Ilíada

Ilíada Citas y Análisis

Canta, oh diosa, la cólera del Pelida Aquileo;

cólera funesta que causó infinitos males a los aqueos

y precipitó al Hades muchas almas valerosas de hé-

roes, a quienes hizo presa de perros y pasto de aves

-cumplíase la voluntad de Zeus- desde que se sepa-

raron disputando el Atrida, rey de hombres, y el di-

vino Aquileo.

Homero (1.1-7)

En estas primeras líneas, Homero anticipa el tema fundamental del poema: la cólera de Aquileo. A continuación, presenta al personaje a partir de su linaje; Aquileo es Pelida, porque es el hijo de Peleo. También subraya las consecuencias que tuvo este enojo (“precipitó al Hades muchas almas valerosas”), lo vincula a fuerzas y agendas superiores ("la voluntad de Zeus"), y señala su origen (“desde que se sepa- / raron disputando el Atrida (...) y Aquileo”). Es significativo que, aunque estas líneas pretenden centrarse en una emoción humana, interpretan que esta emoción se desarrolla de acuerdo con la expresión de la voluntad de Zeus. Del mismo modo, Homero se encomienda a una divinidad para poder cantar y contar esta epopeya.

Como se desprende de esta cita, el poema no se ocupa de la guerra de Troya en su conjunto. El poeta ni siquiera menciona aquí a Troya, y le pide específicamente a la diosa comenzar la historia en el momento en que Agamenón y Aquileo "se separaron disputando". Esto no significa que la guerra de Troya no desempeñe un papel importante en el poema, sino que el relato se centra fundamentalmente en el conflicto de un solo hombre: Aquileo y su ira. Así, este pasaje inicial subraya este enfoque al lector.

¡Miserable Paris, el de más hermosa figura, mu-

jeriego, seductor! Ojalá no te contaras en el número

de los nacidos o hubieses muerto célibe. Yo así lo

quisiera y te valdría más que ser la vergüenza y el

oprobio de los tuyos. Los melenudos aqueos se ríen

de haberte considerado como un bravo campeón

por tu gallarda figura, cuando no hay en tu pecho ni

fuerza ni valor.

Héctor (3.39-46)

En estas palabras de Héctor se ve el escaso valor que tiene Paris Alejandro como hombre. La ausencia de fuerza y valor lo conciben como un objeto de burla, tanto para el bando propio como para los aqueos rivales. Así, para su propio hermano es más digno no haber nacido que ser un cobarde que huye del campo de batalla. Además, la mención de la hermosa figura y de la capacidad de seducción del personaje puede entenderse como una ironía: al fin y al cabo, la guerra de Troya comenzó porque Paris raptó a la mujer más hermosa entre los mortales. En este sentido, su conducta mujeriega conduce también a la ruina de miles de aqueos y troyanos.

¡Padre Zeus! ¿No te indignas al presenciar tan

atroces hechos? Siempre los dioses hemos padecido

males horribles que recíprocamente nos causamos pa-

ra complacer a los hombres (...).

Ares (5.872-875)

Ares expresa este lamento tras ser herido por Diomedes en el canto V. En esta queja, se ve la relación homérica entre los dioses y los hombres que aparece en la Ilíada. En el relato, los dioses suelen intervenir en el mundo de los mortales por algún tipo de vínculo emocional con el objeto de esa intervención. Aquí, Ares describe esta emoción como un simple deseo de hacer "complacer a los hombres", pero la bondad hacia un mortal a menudo se traduce en falta de bondad hacia otro, de ahí la herida de Ares a manos de Diomedes.

La intervención divina en la Ilíada provoca conflictos no solo en la esfera mortal, sino también entre los dioses. Cada dios favorece a diferentes hombres, y cuando estos están en guerra, las guerras divinas a menudo también se desatan. Así, Ares atribuye correctamente los "males horribles" de los dioses a la necesidad de complacer las voluntades mortales.

Las quejas de Ares no lo hacen único entre los dioses, ya que cada uno de los personajes divinos esperan que su bando venza al rival. En consecuencia, se quejan cuando no se salen con la suya. El lamento de Ares, que es recibido con desprecio por Zeus unas líneas más adelante, implica probablemente cierta crítica a los dioses por parte de Homero. El hecho de que Ares aparezca aquí como una especie de niño quejoso es solo un ejemplo del retrato que hace Homero de los dioses como temperamentales, malhumorados, vengativos y mezquinos, un retrato que puede tratar de describir y explicar las desigualdades y los absurdos de la vida en la Tierra.

¡Desdichada! No en demasía tu corazón se

acongoje, que nadie me enviará al Hades antes de lo

dispuesto por el destino; y de su suerte ningún hom-

bre, sea cobarde o valiente, puede librarse una vez

nacido.

Héctor (6.487-490).

En estas palabras de Héctor a Andrómaca, la tensión entre el destino y el libre albedrío aparece de manera clara. Frente al pesar de su esposa, el héroe troyano responde con seguridad: no morirá antes de que el destino así lo quiera. Así, conoce certeramente que su momento llegará en el momento preciso y que no hay forma alguna de poder prevenirlo. Además, deja en claro que ningún ser humano puede escapar del designio del hado: a cobardes y valientes les toca un final que ya fue elegido para ellos. En este sentido, Héctor muestra que no tiene sentido apenarse por algo que es inevitable; así, para el personaje, no existe un libre albedrío que pueda prevenir lo que el destino quiere para uno.

Mi

madre, la diosa Tetis, de pies de plata, dice que las par-

cas pueden llevarme al fin de la muerte de una de es-

tas dos maneras: si me quedo aquí a combatir en tor-

no de la ciudad troyana, no volveré a la patria tierra,

pero mi gloria será inmortal; si regreso, perderé la ín-

clita fama, pero mi vida será larga, pues la muerte no

me sorprenderá tan pronto.

Aquileo (9.410-417)

Con estas palabras, Aquileo muestra el destino que los dioses tienen para él: vivir una vida corta pero gloriosa en Troya o regresar a Partia y vivir en la vejez pero en la oscuridad. En esta escena, Aquileo también teme las consecuencias que le esperan si se queda en Troya. Cuando se enfrenta a esta elección, la promesa de regalos y saqueos no le interesa en absoluto. Tales regalos materiales pueden ser intercambiados de un lado a otro, o incluso arrebatados, como ocurrió con Briseida. En cambio, las cosas verdaderamente valiosas son aquellas que no pueden comprarse, venderse, apoderarse o mercantilizarse de ninguna manera.

En este canto, la elección que Aquileo debe hacer es entre la gloria y la vida; no se trata simplemente de aceptar los regalos o seguir protestando contra la arrogancia de Agamenón. En este punto de la epopeya, Aquileo ha elegido la vida en lugar de la gloria, y explica que planea regresar a Partia. Sin embargo, finalmente, la muerte de su amigo Patroclo lo obliga a volver al campo de batalla. Así, el destino de gloria será inevitable.

Porque no hay un ser

más desgraciado que el hombre, entre cuantos respi-

ran y se mueven sobre la tierra.

Zeus (17.446- 448)

Zeus dirige estas palabras a los caballos del carro de Aquileo, que lloran la muerte de Patroclo en el canto XVII. En este comentario, se lee la visión homérica de la condición humana. A lo largo del texto, los mortales suelen ser víctimas de los designios y las voluntades de los dioses. Los dioses pueden alejarlos del peligro tan fácilmente como ponerlos en el centro del conflicto. Por ello, es apropiado que los versos anteriores sean pronunciados por un dios, y no por un personaje mortal o por el poeta mortal; los dioses conocen la agonía de los mortales, ya que son los que más contribuyen a causarla.

En este sentido, las palabras de Zeus toman una dimensión perversa: los dioses pueden presumiblemente manipular y atormentar a esos animales que "respiran y se mueven sobre la tierra". Además, los seres humanos son conscientes de que su destino depende de las arbitrariedades de los dioses. En este sentido, los dos personajes más importantes de la Ilíada, Aquileo y Héctor, saben que están condenados a morir pronto. Héctor sabe, además, que su ciudad está condenada a caer; sus hermanos y su familia, a extinguirse, y su esposa, a ser reducida a la esclavitud. La agonía de estos hombres surge del hecho de que soportan la carga del conocimiento sin poder utilizarlo para provocar un cambio.

Acuérdate de tu padre, Aquileo, semejante los

dioses, que tiene la misma edad que yo y ha llegado

al funesto umbral de la vejez. Quizás los vecinos cir-

cunstantes le oprimen y no hay quien le salve del in-

fortunio y de la ruina; pero al menos aquél, sabien-

do que tú vives, se alegra en su corazón y espera de

día en día que ha de ver a su hijo, llegado de Troya.

Príamo (24.486-492)

Con estas palabras, Príamo le implora a Aquileo que devuelva el cadáver de Héctor para darle la debida sepultura. Así, el rey establece un paralelismo entre su posición como padre doliente y el padre de Aquileo, Peleo. Príamo imagina a Peleo rodeado de enemigos y sin nadie que le proteja, una situación que refleja inmediatamente la suya, suplicante en medio del campamento enemigo. Además, las situaciones de los dos padres se asemejan también a una escala más amplia. Héctor era el baluarte de la Troya de Príamo, al igual que Aquileo era el baluarte del reino de su padre en Partia, y con la desaparición de los dos hijos, los enemigos de Príamo -los aqueos- se acercarán a él al igual que los de Peleo. Príamo afirma que el paralelismo solo falla en un aspecto: Peleo puede al menos esperar que su hijo vuelva a casa algún día.

Ya el Sol hería con sus rayos los campos, subien-

do al cielo desde la plácida y profunda corriente del

Océano, cuando aqueos y teucros se mezclaron

unos con otros en la llanura. Difícil era reconocer a

cada varón; pero lavaban con agua las manchas de

sangre de los cadáveres y, derramando ardientes lá-

grimas, los subían a los carros.

Homero (7.421-427)

En esta escena, el poeta nos muestra la similitud esencial entre los aqueos y los troyanos, aunque estén en bandos opuestos de una larga guerra. Al mostrarlos como semejantes, Homero deja en claro que, a pesar de la rivalidad, no dejan de ser seres humanos que padecen las consecuencias concretas del enfrentamiento. Así, los cadáveres y las lágrimas se hacen extensivos a ambas partes; el sufrimiento de la guerra afecta a vencedores y vencidos.

Si los más señalados nos reuniéramos

junto a las naves para armar una celada, que es don-

de mejor se conoce la bravura de los hombres y donde

fácilmente se distingue al cobarde del animoso —el

cobarde se pone demudado, ya de un modo, ya de

otro; y como no sabe tener firme ánimo en el pecho,

no permanece tranquilo, sino que dobla las rodillas

y se sienta sobre los pies y el corazón le da grandes

saltos por el temor de las parcas y los dientes le cru-

jen; y el animoso no se inmuta ni tiembla…

Idomeneo (13.276-285)

En estas palabras, Idomeneo le dice a Meríones que la guerra revela la verdadera naturaleza del ser humano. La palabra “celada” significa emboscada de gente armada que acecha al enemigo para asaltarlo de manera desprevenida. Así, esta instancia de enfrentamiento es fundamental para dejar a la vista quién es cobarde y quién no lo es. Esta antítesis se vincula con las concepciones de masculinidad y hombría que atraviesan la Ilíada: la bravura del hombre se mide en el campo de batalla. Carecer de coraje es también una renuncia a la virilidad; aquellos que se rehúsan a pelear son denostados por sus compañeros, tal como ocurre con Paris Alejandro.

También mató a Tros Alastórida, que vino a abrazar-

le las rodillas por si compadeciéndose de él, que era de

la misma edad del héroe, en vez de matarle le hacía

prisionero y le dejaba vivo. ¡Insensato! No conoció

que no podría persuadirle, pues Aquileo no era hom-

bre de condición benigna y mansa, sino muy violen-

to.

Homero (20. 464-470)

En esta escena, Homero muestra la deshumanización de Aquileo en el frente de batalla. La falta de compasión frente a Tros, un personaje que podría ser un par, ya que tiene la misma edad que el guerrero aqueo, exhibe hasta qué punto Aquileo es un personaje cruel. En palabras del poeta, “no era hombre de condición benigna y mansa”, sino que carece de todo resabio de bondad, y se volvió absolutamente salvaje y violento. La muerte de Patroclo es el factor principal para entender este carácter vengativo de Aquileo; en la guerra, el héroe no quiere justicia, sino represalias para paliar el asesinato de su mejor amigo.