieux y Tarrou se ven enfrentados a la muerte y, cada uno con sus diferencias, encuentran la forma de dar sentido a su accionar. Por ejemplo, Tarrou ha meditado desde la juventud sobre la muerte. La conformación de un equipo de voluntarios civiles que combaten la enfermedad es parte de su cruzada contra el sufrimiento humano y un intento por alcanzar la paz. Estos tres personajes tienen en común la aceptación de la muerte y la actuación para combatirla. A esto se le suma algo fundamental en Camus: su accionar no es individual, sino que sus elecciones están dadas solidariamente, abrazando la lucha contra el sufrimiento ajeno. Esta dedicación por el otro anónimo implica una dedicación por la humanidad, lo que da un sentido a las vidas de estos tres personajes. En esto consiste lo que Camus llama la rebelión contra el mundo y la voluntad de cambio.

La religión cristiana

Sin dudas, el personaje que representa a la religión cristiana es el padre Paneloux, un sacerdote jesuita erudito que es reconocido en la comunidad de Orán por sus sermones en contra del individualismo moderno, en contra del libertinaje y a favor de un cristianismo exigente. Su visión sobre la peste funciona a la vez como una crítica a la religión y un llamado a la tolerancia en pos de un objetivo común.

En un principio, el padre interpreta la realidad de la epidemia a través de sus lecturas de la Biblia. En su primer sermón, impulsa su visión de que la enfermedad es un castigo divino, comparando la peste con las plagas que aparecen en el libro sagrado para azotar a los enemigos de Dios. Los justos y los inocentes no tienen por qué temer. Esta visión choca con la realidad: el niño del juez Othon muere luego de un largo sufrimiento. Hasta este momento, la novela presenta la religión como desconectada de la realidad, propensa a realizar interpretaciones peligrosas, en las que el mundo se juzga según bueno y malos, y en las que las desgracias ajenas son justificadas.

A partir de este momento, el sacerdote comienza a cuestionarse su mirada y adopta otra: la del “fatalismo activo”. Si bien hay personajes, como Rieux, que cuestionan esta concepción, la novela presenta esta faceta de la religión cristiana de forma positiva. El “fatalismo activo” significa aceptar y amar inclusive los peores males del mundo, pero actuando para aliviar el sufrimiento que provocan. El doctor Rieux no comparte la religión cristiana y discute la visión fatalista, pero ve que gracias a esa visión el padre trabaja codo a codo junto a él.

La religión cristiana también marca una diferencia en las razones por la cuales Rieux y Paneloux se dedican solidariamente a paliar el sufrimiento de los enfermos. Rieux, que es ateo, busca ocuparse de lo material, cuidando de los cuerpos. Amar a los hombres es hacer todo para curarlos en esta vida, no en una vida futura cuya existencia es incierta. El jesuita, por otro lado, acompaña a los enfermos, consolándolos y rezando. Su preocupación es la salvación celestial de las almas. Si bien son posiciones contrarias, en la novela terminan presentándose como complementarias.

El fatalismo

El fatalismo es una doctrina o postura que comprende que los hechos que acontecen son inevitables y no pueden ser cambiados. Un fatalista debe aceptar que las cosas son como son y actuar en consecuencia. En el plano religioso, el fatalismo generalmente está dado por la figura de Dios, el ser superior que crea la realidad. Un fatalista religioso diría que las cosas son de tal manera porque Dios así lo quiere.

En la novela, el fatalismo aparece enunciado explícitamente, en primer lugar, por el padre Paneloux. La peste se presenta como un desafío para sus concepciones cristianas de la vida. Primero, compara la epidemia con las grandes plagas bíblicas, en las que los enemigos de Dios eran castigados. Esto se refleja en sus palabras durante el primer sermón que da en la catedral. Sin embargo, al ver sufrir y morir al inocente Jacques, hijo pequeño del juez Othon, su visión de la peste se modifica. Allí comienza a ver la epidemia a través de la perspectiva del fatalismo: se trata de algo inevitable, que no puede ser detenido, ya que es provocado por Dios. Su fuerza destructiva no puede ser explicada como un castigo, pero, aun así, debe ser aceptada y amada por provenir de Él.

En un principio, esta posición sobre la peste es una crítica a la religión cristiana realizada por Albert Camus, que era ateo. Sin embargo, vemos que el fatalismo del personaje Paneloux no lo lleva a la inmovilidad ante la pandemia: trabaja con los equipos de voluntarios, lleva tranquilidad a los pacientes, asiste a los médicos poniéndose en riesgo. A este accionar el padre lo llama fatalismo activo. De esta manera, el personaje se redime a los ojos de los demás, como por ejemplo ante Rieux, quien a pesar de no coincidir con su punto de vista, minimiza las diferencias entre ambos para trabajar a la par, enfrentándose al enemigo común.

El exilio

En La peste, el exilio aparece de múltiples formas. En principio, algunos personajes se encuentran fuera de su ciudad, imposibilitados de volver por la cuarentena impuesta en ella. El drama más importante se ve en Rambert, quien añora París y, especialmente, a su amada. Su exilio se da en forma de angustia constante, y su deseo de volver es lo que motiva gran parte de sus acciones hasta casi el final de la novela, cuando logra crear un sentido de pertenencia en Orán y en los amigos que hizo durante la peste.

Tarrou es otro personaje que no pertenece a la ciudad. Sin embargo, no hay verdadera angustia en no estar en su lugar de origen. Su exilio es más profundo y es autoimpuesto: Tarrou escapa de la experiencia traumática de haber visto a su padre, un gran fiscal, abogar por la pena de muerte de un hombre. Esta experiencia implicó abandonar su hogar cuando era joven. Pero también es un exilio más profundo: constantemente busca el sentido de su vida, escapando de la angustia, sin lograr sentirse a gusto. Al combatir la peste, finalmente encuentra un sentido para su vida y consigue la paz.

El narrador, quien al final resulta ser Bernard Rieux, utiliza la palabra exilio para referirse al sentimiento paradójico que produce el encierro en los habitantes de la ciudad. Si bien no están separados de su tierra, se dan diferentes exilios. Los personajes están exiliados físicamente de sus seres queridos, como le sucede a él con su esposa. También, aquellos que caen enfermos o quienes tienen familiares apestados son aislados en campos especiales (como el estadio) o en pabellones del hospital, alejados de los sanos y considerados como una amenaza. En un sentido más abstracto, el narrador cuenta cómo los ciudadanos se encuentran emocionalmente alienados por la inhabilidad del lenguaje para expresar la realidad que están experimentando. Muchos experimentan una separación religiosa de Dios, sin poder reconciliar el sufrimiento que experimentan con las promesas de la religión cristiana. Están exiliados del pasado y del futuro, viviendo en un presente constante que no parece terminar nunca.

La pena de muerte

La pena de muerte es un tema secundario, pero no por ello poco importante en La peste. Aparece bajo dos formas, una explícita y una implícita. En primer lugar, se cuenta la historia personal de Tarrou. Siendo muy jovencito acompaña a su padre, abogado, a un juicio en el cual lo ve pedir para el acusado la pena de muerte. Este hecho genera una fuerte impresión en Tarrou, que lo convierte en un detractor ferviente de la pena capital. Este hecho tiene un correlato con hechos de la vida personal de Camus, que vivió una situación similar. Además, de mayor, a Camus lo marcaron a fuego algunas escenas de ejecución durante la ocupación nazi en Francia, al igual que los pedidos de pena de muerte para los nazis posteriores.

Además, en la novela aparece la pena capital implícita de algún modo en el juicio divino. La epidemia puede leerse como una condena a muerte por los pecados cometidos por los ciudadanos de Orán. Este punto será discutido a lo largo de toda la segunda mitad del texto por Paneloux y el doctor Rieux.

La escritura

La escritura es un modo de dar testimonio, quizá el modo privilegiado. En el caso de La peste, el relato se abre con una cita de Daniel Defoe, quien escribió uno de los testimonios sobre la peste bubónica más célebres de la historia de la literatura. Además, el doctor Rieux, quien es el narrador (oculto en la mayor parte del texto) de La peste, dice basar su relato no solo en las experiencias de quienes lo rodean y la propia, sino también en las notas de su amigo Tarrou.

Pero, a la vez, la escritura es de alguna manera también incluida dentro de las actividades vigiladas y administradas por el Ayuntamiento. “Hasta la pequeña satisfacción de escribir nos fue negada. Por una parte, la ciudad no estaba ligada al resto del país por los medios de comunicación habituales, y por otra, una nueva disposición prohibió toda correspondencia para evitar que las cartas pudieran ser vehículo de infección. (...) Los telegramas llegaron a ser nuestro único recurso. Seres ligados por la inteligencia, por el corazón o por la carne, fueron reducidos a buscar los signos de esta antigua comunión en las mayúsculas de un despacho de diez palabras” (p.60).

Lo escueto de la escritura de los telegramas se vincula también con la escritura de Joseph Grand, otro de los personajes, que dice estar sumergido en el proyecto de una novela. Sin embargo, no tiene escrita más que una oración de la extensión de un telegrama. La escritura de Tarrou también es, desde el punto de vista de Rieux, fragmentaria y arbitraria en el criterio de observación, ya que se dispersa con detalles de la vida oranesa y no se centra en los eventos más relevantes.

Podemos decir que, si bien la escritura en La peste es, por un lado, una manera de dar testimonio en tiempos difíciles, también aparece en el texto como una actividad compleja: desviada (en el caso de Tarrou), atrofiada (en Grand), censurada (en la sociedad oranesa) o inclusive ficticia, como es en el caso de Rieux, que manipula la verdad, su identidad, para lograr un efecto de objetividad en el lector.