Rayuela

Rayuela Resumen y Análisis Parte 6

Resumen

De otros lados (Capítulos prescindibles), Capítulo 76

En este breve capítulo se describe el momento en que Oliveira conoce a Pola. Él está en un café y se detiene a observar las manos de una mujer que busca en su bolso una moneda de cien francos para pagar su café. Oliveira siente una particular atracción hacia las manos de las mujeres. Horacio hace un comentario absurdo con el que busca hacer reír a la mujer (que luego se enterará de que se llama Pola), pero ella apenas sonríe, mostrando sus dientes pequeños y muy regulares. Oliveira sigue mirándole las manos; le gustaría tocarlas, pasar sus dedos por cada falange; descubrirlas.

De otros lados (Capítulos prescindibles), Capítulo 101

Pola y Oliveira están acostados en la cama. Ella le acaricia el cuerpo, lleva la mano hasta el vello de él, enreda los dedos y tira un poco, para que Horacio se enoje y la muerda, jugando. Pola se pregunta si Oliveira hará lo mismo con la madre del chico. A él no le gusta hablar de la Maga, y cuando Pola se lo pregunta, él prefiere quedarse callado. Pero el narrador nos cuenta que a Oliveira no le gusta hacer con la Maga eso que hace con Pola, porque solo Pola tiene la capacidad de plegarse a sus caprichos.

De otros lados (Capítulos prescindibles), Capítulo 144

En este capítulo, Oliveira despliega el recuerdo de los muchos olores que la Maga tenía en diferentes partes del cuerpo, y para hacerlo recurre en varias ocasiones al gíglico, ese idioma inventado por ellos. Conforme avanza la descripción, el relato se vuelve cada vez más caótico y plagado de palabras inconexas, reflejando el delirio progresivo que embarga a Oliveira a partir del recuerdo de la Maga.

De otros lados (Capítulos prescindibles), Capítulo 92

El narrador hace referencia a cómo Oliveira pasó de la Maga a Pola, y cuenta que la llevó al mismo hotel al que había ido por primera vez con la Maga. Una vez allí, Pola hace referencia a que el hotel es feo y que, si era por una cuestión de dinero, ella habría podido pagar algo mejor. Oliveira, demasiado acostumbrado a los ritmos de la Maga, ahora debe habituarse a un cuerpo completamente nuevo como el de Pola. La segunda vez que están juntos, es en la pieza de Pola. Oliveira se encuentra con un cuarto prolijo, en el que cada cosa está en su lugar. Pola se muestra perversa y comienza con los juegos preliminares al sexo. Horacio la llama “Pola París” y a ella le gusta y se lo hace saber repitiéndolo mientras le muerde el labio.

De otros lados (Capítulos prescindibles), Capítulo 103

A Oliveira la gusta escuchar a Pola dormir, “espiando los rumores de su cuerpo” (p. 489). Para eso apoya su cabeza de costado sobre el vientre desnudo de Pola. El narrador hace referencia a lo que escucha Oliveira como “Un cosmos líquido, fluido, en gestación nocturna (…)” (p. 489). Luego de una descripción que en la que abundan términos astronómicos, el narrador hace referencia a Pola como “resumen de la noche universal” (p. 489).

De otros lados (Capítulos prescindibles), Capítulo 108

La Maga y Oliveira están sentados en la calle, esperando que llegue una clochard (vagabunda). A ellos simplemente les gusta observar su comportamiento. Mientras esperan, la Maga le pide a Oliveira que le cuente sobre Pola. Pero Horacio no quiere hablar sobre ella y sintetiza la relación con Pola en estos términos: “Pura pornografía” (p. 495).

Al cabo de un rato, aparece Emmanuele, la clochard. Envuelta en un fardo de ropas, baja tambaleándose por las escalinatas. La Maga dice que se nota que ella está enamorada y hace referencia a cómo se ha pintado los ojos y los labios. Luego observa que, por el otro lado, está llegando el clochard, es decir, el vagabundo de quien Emmanuele está enamorada. Oliveira intenta descifrar cómo hacen el amor teniendo en cuenta toda la ropa que usan y el frío y la lluvia que hay permanentemente en París. La Maga comenta que una vez habló con ella, que era una puta en las provincias; le pide a Oliveira que observe cómo se quieren. Horacio, por su parte, dice que tiene sed, y la Maga le responde que vaya a lo de Pola. Luego ella observa cómo baila Emmanuele y hace referencia a que se la ve feliz. Oliveira, que tiene intenciones de ir a lo de la Maga, le dice que se ha vuelto muy difícil decirle que la quiere. Luego hace referencia a un policía que se está acercando a Emmanuele, quien sigue bailando, completamente borracha. Horacio invita a la Maga a tomar algo porque no quiere ver lo que va a pasar entre Emmanuele y el policía.

De otros lados (Capítulos prescindibles), Capítulo 64

Oliveira encuentra a Pola en el barrio latino, observando la vereda al igual que muchas personas. Hay tres artistas callejeros pintando con tiza un retrato de Napoleón. Pola hace referencia a que es una lástima, ya que a la noche pasarán los barrenderos y borrarán el dibujo. Oliveira dice que la gente les echa monedas sin saber que la están estafando, ya que esos dibujos ya están hechos; los artistas se los saben de memoria y lo único que hacen es cambiarlos de vereda. Pola le pone el brazo en el hombro y van a caminar. Luego de un rato, le dice a Oliveira que es como un ácido terrible y que todo lo que mira se deshace; le confiesa que le tiene miedo. Ya en la casa de Pola, Horacio prende un cigarrillo y pregunta si unos papeles que están sobre la mesa de luz son las órdenes para los análisis. Pola le dice que sí y le pide que le toque el bulto que tiene en un seno, para que constate que está peor que antes. Oliveira le besa ese seno, justo donde está el bulto.

De otros lados (Capítulos prescindibles), Capítulo 155

Aunque a Etienne le parece una estupidez que Oliveira vaya a visitarlo a esa hora de la mañana, lo espera con tres cuadros nuevos que quiere mostrarle. Horacio, por su parte, le dice de ir al hospital a visitar al viejo que sufrió el accidente. Antes de ir, paran en un café y se toman dos copas de vino blanco. Al llegar al hospital, Oliveira hace averiguaciones y descubre cuál es la habitación del viejo; se llama Morelli. Mientras están subiendo por las escaleras, Etienne ve una enfermera y dice que se dejaría masajear por ella. Oliveira dice que tenía esas fantasías cuando tenía quince años, y su amigo lo acusa de “masturbador”. A raíz de esto, Horacio hace referencia a cómo se masturbaba escuchando a su tía tocar diferentes tangos en el piano. Llegan al segundo piso y se sientan en un banco. Etienne le dice que lo ve triste. Oliveira le responde que seguro está molesto porque lo sacó del taller, a lo que Etienne replica que, en realidad, no tendría que estar con Oliveira, sino con Lucía, que es la que verdaderamente está mal. Horacio, por su parte, le dice que no es necesario, porque la Maga tiene muchas distracciones como, por ejemplo, Gregorovius.

De otros lados (Capítulos prescindibles), Capítulo 123

En el sueño que está teniendo Oliveira se funden lugares de París con una casa en Burzaco, Provincia de Buenos Aires. Horacio y su hermana están eligiendo la parte más tranquila de la casa, pero descartan la habitación de la Maga ya que no se puede tocar el piano después de las diez. En ese momento, Oliveira se despierta del sueño porque la Maga le pasa una pierna entre las suyas. En la oscuridad, las dos cosas más concretas son la sensación de haber estado con su hermana en un cuarto de su infancia y las ganas de orinar. Mientras está en el baño, a las cuatro de la mañana, siente que ahí afuera está, en realidad, el jardín de su casa de Burzaco. Somnoliento, murmura: “Maga”, “París”, “Hoy” (p. 524) y vuelve a la cama “(…) como quien busca su lugar y su casa después de un largo camino bajo el agua y el frío” (p. 524).

De otros lados (Capítulos prescindibles), Capítulo 145

Este capítulo es una nueva morelliana que se compone de una cita extraída de la novela Ferdydurke, del escritor polaco Witold Gombrowicz. En esta cita, el narrador en primera persona de la novela confiesa que construye su obra a partir de partes sueltas; algo similar a la concepción del hombre como una fusión de partes de cuerpo y alma. Luego, aclara que si alguien piensa que esto no es ninguna concepción y que se trata solo de una burla hacia el Arte, tiene razón.

De otros lados (Capítulos prescindibles), Capítulo 122

Etienne sigue esperando que Oliveira se decida a entrar al cuarto del viejo en el hospital. Horacio se disculpa y argumenta que se distrajo recordando el último sueño que tuvo, que no es aquel que le contó desde la cabina telefónica. Luego de que Etienne empieza a ponerse nervioso porque siguen allí en el hospital sin entrar a ver al viejo, Oliveira le cuenta que fue un sueño sencillo en el que se habían fusionado su casa de la infancia con la habitación de la Maga. Horacio vuelve a hacer referencia al sueño del pan que le había contado esa mañana a Etienne y piensa en qué se lo pudo haber inspirado. Etienne cree que tiene la respuesta (Rocamadour), y Oliveira rápidamente responde que él no siente ninguna culpa por lo del chico, que él no lo mató. Etienne se cansa de tantas idas y vueltas, y obliga a Oliveira a que le diga si van a entrar a ver al viejo. Horacio dice de entrar; el único problema es que no quiere hacerlo con las manos vacías. Le dice a Etienne que puede regalarle un dibujito hecho por él al viejo, a lo que su amigo responde que sus dibujos se venden, no se regalan.

Análisis

Como ya hemos visto hasta aquí, Rayuela es una novela que aborda un amplio espectro de temáticas. Una de ellas es, sin duda, la sexualidad. Ahora bien, la sexualidad no es entendida simplemente como la forma en que los personajes mantienen relaciones sexuales, sino como una dimensión más de su cotidiano. En ese sentido, el tratamiento de la sexualidad en esta novela contrasta con la forma tradicional en que la literatura tendía a tratar el tema. Dicho de otra forma, Cortázar, lejos de querer omitir o esconder la sexualidad de sus personajes, le dedica varios pasajes de la novela a explorar el erotismo que se desprende de esas situaciones; erotismo que, vale la pena subrayar, no concibe sin delicadeza. Así y todo, esta delicadeza no se relaciona estrictamente con la tersura de las palabras elegidas, sino más bien con el ejercicio natural de una libertad y una soltura que responden culturalmente a la eliminación de todo tabú en la escritura. En ese sentido, el erotismo que propone Cortázar en su escritura es concebido también como una superación lingüística o narrativa de la censura (o la auto-censura) del escritor frente al vasto mundo de la sexualidad.

Pegando la cara al hombro de Oliveira besó una piel transpirada, tabaco y sueño. Con una mano lejanísima y libre le acariciaba el vientre, iba y venía por los muslos, jugaba con el vello, enredaba los dedos y tiraba un poco, suavemente, para que Horacio se enojara y la mordiera jugando. (...) Una mano andaba por su espalda, bajaba lentamente, jugando a la araña, un dedo, otro, otro, Saint Fortuné, Sainte Blandine, un dedo aquí, otro más allá, otro encima, otro debajo. La caricia la penetraba despacio, desde otro plano. La hora del lujo, del surplus, morderse despacio, buscar el contacto con delicadeza de exploración, con titubeos fingidos, apoyar la punta de la lengua contra una piel, clavar lentamente una uña, murmurar (...) (p. 486)

Así y todo, Cortázar es consciente de que muchas veces el pudor o el miedo limitan esa libertad y soltura que un escritor debería tener a la hora de desplegar sinceramente ese erotismo. "El miedo sigue desviando la aguja de nuestros compases; en toda mi obra no he sido capaz de escribir ni una sola vez la palabra 'concha', que por lo menos en dos ocasiones me hizo más falta que los cigarrillos", dice el escritor de Rayuela al respecto en su novela Último round.

Por otro lado, en el capítulo 64, Oliveira critica a los artistas que hacen dibujos con tiza en la vereda. Los cataloga de "estafadores", ya que se saben los dibujos de memoria y no hacen más que repetirlos en distintas veredas. Aquí podemos apreciar un posicionamiento bastante claro con respecto al arte: si no hay riesgo, si no hay vértigo, si no hay incomodidad, si no hay búsqueda, si el arte se circunscribe a la repetición de una fórmula anterior, entonces es una estafa. Tanto para Oliveira como para Cortázar, el hecho de que el "arte" surja de una inercia, de un molde preconcebido, es una desgracia para el arte.

Luego tenemos la cita del capítulo 145, extraída de la novela Ferdydurke del escritor polaco Witold Gombrowicz. Aquí podemos apreciar una vez más cómo Cortázar insiste con la idea de una realidad compuesta por fragmentos sueltos, a la que les falta esa fuerza capaz de fusionar estos fragmentos y reconciliarlos en un absoluto. Paradójicamente, Gombrowicz también se hace cargo de que esto puede sonar como una burla hacia el arte, y particularmente hacia la literatura, ya que es imposible llegar a esa "realidad total" a través de las palabras. Rayuela propone un ejercicio de reflexión permanente sobre los alcances y las limitaciones del lenguaje en lo que se refiere a la conquista de la esencia de las cosas.

En estos capítulos también aparece la cuestión de lo onírico. Oliveira sueña con una superposición entre su casa de la infancia en Burzaco y la habitación de la Maga en París. Se lo cuenta a Etienne mientras están el hospital, sin decidirse a entrar a ver al viejo que sufrió el accidente o no. Etienne, por su parte, le insinúa a Horacio que probablemente tuvo ese sueño porque siente algo de culpa por lo que le pasó a Rocamadour, y Oliveira se defiende diciendo que él no lo mató. Luego, Horacio se resigna: "En realidad casi no te lo puedo contar (...). Imaginate que al llegar a Marte un tipo te pidiera que le describas la ceniza. Más o menos eso" (p. 521). Entonces el sueño, lo onírico, se presenta como algo incomunicable, no solo por la cuota instransferible de emoción que le provocó a Oliveira, sino también porque para explicarlo fidedignamente solo cuenta con ese instrumento fallido que es el lenguaje. Oliveira se resigna porque entiende que cuanto más lenguaje invierta en explicarle el sueño a Etienne, más lejos de trasmitir su esencia va a estar.

En el capítulo 123, Oliveira se levanta confundido (acaba de tener ese sueño que luego no podrá terminar de explicarle a Etienne), y va al baño. Allí el narrador nos presenta una progresión de conclusiones a las que llega Horacio en ese estado de alucinación propio de quien se levanta en medio de la noche para ir al baño:

(...) supo que la sala que daba al jardín en Burzaco era la realidad, lo supo como se saben unas pocas cosas indesmentibles, como se sabe que se es uno mismo, que nadie sino uno mismo está pensando eso, supo sin ningún asombro ni escándalo que su vida de hombre despierto era un fantaseo al lado de la solidez y la permanencia de la sala aunque después al volverse a la cama no hubiera ninguna sala (...) (p. 523).

En esta cita podemos ver cómo la dimensión de lo onírico irrumpe en la dimensión de lo real, hasta casi reemplazarla. Oliveira entiende que su "vida de hombre despierto" es un fantaseo porque carece de un andamiaje tan sólido e íntimo como el que posee ese sueño con la casa de su infancia. Por otro lado, en un mundo en el que no hay certezas, en el que la realidad se encuentra fragmentada, en el que no se puede acceder a la verdadera esencia de las cosas a través de las palabras, un recuerdo tan emotivo como la casa de si niñez puede constituir una realidad paralela, mucho más tranquilizadora que en la que se encuentra Oliveira en ese momento.

Por último, en el capítulo 122 ya podemos percibir cierto rechazo de Etienne hacia el comportamiento de su amigo Oliveira. Primero, lo ha sacado de su estudio a la mañana; luego no se decide si entrar o no a ver al viejo accidentado y, por último, desmerece su arte sugiriendo que Etienne le regale un dibujo al viejo. Por supuesto que este malestar que refleja Etienne, sobre todo en algunas respuestas cortantes hacia Horacio, también tiene relación con la actitud que tuvo Oliveira hacia la Maga a partir de la muerte de Rocamadour. Esta apatía mezclada con cinismo característica de Horacio va a empezar a tener otro peso específico en cómo lo percibe el resto de los personajes. El hecho de que Horacio no pueda zafarse del laberinto de sus ideas, de esa lógica autofagocitaria que le carcome el deseo, es lo que, en última instancia, lo confina a la soledad.