La letra escarlata

La letra escarlata Transgresión y castigo en las colonias puritanas

Para el lector moderno, el castigo al que Hester se ve sometida en La letra escarlata -llevar una letra “A” bordada en el pecho durante toda su vida- puede parecer duro e inusual. No obstante, si lo comparamos con los castigos legales inspirados en pasajes bíblicos que se encontraban en vigencia por aquellos años, podríamos incluso decir que Hester fue afortunada.

En la Biblia, fuente originaria de derecho para los puritanos, Levítico 20:10, dice: “Si un hombre comete adulterio con la esposa de su prójimo, tanto el adúltero como la adúltera morirán”. Además, según Mateo, Jesús hizo que el adulterio incluyera los crímenes que se cometen con el corazón y no solo con el cuerpo: “Habéis oído lo que se dijo: No cometas adulterio. Pero yo les digo que cualquiera que mirara a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón” (Mateo 5:27-28). Los puritanos consideran que la autoridad civil debe ejercer una especie de vigilancia policial para asegurar el cumplimiento de los mandatos religiosos. Entienden que la violación de los mismos supone una amenaza para el orden y, en ese sentido, los gobernantes están habilitados para evitar las potenciales consecuencias negativas de estas transgresiones. Es en este punto donde la confusión entre los ámbitos civil y religioso se vuelve inevitable. El hombre debe orientar su comportamiento hacia una estricta moralidad prevista en la Biblia, evitando sus tendencias naturales negativas, y el gobernante debe hacer lo posible para que el hombre así lo haga.

En La letra escarlata se evidencian varios de estos asuntos. En primer lugar, el castigo recibido por la protagonista le parece insuficiente al grueso del público. Si se considera que las penas incluían muchas veces azotes públicos e inclusive la muerte, se entiende de dónde procede el razonamiento de varias mujeres de la comunidad. En segundo lugar, el adulterio no se veía en la sociedad puritana como un asunto de las partes. La posibilidad de tener intimidad, una vida privada, estaba asociada al individualismo y era desechada: el adulterio se interpreta como una ruptura del contrato entre los individuos y la sociedad y es un asunto que compete a toda la comunidad.

En el diario de John Winthrop, gobernador de Massachusetts, se menciona que en 1644 fueron ejecutadas Mary Latham y James Britton por adulterio. Aún así, generalmente el castigo habitual era el azote público sobre el cadalso. No olvidemos que, como vimos en la biografía, el mismo Nathaniel Hawthorne era descendiente de John Hathorne, magistrado de Salem que, además de ordenar la ejecución de muchas mujeres consideradas “brujas”, en 1688 ordenó que Hester Crawford, una mujer que acababa de dar a luz a un hijo considerado “ilegítimo”, fuera azotada en público.

El castigo de llevar una letra “A” bordada en los vestidos, por su parte, no proviene de la imaginación de Hawthorne: en el año 1964, en la colonia de Plymouth, una ley exigía la portación de la letra para señalar el crimen de las adúlteras. La letra escarlata como castigo, en lugar del azote público, acerca más al adulterio a un asunto que se resuelve en la conciencia y la penitencia privada. La opinión de que el adulterio era un asunto que tenía que ver con el ámbito privado ya era una opinión aceptable para muchos en la generación de Hawthorne aunque, para otros, los pecados sexuales de todo tipo seguían siendo asuntos de interés público.

La amonestación de Jesús en el caso de una adúltera, "El que esté libre de pecado, que lance la primera piedra", no se había convertido en un principio rector de la ley relativa a los actos sexuales. De esto se trata, en parte, la crítica de Hawthorne en La letra escarlata, cuando señala la mirada cómplice de muchas personas de la comunidad ante la penitencia de Hester Prynne, personas que han logrado salir indemnes de sus pecados y sienten el peso de la culpa al ver la letra escarlata en el pecho de Hester.

Sin embargo, recordemos nuevamente que, para los puritanos, no hay un reconocimiento de una naturaleza pecaminosa en quienes son elegidos de antemano por Dios, y viceversa. Por ende, hay un orden superficial que no se altera. Por más obras de bien que haga Hester en vida, no puede expiar sus pecados. Por más que Dimmesdale se confiese y exhiba su marca del crimen, la comunidad, con “terca fidelidad”, no dejará de verlo como un santo. Sobre esta base de elegidos y criminales es que se organiza la sociedad en Massachusetts: toda la autoridad estatal queda confinada a una minoría de elegidos que, desde su posición de autoridad, articula los instrumentos necesarios para materializar su doctrina y con ello alcanzar el objetivo que inicialmente los empujó al Nuevo Mundo. Estos instrumentos son principalmente el reconocimiento de la Biblia como fuente absoluta de derecho, reguladora de asuntos religiosos y civiles, y el ejercicio de la función policial de vigilancia de la comunidad, en función de que estas leyes se cumplan. La puesta en práctica apasionada e intensa de este período es el telón de fondo de muchas de las atrocidades por las cuales es conocida la Bahía de Massachusetts.