Emma Zunz

Trama

La historia se sitúa a comienzos del año 1922. Emma Zunz, trabajadora de una fábrica de tejidos, recibe una carta proveniente de Brasil en la que se le comunica la muerte por sobredosis de barbitúricos de su padre. El padre había huido de su país debido a que años atrás, trabajando como contable en la misma fábrica que Emma, fue declarado sospechoso de un desfalco. Tras la resolución judicial del caso, el entonces director financiero, Aarón Loewenthal, pasó a ser copropietario de la compañía. Emma culpa a Löwenthal de ser el causante indirecto del suicidio de su padre.

La noche de la noticia, Emma la pasa en vela concretando los detalles del plan. Deja transcurrir el día siguiente, en que se cita con sus amigas y finge normalidad, que en ella es rehuir la sola idea de relacionarse con hombres. Es dos días después cuando empieza a actuar: tras destruir la carta, único indicio que podría convertirla en sospechosa, llama por teléfono a Loewenthal para decirle que tiene información sobre la huelga que se está preparando entre la plantilla y que esa misma noche, aprovechando la oscuridad y que las instalaciones estarán desiertas, se pasará por el despacho para desvelársela.

Una vez concertada la entrevista, el siguiente paso es dejar en su cuerpo rastros de contacto sexual, y para ello merodea por los tugurios del puerto haciéndose pasar por prostituta; busca un marinero vulgar, que tenga que zarpar pronto y que no conozca el idioma:

«De uno, muy joven, temió que le inspirara alguna ternura y optó por otro, quizá más bajo que ella y grosero, para que la pureza del horror no fuera mitigada (…). El hombre, sueco o finlandés, no hablaba español; fue una herramienta para Emma como esta lo fue para él, pero ella sirvió para el goce y él para la justicia.»

Mientras Emma consuma este acto de aparente sexo mercenario, no puede dejar de pensar en que «su padre le había hecho a su madre la cosa horrible que a ella ahora le hacían»...

Tras asearse apresuradamente, toma un autobús y se dirige a la fábrica. Una vez allí, franquea la verja que el dueño ha dejado entornada y sortea al perro, que ahora está atado. Desde la ventana del piso superior donde reside, Loewenthal sigue atentamente la escena: está impaciente por escuchar el «informe confidencial» de «la obrera Zunz».

Durante la entrevista, fingiendo nerviosismo mientras revela los nombres de algunas compañeras, la supuesta delatora pide un vaso de agua. Loewenthal se ausenta unos segundos y Emma aprovecha para buscar en los cajones el famoso revólver del que todo el mundo en la fábrica ha oído hablar. Lo encuentra y, cuando el patrón vuelve al despacho, le dispara por dos veces y le mata.

Solo dos personas saben lo que ha sucedido, y una de ellas está muerta. Ante la policía, Emma Zunz declarará sin titubeos la versión que tantas veces había ensayado: «El señor Loewenthal me hizo venir con el pretexto de la huelga… Abusó de mí, lo maté…».

Aquí termina la narración de los hechos. Sin embargo, ante el lector, la credibilidad de la historia de la protagonista, y la del relato en sí mismo, queda en entredicho en el párrafo final, que enigmáticamente cuestiona «las circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios».


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