El misántropo

El misántropo Símbolos, Alegoría y Motivos

El desierto (Símbolo)

En más de una oportunidad, Alcestes, el misántropo, hace expresa su decisión de irse a vivir al desierto, donde podrá vivir en soledad y ya no padecerá la hipocresía que reina entre los hombres y las mujeres que componen la alta sociedad francesa. Solo hay un motivo que lo ata a la vida en común: el amor, tan irracional como irrefrenable, que siente por la hermosa Celimena. Sin embargo, hacia el final de la obra, Alcestes confirma que Celimena no solo no es la excepción de todas aquellas miserias que él aborrece en la sociedad, sino que, más aún, parece concentrarlas en mayor manera que el resto. Tras comprobarlo, Alcestes decide abandonar definitivamente la sociedad para irse a vivir al desierto, sin otra compañía que él mismo. El desierto, así, se transforma en un símbolo de su misantropía, de su incapacidad de integrarse a la sociedad que tanto desprecia.

Los elementos hipocráticos (Motivo)

En varios parlamentos de la obra se encuentran elementos como la flema y la bilis. Esto se corresponde con un trabajo que hace Molière con la teoría de los humores. Conocida también como la Teoría de Hipócrates, consiste en un sistema de medicina arcaico, adoptado por los antiguos médicos y filósofos griegos y romanos, que detallaba la supuesta composición y funcionamiento del cuerpo humano basándose en la interacción entre cuatro humores básicos: flema, sangre, bilis negra y bilis amarilla. La preeminencia de un elemento por sobre otros determinaría el humor, el carácter de un personaje.

En El misántropo encontramos explicitado el elemento de la flema en asociación a Filinto. El flemático es un personaje poco comprometido por la emoción, capaz de reírse de todo, de tomarse menos en serio lo que lo rodea. Filinto habla sobre su “flema” en contraposición a la “bilis” (p.89) de Alcestes, y en sus parlamentos aparece la propia identificación con su elemento característico:

Ya me duelen los ojos de ver, en la ciudad y en la corte, objetos que me revuelven la bilis. Os digo que entro en un negro humor y en un profrundo disgursto cuando veo vivir a los hombres según viven (p.88).

Alcestes es uno de los personajes molierescos más identificables con la bilis, y El misántropo contiene, de hecho, un subtítulo o segundo título, que es El atrabiliario enamorado. La palabra “atrabiliario” contiene, justamente, la palabra “bilis”. El atrabiliario es el que tiene el humor complejo, no fluido, el que tiene la bilis atravesada, que no encuentra su cauce. Por eso, el misántropo critica todo el tiempo, no encuentra la paz, aborrece a su alrededor. Generalmente, el atrabiliario se identifica con la bilis amarilla, pero en este caso, en Alcestes encontramos una combinación, puesto que es un atrabiliario, pero identificable también con la bilis negra, oscura, que produce melancolía (“entro en un negro humor”, decía Alcestes en el fragmento previamente citado). “Melas” en griego significa “negro”, y es la bilis negra la que atraganta al protagonista de El misántropo, quien aborrece lo que le rodea a su vez que, en su carácter melancólico, parece idealizar un pasado que habría carecido de los horrores que encuentra en las modas actuales de su época. En el último acto el protagonista recupera ese elemento —“dejadme solo, en este sombrío rincón, con mi negro disgusto” (p.115)— marcando así una nueva y definitiva preponderancia, al final de la pieza, del carácter melancólico, atrabiliario, de un personaje cada vez más desilusionado con su presente.

El fuego (Motivo)

En la obra se presentan varios elementos que componen al motivo del fuego, asociado siempre a la fuerza irrefrenable, irracional, del deseo. Fuerza, por su parte, contrapuesta a la razón. A lo largo de la tradición cultural occidental, la asociación metafórica entre el fuego y lo pasional se ha ido consolidando como un verdadero motivo reiterado: se habla del amor como una fuerza abrasiva que calienta el corazón de los amantes; se dice que las personas furiosas echan fuego o chispas por los ojos; y cuando una relación amorosa finaliza se dice de ella que su fuego se ha apagado y solo quedan cenizas. Estos son solo algunos de muchos ejemplos. Como vemos, El misántropo hace suya esta tradición y se encadena a la serie de obras que hacen del fuego un motivo fundamental.

En la obra, se trataría de una pulsión que aparece manifestada en los parlamentos de Alcestes mediante expresiones como el “ardor” (p.90), la “llama” (p.110) o el propio “fuego” (p.119). También aparece la idea de “hervor” en parlamentos como el que dedica el protagonista a Celimena en un estado de ira: “Temed cualquier cosa después de ofensa semejante, yo hiervo; no puedo más; mis sentidos, penetrados del golpe mortal que me asestáis, no se rigen ya por la razón” (p.110). El motivo del fuego aparece siempre entonces identificable con la pérdida de control racional en favor de un carácter pulsional, violentamente emocional. “¡Cómo sabéis, pérfida, (…) manejar en vuestro interés el prodigioso fuego de este fatal amor nacido de vuestros ojos traidores!” (p.112).

El factor pasional parece actuar siempre en contra de la razón de Alcestes: tanto como un fuego que lo atrae a una mujer poco confiable, como en la furia y el dolor que lo perturban una vez que se sabe traicionado. Si bien por vía de la razón el protagonista sabe que debe olvidar a Celimena, sus intensas emociones y sentimientos por la muchacha no le permiten tomar esa decisión. Lo que lo detiene es, efectivamente, ese factor pasional que lo incapacita para abandonar esa relación:“Por mucho fuego con que quiera odiaros, ¿pensáis que hallo en mí un corazón pronto a obedecerme?” (p.118), manifiesta el personaje. Lo pasional implica tanto la ira (aquí, el “fuego”) como el deseo, ambos impulsos contenidos en el campo léxico de la fogosidad.

La luz y la oscuridad (Motivo y símbolo)

La obra expone el ejercicio de la cortesía, por medio del cual la verdad, mediante disimulos, se oculta, se oscurece, se vuelve menos clara. Esta dinámica de la verdad y la falsedad, de la honestidad y el ocultamiento, se manifiesta una y otra vez en los parlamentos de los personajes, asociada simbólicamente a los elementos de la luz y la oscuridad y componiendo un motivo. Vale decir que la asociación simbólica entre la luz, que arroja verdad al iluminar, y la oscuridad, que oculta y se asocia al engaño y la mentira, es uno de los motivos más repetidos a lo largo de la historia de la cultura. La encontramos, como ejemplo paradigmático, en la famosa Alegoría de la caverna del filósofo Platón.

“Prometo presentaros entera luz sobre esa materia” (p.107), afirma Arsinoe, quien poco antes hablaba de “sombras de mal” (p.104). La luz, identificada supuestamente con la verdad, aparece en la obra como un elemento que suele estar eclipsado por sombras, oscurecido por la falsedad. La hipocresía, en este cuadro, como procedimiento de ocultamiento, sería lo que disfraza, confunde, verdad y falsedad, luz y oscuridad, y lo que vuelve muy difícil distinguir entre una y otra cosa. Es por eso que, vinculado al motivo de la luz y la sombra, participa también en la obra una expresión utilizada en varios momentos, que es el de la ceguera. Por momentos, los personajes hablan de la necesidad de clarificar tal o cual asunto para destruir “la ceguera en que está cada uno respecto de sí mismo” (p.105), y otros argumentan contra la fragilidad de ciertas mentiras alegando que “el mundo no está ciego ni se deja engañar” (ibid.). La asociación entre verdad y luz, a lo claramente visible, se contrapone al ocultamiento como engaño: “Mi mayor talento es ser sincero y franco; no sé engañar a los hombres hablándoles, ni tengo el don de ocultar lo que pienso” (p.107).

En el cuarto acto, este motivo cobra preponderancia porque la infidelidad aparece como el elemento que concentra la noción de ocultamiento. “Las frecuentes sospechas que hallabais odiosas buscaban la desgracia que han encontrado mis ojos” (p.110), explicita Alcestes en la tercera escena, enfrentando a la ejecutora de la traición. El lenguaje utilizado por el enfurecido protagonista pone en primer plano los elementos asociables a la verdad y la falsedad, a la luz y la oscuridad: Alcestes habla de sus ojos, mientras agita en su mano una carta, escrito por el puño y letra de Celimena, como una prueba irrefutable, inocultable, de la verdad. Cuando la muchacha intente desmentir la acusación (alegará que la carta era para una mujer), Alcestes contraatacará: “¿Tan faltas de luces crees a las gentes?” (p.111).

El motivo de la luz y la oscuridad reaparece en el último acto en su vinculación simbólica a los conceptos de verdad y falsedad. En la primera escena, Alcestes refiere a su antagonista en el juicio como “un traidor” que “sale triunfante con una negra falsedad” (p.114). Lo oscuro, negro, oculto, se asocia en este caso íntimamente al vicio, y precisamente a la mentira, la falsedad. La frase de Acasto en la cuarta escena, al referirse a una carta escrita por Celimena, hace uso de este mismo campo simbólico: “Esta letra no tiene, sin duda, obscuridad alguna” (p.117). La expresión de Acasto alude a la evidente verdad visible en la prueba que tiene en sus manos.

Las cadenas (Motivo)

En varios parlamentos de la obra aparece mencionado el elemento de las cadenas, constituyéndose como un motivo reiterado en boca de los personajes. Este, además, refiere metafóricamente al apresamiento que produce una relación amorosa. “Mi corazón es tan vil que no logra romper la cadena que le prende” (p.111), se lamenta por ejemplo un protagonista que no logra desligarse de Celimena por más que su razón le ordene hacerlo. Así, la cadena parece identificarse con una fuerza coercitiva, pulsional, irrefrenable del deseo.

El elemento aparece en varias ocasiones, en parlamentos de diversos personajes, siempre asociado a esta significación metafórica. En el último acto, cuando Alcestes dictamina definitivamente el rompimiento de su relación con Celimena, hace uso nuevamente de dicha expresión: “Este doloroso ultraje me desprende para siempre de vuestras cadenas” (p.119). Las cadenas vuelven a poner de manifiesto que el vínculo con la joven no traía más que sufrimiento al protagonista, que se sentía preso de una atracción que contradecía toda su razón. La imagen del hombre encadenado representa esta situación de Alcestes, quien por perseguir a la joven parecía apresado a pesar de su voluntad, de su decisión, y ahora, tras lograr salirse de ese lazo, recupera su libertad.