Poemas de Fernando Pessoa

Poemas de Fernando Pessoa Resumen y Análisis Poemas de Álvaro de Campos

Tabaquería

Resumen

El yo poético dice que no es nada, nunca será nada y no puede querer ser nada. Más allá de esto, tiene todos los sueños del mundo. Luego, haciendo referencia a las ventanas de su cuarto, reflexiona que se trata de un cuarto más entre los millones que hay en el mundo, y que nadie sabe quién vive en el suyo. El yo poético se pregunta qué sabría en verdad la gente si lo conociera. Las personas le atribuyen misterio a una calle atravesada por gente, de la misma manera que se lo atribuyen a la muerte o el Destino.

El yo poético dice estar vencido como si supiera la verdad. También lúcido como si fuese a morirse. Compara la hermandad que tiene con las cosas con una despedida. Está perplejo como quien pensó y encontró olvido. Luego habla de la lealtad que le tiene a la tabaquería que está al otro lado de la calle, a la cual define como “cosa real por fuera” (1998). También tiene otra lealtad: a la idea de que todo es sueño; a esta la define como “cosa real por dentro” (ibid.).

Después confiesa haber fracasado en todo, aunque como no tenía ningún propósito, quizás ese “todo” fuese, en realidad, nada. El yo poético construye una metáfora en la que establece una relación entre el aprendizaje que le dieron y una casa. Dice, entonces, que de ese aprendizaje se descolgó de la ventana trasera y, luego de ir al campo de los propósitos, solo encontró yerbas y árboles, y que toda la gente era idéntica entre sí.

Por otro lado, afirma no poder saber lo que él mismo será, ya que no sabe lo que es. También se dice que no puede ser lo que piensa, puesto que piensa que es demasiadas cosas. Así, se pregunta si puede ser un genio, pero al instante se responde que en ese momento debe haber muchas personas considerándose genios.

Más adelante, afirma que el mundo es para quien nace para conquistarlo, no para aquellos que sueñan que pueden conquistarlo, incluso si tienen razón. Se compara con Napoleón, con Cristo y con Kant: ellos sí lo conquistaron; el yo poético, en cambio, ha soñado muchas veces que lo conquistaba, pero no nació para eso. Acto seguido, afirma que no cree en él mismo de la misma forma en que no cree en nada. Le pide a la naturaleza que le brinde sus elementos: el sol, la lluvia y viento; el resto de las cosas le da igual si le llegan o no. El mundo soñado, dice, es el que conquistamos, pero luego despertamos y este es opaco y ajeno.

El yo poético le habla directamente a una niña, a quien insta a que coma chocolates, ya que no hay otra metafísica en el mundo que más que el chocolate. Insiste con la idea, llamándola “pequeña sucia” (1998), y dice admirar la verdad con la que la niña come. El yo poético habla ahora de que al menos le queda la amargura de lo que nunca será y se entrega a un desprecio sin lágrimas. Su corazón, afirma, es un cubo vacío. Enumera una serie de cosas que vio en su vida, como tiendas, veredas y perros; también enumera cosas que hizo, como vivir, estudiar, y amar. Concluye que no hay un solo mendigo a quien no envidie por el simple hecho de no ser él.

Más adelante, el yo poético dice que la gente lo conoció por lo que no era, y él no lo desmintió. Cuando quiso quitarse la máscara, estaba pegada a su cara, y cuando finalmente logró quitársela, había envejecido. Luego de decir que tiró la máscara y se tiró a dormir como un perro en un vestuario, afirma que escribe esta historia para probar que es sublime.

Acto seguido, reflexiona sobre la esencia musical de sus versos inútiles y desea encontrarla como una cosa que él hace. Eventualmente, el dueño de la Tabaquería sale y se queda en la puerta mientras el yo poético reflexiona que tanto ellos como el letrero de la Tabaquería, sus versos e, incluso, el mundo morirán. En otros satélites de otros sistemas habrá gente haciendo versos y viviendo bajo letreros: siempre hay una cosa enfrente de la otra, siempre una cosa tan inútil como la otra.

De repente, entra un hombre a la Tabaquería. El yo poético se levanta enérgico para escribir versos que digan lo contrario; pero se pone a fumar y no escribe. Luego afirma que, quizás, si se casara con la hija de la lavandera, sería feliz. Acto seguido, se levanta y va otra vez a la ventana. El hombre sale de la Tabaquería. El yo poético dice conocerlo: se trata del Esteves sin metafísica. El dueño de la Tabaquería se asoma a la puerta. Esteves ve al yo poético y le hace un gesto de despedida. Él le devuelve el saludo, el universo, dice, se le reconstruye sin idea ni esperanza, y el dueño de la Tabaquería sonríe.

Análisis

Como cada heterónimo de Pessoa, Álvaro de Campos posee datos biográficos concretos: nace el 15 de octubre en Tavira y estudia la carrera de ingeniería naval en Glasgow. Es un hombre culto y adoctrinado que adhiere al sistema monárquico, pero no es católico. En Ribatejo conoce a Alberto Caeiro, un campesino que se convierte en su maestro. Según las palabras del propio de Campos: “Lo que el maestro Caeiro me enseñó fue a tener claridad, equilibrio, organismo en el delirio y en la locura y también me enseñó a no tener filosofía ninguna pero con alma” (2005). Varios críticos coinciden en que la figura del heterónimo Álvaro de Campos es la que más se acerca a la del propio Fernando Pessoa. Sin ir más lejos, el propio Pessoa dice que Álvaro de Campos representa “lo más histéricamente histérico de mí” (ibid.).

“Tabaquería” es, sin duda, uno de los poemas más relevantes de la obra de Pessoa. En él quedan expuestas dos miradas respecto de la existencia del poeta: la interior y la exterior. En la tensión que existe entre ambas se construye el sentido que recorre todo el poema: desde una buhardilla, la mirada exterior observa la calle, los transeúntes y la tabaquería de enfrente a través de una ventana. La otra mirada, la interior, se concentra en los pensamientos y sentimientos del poeta que observa.

Así las cosas, podemos decir que esa tensión que sostiene todo el poema se basa, en buena medida, en la imposibilidad de que ninguna de las dos miradas alcance a asimilar como propio aquello que ve. En el caso de lo externo (de lo que el poeta ve de la ventana para fuera) está claro que las esencias de esas cosas son de imposible acceso. Ahora bien, en el caso de la mirada hacia el interior, de Campos plantea que se trata de una dimensión confusa, por momentos, contradictoria, y que eso no le facilita la comprensión de aquello que ve. Sin ir más lejos, lo único que tiene claro el poeta es que no sabe lo que es. Es desde este lugar de “no saber” que observa el exterior y el interior, lo ajeno y lo íntimo, y ensaya distintas definiciones, aunque ninguna parezca ser lo suficientemente estable como para consolidarse. En este punto, la ventana poco a poco comienza a constituirse como una metáfora de la separación entre el ser y lo que el ser piensa que es. La ventana no solo separa al poeta de ese mundo exterior observado, también funciona para el poeta-observador que mira hacia adentro y se da cuenta de que hay un límite tan denso como la pared de su cuarto entre su pensamiento y su ser.

Es posible leer en los versos de Álvaro de Campos, entonces, la división que el poeta realiza entre dos realidades igual de confusas y dudosas a pesar del carácter de real que les otorga. Dicho de otra forma, la cualidad distintiva que la voz poética le da a cualquier realidad es la de ser inestable o, al menos, imprecisa. Por otra parte, el poema refleja cierta frustración relacionada con esa promesa incumplida que es el pensamiento incapaz de ser llevado a la realización. En otras palabras, un malestar con la incapacidad de romper la ventana y adentrarse en el mundo. Esa incapacidad traducida en frustración se pone de relieve con mayor claridad en los siguientes versos:

¿En cuántas buhardillas y no-buhardillas del mundo
no habrá a estas horas genios-para-sí-mismos soñando?
¿Cuántas aspiraciones altas y nobles y lúcidas
—sí, verdaderamente altas y nobles y lúcidas—,
y quién sabe si realizables,
nunca verán la luz del sol real ni hallarán los oídos de nadie?
El mundo es de quién nace para conquistarlo
y no del que sueña que va a conquistarlo, aunque tenga razón.
He soñado más que todo cuanto Napoleón hizo,
he estrechado contra el pecho hipotético más humanidades
que Cristo,
he construido en secreto filosofías no escritas aún por ningún
Kant.
Pero soy, y tal vez seré siempre, el de la buhardilla,
aunque no viva en ella;
seré siempre el que no nació para eso;
seré siempre tan sólo el que tenía cualidades;
seré siempre el que esperó a que le abrieran la puerta
junto a una pared sin puerta (1998: 39).

Si nos concentramos en los últimos dos versos, podremos observar que crean una imagen poética bastante patética en la que toda la frustración está contenida en una simple metáfora: la espera a que “le abran” condenada a lo infinito, una promesa incumplida eternamente, ya que crea una dimensión donde ser y pensamiento no se encontrarán nunca. La cita también da cuenta de esa insatisfacción atroz que surge del contraste entre lo que los demás esperan de uno y el resultado insatisfactorio de ser una recreación menor de esas expectativas; dicho de otra forma, ese contraste devastador entre lo que el pensamiento construye y lo que los actos no reproducen.

Un poco más adelante en el poema aparece el concepto de máscara, aquella que imposibilita que nuestros pensamientos encuentren su anclaje en los actos que nos definen. Aquí se propone una reflexión respecto a la identidad bajo la pregunta acerca de si una persona es lo que es o lo que la gente piensa que es. En ese sentido, el poema plantea la posibilidad de que las máscaras que llevamos puestas no sean una elección, sino que se trate de imposiciones no desmentidas a tiempo. En ese caso, la persona corre el riesgo de no ser aquello que ella quisiera o cree ser, y de creerse la mentira, perpetuarla y perderse en ella. En un punto, el poeta reivindica el poder que la palabra escrita aún posee: sus versos se presentan como una fuerza para cambiar lo que es, volver sublime lo patético, es decir, alterar las cosas narrándolas con un lenguaje distinto. Así y todo, su literatura también morirá, y la palabra que la nombra no es más trascendente que el letrero de la tabaquería de enfrente.

Ahora bien, el poeta le habla a la niña y la insta a comer chocolate porque no hay otra metafísica en el mundo que el chocolate. En esos versos podemos encontrar ciertos rasgos que, probablemente, de Campos heredó de su maestro, Alberto Caeiro. Por un lado, la afirmación de que la metafísica se encuentra en lo simple y lo sensorial, sobre todo, en aquello que no tiene conciencia de sí. Por otro lado, la admiración que siente de Campos por la verdad con la que la niña come ese chocolate se asemeja, en cierta medida, a esa inocencia planteada por su maestro como la única forma de conectarse con la esencia de las cosas; ese vínculo con el mundo sin la interferencia de los pensamientos. En relación con esto, podemos decir que Álvaro de Campos es un Alberto Caeiro activo. Es, incluso, en quien ese sentimiento de irrealidad original se profundiza.

En el marco de esa inexistencia a la que todas las acciones están condenadas, aparece la sonrisa del dueño de la Tabaquería; sonrisa de una ambigüedad absoluta, que, si bien en cierta medida estimula la escritura del poema, también morirá, como el poeta, incluso, como sus versos, que intentan frustradamente arrancarlo de esa nada a la que todo está destinado. Así las cosas, en este poema podemos encontrar uno de los dilemas pessoanos más trabajados a través del heterónimo Álvaro de Campos: ¿cómo puede escapar el acto de escribir al proceso de desconfianza que se instaura en él con respecto a la ambigüedad de lo real?

Por último, ya en los versos finales, justo cuando la apatía y el desasosiego parecen empañar la ventana que separa lo exterior de lo interior y esa noción de intrascendencia invade el texto, una última acción lo cambia todo: las dos miradas, la externa y la interna, se entrecruzan. El yo poético se encuentra con las miradas que vienen del otro lado de la ventana. En ese sentido, la realidad de afuera se encuentra con la realidad interior del poeta, de quien mira. Recién en ese momento, en ese encuentro de perspectivas, ambas realidades parecen ser menos confusas o, incluso, más reales.

Lisbon revisited

Resumen

El yo poético afirma que nada lo ata a nada. Luego reflexiona sobre que no sabe lo que anhela. Dice dormir inquieto y vivir en ese soñar inquieto de quien duerme inquieto, mitad soñando. Cree que ha despertado en la misma vida en la que se había dormido; sus sueños se sintieron falsos al ser soñados. El yo poético escribe por lapsos de cansancio y expresa que el tedio lo supera.

No sabe, dice, qué destino tiene que ver con su angustia, ni qué reconocimiento podrían valerle sus versos. Luego agrega que no sabe ni eso ni ninguna otra cosa. Ahora se refiere a Lisboa, la ciudad de su infancia: dice volver a verla otra vez, con el corazón lejano. Se siente extranjero, como en cualquier parte, como un “fantasma errando en salas de recuerdos” (1998: 29). Concluye diciendo que vuelve a ver otra vez a Lisboa, pero se lamenta de no poder verse a sí mismo.

Análisis

En este poema de Álvaro de Campos, el poeta dice no saber lo que anhela ni qué destino tiene que ver con su angustia o qué reconocimiento pueden valerle sus versos. Esta ausencia absoluta de certezas lo sume en un profundo estado de angustia existencial. Varios críticos coinciden en afirmar que Campos es el más vanguardista de todos los heterónimos pessoanos, en buena medida, porque es el que más critica la modernidad imperante de la época. Todas las cosas del fragor contemporáneo parecieran atacar al sujeto, meterlo en un torbellino vertiginoso en el que él también se cosifica hasta desconocerse, como le ocurre cuando revisita su Lisboa natal.

Vale la pena mencionar que el fuerte inconformismo de Álvaro de Campos se manifiesta siempre, ya sea violentamente o bajo la forma de un tedio angustioso como lo ilustra este poema. Ese inconformismo es el producto de la distancia entre el pensamiento y la realidad que divide al sujeto. Asimismo, Campos se multiplica en su pensamiento, tiene sueños y delirios de grandeza (como vimos en “Tabaquería”), pero la realidad siempre cae de repente aplastándolo todo.

En este sentido, podemos observar algunos puntos en común entre el heterónimo de Campos y su creador, Fernando Pessoa. En principio, al igual que Pessoa, de Campos se muestra fragmentado y multifacético, de una conducta algo bipolar, con momentos de gran euforia creativa seguidos por otros de profunda amargura e impotencia. Al mismo tiempo, también como Pessoa, de Campos siente nostalgia de esa ciudad de la infancia que la modernidad infectó con su “progreso” al punto de hacerle perder su esencia. El poeta se siente extranjero en Lisboa porque, al revistarla, no puede establecer el vínculo de pertenencia que había desarrollado cuando era niño.

Nuevamente, y al igual que en “Tabaquería”, el poeta reflexiona sobre su propia escritura. Si bien hay un tedio existencial que lo supera, este no le impide escribir, aun intuyendo el destino trágico de sus versos que es la inevitable inexistencia futura. El poeta parece luchar contra una fuerza superior a la del agotamiento o a la del tedio. De Campos vigila, insomne, como si no quisiera ceder a la madrugada, a los sueños, a la angustia, a la muerte. Se aferra, entonces, a la escritura como a un lazo entre la vigilia y el sueño, como a un acto que de manera involuntaria lo mantiene despierto. La escritura para el poeta, en cierta medida, lo salva todas las noches del silencio.

Por último, de Campos concluye el poema lamentándose de no poder verse reflejado en la ciudad de su infancia. Cuando hace referencia a ese corazón lejano con el que la vuelve a ver expresa la idea de que tanto él como la ciudad han cambiado. La modernidad se ha apropiado de ese territorio del recuerdo y ha convertido a su Lisboa ideal, la de la infancia, en una ciudad genérica, sin los atributos particulares sobre los cuales el poeta había creado su sentido de pertenencia.

Poema 80

Resumen

El yo poético dice estar cansado y se justifica con el hecho de que, a cierta altura, hay que estarlo. Luego afirma no saber de qué está cansado, aunque no le serviría de nada saberlo, ya que el cansancio seguiría ahí. Está cansado, pero al mismo tiempo sonriente porque, en última instancia, el cansancio es solo “ganas de sueño en el cuerpo” (1998: 225), el deseo de no pensar en el alma y, hasta cierto punto, lucidez retrospectiva. En ese sentido, el yo poético se pregunta si cambia la lujuria después de perder las esperanzas; a lo que él mismo responde que es inteligente, solo eso. Afirma haber visto mucho y haber entendido mucho de lo que ha visto. Hay un cansancio en esto que produce cierto placer, reflexiona. Concluye diciendo que al final “la cabeza siempre sirve para algo” (ibid.).

Análisis

En este poema, de Campos vuelve sobre la idea del cansancio, aunque esta vez se enfoca más en la parte física que en la emocional. También pone énfasis en que no le serviría de nada procesar racionalmente ese cansancio, ya que este seguiría allí, en su cuerpo. En ese sentido, retoma un concepto de su maestro, Alberto Caeiro, a propósito de los beneficios de no pensar. Si de Campos sonríe, cansado y todo, es porque emparenta ese cansancio con el deseo de no pensar, y esa ausencia de pensamiento lo lleva a no perderse en subjetividades y a contemplar al mundo desde una perspectiva más esencial.

Al igual que en “Tabaquería” y en “Lisbon revisited”, de Campos vuelve a reflejar cierto delirio de grandeza al autodefinirse como “inteligente”. Esta presunción también es un rasgo característico de Pessoa y se puede ver en la concepción que tiene de su proyecto literario. Por un lado, Pessoa anuncia, de una forma casi profética, la llegada de un “Supra-Camões”, una suerte de iluminado que vendría a refundar culturalmente a Portugal para que la nación recupere su esplendor perdido. Incluso, parte de la ambición de Pessoa radica en la fundación de un Quinto Imperio, un orden nacional ajeno a la economía y a la política que llevaría a Portugal a ser el faro cultural de todo Europa. Ahora bien, la cuestión más interesante es que Pessoa se autoadjudica ese papel: cuando anuncia la llegada de este “Supra-Camões”, en realidad, está anunciando la llegada de su propia obra y la de sus heterónimos. A propósito de esto, Álvaro de Campos es el heterónimo que mejor refleja este rasgo de presunción de Fernando Pessoa.

En esta línea, Pessoa plantea la necesidad de una corriente artística nueva, a la que le da el nombre de “sensacionismo”. En palabras del propio autor, el sensacionismo es “Una actitud literaria abierta y no limitada, en la cual se admiten todas las demás corrientes, con la condición de no aceptar a ninguna separadamente” (2005). En relación con esto, Pessoa está convencido de que cada época trae modos particulares de establecer una relación entre el hombre que siente y que toma conciencia de ese sentir y los objetos de la realidad. Así, identifica los sucesos históricos que infringieron cambios significativos en la forma en que el hombre establece esta relación entre la sensación y su objeto, lo cual implica cambios considerables en la concepción del arte mismo.

Así las cosas, hemos visto y veremos cómo en los poemas de Álvaro de Campos existe una búsqueda poética que se apoya mucho más en las sensaciones del poeta que en los procesos intelectuales del pensamiento o la interpretación. Paradójicamente, este poema concluye diciendo que la cabeza siempre sirve para algo. Esta afirmación, lejos de reivindicar el pensamiento como instrumento de la poesía, busca poner de relieve que los procesos intelectuales cansan: ese cansancio, en última instancia, produce una sensación de placer.

Poema 130

Resumen

El yo poético recrea “la noche terrible” (1998: 285) que es, al igual que el insomnio, la substancia de todas sus noches. En esa noche terrible, entonces, él recuerda lo que hizo y lo que no hizo en la vida. A propósito de todo aquello que no hizo, el yo poético expresa la idea de que eso “sí que es el cadáver” (ibid.). Y por “cadáver” él entiende todo aquello que está muerto y que ni siquiera los Dioses pueden hacer vivir. Luego conjetura acerca de qué habría pasado si hubiera tomado otras decisiones en su vida; si hubiese tenido la claridad que tiene ahora mientras sufre de insomnio. En ese sentido, el yo poético está convencido de que hoy sería otro, tanto él como el universo. Así y todo, es consciente de que no lo hizo y que eso ya no se puede hacer: esos sueños que no soñó “sí que son el cadáver” (1998: 287). En relación con esto, afirma que enterrará todos esos sueños en su corazón para siempre en esa noche que no duerme.

Análisis

En este poema, podemos observar un procedimiento que ya está presente en otros poemas de Álvaro de Campos: el poeta reflexiona primero sobre cuestiones de su vida —en este caso, sobre su pasado— solo para llegar a la conclusión de que la realidad siempre se impone y no tiene demasiado sentido analizarla desde un punto de vista racional. Así, el hecho de pensar en todas las cosas que no hizo, incluso el hecho de especular con otras decisiones que podría haber tomado, no hace que la realidad inmediata del poeta se modifique en nada. Ahora bien, ¿cuál es el contexto en el que los pensamientos surgen? Siempre de noche, en ese insomnio crónico que sufre. En ese sentido, como mencionábamos en el análisis de “Lisbon revisited”, de Campos se resiste a la madrugada, a los sueños, a la angustia y a la muerte a través de la escritura.

Por otro lado, vemos que en este poema, al igual que varios de los anteriores, de Campos vuelve a introducir el concepto del sueño. Los sueños que no soñó, son “el cadáver”, afirma. Cabe preguntarse, entonces, qué son esos sueños para de Campos y Pessoa. En principio hay que recordar que tanto el autor como su heterónimo son sensacionistas. El propio Pessoa expresa que “Las sensaciones son la única realidad que nos queda” (2005). Partiendo de esta premisa, el sueño se erige como una sensación de continuo presente. Así las cosas, el sensacionismo en Álvaro de Campos se materializa en la irrealidad del sueño y consigue configurarse como esa “vida interior” a la que dota de un carácter utópico mediante la contemplación de un presente que se manifiesta como un objeto causal y, por lo tanto, ajeno. En relación con esto, esos sueños que no soñó son el cadáver porque son sensaciones de una vida interior que no logró concebir. Por eso los enterrará en su corazón en esa noche que, como todas las noches, lo encuentra insomne y luchando contra sus pensamientos.

Barrow-in-Furness

Resumen

I

En este soneto, el yo poético dice que la gente es vil y despreciable; el hecho de que no tenga ideales es la explicación de por qué nadie los cultiva. Afirma que las personas que dicen tener ideales claramente mienten. El yo poético dice amar el bien, pero solo en lo imaginario, ya que su “bajo ser” no le permite hacerlo en otro plano. Se siente una suerte de fantasma de su ser presente. Por último, afirma ser como todos, en el sentido de no creer en lo que cree. Tras ello, le pide a su corazón que deje de tentarlo para que cambie, ya que no tiene ni el más mínimo sentido.

II

El yo poético enumera una serie de conceptos (Dioses, fuerzas, almas, ciencia, fe) y dice que nada de esto explica nada. Luego dice estar en el río, en su barrica, y que eso no lo hace comprender más que estando de pie. Así y todo se pregunta por qué debería comprender más en esa situación, y se compara con el agua del río, fría y sucia, que pasa porque sí. Por último, concluye diciendo que se limitará a levantarse de su barrica y nada más.

III

El yo poético abre este tercer poema de la serie pidiéndole al río que se lleve toda su indiferencia subjetiva al mar. Luego se lamenta de su suerte, ya que dice vivir cabalgando sobre una sombra de asno. Acto seguido, le habla directamente a la ciudad: le dice a Furness que la soportará tres días más. Después de este tiempo, se irá con su desprecio y todo seguirá igual que antes.

IV

En este cuarto soneto, el yo poético compara su corazón con un estrado donde solo se expone un animálculo, una criatura solo perceptible con el microscopio. En ese microscopio de las desilusiones, el yo poético percibe inútiles sus conclusiones prácticas y teóricas sus confusiones.

V

En el quinto y último soneto de la serie, el yo poético se lamenta del tiempo que lleva lejos de Portugal. Dice que es el río Furness el que, en ese momento, irónicamente lo acompaña; río que va corriendo mientras el yo poético está parado. Por último, exclama cuán difícil le resulta a la humanidad decidir si quiere ser río o muelle.

Análisis

Ya en el primer soneto de “Barrow-in-Furness”, nos encontramos con algunos conceptos que están muy presentes en toda la obra poética de Álvaro de Campos. En primer lugar, la voz poética critica la ausencia de ideales en la sociedad, a la que considera un reflejo de los efectos negativos de la modernidad. De Campos define a la gente como vil y despreciable, justamente, porque carece de ideales y ha perdido esa brújula moral que existía antes de que el supuesto progreso que trajo la modernidad distrajera a las personas de la esencia de las cosas. Asimismo, Campos rechaza la racionalidad moderna y su falso humanitarismo. En palabras del crítico Ángel Crespo, de Campos propone “una requisitoria, una invectiva, contra la sociedad de consumo que empezaba a delinearse en su tiempo y cuyos inicios aparecen suficientemente descritos en sus versos. Y es que, si Alberto Caeiro actuó por vía de catarsis, Campos lo hace a través de la ironía” (1988, 77).

Por otra parte, cuando la voz poética da cuenta de la sensación de ser un fantasma de su ser presente, vuelve a poner de relieve su tendencia hacia el sensacionismo, esa corriente que Pessoa pretende cultivar con su obra. Retomando lo que el propio autor dice, si las sensaciones son la única realidad que nos queda, de Campos, efectivamente, es un fantasma de su época. Es decir, no logra insertarse en un mundo que ha cambiado, que exige una forma más bien superficial de relacionarse con él. Ahora bien, esa ebriedad de un “Más allá” que se conecta con lo fragmentario, además de proponer una reflexión sobre la heteronimia pessoana, da cuenta de la propia poética de Álvaro de Campos, que es intimista aun sin pertenecer a ningún alma. Sin ir más lejos, ella misma se compone como alma: una universal, plural e ilimitada que, a su vez, se compone como un cuerpo diverso, estallado, fragmentado, sintiente, exaltado, lleno y pleno de sensaciones. Así las cosas, de Campos acepta que es como todos los demás: una persona que no cree en lo que cree porque es imposible creer en algo si el mundo moderno propone una lectura tan frívola y superficial de sí mismo. Como expresa el propio Álvaro de Campos: ya no tiene el más mínimo sentido cambiar ni creer en algo.

Ya en el segundo soneto, el poeta reflexiona sobre una serie de conceptos que podríamos definir como “trascendentes”, pero los minimiza aludiendo a que ellos no explican nada. Ahora bien, así como estos conceptos no alcanzan para explicar las cosas, de Campos es consciente de que sus versos tampoco. En ese sentido, existe una sensación concreta respecto de la imposibilidad radical que el lenguaje plantea. En principio, esta sensación se basa en el hecho de que, para la voz poética, solo Dios puede hacer de la palabra la cosa misma. Además, de Campos no puede escribir versos fuera de las palabras ni puede hacer de ellos materia sensible fuera de las redes simbólicas del lenguaje. Así y todo, paradójicamente, esa imposibilidad misma de decir, de capturar por medio de la palabra la verdad de las cosas, la vida misma, es aquello que lo impulsa a escribir. En ese sentido, tanto de Campos como el resto de los heterónimos de Pessoa escriben con plena conciencia de la intrascendencia de sus versos, y esto, lejos de inhibirlos, les confiere mayor libertad.

Ahora bien, en los últimos versos del soneto II y los primeros del soneto III cobra cierto protagonismo el río. De Campos, al igual que su maestro Caeiro, pone de relieve un elemento de la naturaleza para explicar ciertas cuestiones esenciales de sí mismo. El río pasa porque sí como la propia vida de Álvaro de Campos, y cuando este le pide que se lleve toda su indiferencia subjetiva al mar, lo que hace el poeta es expresar la voluntad de tener tan poca conciencia de sí como tiene ese río.

Luego, en los últimos versos del soneto III, de Campos se dirige directamente a la ciudad. Ese hartazgo que le manifiesta (junto con la amenaza de dejarla en tres días) es un claro síntoma del rechazo que el poeta siente por la modernidad imperante. Sin eufemismos, le declara su desprecio a una Furness personificada, aunque es consciente de que, cuando él se vaya, las cosas seguirán igual que siempre. Así, el poeta entiende que ni sus opiniones ni sus versos inciden de una manera efectiva en la realidad y, al decirlo, revela un cierto dejo de impotencia. En buena medida, es esta impotencia la que le produce la sensación de ser una fantasma de su ser presente.

El soneto IV profundiza la idea de que la realidad se impone de una manera autárquica, incluso, silvestre, y que no existe un modo de no caer en ese balance en el que se perciben como inútiles sus conclusiones prácticas, así como teóricas sus confusiones. Una vez más, si las sensaciones son la única realidad posible, lo que se analice en profundidad va a dar cuenta de hasta qué punto el poeta se distrajo de esas sensaciones y se empantanó en las trampas del pensamiento. Dicho de otra forma, ¿qué conclusión no sería inútil o meramente teórica si, en última instancia, no sirve para conectarse con la esencia de las cosas?

El último soneto funciona como una reflexión final en la que de Campos vuelve a recordar con nostalgia su tierra natal. Como ya hemos mencionado, esta nostalgia lo emparenta con el propio Pessoa y es una de las razones por la cuales la mayoría de los críticos afirma que este heterónimo es el que más se parece al autor portugués. Hacia el final del soneto, de Campos vuelve a mencionar al río, pero, esta vez, para plantear un dilema filosófico en relación con la humanidad: lo difícil que le resulta decidir si quiere ser río o muelle, si quiere entregarse a la fluidez natural de su existencia, sin las interferencias que propone esa modernidad que lo ha banalizado todo, o si prefiere darle la espalda a su propia esencia y convertirse en un objeto moderno inanimado o, peor, deshumanizado.