Ilíada

Ilíada Resumen y Análisis Cantos IX-XII

Resumen

Canto IX: Embajada a Aquileo

Los aqueos están atemorizados y, presintiendo la derrota, entran en pánico y se desaniman. Agamenón convoca a los capitanes a un consejo y declara que Zeus lo envolvió en una gran desgracia, ya que le había prometido que no volvería a su tierra sin antes derribar Troya, y ahora deben regresar a Argos. Diomedes se levanta ante los hombres y critica a Agamenón, diciéndole que puede zarpar si lo desea, pero que él se quedará a luchar contra los troyanos, ya que la ciudad está destinada a caer y ellos fueron allí bajo el cuidado de los dioses. Los jefes aprueban a gritos sus palabras. Néstor coincide con Diomedes y le dice a los soldados que cenen; le sugiere a Agamenón que organice un banquete para los jefes y que, una vez reunidos, traten de idear un plan para salvar el ejército aqueo. Luego del banquete, Néstor le aconseja a Agamenón que haga las paces con Aquileo para que se reincorpore a la lucha. Agamenón está de acuerdo con Néstor, y declara que por locura se peleó con su mejor guerrero y que Zeus está causando la derrota a los aqueos. Agamenón prepara una oferta para Aquileo: promete darle un gran tesoro, siete mujeres lesbias, incluida la devolución de Briseida, el matrimonio con una de sus propias hijas una vez finalizada la guerra y siete de sus pobladas ciudades junto al mar, si Aquileo depone su cólera y retorna. Néstor propone enviar a Odiseo, a Ayante Telamonio, al anciano Fénix y a los dos heraldos a que ofrezcan la propuesta de paz a Aquileo.

Los emisarios de Agamenón llegan al campamento de Aquileo, donde lo encuentran tocando la lira y cantando. Los dos hombres le dan la bienvenida a la comitiva y Aquileo los recibe con entusiasmo, ya que son aqueos muy queridos, y le pide a Patroclo, su amigo, que les dé comida y bebida. Odiseo es quien habla en primer lugar: narra las desgracias a las que están expuestos los aqueos y le hace su propuesta. Le dice que los aqueos necesitan a su mejor luchador, y que Aquileo sentirá pesar si no se suma a la contienda, sobre todo porque no se puede reparar el daño una vez hecho. Luego, le enumera los tesoros ofrecidos por Agamenón si depone su cólera. Odiseo añade, finalmente, un último e importante argumento: aunque Aquileo siga odiando a Agamenón, debería volver a la lucha por piedad hacia sus amigos y compañeros aqueos, que están siendo masacrados por falta de su mejor guerrero y, además, podría conseguir una gloria indiscutida entre sus pares. Aquileo rechaza la oferta con vehemencia y afirma que no lo haría ni aunque le ofrecieran tesoros mucho más ricos y grandes que los que le ofrece, ya que las posesiones no valen su vida, y ya corrió demasiados riesgos en el combate. Dice que tiene la intención de volver al día siguiente a su tierra natal, Ftía, donde podrá vivir una vida larga y prosaica en lugar de la corta y gloriosa que está destinado a vivir si se queda. Les recomienda a los embajadores que embarquen y vuelvan a sus ciudades, ya que no lograrán derribar Troya debido a que Zeus la protege. Además, Aquileo le pide a Fénix que se quede con él y vuelva también a su tierra patria. Pero Fénix lanza su propia larga súplica para que Aquileo no se marche y le dice que no es conveniente que no deponga su cólera, ya que incluso los dioses mismos se dejan aplacar ante las Súplicas.

Ayante Telamonio comienza a hablar; le dice a Aquileo que su ira lo ha hecho demasiado soberbio, rencoroso, cruel y despiadado, y reconoce que no logrará convencerlo. Aquileo reafirma su postura y pide que le comuniquen a Agamenón que no se ocupará de la guerra hasta que Héctor llegue a su propia tienda y a sus naves y las incendie.

La embajada regresa al campamento de Agamenón sin Fénix, que se queda con Aquileo. Le informan a Agamenón la negativa del guerrero a deponer su cólera, le expresan el desprecio que siente por él y le comunican la recomendación de Aquileo para los aqueos: que regresen a sus ciudades. Los soldados están desanimados por la noticia. Diomedes dice que Aquileo es muy orgulloso, pero que luchará cuando llegue el momento y que, mientras tanto, los aqueos podrán seguir luchando sin él si se preparan. La reunión termina y los hombres duermen.

Canto X: Dolonía

Al caer la noche, los aqueos duermen profundamente, excepto Agamenón, que observa los incendios de Troya. Inquieto, busca a Néstor para crear un nuevo plan. Menelao tampoco puede dormir, preocupado por los aqueos, y se levanta para ir a despertar a Agamenón, a quien encuentra despierto, armándose. Agamenón le dice a Menelao que está preocupado por los éxitos en el campo de batalla de Héctor, quien es ayudado por Zeus, y le pide que reúna a los mejores capitanes aqueos, Ayante e Idomeneo, mientras él habla con Néstor.

Agamenón acude a Néstor y le cuenta su angustia. Néstor le dice que él cree que Héctor no verá cumplidos todos sus deseos, y menos si Aquileo depone su cólera. Le propone ir juntos a despertar a otros capitanes, pero Menelao ya lo ha hecho. Cuando los capitanes ya están reunidos, Néstor pregunta si alguien está dispuesto a infiltrarse en las líneas troyanas para obtener alguna ventaja o información. Diomedes se ofrece inmediatamente para dirigir la misión y sugiere que le acompañe otro hombre. Ese hombre es Odiseo.

Diomedes y Odiseo se arman para la batalla. Atenea envía a los hombres una garza en señal de buena suerte. Rezan a Atenea, le piden volver vivos al campamento aqueo, y se adentran en la noche para infiltrarse en las líneas troyanas.

En el campamento troyano, Héctor tampoco duerme y planea una misión nocturna para obtener información, prometiendo por ello un tesoro a quien se ofrezca a hacerlo. Un soldado llamado Dolón acepta el reto y se ofrece a explorar el campamento aqueo. Dolón se dirige hacia las naves aqueas, pero Odiseo lo ve venir. Junto con Diomedes, le tienden una emboscada para impedir su espionaje.

Dolón pasa junto a los aqueos, que se esconden. Luego, ambos se abalanzan sobre él, persiguiéndolo. Dolón pide que lo hagan prisionero a cambio de su redención, y los aqueos aprovechan la oportunidad para obtener información de él. Dolón les cuenta todo con exactitud; les da la posición de los troyanos y les indica el mejor lugar para atacar. Después, Diomedes lo mata y los dos se dirigen al campamento tracio que Dolón ha sugerido.

Al llegar allí, el rey está durmiendo entre sus tropas. Diomedes, infundido por el valor que Atenea le envía, mata a los soldados que duermen mientras Odiseo roba los caballos del rey.

Apolo ve el trabajo de Atenea y Diomedes e inmediatamente despierta a los tracios. Diomedes y Odiseo huyen de la escena mientras corren hacia las naves. Consiguen volver al campamento aqueo con los caballos. Néstor alaba los caballos capturados y Odiseo resta importancia a la hazaña. Los dos hombres se lavan y beben en honor a Atenea.

Canto XI: Gesta de Agamenón

Al amanecer, la diosa Discordia -enviada por Zeus- se presenta entre las naves aqueas con la señal de combate en la mano, animándolos a luchar. Agamenón se pone su armadura de bronce y su escudo. Los troyanos también se preparan para la batalla, impulsados por Héctor. Los ejércitos se enfrentan. La única deidad entre los combatientes es Discordia; el resto está en el Olimpo, y todos acusan a Zeus de querer concederle la victoria a los troyanos. Muchos hombres de ambos ejércitos mueren en el combate.

Los aqueos comienzan a romper las líneas troyanas. Agamenón mata a muchos hombres, incluidos dos hijos de Príamo, los troyanos comienzan a huir bajo la presión de la furia de Agamenón, quien no para de matar hombres, y los aqueos llegan a las puertas de Troya.

En ese momento, Zeus envía a su mensajera Iris a Héctor para que le pida que se retire de la lucha provisoriamente, y ordene a sus hombres a luchar hasta que Agamenón sea herido. Si así lo hace, Héctor recibirá las fuerzas necesarias para matar enemigos hasta llegar a las naves aqueas. Héctor escucha el mensaje y promueve entre sus hombres una terrible pelea.

Agamenón continúa en la primera línea de batalla, pero es herido y debe regresar al campamento aqueo. Héctor nota la ausencia de Agamenón, insta a los troyanos a combatir, y se adentra en la batalla. Comienza a hacer retroceder a los aqueos, matando a muchos hombres mientras avanza.

Odiseo y Diomedes se ponen de acuerdo para resistir, pese a que ambos reconocen que la voluntad de Zeus es darles la victoria a los troyanos. Se mantienen firmes, matan a varios troyanos y Héctor los identifica. El guerrero arremete contra ellos y Diomedes le arroja su lanza, pero no lo hiere por estar aquel protegido por un yelmo de bronce, regalo de Febo Apolo. Sin embargo, logra aturdirlo y Héctor cae de rodillas. Luego, sube a su carro y continúa su ataque en otra zona del campo de batalla.

Héctor continúa su ataque, que hace retroceder a los aqueos. El aqueo Macaón, médico y sanador de hombres, es herido por Alejandro. Desde lo alto de su nave, Aquileo observa el curso de la batalla. Al reconocer a Macaón herido, le pide a Patroclo que vaya a ver a Néstor y se informe sobre las bajas aqueas, comentando que deben estar desesperados por su ayuda. Patroclo llega a la tienda de Néstor, que le cuenta qué capitanes aqueos fueron heridos, entre los que están Macaón, Agamenón, Diomedes, Eurípilo y Odiseo. Néstor le recuerda a Patroclo su papel de guía y consejero de Aquileo y lo insta a que convenza a su amigo a combatir, pero si no lo logra, le propone una alternativa: que Aquileo le preste su armadura a Patroclo y lo envíe al combate. De este modo, los troyanos lo confundirían a Patroclo con Aquileo, le temerían y no avanzarían. Así lograrían una tregua. Patroclo, conmovido, vuelve a la tienda de Aquileo y en el camino se encuentra con el capitán herido Eurípilo. Patroclo le pregunta si los aqueos tienen posibilidades de sostener el ataque, y Eurípilo le dice que no, que los más valientes están heridos. Le pide que lo cure. Patroclo pospone su regreso a la tienda de Aquileo y cura la herida de Eurípilo.

Canto XII: Combate en la muralla

Los troyanos asaltan el foso y las fortificaciones aqueas. Homero comenta que la fortaleza aquea está destinada a ser destruida, pero solo después de la caída de Troya. Posidón y Apolo derribarán luego las murallas con la furia acumulada de los ríos de la zona, bajo el mando de Posidón, y así se arreglará el paisaje.

Pero, en el presente del combate, Héctor lidera la carga contra las murallas aqueas. Exhorta a los troyanos a pasar el foso, pero los caballos no se animan a hacerlo por miedo al precipicio. Polidamante, compañero de Héctor, argumenta que atravesar el foso puede ser una gran trampa por correr el riesgo de quedar allí atrapados y ser atacados por los aqueos. Por lo tanto, propone un plan alternativo: que los caballos queden en la orilla del foso, los troyanos se bajen de sus carros y vayan a pie siguiendo a Héctor. Héctor acepta el plan y los troyanos intentan asaltar las fortificaciones a pie.

Cuando Héctor y Polidamante se disponen a atravesar el foso, se detienen en su orilla por la aparición sobre ellos un ave agorera desde la izquierda. Polidamante interpreta esto como una señal de que los troyanos pueden tener éxito al romper las puertas y quemar las naves aqueas, pero que luego la operación será un fracaso porque no podrán volver de las naves y muchos troyanos morirán. Héctor ignora su consejo y regaña a Polidamante por temeroso. Con sus palabras, impulsa a los troyanos hacia adelante, y la muralla resiste aunque con dificultades.

Las rocas de las murallas vuelan hacia ambos lados. Los Ayantes recorren las murallas, y frenan cada punto de entrada troyano. En el bando troyano, Sarpedón y Glauco lideran un contundente ataque. Al verlos, el capitán aqueo Menesteo llama para que lo ayuden a rechazar su poderoso avance. Ayante Telamonio y Teucro matan a varios hombres, pero no pueden impedir que Sarpedón rompa finalmente la muralla aquea. Poco después, ayudado por Zeus, Héctor rompe la puerta aquea con una enorme roca, y alienta a los troyanos a atravesar la muralla. Los aqueos retroceden y se refugian en las naves, tumultuosos.

Análisis

En estos cantos, se ve claramente la antagonía entre Agamenón y Aquileo. Al principio del canto IX, Agamenón parece desmoronarse bajo la carga del liderazgo. El líder se dirige a sus tropas “llorando, como fuente profunda que desde / altísimo peñasco deja caer sus aguas sombrías…” (9.15-16). Por una parte, el llanto es una muestra de debilidad, pero también es importante subrayar que Agamenón es quien siente la responsabilidad por la vida de las tropas aqueas. En este sentido, su llanto dura hasta que Diomedes consigue vigorizar a los jefes con su entusiasmo y lealtad, y las lágrimas del comandante en jefe son las lágrimas honestas de un hombre que comprende el impacto de sus decisiones.

Además, estas decisiones están condicionadas por el orgullo. Aunque el rey intenta atraer a Aquileo de nuevo a la lucha, no ofrece ninguna disculpa al guerrero. Ofrece fabulosas riquezas y posesiones, pero estos regalos reflejan sobre todo la gloria y la magnanimidad real del que los ofrece: “le ofrezco la muche- / dumbre de espléndidos presentes que voy a enume- / rar: siete trípodes no puestos aún al fuego, diez talen- / tos de oro, veinte calderas relucientes y doce corceles/robustos (...) (9.120 - 124). Además de los objetos, Agamenón también dispone de mujeres para Aquileo. Una vez más, ellas son concebidas como un valor de intercambio, y se destacan por su hermosura y su habilidad para “hacer primorosas labores” (9.129). Finalmente, la oferta generosa cierra con la exigencia de que Aquileo se rinda a él y a su majestad; “ceda a mí, que en poder y edad de aven-/tajarle me glorío.” (9.160-161) afirma Agamenón. Este comentario ilustra que es tan egocéntrico y orgulloso como Aquileo.

Sin embargo, es significativo destacar que Odiseo no le transmite este pedido. La elección de omitir particularmente este detalle denota el carácter estratega de Odiseo, que interviene para lograr, sin éxito, una tregua de ambos bandos.

La astucia de Aquileo hace que descubra aquello que Odiseo omite y lo nombra “fecundo/ en ardides” (9.309-310); destaca la habilidad de su compañero para intentar engañarlo. Sin embargo, ni toda la riqueza material del mundo podría mover a Aquileo a volver a la batalla, ya que su orgullo no puede ser comprado. “Sus presentes me son odiosos, y hago tanto ca- / so de él como de un cabello” (9.378-379), le responde el guerrero a Odiseo. Es tal el rechazo que siente Aquileo por Agamenón que prefiere vivir una vida larga sin “ínclita fama” (9.416), sin intervenir en el campo de batalla, antes que la gloria inmortal que implica su presencia en el combate.

Aquileo no quiere “deponer su cólera” (9.678), y esto obliga a los jefes aqueos a tener que obtener otro tipo de ventaja. Odiseo y Diomedes van a recabar información, pero pronto queda claro que lo que pretenden es obtener algún tipo de victoria psicológica sobre sus enemigos. Así, los guerreros interceptan y destruyen a Dolón, que siempre responde “de todo voy a informarte con exactitud” (10.414). Así, con poco esfuerzo, crean incertidumbre y miedo en las filas enemigas, al tiempo que elevan la moral de sus propias fuerzas. A nivel narrativo, este episodio representa un alivio luego de la decepción y el suspenso de la fallida negociación con Aquileo; la incursión nocturna es una victoria bienvenida y emocionante para nuestros héroes aqueos.

Además, las aventuras de Odiseo y Diomedes también pueden interpretarse de forma oscura e inquietante. Si bien la incursión no es más sangrienta que la batalla diurna en términos de número de muertos, la sangre fría necesaria para lograr este triunfo es también escalofriante. En este sentido, la guerra de Troya exhibe hasta qué punto el ser humano alcanzó nuevos niveles de brutalidad. Las comparaciones que hace Homero subrayan la animalidad de Odiseo y Diomedes, que persiguen a Dolón, “como dos perros / de agudos dientes, adiestrados para cazar, acosan en / una selva a un cervato o una liebre que huye chillan- / do delante de ellos…” (10.360-363). Esta persecución muestra la pérdida de humanidad presente en los guerreros, que buscan a Dolón de manera feroz.

Si bien el troyano pide ser perdonado y les ofrece pagar “un inmenso rescate” (10.381), Diomedes lo asesina brutalmente. La mención a las riquezas muestra que los troyanos están acostumbrados a una forma de guerra más suave. Como pueblo rico y civilizado, creen que el dinero puede resolver los problemas incluso en tiempos de guerra. Son los aqueos los que acaban con estas sutilezas, llevando la guerra a un nuevo nivel de ferocidad.

En estos cantos, la interacción entre el destino y la agencia humana aparece como un eje fundamental de la narración, ya que la voluntad de Zeus pone un límite definitivo a lo que se puede y no se puede lograr. Aunque los licios luchan con una ferocidad increíble, Homero nos dice repetidamente que Zeus “deseaba conceder tal gloria a Héctor” (12.174). Es importante recordar que no se trata de una elección al azar, sino que Zeus favorece a Héctor porque es el mayor campeón troyano.

Sin embargo, las fuerzas del destino determinado por los dioses y el libre albedrío coexisten en una combinación incómoda, que puede parecer paradójica. Esto se ve en el episodio en el que Héctor decide ignorar los malos augurios e insta a su pueblo a confiar “en las pro- / mesas del gran Zeus, que reina sobre todos, mortales e / inmortales” (12.243-244). Sin embargo, esta confianza en sí mismo y en su ejército le hace cometer el error de omitir los presagios. En este sentido, el orgullo de Héctor representa la fuerza del guerrero, pero es también su debilidad. El lector sabe que Polidamas tiene razón y que la caída de Troya es inminente, pero Héctor ignora esta señal y opta por hacer de su amor por Troya y su determinación de defender a su pueblo los factores más importantes para su acción. De alguna manera, su orgullo radica en que cree que con sus acciones pueden desafiar el destino prefijado por los dioses.

La frecuente reaparición de Zeus también recuerda al lector indirectamente a Aquileo, manteniendo así nuestra atención en el conflicto central de la Ilíada. Zeus entra por primera vez en la guerra en respuesta a las plegarias de Tetis, y ahora inflige el mismo tipo de daño a los aqueos que nos hace creer que Aquileo podría infligir fácilmente a los troyanos si su furia disminuyera. El dominio de Zeus sobre los aqueos hace que la ausencia de Aquileo sea aún más notable. De alguna manera, Aquileo es un protagonista, pero está ausente de la narración; Homero parece aprovechar la herida de Maqueronte como una oportunidad para hacer aparecer a Aquileo y a Patroclo.

Mientras Aquileo observa el desarrollo de la escena, vemos más de su increíble orgullo. “Ni se cura de los dánaos / ni se apiada de ellos” (11.665-666), comenta Néstor sobre su compañero, y así subraya que Aquileo apenas se da cuenta del sufrimiento de sus compañeros. Por otra parte, Patroclo, “amado compañero” (11.617), está profundamente preocupado por las pérdidas aqueas y los campeones heridos. En su camino de vuelta a Aquileo, Patroclo muestra su compasión al encontrarse con el herido Eurípilo. Además, a diferencia de su amigo, sabe que este camino de enojo y destrucción no tiene retorno: “‘¿Cómo acabará esto? ¿Qué haremos, héroe / Eurípilo?’” (11.839-840).

Esta idea catastrófica se subraya aún más cuando Homero comenta que, para Patroclo, su encuentro con Néstor “fue el origen de su desgra- / cia” (11.604-605). Así, los lectores suponemos que la idea de volver a la batalla vestido con la armadura de Aquileo traerá solo más tragedia. La referencia a la perdición de Patroclo presagia un final terrible para el personaje.