Encender un fuego

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El determinismo

El movimiento del naturalismo fue muy influenciado por las ideas del darwinismo social, surgidas en el siglo XIX e influenciadas, a su vez, por la teoría de la evolución de Charles Darwin. El darwinismo social aplica al entorno social el concepto evolutivo de que el medio natural altera la composición biológica de un organismo a lo largo del tiempo a través de la selección natural. Los darwinistas sociales y los naturalistas recurren a este argumento como prueba de que los organismos, incluidos los humanos, carecen de libre albedrío y son determinados por su entorno y su composición biológica.

Los naturalistas argumentaban que el mundo, determinista, funciona como una cadena en la que cada eslabón es causa del siguiente (para más información sobre estos enlaces causales, ver “Los procesos y las relaciones causales”, más abajo).

En "Encender un fuego", London da cuenta repetidamente de que el hombre no tiene libre albedrío, y que la naturaleza ya ha trazado su destino. De hecho, de cada uno de los accidentes que sufre el hombre, London declara que "ocurrió", como si hubiera sido inevitable y el hombre no hubiera jugado ningún papel en lo acontecido. La consecuencia más importante de esta filosofía determinista es la amoralidad y la falta de responsabilidad asociadas a las acciones de los individuos (ver “La amoralidad y la responsabilidad”, a continuación).

La amoralidad y la responsabilidad

Una revisión curiosa tiene lugar cuando el narrador dice, del segundo accidente que tiene el hombre en la nieve, que “La culpa era suya o, mejor dicho, había cometido un error”. Si bien ambas son palabras condenatorias, en la culpa subyace una responsabilidad moral y un papel en consecuencias futuras, mientras que el error sugiere un incidente aislado, fuera del control de las personas. Del mismo modo, el hombre cree que su primer accidente es mala suerte, otra palabra que connota falta de libre albedrío. El accidente también insinúa un evento imprevisto, imposible de controlar.

Si el naturalismo sostiene que el individuo carece de libre albedrío (ver “El determinismo”, arriba), como sugiere la cuidadosa redacción de London, entonces es lógico que este no deba asumir la responsabilidad de sus acciones: si los humanos ni siquiera tenemos el control de nuestras propias acciones, ¿por qué deberíamos responsabilizarnos por ellas?

La respuesta es que uno debe asumir la responsabilidad de sus acciones si puede anticipar posibles consecuencias. Dado que el mundo naturalista se basa en enlaces causales (ver “Los procesos y las relaciones causales”, a continuación), debería ser posible, hasta cierto punto, predecir las consecuencias de nuestras acciones. El hombre no podría haber anticipado su situación en la nieve y, por lo tanto, se trata simplemente de mala suerte. Sin embargo, el personaje debería haber anticipado que su siguiente acción, es decir, encender un fuego debajo de un abeto, podía acarrear consecuencias potencialmente significativas: que se apagara el fuego. Solo en este sentido anticipatorio el hombre es, en algún punto, responsable. Que el narrador haga esa revisión en el discurrir del relato, reemplazando "culpa" por "error" sugiere el área gris en la responsabilidad del hombre: si bien podría haber anticipado los resultados de sus acciones y, por lo tanto, debería ser considerado responsable, de hecho no lo hizo, por lo que no puede serlo.

Los procesos y las relaciones causales

"Encender un fuego" es, entre otras cosas, un virtual manual de instrucciones sobre cómo encender un fuego. Detalla específicamente cómo se hace para juntar ramitas y pastos, disponerlos, encenderlos y mantener el fuego encendido. La historia, como muchas obras naturalistas, está obsesionada con los procesos. Estos procesos se pueden ver como relaciones causales: cada evento causa el siguiente. La causalidad es otra preocupación del naturalismo, que se basa en la filosofía del determinismo (ver “El determinismo”, arriba).

Si bien el hombre de la historia es experto en procesos físicos, no puede dar saltos asociativos mentales y proyectar vínculos causales en su mente. El narrador nos hace saber esto desde el principio, cuando describe cómo el frío extremo no lo hace reflexionar en ciclos sucesivamente más amplios sobre la mortalidad del hombre. También ha ignorado el consejo de evitar un frío tan extremo, ni ha pensado en lo que podría sucederle en condiciones tan duras. Este defecto es particularmente dañino cuando el hombre enciende el fuego debajo del abeto; no piensa de antemano que la nieve acumulada sobre las ramas del árbol podría caer y apagar el fuego.

Recién al final de la historia, cuando está cerca de la muerte, el hombre procesa mentalmente vínculos causales, proyectando su propia muerte e imaginando a sus compañeros encontrando su cuerpo sin vida. La capacidad de procesar estos vínculos causales es la única forma en la que uno puede ser considerado responsable de sus acciones en el naturalismo (ver “La amoralidad y la responsabilidad”, más arriba). Como el protagonista del cuento no establece estos vínculos mentales, no es completamente responsable de los accidentes que le suceden.

El instinto vs. el intelecto

Aunque el protagonista no es un "intelectual", ejerce más propiedades intelectuales que instintivas: utiliza herramientas complejas (fósforos) para encender un fuego; entiende qué tanto frío hace leyendo la temperatura; identifica dónde está (el arroyo Henderson, en el Yukón) a través del lenguaje en un mapa. El perro, por otro lado, es puro instinto. Se mantiene caliente con su abrigo de piel natural o enterrándose en la nieve; tiene una comprensión innata del frío y los peligros que este implica; no podría señalar su ubicación en un mapa pero puede, con su olfato, encontrar el campamento de hombres por sí mismo. En el Yukón, el instinto vale mucho más que el intelecto. Al hombre, de hecho, el intelecto lo traiciona: su habilidad para encender los fósforos no sirve de nada en el frío extremo, mientras que el perro se muestra mucho más sabio, en tanto es consciente de que el frío es demasiado peligroso para ellos. El animal incluso se da cuenta cuando el hombre trata de engañarlo para matarlo y meter sus manos entre sus cálidas tripas. Así es como solamente el perro sobrevive, y aunque es posible que no pueda ser completamente independiente, tiene el instinto para dirigirse hacia "los otros proveedores de alimentos y de fuego" en el campamento cercano.

El entorno indiferente y la supervivencia

El naturalismo no solo sostiene que el entorno es determinista (ver “El determinismo”, más arriba), sino también indiferente. El medio ambiente no hace nada para ayudar a sus habitantes; de hecho, es fríamente indiferente a su existencia y a su lucha. En "Encender un fuego", el Yukón también sería igual de frío sin el hombre, y no deja de serlo mientras el hombre lucha por mantenerse con vida. Esta indiferencia convierte a la supervivencia en un objetivo fundamental para los personajes naturalistas. A medida que avanza la historia, el hombre cambia su objetivo de llegar al campamento a evitar la congelación primero, y a simplemente mantenerse con vida, después. El naturalismo invoca conflictos profundos, siendo el del hombre contra la naturaleza uno de ellos.

El poder objetivo de los números y los hechos

El naturalismo sostiene que el mundo solo puede ser comprendido a través del conocimiento científico y objetivo. En "Encender un fuego", el lector encuentra varios de estos datos objetivos. Por ejemplo, las temperaturas inferiores a cincuenta grados bajo cero delimitan la zona de peligro para viajar solo. El narrador nos dice también la cantidad exacta de fósforos que el hombre enciende a la vez. Además, el hombre está constantemente pendiente y preocupado por la distancia que lo separa del campamento y el tiempo que tardará en recorrerla. Estos hechos concretos deberían proporcionarle al hombre suficiente información para evaluar de manera competente el entorno en el que se encuentra, pero no lo hace antes de estar en peligro mortal.

La muerte

Si bien el narrador alerta al lector, desde el comienzo del relato, sobre el peligro al que se enfrenta el protagonista cruzando el Yukón solo a tan bajas temperaturas, ninguno de sus malos augurios hace mecha en el protagonista; "su problema era que carecía de imaginación", se nos dice de él. Así es que para el hombre, indiferente a las señales y totalmente ciego respecto al peligro, la muerte no es una cuestión a considerar hasta que, tras una serie de sucesos que lo ponen en evidente riesgo, esta se impone de repente como una visión terrorífica y atroz.

La muerte se presenta en la psiquis del protagonista como una imagen que se impone pese a la resistencia del hombre, que trata de evitarla para no entrar en pánico: "Le asaltó el miedo a la muerte, un miedo oscuro y angustioso". Este miedo va a crecer a la par de la creciente conciencia de que nada de lo que haga puede ya salvarlo. Entonces el hombre se entrega a la desesperación y corre, aún sabiendo que es en vano, hasta que lo vence su cuerpo, que deja de responderle. London transmite magistralmente al lector la tensión, la angustia y la impotencia que siente el protagonista frente a su muerte, inminente e inevitable, contrastándola con la impertubabilidad del paisaje y la indiferencia del perro.