Encender un fuego

Encender un fuego Resumen

Un hombre se desplaza con un perro lobo esquimal en el territorio del río Yukón, Canadá, cerca de la frontera de la actual Alaska, en una mañana extremadamente fría. El frío no perturba al hombre, un recién llegado al Yukón que planea reunirse con sus compañeros a las seis en un viejo refugio. A medida que empieza a hacer más frío, se da cuenta de que sus pómulos desprotegidos se congelarán, pero no le presta mucha atención. Camina por un sendero que sigue un arroyo congelado, consciente de los peligrosos manantiales ocultos que pueden yacer debajo: mojarse los pies en un día tan frío es extremadamente peligroso. Se detiene para almorzar y enciende un fuego.

Poco después, el hombre continúa su camino y, en un lugar aparentemente seguro, se hunde en la nieve y se moja hasta las pantorrillas. Maldice su suerte; encender un fuego y secar su calzado lo retrasará al menos una hora. Sus pies, así como los dedos de sus manos, están entumecidos, pero enciende el fuego. Recuerda al veterano de Arroyo Salado, que le ha advertido que ningún hombre debería viajar solo en la región de Klondike con una temperatura de cincuenta grados bajo cero.

Cuando el hombre está intentando desatar sus botas, trozos de nieve caen desde las ramas del abeto bajo el que estaba armando la fogata y la apagan. Aunque encender un fuego a la intemperie habría sido más sabio, al hombre le resultó más fácil echar las ramas del abeto directamente debajo del árbol. Pero cada vez que sacaba una ramita agitaba ligeramente el árbol hasta que, en este punto, una rama más alta volcó su carga de nieve, provocando una pequeña avalancha de nieve que apagó el fuego.

El hombre se asusta y se prepara para encender un nuevo fuego, consciente de que, a este altura, probablemente va a perder algunos dedos por congelación. Recoge ramitas mezcladas con musgo. Con los dedos entumecidos y casi sin vida, intenta sin éxito encender una cerilla. Reconociendo que no puede hacer movimientos finos, agarra todas sus cerillas y las enciende simultáneamente, prendiendo fuego, luego, un trozo de corteza. No obstante, cuando trata de proteger su fuego del húmedo musgo, su nueva hoguera se apaga.

El hombre decide matar al perro y pone sus manos dentro de sus cálidas entrañas para restablecer su circulación. Llama al animal, pero algo aterrador y extraño en la voz del hombre lo asusta. El perro finalmente se acerca y el hombre lo agarra en sus brazos. Pero no puede matarlo con las manos entumecidas: no podría ni sacar su cuchillo ni estrangular al animal. Lo deja ir.

El hombre se da cuenta de que congelarse unos dedos es ahora una perspectiva mucho menos preocupante que la muerte. Entra en pánico y corre por el sendero del arroyo, tratando de restablecer la circulación, con el perro pisándole los talones. Pero su resistencia cede, finalmente cae y no puede levantarse. Lucha contra la idea de su cuerpo congelándose, pero es una visión demasiado poderosa y lo mueve a correr de nuevo. Vuelve a caer, se levanta para hacer una última carrera, en pánico, y cae una vez más. Decide que debe enfrentar la muerte de una manera más digna. Se imagina a sus amigos encontrando su cuerpo al día siguiente.

El hombre cae finalmente en un sueño confortable. El perro no entiende por qué aquel está así, sentado en la nieve sin hacer fuego. A medida que llega la noche, se acerca y detecta la muerte en el olor del hombre. Se escapa en dirección al campamento, "donde se encontraban los otros proveedores de alimento y de fuego".