Crónica de una Muerte Anunciada

Crónica de una Muerte Anunciada Resumen y Análisis del Capítulo 3

Resumen

Cuando Ángela les revela el nombre de Santiago, los gemelos buscan dos cuchillos que usan para carnear a sus cerdos. Luego, los llevan a afilar. Faustino Santos, el carnicero, los ve llegar y piensa que deben ir muy borrachos, ya que no es el día en que habitualmente llevan sus cuchillos a afilar. Los hermanos Vicario expresan que van a asesinar a Santiago Nasar, aunque Santos no les presta atención. Después de afilar los cuchillos, los hermanos Vicario se dirigen a la tienda de Clotilde Armenta, ya que es el único lugar abierto. Mientras esperan a Santiago, beben dos botellas de aguardiente. Le preguntan a Clotilde si ha visto luz en la ventana de Santiago ya que lo andan buscando para matarlo. Clotilde le avisa a su esposo, quien no le presta atención, y dice que los hermanos seguramente están borrachos.

El coronel Lázaro Aponte se entera de las intenciones de los Vicario por su esposa. Cuando los encuentra en la tienda de Clotilde, les quita los cuchillos sin considerar que ellos pueden ir a buscar otros a su casa. En última instancia: "No se detiene a nadie por sospechas" (p. 68), dice el coronel. De camino al mercado para afilar los nuevos cuchillos, los hermanos Vicario pasan por casa de Prudencia Cotes, novia de Pablo Vicario. Ella les da unos periódicos para esconder mejor los cuchillos. Ellos prometen volver más tarde a tomar una taza de café como hacen siempre que pasan por allí. Años después de la muerte de Santiago, el narrador le pregunta a Prudencia si estaba al tanto del plan de los Vicario y ella responde que no solo estaba al tanto, sino que habría abandonado a Pablo si no lo hubiesen llevado a cabo.

Los gemelos vuelven al local de Clotilde y, si bien permanecen largo rato, no ven encenderse la luz en la habitación de Santiago. Pedro Vicario le recordará al narrador años después que esa mañana del crimen no estaba lloviendo, sino que había viento de mar y el cielo estaba estrellado. La noche de la boda, Santiago, junto a otros amigos, se dirige a casa del viudo de Xius para ofrecerle unas canciones a los recién casados. Nunca se enteran de que Bayardo San Román acompañó a Ángela a casa de sus padres unas horas antes. Para no llamar la atención, el recién casado lo hizo a pie y no con el auto. Al llegar a su casa, Santiago rechaza el café que le ofrece Victoria, ya que, afirma, necesita descansar un rato antes de ir a recibir al Obispo. En ningún momento enciende la luz de su habitación; el foco de la escalera queda encendido durante la noche. El padre Amador conoce las intenciones de los hermanos Vicario y quiere advertirle a Plácida. Sin embargo, se le olvida por estar pensando en el acto de recibimiento al Obispo.

Análisis

En este tercer capítulo observamos varias situaciones que podrían haber evitado el asesinato de Santiago Nasar. Ya sea por negligencia, por desconocimiento o por voluntad, la falta de reacción de la gente del pueblo es lo que determina su muerte. De hecho, hay más de doce personas que escuchan a los hermanos Vicario comentar su plan, y ninguna le da importancia al hecho. "Tenían tan bien fundada su reputación de gente buena, que nadie les hizo caso" (p. 63), dice el narrador con respecto a los hermanos Vicario. La muerte de Santiago Nasar es tan anunciada, tan sabida por todo el pueblo, que resulta sorprendente de qué manera la sucesión de eventos fortuitos culmina en ella sin que Santiago se entere hasta último momento. En este punto de la novela empieza a consolidarse la idea de que la muerte de Santiago está predestinada.

Probablemente uno de los casos más grotescos con respecto a los personajes que conocen los planes de los hermanos Vicario y no actúan en consecuencia sea el del coronel Lázaro Aponte. Con toda la autoridad que le confiere su posición, se limita a quitarle los cuchillos a los hermanos Vicario. Esto habla de una actitud absolutamente irresponsable, solo entendible a partir de que no los cree capaz de llevar a cabo el crimen. Otro ejemplo de esta idea queda bien expuesta en la respuesta del esposo de Clotilde Armenta cuando ella le cuenta los planes de los hermanos Vicario: "No seas pendeja (...), ésos no matan a nadie, y menos a un rico" (p. 66).

También observamos esta negligencia en el padre Amador, quien piensa en advertirle a Plácida sobre el plan de los hermanos Vicario, pero se distrae pensando en el recibimiento del Obispo y se le olvida. Por un lado, el hecho de que el padre Amador se olvide de advertir sobre esto, otra vez, puede entenderse a partir del descreimiento que tiene de que efectivamente pueda suceder algo así. Pero, por otro lado, también contribuye con la idea de que los hermanos Vicario vociferan su plan con la intención subyacente de que alguien del pueblo los detenga. Es más: por momentos tenemos la sensación de que, como nadie en el pueblo reacciona a este pedido encubierto que los hermanos Vicario deslizan en la confesión de su plan, no les queda otra alternativa que ejecutarlo. La idea de que existe una responsabilidad colectiva respecto de la muerte de Santiago Nasar queda definitivamente instalada en este capítulo.

Por otro lado, la negligencia del padre Amador también puede entenderse como una crítica a los representantes de la religión católica en la novela. El hecho de que priorice el recibimiento al Obispo (que, al final, ni siquiera desembarca en el pueblo) por encima de la advertencia a Santiago Nasar constituye un juicio de valor negativo respecto de las prioridades del religioso y, de alguna manera, también de la institución que representa.

En este capítulo también vemos un ejemplo del tema de la opresión a la mujer. "Ese día me di cuenta (...) de lo solas que estamos las mujeres en el mundo" (p.75), dice Clotilde Armenta al narrador a propósito de la impotencia que sintió frente a los hermanos Vicario esperando por Santiago Nasar en su local. Ellos están decididos a matar a Santiago y ella se siente sola y frustrada porque no sabe cómo contrarrestar ese nivel de violencia en un contexto patriarcal en el que los hombres gozan de absoluta impunidad. Otra vez está presente la idea de que, en un contexto machista en el que los hombres imponen su voluntad a la fuerza, las mujeres están supeditadas a lo que los hombres decidan hacer.