Rayuela

Rayuela Resumen y Análisis Parte 3

Resumen

Del lado de allá, Capítulo 14

Wong se asoma por el tragaluz de la bohardilla y comenta que está lloviendo. Oliveira se acerca a él y ambos se ponen a conversar y a beber. Horacio le pregunta si es cierto que está escribiendo un libro sobre la tortura, a lo que Wong responde que no es exactamente eso. Luego Oliveira le pide que le muestre una foto de torturas que, según tiene entendido, siempre lleva en la cartera. Wong deposita en la mano de Oliveira una pila de fotos en las que se van viendo progresivamente los diferentes momentos de la tortura. Las fotos son de Pekín a principios del siglo XX. Wong, por su parte, lamenta haberle mostrado algo tan primitivo a Oliveira, que siente la voz de su amigo como lejana, parte de un collage también compuesto por su borrachera, las fotos y el guitarrista estadounidense de blues Big Bill Broonzy cantando “See, see, rider”.

De otros lados (Capítulos prescindibles), Capítulo 114

Este capítulo se compone de algunos extractos de un artículo periodístico sobre la ejecución de Lou Vincent en el estado de California durante la década del cincuenta. Hay una descripción de los diferentes momentos del condenado en la cámara de gas durante el proceso de ejecución hasta que se anuncia el deceso de Vincent.

De otros lados (Capítulos prescindibles), Capítulo 117

Este capítulo es una cita del abogado estadounidense Clarence Darrow (acérrimo detractor del concepto de “pena de muerte”) tomada de la defensa que realizó en 1924 en el caso “Leopold y Loeb”. En el alegato, Darrow cuestiona cómo se puede condenar a muerte a un niño por el simple hecho de que, en teoría, ya tiene discernimiento entre el bien y el mal. Califica a este hecho como “precedentes que harían enrojecer de vergüenza a un salvaje” (p. 513).

Del lado de allá, Capítulo 15

Oliveira recuerda una vez que le ofrecieron ir a ver una filmación sobre un ahorcamiento a la casa de un médico suizo (operador en el Eje durante la Segunda Guerra Mundial). Horacio se negó a pagar los mil francos que le pedían, pero realizó una proyección respecto de lo que podría haber en esa filmación: sobre todo, cada instante de las muecas del condenado durante el proceso.

Babs va a sentarse cerca de Oliveira después de pelearse con Ronald porque éste último quería escuchar la música tranquilo, sin tenerla tan cerca. Oliveira retoma la conversación que había quedado trunca con Babs y le dice que todo es superficial. Luego agrega que, cuando alguien lee todo Platón, todos los clásicos y varios padres de la Iglesia, se vuelve un cretino. Cuando era un muchacho, Oliveira se enojaba con las mujeres mayores de la familia porque sufrían más por la muerte de un vecino que por un terremoto que había matado a miles de personas. Él se reconoce cretino. Babs le dice que se lo tome con calma y que beba algo más. Oliveira confiesa que está muy borracho y decide irse a su casa. Pero en vez de hacer eso, se queda escuchando la música y mirando a la Maga que, a su vez, mira a Gregorovius, que mira el aire. Oliveira se queda sentado, pensando en cómo se están empobreciendo todos.

Gregorovius, por su parte, le da a entender a la Maga que necesita esos recuerdos de Montevideo para darle mayor profundidad al personaje de ella; sin esos recuerdos, la Maga para él es como “una reina de baraja (…) toda de frente pero sin volumen” (p. 78). La Maga responde que son pavadas, y que sus recuerdos viejos son de hace muy poco tiempo. Oliveira interviene en la conversación recordando algunas cosas de Montevideo, y Gregorovius se mueve de tal forma de taparle la imagen de Horacio a la Maga.

La Maga comienza a hablar de esos recuerdos de Montevideo: dice que ella siempre tuvo trece años allí, se enamoró de un chico que vendía diarios en la plaza, y perdió a su madre cuando tenía cinco años. Luego hace referencia a que cuando tenía trece años, vivía sola con su padre en una habitación de conventillo, en el que vivían un italiano, dos viejas, un negro y su mujer. Un día, mientras su padre le estaba pegando con el cinturón, la Maga vio que el negro espiaba la situación por la puerta entreabierta y parecía estar rascándose la pierna mientras lo hacía. Esa misma noche, el padre se fue al boliche al que solía ir y el negro abordó a la Maga cuando estaba entrando en su habitación. Oliveira mira a la Maga, y ella le pregunta por qué la mira así; dice que solo le está contando a Gregorovius cuando el negro del conventillo la violó. Oliveira le pide a la Maga que se lo cuente con todos los detalles, a lo que Gregorovius responde que con una idea general es suficiente. Oliveira dice que no hay “ideas generales”.

De otros lados (Capítulos prescindibles), Capítulo 120

En este capítulo se cuenta una breve historia de un niño llamado Ireneo, que se escabulle de la casa a la hora de la siesta para salir a jugar con las hormigas. El niño suele agarrar un bicho-canasto y echarlo a un hormiguero, para ver cómo las hormigas intentan meterlo allí. El problema es que el bicho-canasto es demasiado grande para entrar en el hormiguero, y las hormigas deben esforzarse mucho para conseguirlo. Irineo ve cómo las hormigas muerden al bicho y logran meterlo en el hormiguero, para llevárselo a las profundidades, matarlo y comerlo.

Del lado de allá, Capítulo 16

La Maga hace referencia a que cuando el negro se fue de la habitación, ella ya no sabía ni llorar. Etienne dice que la Maga “merecía ampliamente ese homenaje” (p. 81) y hace referencia a que, en todo lo que contó ella, el mecanismo es más o menos igual que entre dos enamorados. Oliveira, por su parte, llena su vaso y dice que el negro fue un valiente. Gregorovius se enoja con él y lo acusa de estar borracho. Oliveira observa que el recuerdo de la Maga le ha quitado como veinte años a Gregorovius, y la Maga, resentida, dice que él se lo buscó, y que ahora no puede venir a hacerse el escandalizado.

Wong se ofrece a hacer café y todos están de acuerdo. Comienza a sonar un disco de Duke Ellington y Gregorovius ya no le acaricia el pelo a la Maga, sino que se limita a estar ahí, muy apenado por el recuerdo que ella le acaba de contar sobre el episodio con el negro Irineo. La Maga quiere fumar, pero no quiere pedirle un cigarrillo ni a Gregorovius ni a Horacio; a este último, porque sabe que Oliveira se va a reír de ella otra vez, vengándose de que se quedó toda la noche pegada a Gregorovius, sin acercarse ni una sola vez a él. Luego el ambiente es invadido por el potente olor del café y Oliveira estira el brazo para agarrar su taza.

De otros lados (Capítulos prescindibles), Capítulo 137

Este capítulo es una breve morelliana en la que se reflexiona que toda obra, lejos de ser un intento de suma como a veces el autor nos quiere hacer creer por su volumen o su tono, es una resta implacable.

Del lado de allá, Capítulo 17

La Maga le dice a Gregorovius que no quiere hablar de Oliveira, pero acto seguido agrega que Horacio tendría que haber nacido en otra época, porque en ese presente en el que están todo le duele. Gregorovius, por su parte, hace referencia a que Oliveira sufre de una patología que se llama “cosidad”, es decir, no soporta las cosas que lo rodean, las circunstancias; por último, dice que a Horacio “le duele el mundo” (p. 86).

Guy Monod se ha despertado mientras suena un disco del pianista y cantante estadounidense Jelly Roll Morton. Al cabo de un rato, Etienne dice que está harto y que, más allá de que Jelly Roll Morton es emocionante, es basura. Ronald le recuerda que fue él quien pidió ese disco, a lo que Etienne pide que ponga algo más inteligente, como el saxofonista estadounidense Sonny Rollins. Oliveira acusa a Etienne de ser tan ingenuo que hasta ser capaz de creer en el progreso del arte, a lo que él responde que el progreso del arte es una estupidez ya sabida, pero que en el arte hay un montón de chantajistas: “Una cosa es la música que puede traducirse en emoción y otra la emoción que pretende pasar por música” (p. 88). Nadie quiere contradecir a Etienne, sobre todo porque llega Wong con el café. En ese momento, suena la canción favorita de Oliveira de la banda Waring's Pennsylvanians.

El narrador hace referencia a que fue a partir de bandas como Waring's Pennsylvanians que fue posible esa música universal del siglo, el jazz, y que acercaba “a los hombres más que el esperanto, la Unesco o las aerolíneas” (p. 88). Un tipo de música primitiva para alcanzar universalidad, y lo suficientemente buena para crear su propia historia. El capítulo concluye con una reflexión del narrador en la que alude a que el jazz es como un pájaro, algo que corre y se difunde, como una “nube sin fronteras” (p. 90), que le explica al hombre que es más que un hombre y menos que un hombre: más que un hombre porque encierra en sí mismo esa libertad a la que alude el jazz; menos que un hombre porque de esa libertad ha hecho un juego estético o moral, una concepto aprendido en una escuela donde nunca se enseñaron ni se enseñarán los primeros compases de un buen tema de jazz o blues.

De otros lados (Capítulos prescindibles), Capítulo 97

Este capítulo es una nota de Morelli que a Gregorovius le ha interesado particularmente. Morelli habla de la posibilidad de sumergirse en una realidad y sentir que ese absurdo puede convertirse en algo coherente al agregársele otras formas absurdas. Al mismo tiempo, se pregunta si no peca de exceso de confianza al posicionar al lector en algo tan personal.

Del lado de allá, Capítulo 18

Este capítulo comienza con un extenso discurrir del narrador respecto de las reflexiones metafísicas que está sacando Oliveira en la casa de Ronald en el momento más crítico de su “sbornia” (borrachera). Horacio no debería entender a todos los que están en ese momento allí con él como símbolos de una realidad inalcanzable, sino como potenciadores, como líneas de fuga. En el plano metafísico, es decir, en el de sus reflexiones, Oliveira se proyecta yéndose de la reunión del Club, llevándose a la Maga bajo la lluvia, haciendo el amor con ella.

Comienza a amanecer y esto se proyecta en la claraboya. Babs llora escondida de Ronald; Gregorovius mira a la Maga, la Maga mira triste a Gregorovius. El narrador se pregunta si todo lo que pasa en la reunión del Club no será “una nostalgia del paraíso terrenal, un idea de pureza (…), una pureza como la del coito entre caimanes” (p. 92). En este punto que aparece la palabra “pureza” Oliveira se dice a sí mismo que debería ir al hotel, darse un baño y leer algo; sacarse la borrachera. Al mismo tiempo, no está tan borracho como para no ver que nada dentro de él está en su sitio, pero que alrededor de él, por todas partes, hay “estrellas y pedazos de eternidad, poemas como soles y enormes caras de mujeres y de gatos donde [arde] la furia de sus especies” (p. 94).

La Maga llora; Guy ha desaparecido; Etienne se va detrás de Perico; Gregorovius, Wong y Ronald miran un disco del pianista Oscar Peterson que gira lentamente; la lluvia cae sobre la claraboya; según el narrador, esta situación es literatura.

De otros lados (Capítulos prescindibles), Capítulo 153

Este capítulo se compone de un breve diálogo tomado de la novela Música sentimental de Eugenio Cambaceres, publicada en París en 1884. En el diálogo, una persona le recomienda a otra no descuidarse aunque sea porteño. Esta segunda persona responde que tratará de no descuidarse, y la primera le dice que hace bien.

Del lado de allá, Capítulo 19

La Maga le dice a Oliveira que él busca algo que no sabe lo que es, y que ella tampoco sabe. Luego, para marcar las diferencias que existen entre ambos, ella se compara a sí misma con la pintora Viera da Silva, y a Oliveira con el pintor Mondrian. La Maga continúa diciendo que Horacio es una persona que tiene miedo, que quiere estar seguro de algo, y que es como un médico, no como un poeta. Ella agrega que cuando Oliveira empieza a hablar de encontrar la unidad, ella ve cosas muy hermosas pero muertas, como flores disecadas. Oliveira, por su parte, le pregunta si ella sabe qué es la unidad; acto seguido le echa en cara la poca capacidad que tiene ella para capturar los conceptos abstractos. Horacio le pregunta a la Maga si su vida es una unidad, a lo que ella responde que no, que son pedazos, cosas que le fueron pasando. Oliveira le dice que ella atravesó esas cosas, como el hilo que atraviesa las piedras de su collar; luego de decir esto le pregunta, justamente, por el collar que tiene puesto, y la Maga responde que se lo regaló Gregorovius.

Oliveira se ceba un mate y la Maga va hasta la cama baja donde se encuentra su hijo, Rocamadour. Hace ya en mes que Horacio se ha ido a vivir con ella para ahorrar costos. En el transcurso de ese tiempo, Rocamadour ha enfermado y ellos han tenido que ir a buscarlo al campo para que lo atiendan en el hospital de niños. Lo cierto es que Oliveira se siente asfixiado por esta nueva realidad. El niño chilla a la hora del biberón o del supositorio; aúlla y se retuerce por el malestar que le provoca su enfermedad. Oliveira también se horroriza con la torpeza de la Maga para fajar y desfajar a su hijo, y no entiende en qué se basa ella para decir que el niño se curará en dos o tres días.

Oliveira le dice a la Maga que siempre sospechó que ella se acostaría con Gregorovius, a lo que ella responde que Rocamadour tiene fiebre. Oliveira se ceba un mate; piensa en que tiene que cuidar la yerba porque en París es carísima, y recuerda que le queda poca de los cinco kilos que le mandó su hermano, el abogado rosarino. La Maga le dice a Horacio que va a darle un cuarto de aspirina a Rocamadour. Oliveira le ofrece un mate recién cebado.

El capítulo se cierra con una reflexión de Oliveira sobre la necesidad de encontrarle un sentido a eso que está viviendo: la Maga yendo y viniendo con algodones por la cola de Rocamadour mientras él toma mate.

Análisis

En esta parte de la novela podemos observar cómo funciona ese contrapunto entre los capítulos que hacen referencia a la historia de Oliveira y los hipertextos que componen la última parte del libro, “De otros lados”. Por ejemplo, en el capítulo 14 se hace referencia a que Wong está escribiendo un libro sobre las torturas; el 114 es un fragmento de un artículo periodístico sobre la ejecución de Lou Vincent en el estado de California durante la década del cincuenta; el 117 es una cita del abogado estadounidense Clarence Darrow, acérrimo detractor de la pena de muerte; y en el capítulo 15 se narra cómo a Oliveira le ofrecieron ir a ver una filmación sobre un ahorcamiento a la casa de un ex operador en el Eje durante la Segunda Guerra Mundial. Cortázar utiliza estos hipertextos para complementar o contextualizar las situaciones que proponen los capítulos centrados en la trama principal. En este caso, se trata del tema de las ejecuciones. En ese sentido, estos hipertextos proponen diferentes perspectivas sobre el mismo tema, propiciando una reflexión en la que se cuenta con varios elementos para analizar.

En la reunión del Club de la Serpiente, la Maga le cuenta a Gregorovius que fue violada cuando tenía trece años. La reacción de Etienne y de Oliveira frente a su relato es de un nivel de insensibilidad absoluto. Más allá del tono irónico con el que se expresan los dos, el hecho de que Etienne diga que el mecanismo de una violación es similar a la de dos enamorados, y que Oliveira diga que el violador de la Maga fue un “valiente”, pone de relieve el criterio sumamente machista que imperaba en aquella época y que, lejos de justificar a Cortázar, refleja en buena medida su perspectiva de género. Si bien hay varios momentos en la novela en los que podemos apreciar actitudes misóginas por parte de Oliveira, este pasaje quizás sea el más elocuente para ilustrar la impunidad con la que los hombres podían tratar despectivamente a las mujeres. Desde un punto de vista más actual, es decir, a casi sesenta años de la publicación de Rayuela, estos comentarios de Etienne y Oliveira estarían completamente fuera de lugar. Así y todo, vale la pena aclarar que a mediados del siglo XX, la lógica patriarcal estaba tan enquistada en la sociedad que este tipo de actitudes misóginas y machistas eran más que frecuentes. Dicho esto, quizás sea interesante tomar este tipo de ejemplos para reflexionar sobre cómo ha evolucionado el mundo respecto de la igualdad de género en estas últimas décadas e, incluso, poner en perspectiva cuánto más hace falta.

Asimismo, en esta parte también se hace referencia a esa angustia existencial de Oliveira, aunque, paradójicamente, es Gregorovius quien la explica: “Lamento usar un lenguaje abstracto y casi alegórico, pero quiero decir que Oliveira es patológicamente sensible a la imposición de lo que lo rodea, del mundo en que se vive, de lo que le ha tocado en suerte, para decirlo amablemente. En una palabra, le revienta la circunstancia. Más brevemente, le duele el mundo” (p. 86). Oliveira busca desesperadamente esa fusión con el todo, una verdadera conexión con la esencia de las cosas. En parte, la angustia existencial de Horacio está relacionada con la frustración constante de sentirse atrapado dentro de una empresa imposible. Esto lo lleva a mostrarse muchas veces falto de empatía con las personas que estima. El hecho de sentirse atrapado en un absurdo existencial le provoca un sentimiento profundo de desesperanza que, a su vez, deriva en una fuerte apatía respecto de las relaciones humanas. Si bien esto no justifica las actitudes despreciables que tiene hacia algunos de los personajes, en cierta medida sí sugiere su origen.

El capítulo 97 nos brinda una perspectiva bastante útil respecto de qué espera Cortázar de nosotros, los lectores: “Por lo que me toca, me pregunto si alguna vez conseguiré hacer sentir que el verdadero y único personaje que me interesa es el lector, en la medida en que algo de lo que escribo debería contribuir a mutarlo, a desplazarlo, a extrañarlo, a enajenarlo (p. 468)”, dice Morelli. Teniendo en cuenta que estamos frente a las palabras del álter ego del propio Cortázar, queda claro que Rayuela busca transformar al lector. Para lograr eso, el autor se basa en diferentes estrategias; una de ellas, por supuesto, es plantear una forma alternativa no-lineal de lectura. Según el propio Cortázar, la idea de proponer diferentes formas de leer la novela contribuye a que el lector se sienta un poco el escritor, en el sentido de experimentar diferentes opciones, tal como le pasa al autor durante el proceso de escritura. Por otro lado, exponer al lector a pasajes de “pura escritura”, es decir, de una libertad creativa absoluta a la manera de un solo de jazz también contribuye a extrañar y enajenar al lector. En términos de lo que busca Cortázar con su literatura, el lector no debería salir de un libro de la misma forma en la que entró.

Por último, en el capítulo 19 vuelve a cobrar fuerza tanto el tema de la búsqueda como el del arte. En principio, la Maga le dice a Horacio: “Vos buscás algo que no sabés lo que es. Yo también y tampoco sé lo que es. Pero son dos cosas diferentes (…). Sí, vos sos más bien un Mondrian y yo un Vieira da Silva”. Un par de líneas más abajo, ella completa la idea: “Mondrian es una maravilla, pero sin aire. Yo me ahogo un poco ahí adentro. Y cuando vos empezás a decir que habría que encontrar la unidad, yo entonces, veo cosas muy hermosas pero muertas, flores disecadas y cosas así". (p. 96). Oliveira busca esa unidad con todo lo que lo rodea, con su propia existencia, con la esencia de las cosas. Desde el punto de vista de la Maga, todos esos conceptos son demasiado abstractos, poseedores de una belleza muerta. La relación Maga-Vieira de Silva y Oliveira-Mondrian responde a la voluntad de emparentar ciertas cuestiones de personalidad de los personajes con atributos artísticos de estos pintores. Por ejemplo, la forma de ser de Oliveira posee características que se encuentran en el arte de Mondrian: tiene una fuerte tendencia a lo abstracto; es filosófico y analítico, y busca con desesperación lo absoluto. Por otra parte, lo mismo sucede entre la Maga y las obras de Vieira da Silva: ambas son vacilante, de formas misteriosas y con una enorme capacidad evocadora. En Rayuela el arte se presenta no solo como una referencia que contextualiza el universo intelectual de los personajes, sino también como un espejo que refleja parte de sus personalidades y de sus sistemas de pensamiento.