Grandes esperanzas

Grandes esperanzas Imágenes

Los marjales, tras el primer encuentro entre Pip y el convicto

El pequeño Pip vuelve a su casa tras su primer encuentro amenazante con el convicto. Está aterrorizado, pero aun así se detiene a observar el desolador paisaje: "Ahora los marjales parecían una larga y negra línea horizontal. En el cielo había fajas rojizas, separadas por otras muy negras" (p.9). Continúa el narrador describiendo por medio de imágenes:

A orillas del río pude distinguir débilmente las dos únicas cosas oscuras que parecían estar erguidas, una de ellas era la baliza, gracias a la cual se orientaban los marinos, parecida a un barril sin tapa sobre una pértiga, cosa muy fea y desagradable cuando se estaba cerca: era una horca, de la que colgaban algunas cadenas que un día tuvieron suspendido el cuerpo de un pirata (p.9).

La señorita Havisham

El narrador describe en imágenes a la señorita Havisham: "Vestía un traje muy rico de satén, de encaje y de seda, todo blanco. Sus zapatos eran del mismo color. De su cabeza colgaba un largo velo, asimismo blanco, y su cabello estaba adornado por flores propias de desposada, aunque aquel ya era blanco" (p.60). Y agrega Pip: "la novia, vestida con traje de desposada, había perdido el color, como el traje y las flores (...), en ella no brillaba nada más que sus hundidos ojos" (p.60). Finalmente, dice haberse quedado observando, fijamente, "aquel traje que cubrió un día la redondeada figura de una mujer joven y que ahora se hallaba sobre un cuerpo reducido a la piel y a los huesos" (p.60).

El salón de banquetes de la casa Satis

La casa Satis es muy particular, y el narrador describe una de sus habitaciones, tal y como la percibe la primera vez que ingresa en ella:

"también en aquella estancia había sido excluida por completo la luz del día, y se sentía un olor opresivo de atmósfera enrarecida. (...) Algunos severos candelabros, situados sobre la alta chimenea, alumbraban débilmente la habitación, aunque habría sido más expresivo decir que alteraban ligeramente la oscuridad. La estancia era espaciosa, y me atrevo a afirmar que en un tiempo debió de ser hermosa, pero, a la sazón, todo cuanto se podía distinguir en ella estaba cubierto de polvo y moho o se caía a pedazos" (p.87).

Por otra parte, el narrador se detiene en un sector de la sala en particular, que en términos de imagen acabará resultando altamente simbólico: "lo más notable en la habitación era una larga mesa cubierta con un mantel, como si se hubiese preparado un festín en el momento en que la casa entera y también los relojes se detuvieron en el tiempo. En medio del mantel se veía un centro de mesa tan abundantemente cubierto de telarañas que su forma quedaba oculta por completo" (p.87).

El despacho de Jaggers

El narrador llega a Londres lleno de ilusión. Sin embargo, el primer lugar que visita, el despacho de Jaggers, resulta bastante lúgubre y desagradable: "estaba poco alumbrado por una claraboya que le daba luz cenital; era un lugar muy triste. Aquella claraboya tenía muchos parches, como si fuese una cabeza rota" (p.164), dice Pip, y continúa: "vi algunos objetos heterogéneos, tales como una vieja pistola muy oxidada, una espada con su vaina, varias cajas y paquetes de raro aspecto y dos espantosas mascarillas en un estante, de caras algo hinchadas y narices retorcidas. El sillón del señor Jaggers tenía un gran respaldo cubierto de piel de caballo, con clavos de adorno que le daban la apariencia de un ataúd" (p.164).