La letra escarlata

La letra escarlata Resumen y Análisis Capítulos 9-12

Resumen

Capítulo 9: El médico

El capítulo comienza con la llegada de Roger Chillingworth a Boston. Recién llegado de los peligros del bosque, el médico se encuentra con la imagen de su esposa siendo expuesta en el cadalso como ejemplo de pecadora. Decide no compartir ese pedestal de la vergüenza con Hester y, en lugar de eso, buscar al hombre con el cual Hester engendró a Pearl.

Chillingworth sabe de medicina pero también aprendió de los remedios de los indios en su estadía en el bosque. Logra pronto cierto estatus en Boston y puede vérselo con el gobernador o con el reverendo John Wilson, pero, sobre todo, con el reverendo Dimmesdale. Este último se encuentra gravemente enfermo, pero no se sabe bien de qué. Su estado desmejora día a día y la gente de Boston cree que la llegada de Chillingworth es un milagro, que evidentemente debe ser el médico de Dimmesdale y ocuparse de su recuperación. Esto efectivamente se concreta y debido al tratamiento pasan mucho tiempo juntos. A Chillingworth le parece esencial conocer profundamente al hombre al que debe curar.

Así como mucha gente de Boston reza por la pronta recuperación de Dimmesdale en manos del médico forastero, otros más suspicaces se han formado otra opinión de la situación. Creen que Chillingworth ha participado, en su estadía en el bosque, de los encantamientos de los sacerdotes salvajes. Hacen énfasis en que su expresión ha cambiado desde que es el médico asesor de Dimmesdale, como si en su expresión maligna acechara Satanás.

Capítulo 10: El médico y el paciente

Chillingworth cree intuir en Dimmesdale una fuerte naturaleza animal heredada. Al principio, sus estudios del joven ministro son llevados a cabo con severa y equitativa integridad, pero poco a poco el médico se obsesiona con el paciente. Hurga en él como un sepulturero.

Una noche tienen un debate con respecto a la importancia de la confesión. Mientras Chillingworth defiende la confesión a toda costa, Dimmesdale dice que no ha leído en las Sagradas Escrituras nada que implique que la revelación de pensamientos y actos forme parte del castigo. Agrega que la confesión no está hecha para la satisfacción intelectual de los seres inteligentes que desean saber cómo se explica el oscuro enigma de la vida.

De lejos, mientras conversan, ven a Pearl y a Hester Prynne por la ventana. Chillingworth se pregunta en voz alta por el origen de la niña y por los principios rectores que la guían. Dimmesdale le responde, pensativo, que ninguno, salvo el principio de la ley infringida.

El médico aprovecha la ocasión de intimidad y vuelve a arremeter preguntando por los secretos del reverendo. Quiere saber si le ha contado todo cuanto hay en su corazón. El ministro, indignado y colérico, le responde que no va a confesarse con un médico terrenal. Este momento de irritación sorprende a Chillingworth, que no entiende bien de dónde proviene esa pasión del reverendo. Logran, con los días, recomponer el vínculo.

Un mediodía, Chillingworth encuentra a Dimmesdale durmiendo en un sillón, con un libro abierto. Duerme tan profundamente que el médico se acerca y le abre la camisa a la altura del pecho, donde siempre Dimmesdale se toma. Lo que el médico ve allí lo deja atónito. Luego, lo invade una mezcla de alegría, horror y asombro. Comienza a saltar y alza los brazos.

Capítulo 11: La intimidad de un corazón

Después de la escena, Chillingworth se siente poderoso. Tal vez no sea el amigo a quien Dimmesdale le confiesa sus oscuros secretos, pero la divina providencia lo enfrentó a una imagen que habla no solo sobre la apariencia externa del reverendo sino también acerca de su alma más recóndita. Al mismo tiempo, el joven clérigo siente cada vez más que la presencia de Chillingworth es maligna.

Dimmesdale gana cada vez más popularidad en Boston. Por su carácter debería haber escalado las altas cumbres de la fe, pero hay en él algo que se lo impide: el peso del crimen y la angustia. Al mismo tiempo, este peso le da una comprensión de los seres humanos y su alma. Es un ser extremadamente empático.

Muchas veces tiene en este tiempo la intención de confesar, de gritar su pecado desde el púlpito. Pero las vagas confesiones solo han aumentado la admiración de sus oyentes, que lo consideran casi un santo. Sus turbaciones interiores lo llevan a prácticas más acordes con la fe romana, como el autoflagelo. Se tortura también con la introspección, a oscuras o frente al espejo, sin lograr purificarse. Una de esas noches de inquietud insoportable, el ministro se levanta de su silla, se viste como para una ceremonia pública, baja la escalera y sale.

Capítulo 12: La vigilia del ministro

Caminando como en sueños, Dimmesdale llega hasta el cadalso donde siete años antes Hester Prynne ha pasado sus primeras horas de vergüenza pública. Nadie puede verlo, y se pregunta si esto no es una parodia de penitencia. Sin poder contenerse lanza un alarido. Cree que es el fin, que el pueblo vendrá a su encuentro y comprenderán. Pero nadie se acerca a la plataforma. Solo ve que el gobernador y su hermana se asoman a la ventana de su casa, pero vuelven a lo suyo en seguida.

Por un momento, el ministro se calma. Sin embargo, ve a lo lejos una luz que se acerca. Es el reverendo Wilson, que viene del lecho de un moribundo, el agonizante gobernador Winthrop. Dimmesdale se siente invadido por una ola de humor negro: “Buenas noches, venerable padre Wilson. Venga aquí, se lo ruego, y pase una grata hora conmigo”, dice para sí entre risas. El reverendo Wilson pasa de largo sin verlo.

De repente se acerca la pequeña Pearl. Dimmesdale está sorprendido; Hester le dice que vienen de estar en la casa del moribundo gobernador Winthrop, donde le tomó las medidas para una túnica mortuoria. El reverendo les pide que suban al cadalso, que estén allí los tres juntos donde hace siete años solo estuvo Hester. Pearl le pregunta si al día siguiente él les tomará la mano como lo hace ahora. Él le responde que no, que lo hará el día del gran juicio, pero no al día siguiente.

Mientras le dice estas palabras a Pearl, el cielo se ilumina con un refucilo a lo ancho y largo del cielo. La escena familiar se revela arriba del cadalso, todo con un aspecto particular que parece darle una nueva interpretación moral a las cosas. Los ojos de Pearl parecen tener brujería; la niña señala la calle, pero el reverendo mira el cielo y se toma el pecho. Un meteoro ilumina la bóveda celeste. Es común en ese tiempo interpretar los fenómenos naturales como revelaciones divinas. El ministro mira el cenit y ve en el cielo la aparición de la letra A en trazos de luz roja.

Dimmesdale ve la letra A en el cielo al mismo tiempo que ve aparecer a Roger Chillingsworth, a quien Pearl señala. El reverendo tiembla de miedo y le pregunta a Hester si sabe quién es ese hombre en realidad. Chillingsworth le dice que baje del cadalso, que lo acompañará a su casa. Turbado, el ministro lo sigue.

Al día siguiente, Dimmesdale da un discurso muy alabado. Cuando baja del púlpito, el sacristán va a su encuentro y le dice que esa mañana se encontró un guante suyo en el cadalso, que fue robado por Satanás y que no vuelva a usarlo. El sacristán le pregunta al ministro si se enteró de la gran letra A que apareció por la noche en el cielo, y que ellos interpretaron como la inicial de “ángel” debido a la muerte del cuerpo del gobernador Winthrop.

Análisis

El primer capítulo de esta sección se centra en la figura de Chillingworth, y el segundo, en su vínculo con Dimmesdale. Aquí vale la pena detenerse en un detalle que tiene que ver con las complejidades de la traducción de ciertos términos de una lengua a otra, en este caso del inglés al español. Antiguamente, en inglés podía llamarse al médico “leech”, como lo hace el narrador con Roger en la novela. Esta palabra significa “sanguijuela”, un animal invertebrado viscoso que se adhiere a la piel de otros animales y succiona su sangre, y la relación que se establece en este apodo con la medicina probablemente tenga que ver con que los médicos usaban sanguijuelas con diversos fines en sus tratamientos. Ya para el momento en que Hawthorne escribe, esta palabra está siendo abandonada, pero no así en el 1600, siglo en el que se sitúa la acción de La letra escarlata. Este guiño no es casual. A pesar de que no se usa explícitamente la palabra “sanguijuela” en la traducción sobre la que trabajamos, la descripción de Chillingworth en su actitud con respecto a Dimmesdale definitivamente se asimila a la de una criatura parasitaria, como veremos a continuación.

El médico representa la ciencia, mientras que el reverendo encarna la espiritualidad. Los debates entre ambos muchas veces ponen en evidencia las tensiones entre la razón y el corazón. La enfermedad de Dimmesdale es una manifestación física de la condición de su espíritu, como también lo es la deformidad de los hombros del médico. En el caso de Dimmesdale, lo que frena su recuperación es la imposibilidad de confesar su pecado. Él siente que su rol en la sociedad es más importante que su necesidad de limpiar su conciencia. Siente que la comunidad depende en cierta manera de él y que tanto él como Hester son símbolos de algo mayos que ellos mismos. De alguna manera, desde su punto de vista, confesar sería curarse él a expensas de la comunidad. Al mismo tiempo, tomando esta decisión, somete a Hester a un terrible sufrimiento. Dimmesdale parece encontrar un vacío en este sistema moral en el cual lo único que atina a hacer es esperar que Dios exponga su voluntad.

De igual modo sucede con la medicina: Chillingworth no logra dar con el vínculo entre el aspecto físico y el espiritual de su paciente. Aquí es donde comienza a “parasitar” como una sanguijuela al reverendo. Chillingworth, perverso, escarba en Dimmesdale: “Ahora hurgaba en el corazón del pobre clérigo como un minero buscando oro o, mejor dicho, como un sepulturero cavando una tumba para hallar una joya que había sido enterrada en le pecho del difunto, aunque más probable era que solo encontrara mortalidad y corrupción” (p.116). Esta obsesión en principio no parece motivada más que por el secreto que evidentemente Dimmesdale guarda y que poco a poco va tomando forma. Chillingworth activa diferentes tormentos sutiles que van llevando a Dimmesdale a un estado de desesperación profundo. Recordemos que cuando Hester y Chillingworth se encuentran en la celda, siete años atrás, él deja claro que no será el alma de Hester el foco de su malicia. Chillingworth va tomando características malévolas, al punto que gente del mismo pueblo que aprecia a Dimmesdale considera que el médico es un enviado del diablo.

Cuando ambos ven a Pearl jugar a lo lejos hablan sobre su conducta:

- A esa niña no le importan la ley, la autoridad ni la opinión de los demás, correcta o errónea -observó, tanto para sí, como para su compañero-. El otro día vi que salpicaba al gobernador agua del bebedero de Spring Lane. ¿Qué es ella, en nombre del cielo? ¿Un duende maligno? ¿Tiene afectos? ¿La guía algún principio rector?

- Ninguno, salvo la libertad de una ley infringida- respondió Dimmesdale con serenidad, como si también él hubiera cavilado sobre el asunto-. No sé si tiene capacidad para el bien.

(p.120)

El carácter de la niña en este punto contrasta con el carácter de los dos hombres y los emparenta entre sí. Los hombres, por un lado, encarnan diferentes discursos de autoridad, del conocimiento, de la iglesia, del gobierno. Pearl, por su parte, no reconoce ningún tipo de autoridad y no hay en ella algo sagrado. Sin embargo, el retrato de la niña no es negativo en el texto. Ella encarna la inocencia de la infancia, lejos de las restricciones de un sistema opresivo como el puritano. De este modo, ella puede discernir e incluso comprender una versión de la realidad mucho más compleja de la experiencia humana que la visión forzada y simplificada puritana. Sus preguntas y pensamientos a lo largo del texto son los que, por excelencia, apelan a la verdad.

Volviendo por un momento al vínculo entre Chillingsworth y Dimmesdale, es importante resaltar el momento en que el médico confirma su intuición. Al descubrir la A en el pecho del reverendo, el doctor siente un júbilo incontenible. Nuevamente, hay una analogía con lo demoníaco: “Si alguien hubiera visto al viejo Robert Chillingworth en ese momento de éxtasis, no habría tenido necesidad de preguntar cómo se comporta Satanás cuando el cielo pierde una preciosa alma humana que él gana para su reino” (p.124). Este hecho confirma la naturaleza pecadora de Dimmesdale y su relación con el secreto. La privacidad, en el puritanismo, es un derecho tan inexistente como la libertad de expresión. Estas ideas, vinculadas con lo individual, no tienen lugar. La sociedad es considerada como un todo. Sin embargo, Dimmesdale guarda en las profundidades de su espíritu el pecado, que carcome su cuerpo. Físicamente, cada vez está más débil, y el secreto de su pecado lo lleva a tomar, además, decisiones que lo alejan de las creencias puritanas. El autoflagelo es una práctica que se aleja de las costumbres religiosas de Nueva Inglaterra; a pesar de esto, el reverendo no encuentra otro modo de sobrellevar el peso de su pecado que a través del autocastigo físico. De algún modo, intenta trazar un camino alternativo hacia la expiación o absolución.

Cuando Dimmesdale se dirige aquella noche hacia el cadalso, lo hace en una especie de trance. Al pensar que su congregación va a verlo sobre la plataforma, lo asalta un miedo casi histérico. Este miedo funciona como recordatorio de que hay toda una comunidad que depende de él. Desde el punto de vista de Dimmesdale, la deshonra pública de su figura como ministro podía endurecer a sus seguidores, o inclusive, tal vez, desviarlos del camino. Sobre el cadalso comienza el ascenso al límite de la crisis espiritual del reverendo; su intento de expiación privada sobre la tarima lo acerca a la exposición, no solo por su encuentro con Hester y Pearl sino también por el encuentro con Chillingworth.

Hester, sobre la tarima, se da cuenta de que la visión del mundo de Dimmesdale es parcial e incompleta, y que hasta que él no vea la verdad sobre sí mismo no podrá ver la verdad que lo rodea, principalmente la naturaleza de la presencia parasitaria de Chillingworth. De algún modo, la visión puritana del mundo en su totalidad es también mostrada como parcial e incompleta: desde este punto de vista, Hester es la pecadora; Dimmesdale, la personificación de la piedad; y la señora Hibbins es la hermana del gobernador y, por ende, no es considerada una bruja, a pesar de que todo indique lo contrario. En esta visión simplificada del mundo todo encaja en una categoría cerrada y absoluta, y cada persona puede ser leída en su carácter como un ejemplo ilustrativo de algún componente de este orden aparentemente coherente.

En cierta manera, Dimmesdale, a pesar de su condición de clérigo, reconoce algunos matices; sabe que hay categorizaciones que pueden ser ficciones. La dualidad aparentemente irreconciliable de su imagen ante sí mismo y la que tiene ante su congregación lo ponen en una situación privilegiada, en un nuevo nivel de percepción, que hace de su palabra una prédica mucho más fuerte que la de cualquier ministro en Nueva Inglaterra. Mientras su corazón se hunde en la oscuridad de la culpa, su poder discursivo aumenta cada día junto a su fama. Dimmesdale puede hablar del pecado, uno de los temas principales de La letra escarlata, de un modo profundo y convincente porque lo experimenta él mismo.

A pesar de esta comprensión ampliada del mundo, Dimmesdale no hace mucho por revertir su situación. Defiende una comunidad y un orden social que a la vez lo hunden: esta visión ampliada sigue sin ser completa, y esto es lo que Hester percibe cuando lo encuentra sobre la tarima. A su alrededor hay personas que juegan a ser Dios y que juzgan a voluntad; en el caso de Chillingworth, podemos decir que se siente, incluso, en el deber de impartir un castigo.

El pecado tiene consecuencias aterradoras, como el alejamiento del individuo del camino de Dios. Pero, además, Hawthorne da en la novela una definición del pecado más compleja: como consecuencia, el pecado puede alejar al individuo del prójimo, conduciéndolo al aislamiento social. El aislamiento es un motivo en la literatura de Hawthorne y, a la vez, un aspecto importante de su propia biografía: el autor pasó gran parte de su juventud aislado y solo en su habitación, saliendo tan solo por las noches cuando no había nadie en las calles de Salem. El aislamiento representa una privación de la asociación humana que es, para Hawthorne, antinatural. Así como en La letra escarlata vemos diferentes situaciones de aislamiento (Hester, Dimmesdale), también en otros textos, como el célebre cuento “Wakefield”, está tematizada la necesidad de interdependencia humana.

La muerte del gobernador Winthrop relatada en la novela, que tiene lugar la misma noche en que el reverendo Dimmesdale se sube al cadalso, tiene un carácter simbólico fuerte. En primer lugar, John Winthrop, un ferviente puritano, fue efectivamente el primer gobernador de Massachusetts, entre 1631 y 1648. Toda la escena en la que se yuxtaponen el ascenso a la tarima del joven reverendo con la muerte del viejo gobernador señala el paso de un orden más antiguo y esquemático a un tiempo nuevo, donde ya no es necesaria la observación estricta de la población para garantizar el orden en la colonia. Hester es diferente a Ann Hutchinson: ya no constituye una amenaza para la estabilidad de esta comunidad que ha dejado de ser nueva y, por lo tanto, vulnerable.

Por último, es importante hacer foco sobre la aparición del meteoro y lo que suscita. Para los fieles puritanos del siglo XVII, las manifestaciones de la naturaleza cargaban con información sobre la voluntad divina. Esta información siempre era, a diferencia de las interpretaciones filosóficas o las expresiones literarias, sencilla de decodificar por el corazón humano. Nuevamente, el narrador se muestra crítico con estas interpretaciones reduccionistas de fenómenos que sencillamente vienen a confirmar lo que los sujetos ya piensan de antemano. Es una de las críticas más fuertes del narrador, y también de Hawthorne, a la visión puritana. Dimmesdale lee la aparición de la “A” en el cielo como una forma más de su propia culpa; su propia letra escarlata. La comunidad interpreta el símbolo como la representación de la palabra “Ángel”, en relación a la muerte del gobernador Winthrop. Las posibles lecturas de un signo siempre dicen más sobre quien lee que sobre el signo en sí. Pensemos en la escena que sucede al día siguiente, cuando, en lugar de sospechar del reverendo, el sacristán le devuelve el guante insistiendo en que fue robado por Satanás. El narrador es insistente con el hecho de señalar que el pueblo ve lo que quiere ver, aunque tenga la verdad frente a sus ojos.

Para este narrador, crítico con las visiones parciales y simplistas que mencionamos, el meteoro viene a iluminar explícita y figurativamente el vínculo entre Hester, Dimmesdale y Chillingworth. Es a partir de aquí que se empieza a arrojar luz sobre los secretos.