El misántropo

El misántropo Resumen y Análisis Acto V

Resumen

Escena 1

Alcestes le plantea a Filinto que nada le hará cambiar su resolución: se retirará de la sociedad humana. El pleito que tenía en la Corte se resolvió en su contra, y su antagonista fue ayudado por Orontes, que nunca le perdonó su sinceridad respecto de sus versos. Alcestes no piensa ceder en su postura a pesar de que Filinto insista en que la situación no es tan grave y todavía puede apelar. Sin embargo, Alcestes quiere que la falta al derecho que está cometiendo la justicia quede como testimonio de la maldad de los hombres de su época, por lo que no piensa hacer nada al respecto. Prefiere pagar lo que le pidan y así decretar su odio a la humanidad. Filinto plantea que los defectos humanos son los que nos permiten filosofar, que en un mundo perfecto no tendrían valor las virtudes de algunos hombres. Así y todo, Alcestes no cambia de opinión: se retirará de la sociedad, pero antes hablará con Celimena. Para ello, aguardará escondido en un rincón hasta que aparezca.

Escena 2

Entran Orontes y Celimena. El primero le pide a la muchacha que no vuelva a ver a Alcestes. Ella se resiste y Orontes le exige elegir entre ambos hombres.

En ese momento sale Alcestes de su escondite, quien apoya la moción de Orontes de que Celimena elija a uno de ellos. El protagonista dice palabras de amor y le pide a su amada que exprese sus sentimientos. Los hombres se prometen entre sí retirarse para siempre de no ser elegidos por la muchacha. Celimena considera inoportuna la exigencia y afirma que un corazón da pruebas sin necesidad de expresar en palabras su amor. Alcestes dice estar cansado de la incertidumbre y exige una confesión. Celimena oye llegar a Elianta y dice que la tomará por juez.

Escena 3

Celimena protesta ante su prima por el aprieto en que la ponen los hombres, pero Elianta dice inclinarse ante quienes expresan sus pensamientos con franqueza.

Escena 4

Entran Acasto, Clitandro, Arsinoe y Filinto. Los tres primeros quieren explicaciones de Celimena por una carta que le dirigió a Clitandro y otra, a Acasto. Este último lee el contenido de la carta a Clitandro en voz alta. En la misma, la muchacha confiesa sentirse a gusto con el destinatario y luego critica a sus demás pretendientes, uno por uno. Luego, Clitandro lee en voz alta la carta de la joven a Acasto, donde este último es el único alabado y todos los demás son criticados en detalle. En ambas cartas, la muchacha pide a su interlocutor que la visite, alegando que solo disfruta su compañía, mientras desprecia las de los demás. Tras ello, Acasto y Clitandro se retiran ofendidos. Acto seguido, Orontes increpa a Celimena: a él también le destinó cartas similares. Decepcionado de la muchacha, se retira. Arsinoe dice que Alcestes, con su nobleza y honor, no merece el trato que Celimena le dedicó. Alcestes le pide que no intervenga y advierte que no caería en sus brazos si quisiera vengarse de Celimena. Arsinoe se defiende: su acción de defensa es noble y desinteresada, por lo que encuentra a Alcestes muy vanidoso.

Celimena acepta haber errado y concede a Alcestes el derecho a reprocharla. No pretende defenderse y encuentra justo el odio del protagonista.

Alcestes dice que no puede odiarla, no puede frenar su amor por ella. Le cuenta que su plan es retirarse de la sociedad, y le pide que vaya con él al desierto para reparar así su mal. “¡Pero renunciar al mundo antes de ser vieja, e irme a encerrar en un desierto con vos!” (p.119), protesta la joven como respuesta. Alcestes plantea que si ella le ama poco debería importarle el resto del mundo. Sin embargo, la muchacha no quiere entregarse a esa soledad. Otorga su mano a Alcestes, pero no en el desierto.

El protagonista dice aborrecerla, el amor está roto para siempre. Celimena se retira y Alcestes se dirige entonces a Elianta: la respeta y estima, pero no va a unirse a ella, puesto que sería indigno de la muchacha recibirlo en estas circunstancias.

Elianta dice que otorgaría su mano a Filinto si él la quisiera, y este dice que ese es su mayor deseo.

Alcestes se alegra por la unión y al mismo tiempo anuncia su retiro de una sociedad viciada. Ante sus palabras, Filinto le pide a Elianta que juntos convenzan a Alcestes de cambiar su opinión.

Análisis

En el último acto, el protagonista parece volver a un discurso similar al que sostenía en el inicio de la pieza. La escena que abre el acto se asimila, en general, a la primera escena de la obra: presenta una discusión entre Alcestes y Filinto donde se ofrecen dos puntos de vista sobre una misma situación, y esta situación reinstala el tema del conflicto judicial que complicaba a Alcestes también al inicio de la obra. Un conflicto, por cierto, del cual el protagonista termina saliendo desfavorecido. Según nos enteramos por el personaje mismo, la causa de que el juicio falle a su favor es la mentira, la traición y la injusticia, que en este caso juegan en favor de la corrupción judicial. El protagonista se adentra entonces en un discurso de extrema indignación: le parece una total aberración el hecho de que el vicio de la mentira, que reina en la sociedad, se adentre también en las instituciones, las cuales deberían defender lo justo y lo verdadero.

Lo interesante, a esta altura, es que Alcestes parecería priorizar el tener razón antes que el corregir una injusticia e, incluso, evitar sufrir un daño. Filinto aconseja a su amigo apelar en el juicio, ya que la situación es aún reversible, y evitar así la multa que injustamente le imponen pagar. Pero ante ello, Alcestes prefiere elegir ocupar el rol de mártir, y decide no protestar contra la injusticia del castigo que le imponen: quiere “que quede a la posteridad como señal y testimonio insigne de la maldad de los hombres de nuestra época” (p.115). El protagonista incluso explicita: “Podrá costarme veinte mil francos, pero esos veinte mil francos dáranme derecho a renegar contra la iniquidad del género humano y a albergar contra él odio imperecedero” (ibid.). En el último acto de la obra encontramos entonces a un protagonista resignado con su propio nihilismo, decidido a separarse del resto de la humanidad e instalado, al fin, en una misantropía definitiva: “Mucha perversidad reina en nuestro siglo y quiero separarme del trato de los hombres” (p.114), sentencia el personaje en esta apertura del acto final.

En lo que se refiere a este último punto, resulta singular un parlamento en el cual Alcestes dictamina ante Filinto la necesidad irreversible de retirarse de la sociedad. “Harto sufrir ya los sinsabores que nos forjan”, dice, y le propone: “Salgamos de esta selva y de esta ladronera, y puesto que los humanos vivís como verdaderos lobos, os digo, traidores, que no me veréis entre vosotros más” (p.114). Así, el protagonista llega a la conclusión de que lo que veía a su alrededor como lisonjera y mentira alcanza el valor de una injusticia inaceptable cuando toda la sociedad, al igual que las instituciones, parecen moverse según las leyes del ocultamiento y la traición.

Así y todo, lo verdaderamente interesante de este parlamento consiste, más que nada, en las palabras que Alcestes utiliza como metáforas de la sociedad: “selva” y “ladronera”. La segunda de estas expresiones es más fácil de asociar al entorno que rodea a Alcestes según su propia visión: las personas de la Corte y de la ciudad, mentirosas, falsificadoras y traidoras, no guardarían mucha diferencia, para él, con quienes se esconden en una cueva de ladrones. Sin embargo, la noción de “selva” es, en este contexto, un poco más compleja. Esto es porque resulta paradójica la oposición entre este término, que alude al reino de lo salvaje, y el modo en que la sociedad civilizada de la época cree estar comportándose. La politesse, o la cortesía inaugurada en la época, se percibe por sus mismos ejecutores como el ápice de la civilización, entendida esta como el refinamiento de las costumbres. De este modo, se supondría que las normas corteses del sector presentarían, por su civilización y refinamiento, una mayor distancia, por parte de sus integrantes, de la barbarie y del mundo animal, de lo incivilizado. Pero Alcestes, que ve en esos comportamientos tanta mentira como injusticia y alejamiento de las virtudes humanas, como la honestidad y franqueza, cataloga de “selva” a la sociedad cortesana de su época. Es decir, la asocia a un mundo salvaje, animal y bárbaro, donde las especies actúan por la ley del más fuerte, sin perseguir ningún tipo de razón común, solo guiándose, cada uno, por su propia necesidad e interés.

El motivo de la luz y la oscuridad reaparece en este acto en su vinculación simbólica a los conceptos de verdad y falsedad. En la primera escena, Alcestes refiere a su antagonista en el juicio como “un traidor” que “sale triunfante con una negra falsedad” (p.114). Lo oscuro, lo negro y lo oculto se asocian en este caso íntimamente al vicio y, precisamente, a la mentira y la falsedad. En esta línea, la frase de Acasto en la cuarta escena, cuando se refiere a una carta escrita por Celimena, hace uso del mismo campo simbólico: “Esta letra no tiene, sin duda, obscuridad alguna” (p.117). La expresión de Acasto alude a la incuestionable verdad visible en la prueba que tiene entre sus manos.

En este último acto, el factor moral relativo a la verdad y la falsedad se acentúa, al menos, en lo referente a Celimena: cuando se evidencia su mentira, esta es considerada repudiable, en forma unánime, por el resto de los personajes. Los pretendientes de la joven, como Acasto, Clitandro, Orontes, hasta ahora no se habían molestado por el comportamiento crítico y a la vez complaciente de la muchacha; comportamiento que, por cierto, solo era señalado críticamente por Alcestes. El resto de los hombres atendían a estas actitudes de la muchacha, que dejaban suponer una hipocresía o falsedad características en su esencia, pero no es hasta que esos atributos juegan en contra de ellos que el personaje femenino se vuelve indudablemente reprochable. De algún modo, esto realza el sistema de conveniencias e interés que caracterizaría a esa sociedad que Molière busca criticar. Las personas tolerarían e incluso festejarían la hipocresía, la falsedad y la lisonjera ajena, siempre y cuando esta no les afectara individualmente en forma negativa.

En este último acto también se recupera, aunque brevemente, el motivo de la bilis negra del protagonista. En la segunda escena, Alcestes dice “dejadme solo, en este sombrío rincón, con mi negro disgusto” (p.115), marcando así una nueva preponderancia, a esta altura de la pieza, del carácter melancólico y atrabiliario de un personaje cada vez más desilusionado con su presente. Sin embargo, también hacen una última aparición, en este acto final, aquellos elementos simbólicos vinculados a lo pasional, a lo sanguíneo del personaje. En la cuarta escena, tras el develamiento de la mentira de Celimena, tanto Orontes como Clitandro y Acasto se retiran ofendidos de la casa de la muchacha, en un gesto de abandono de la competencia por el corazón de la misma. “¿De suerte que vuestro corazón, con tan buenos semblantes de amor adornado, se promete a todo el género humano sucesivamente?” (p.118), pregunta a Celimena un Orontes indignado.

Por su parte, antes de retirarse Orontes se dirige al protagonista, diciéndole: “No pongo, señor, más obstáculos a vuestras llamas” (p.118.) De este modo, recurre a una metáfora reiterada a lo largo de la obra, la que liga a “llamas” con el fervor amoroso. Como ya señalamos anteriormente, el fuego ha sido tradicionalmente asociado al deseo, constituyéndose un motivo común en la historia de la literatura. En este caso en particular, sugiere la pasión irracional que une al protagonista con Celimena, incluso a pesar de que su razón le dicte lo contrario. Así, Orontes reconoce haber puesto “obstáculos” a las “llamas” de Alcestes, en tanto él sentía también atracción por la misma joven y quería ganar su corazón. Sin embargo, ahora anuncia su retirada, por lo que la pasión del protagonista tiene el camino allanado para expandirse hasta su objeto de deseo, sin interferencias en el camino.

Este elemento es retomado también por el mismo Alcestes. El protagonista es el único de los hombres que no se retira no se retira de la casa de Celimena inmediatamente después del develamiento de su traición. Lo que lo detiene es, efectivamente, ese factor pasional que lo incapacita para abandonar esa relación. “Por mucho fuego con que quiera odiaros, ¿pensáis que hallo en mí un corazón pronto a obedecerme?” (p.118), manifiesta. En su caso, lo pasional implica tanto ira (aquí, el “fuego”) como deseo, ambos impulsos contenidos en el campo semántico de la fogosidad. La ilusión que sostiene a Alcestes es la posibilidad de que Celimena le corresponda su deseo: “Si vuestro ardor corresponde a mi llama, ¿qué puede importaros el resto del mundo?” (p.119), dice un protagonista para el cual la sociedad (el mundo entero) ya no representa para ningún interés. Esa es la indiferencia que, según sus proyecciones, debería encarnar la muchacha si lo amara como él a ella.

Sin embargo, las cosas no resultan según sus deseos y, con la negativa de Celimena de retirarse a un desierto junto a él, Alcestes dictamina definitivamente la ruptura de la relación entre ambos. En la frase que dedica a quien fuera su amada refiere metafóricamente a dicha relación con la figura de las “cadenas”, que de tanto repetirse en la obra adquiere la forma de un leitmotiv: “Este doloroso ultraje me desprende para siempre de vuestras cadenas” (p.119). Efectivamente, el vínculo con la joven no trajo más que sufrimientos al protagonista, quien se sentía preso de una atracción que contradecía toda su racionalidad. Así, la imagen del hombre encadenado representa el estado de Alcestes, que parece apresado a pesar de su voluntad, de su decisión, y ahora, logrando salirse de ese lazo, recupera su libertad.

Resulta evidente, en este punto, que lo único que ataba o vinculaba al protagonista con mundo social era su amor por la muchacha. En tanto ese vínculo se quiebra, nada detiene a Alcestes en su objetivo de radicarse en el desierto. Como decimos, la libertad de Alcestes equivale a la soledad, un aislamiento que le permitiría vivir según sus propias exigencias, criterios y valores. Esto se hace visible en uno de los últimos parlamentos significativos del protagonista: “Yo, traicionado por todas partes, colmado de injusticias, quiero salir de este abismo donde los vicios triunfan y buscar en la Tierra un apartado lugar donde se tenga la libertad de ser hombre de honor” (p.119). Así, el personaje acaba planteando a la sociedad como una suerte de prisión, un pozo de oscuridad gobernado por el autoritarismo de lo falso. La única manera de sostener algo de honor, parece plantear el protagonista, radica en la mismidad, en el hermetismo. Este final plantea también, en términos de la tensión entre la ética individual y la vida en sociedad, las consecuencias de la intransigencia y la intolerancia: al no poder estrechar lazos que medien entre el criterio propio y el ajeno, Alcestes queda irremediablemente arrojado a la soledad. Al final, el costo de la libertad es el más completo ostracismo.