Caramelo

Caramelo Resumen y Análisis Parte 3, Capítulos 52-67

Resumen

Un buen día, el abuelo Narciso muere al chocar contra un camión lleno de escobas. Lala, sus hermanos y su padre van a México al entierro. Al poco tiempo, Soledad decide vender la casa de la calle Destino. Inocencio y su familia viajan nuevamente a buscar a la abuela. Zoila participa en este segundo viaje. Desde aquella vez en Acapulco no ha vuelto a viajar con su suegra en coche.

Aquel verano, Inocencio arregló para que el señor Vidaurri llevara a la abuela de vuelta de Acapulco a Ciudad de México luego de la discusión en la calle. Sin embargo, en el viaje a Chicago, la Abuela Soledad le recrimina haberla abandonado allí aquella vez. Sabemos entonces, por estas expresiones de la abuela en las que enaltece al señor Vidaurri, que en el final de la Parte 1 de la novela, a la hora de elegir entre ambas mujeres, Inocencio eligió a su esposa, Zoila.

La Tía Güera se encuentra con Celaya y su familia en la casa de la calle Destino. Se cuenta que, luego de la muerte de Narciso, la Tía Güera y su madre tuvieron una pelea muy fuerte. Soledad le dijo a su hija que la odiaba, a pesar de que fue ella quien la cuidó siempre desde que sus hermanos se fueron a vivir a Chicago. En ese momento, Tía Güera toma una decisión sorprendente para Celaya y para todos: deja a su madre y se va a vivir con Antonieta Araceli a Monterrey. Es por esto, también, que Soledad vende la casa y espera que sus hijos vengan a buscarla para llevarla a vivir a Chicago con ellos.

Antes de partir para Chicago, Celaya duerme con Tía Güera y ella le cuenta toda la historia de cómo conoció al padre de Antonieta Araceli y cómo él la abandonó para volver con su antigua familia. Por primera vez, tía y sobrina tienen una charla íntima.

En el auto a Chicago todos escuchan la historia de cómo Inocencio peleó en la guerra del lado estadounidense. Por su parte, la abuela habla de cómo el abuelo Narciso participó a su vez en la Revolución Mexicana. En San Antonio, todos paran a comer en el local de un hombre llamado Mars, a quien Inocencio conoció al volver de la guerra. Mars tiene un emprendimiento de bienes raíces y conversa mucho con la Abuela Soledad al respecto.

Ya en Chicago, la abuela se aloja en casa de Tío Baby, que le ofrece la habitación de sus hijas. Paz y Amor detestan y temen a la abuela, y la Abuela Soledad es infeliz allí. Por su parte, al volver de México Inocencio encuentra que el negocio familiar de la tapicería se transformó: sus hermanos hacen cosas de menor calidad para vender más. Entonces, la Abuela Soledad e Inocencio viajan a Texas solos. Al volver, traen una noticia: compraron una casa en San Antonio gracias al señor Mars y todos se mudarán allí, donde Inocencio abrirá una nueva tapicería por su cuenta.

Zoila se alegra mucho, pero la compra de la casa genera discordia entre los demás hermanos de Inocencio, porque se pagó con el dinero de la venta de la casa familiar de la calle Destino. De este modo se explicita la preferencia de la abuela por su hijo primogénito. La familia de Celaya se muda a San Antonio y la abuela con ellos. Al llegar, la casa no es lo que esperaban: el dueño anterior era un hombre que compraba y vendía cosas, y la casa fue hecha poco a poco con lo que pudo encontrarse por ahí. Es decir, se hace evidente para Celaya que no hay un criterio unificado en la construcción y la decoración, y además hay mucho que reparar para que sea habitable. Sin embargo, es una casa propia, y eso tranquiliza a Inocencio y también a Zoila.

No todos viajan a San Antonio. Los hermanos mayores de Celaya se quedan viviendo solos en Chicago: están becados y deben terminar los estudios. Ella ingresa en San Antonio a un colegio de monjas contra su voluntad y, como toda adolescente de origen humilde en una escuela privada, debe trabajar en el colegio para ganarse su plaza allí. Conoce en la escuela a Vida Ozuna, otra jovencita de quien se hace amiga. Vida tiene vasta experiencia con los varones, tiene estilo, es rebelde. Roba en los negocios de ropa y coquetea con un profesor llamado Darko, que tiene más de treinta años. En el colegio las jóvenes hablan mucho de irse a San Francisco y de sexo. Vida es la que más sabe al respecto.

Antes de llegar, Inocencio le había dicho a su familia que en San Antonio, además de la casa, tenía su propio taller. Esto es una verdad a medias: tiene su taller, pero el local es rentado. Piensa trabajar duro para lograr comprarlo. Celaya, por su parte, se refugia en la literatura: lee a Hans Christian Andersen y el Rumpelstiltskin de los Hermanos Grimm. Sus hermanos se burlan y le señalan que la casa no es una biblioteca, pero Celaya no se deja amedrentar. Un buen día, la abuela se enferma. Golpean a su puerta por la mañana y no responde. Tienen que llamar a los bomberos, que tumban la puerta y y sacan a la Abuela Soledad en camilla.

Análisis

Durante toda la Parte 2, en la que se viaja a los orígenes de la familia Reyes y se abandona la temporalidad de la primera parte, se mantuvo en suspenso cuál había sido la decisión de Inocencio aquel día en Acapulco luego de la pelea. Al comienzo de esta parte aparece nuevamente la revelación: nos enteramos por los reproches de la Abuela Soledad que Inocencio aquel día escogió finalmente a Zoila. Lógicamente, retomando lo que se trabajó en el anterior análisis, si la familia es uno de los grandes valores de la cultura mexicana, y la madre su máximo exponente y metáfora del arraigo cultural, bien está suponer que esta decisión del padre de Celaya puso en crisis a toda la familia Reyes en su conjunto.

En esta Parte 3 han pasado los años desde Acapulco. Narciso muere, la abuela vende la casa de la calle Destino y se va a vivir con sus hijos a Chicago. Recuerda aquel incidente en la playa a través de una retahíla de halagos para el señor Vidaurri: “Qué buen hijo, ése. Tan atento. Se acuerdan de cómo el señor Vidaurri nos vino a buscar a Acapulco. Puedes apostar a que él nunca dejaría abandonada a su madre…” (Capítulo 52). No importa cuánto pueda insistir Inocencio en el hecho de que no la dejó abandonada, de que él mismo hizo los arreglos para que Vidaurri fuera a buscarlos a Acapulco, su madre marca ese momento como un punto de inflexión en su vínculo.

La abuela aprovecha, además, para deslizar un comentario sobre su única hija, la Tía Güera. Hablando de Antonieta Araceli, la hija de esta, dice: “por lo menos se casó (...) y mejor que esté casada decentemente que metiéndose en problemas” (Capítulo 52). Los vínculos profundos y de complicidad entre las mujeres de la familia Reyes son prácticamente inexistentes. Hace tiempo que Tía Güera vive en Monterrey, lejos de su madre, junto a su hija Antonieta Araceli y su yerno. Cuando vuelve a la Ciudad de México a ayudar a sus hermanos y a Soledad para cerrar la casa antes de ir a Chicago, discute con su madre fuertemente una vez más. Inocencio le insiste con que se quede, pero ella está decidida a irse a Monterrey: “No estuviste aquí cuando me dio de puñetazos. ¡De puñetazos! ¡Como si fuera una puerta! Y eso no es todo. ¡Tuvo el descaro de decirme que me odiaba! A mí, la que se quedó y la cuidó mientras todos ustedes se fueron al norte” (Capítulo 52). La revelación vuelve al tablero en el texto; finalmente se menciona lo innombrable: Tía Güera enfrenta por primera vez a su hermano con la verdad sobre su condición de sostén de la Abuela mientras ellos buscaban mejor vida en Chicago, le pone palabras a los maltratos sufridos y también a la injusticia. Ejerce su libertad y toma su derecho a irse a vivir a Monterrey, lejos de su madre. Ahora, además, decide que en esta visita ni siquiera terminará de ayudarlos a cerrar la casa para venderla. Inocencio invoca a Dios y al difunto Narciso, pero no hay caso. “Piensa en la familia” (Capítulo 52), dice ya casi sin esperanza. Nada hace que Tía Güera retroceda. Esta firmeza en la decisión de la tía es otro de los momentos en los que se pone en jaque la estructura familiar tal como Soledad la concibe. Así como vimos que la amante de su marido, Exaltación Henestrosa, contrastaba con Soledad a través, sobre todo, de su independencia, su sexualidad y sensualidad, Tía Güera contrasta también con su madre. La tía es una dedicada madre soltera que le ha dado todo lo posible a su hija Araceli y ha cuidado también de Soledad con responsabilidad. Ahora, para sorpresa de todos, decide tomar un camino que se aleja de las convenciones familiares y desplaza las tareas de cuidado de la madre, asignadas por defecto a las mujeres, a sus hermanos varones.

Antes de dejar la casa en la calle Destino, Tía Güera y Celaya tienen una conversación íntima. Esta intimidad escasea en la familia Reyes. El vínculo entre las mujeres del clan es difícil debido a la competencia, la lucha de poder, el choque cultural; están inmersas en un complejo sistema patriarcal que oprime y otorga a las mujeres mexicanas de familia roles muy delimitados. Estos roles no solo son rígidos sino que, además, presuponen cierta cuota de aislamiento. Las alianzas o la complicidad son imposibles cuando se establecen relaciones competitivas.

Sin embargo, un pequeño evento despierta la empatía entre tía y sobrina: Celaya vuelve corriendo de un paseo sola, con miedo, sin decir nada. Un hombre le mostró su miembro por la calle y ella sencillamente corrió. Sin embargo, no logra contarle esto a su madre, a su abuela o a su tía. Al volver a casa se preguntan las mujeres qué le pasa a Celaya, que no quiere comer. La Tía Güera sugiere que quizá Celaya tuvo un susto, “así se portan las niñas a quienes les han hecho un mal” (Capítulo 54), dice. La Abuela Soledad es contundente: “¿Y tú que sabes? A ti nunca te ha pasado nada así” (Capítulo 54). “¿Cómo sabes lo que me ha pasado?” (Capítulo 54), le pregunta su hija a Soledad, sin obtener respuesta. Vuelve a hacerle la pregunta. Soledad se queda en silencio una vez más y, de repente, se abalanza sobre su hija, insultándola; Tía Güera se encierra en el baño. Esta secuencia denota la violencia con la que ha sido criada la Tía Güera dentro de su familia, una violencia sobre todo ejercida por su madre y que está teñida en varios momentos de competencia, e inclusive de cierta envidia, pues la tía es de una belleza sobresaliente.

Esta situación abre una ventana en el vínculo de Tía Güera y Celaya, con quien duerme esa noche antes de volverse a Monterrey, y a quien le refiere la historia de su primera pareja. Las mujeres en Caramelo generalmente no intiman, y es por eso que esta conversación nocturna entre la tía y la sobrina destaca en el texto: Tía Güera le cuenta toda su historia con el ya lejano padre de Antonieta Araceli y Celaya escucha atenta, por primera vez, a su tía hablar de verdad sobre una historia que durante toda su vida fue un misterio familiar. Nuevamente se infiere la idea de que revelar lo oculto, mencionar lo que no debe mencionarse, moviliza el tablero familiar, y quizá no solo destruye lazos, sino que también puede promover nuevos vínculos o renovar los preexistentes.

En el segundo viaje para recoger a la Abuela Soledad y regresar con ella a los Estados Unidos, las preguntas de Celaya sobre su identidad pasan a primer plano. Atraviesa una fuerte crisis adolescente. Hay varias razones para esta situación: en primer lugar, se vuelve consciente de su apariencia, se da cuenta de su herencia cultural mixta y no sabe cómo abordarla. Además, al crecer, Lala también tiene la sensación de volverse invisible, como muchas mujeres de la familia Reyes antes que ella (la abuela Soledad es el caso más literal, ya que menciona el volverse invisible al hacerse madre y más tarde al hacerse vieja). Finalmente, los sentimientos de falta de hogar y desarraigo que experimenta en los Estados Unidos se vuelven cada vez más intensos. Con su familia se han mudado mucho, y vuelven a mudarse a San Antonio. Celaya es tratada por algunas otras adolescentes, en la escuela, como una mexicana no-auténtica, a la vez que en otros ambientes es discriminada por los orígenes de su familia. Veremos más adelante los efectos de esta idealización, pero es importante señalar que México se convierte en un lugar idílico y añorado al lado de esta experiencia en San Antonio.

La narradora adulta sabe que esta imagen de México que atesora no es precisa ni se corresponde necesariamente con la realidad, pero también es consciente de que está componiendo un relato y estos movimientos le resultan inevitables: “Tengo que exagerar. Es por el bien de esta historia. Necesito detalles. Tú nunca me dices nada” (Capítulo 21), le dice Celaya a su abuela al comienzo de la Parte 2. La voz narradora no esconde la labor de reconstrucción que se teje tras el relato, y siembra así en los lectores dudas acerca de la veracidad de las historias narradas: “¿Lo soñé o alguien me lo contó? No recuerdo dónde termina la verdad y empieza el cuento” (Capítulo 5), dice Celaya al comenzar a desplegar esta historia. La frontera entre la verdad histórica y la ficción se diluye a medida que avanza la narración, pues Lala no oculta las licencias poéticas a las que recurre en su composición narrativa: “No son mentiras, son mentiras sanas. Para llenar los huecos. Vas a tener que confiar en mí. Va a salir bonito al final, te lo prometo. Ahora, si pudieras guardar silencio o se me va a ir el hilo. ¿En qué estábamos?” (Capítulo 40), le dice a su Abuela Soledad.