El burlador de Sevilla y convidado de piedra

El burlador de Sevilla y convidado de piedra Resumen y Análisis Jornada segunda (vv. 1046-1485)

Resumen

En el palacio real de Sevilla, el rey Alfonso y don Diego Tenorio, el padre de don Juan, reciben la noticia de lo sucedido en la corte de Nápoles por medio de una carta de don Pedro. En ella se le informa al rey que don Juan se dirige a Sevilla. El rey, quien conoce la injusta acusación que recae sobre Octavio, decide escribirle al rey de Nápoles para que lo exima de sus responsabilidades. También dispone que el burlador se case con Isabela y sea desterrado a Lebrija hasta la boda, y explica que esta condena debe agradecerla don Juan al mérito de su padre. Por otro lado, deshecha la posibilidad de matrimonio entre don Juan y doña Ana, el rey decide nombrar a don Gonzalo “mayordomo mayor” (v. 1075), es decir, jefe principal de la servidumbre de su palacio, para compensarlo.

A continuación, se presenta Octavio en el palacio real, y don Diego le ruega al soberano que no permita un duelo entre él y su hijo. Octavio expone ante el rey Alfonso el agravio que recibió, y este determina casarlo con doña Ana para reparar el daño. El duque se muestra complacido con la resolución y, más tarde, a solas con su criado, Ripio, se muestra alegre por haber hallado consuelo por la ofensa recibida. Poco después, don Juan y Catalinón se encuentran con Octavio en el palacio real. El primero miente fingiendo que abandonó Nápoles por una citación del rey, y el duque habla como si ignorara que don Juan es el culpable de la deshonra de Isabela.

Luego, don Juan se encuentra con su amigo, el marqués de la Mota, y le pregunta por las prostitutas de Sevilla que ambos conocen. El marqués describe, en tono mordaz, la condición decadente en la que ellas se encuentran y comenta que la noche anterior ha burlado a una de ellas, al marcharse sin pagar por su servicio. También señala que esa misma noche planea burlarse de otras dos prostitutas, y don Juan decide participar en las burlas.

A continuación, el marqués confiesa que se siente atraído por su prima, doña Ana, quien acaba de llegar de Lisboa y también se siente atraída por él. Él sabe que el rey ha concertado el matrimonio de ella, pero desconoce quién será el futuro esposo. Poco después, el marqués se marcha dirigiéndose hacia un palacio. Don Juan y Catalinón le siguen el paso, hasta que una mujer susurra desde atrás de una reja llamando al burlador. Ella le entrega una carta, pidiéndole que se la dé al marqués, y se retira. Don Juan la lee y advierte que la carta le ofrece la oportunidad de una nueva burla al comprobar que la escribió doña Ana. En la carta, la mujer le explica al marqués que su padre ha acordado su matrimonio en secreto, y le propone una cita a las once de la noche. Además, le indica que debe vestir una capa de color para identificarlo. Don Juan se envanece con la idea de su próxima burla. Catalinón, que reprueba su conducta, le advierte nuevamente sobre las consecuencias adversas de sus actos. Entonces, el burlador reprende a su criado por las advertencias y lo acalla.

Cuando regresa el marqués, don Juan le explica que recibió un mensaje de una mujer, quien le habló a través de una reja. Le indica que la mujer desea encontrarse con él a las doce de la noche (una hora más tarde de lo que dice la carta) y que él debe vestir una capa de color. El marqués se complace al escucharlo, puesto que sabe que la mujer es doña Ana, y se retira.

En ese momento se acerca don Diego Tenorio para hablar con su hijo, le pide que cambie su conducta, le comunica la decisión del rey de desterrarlo y lo reprende por haber traicionado a Octavio. Además, le advierte que existe la justicia divina y le dice que, puesto que desoye sus amonestaciones, deja en las manos de Dios su castigo. Cuando don Diego se retira, don Juan, sin escarmentar ni mostrar aflicción, parte en busca del marqués de la Mota.

Análisis

Al comienzo de la “Jornada segunda”, la acción se traslada a la corte del rey Alfonso, en Sevilla. De la misma manera que en el primer acto, la acción comienza abruptamente, con referencias a un evento inmediatamente anterior, en este caso, la lectura de una carta. Don Diego le transmite al soberano el contenido de la carta, en la que se exponen los acontecimientos que tuvieron lugar en el palacio real de Nápoles, y a los que el lector o espectador asistió en la “Jornada primera”. De esta manera, se conectan los dos actos entre sí. Por otra parte, se infiere que la carta fue escrita por don Pedro, puesto que don Diego le dice al rey: “Es de tu embajador, y de mi hermano” (v. 1048).

En esta ocasión también podemos observar que el soberano es incapaz de tomar una decisión firme frente a los agravios que causó don Juan: se limita a deshacer el matrimonio que había acordado entre él y doña Ana, y a ordenar su matrimonio con la mujer a la que el burlador engañó, Isabela. Además, destierra a don Juan, hasta el momento de su boda, a una población que dista pocos kilómetros de Sevilla, Lebrija. La poca severidad de su castigo se debe, como el mismo rey afirma, al lugar que ocupa el padre de don Juan dentro de su corte: “Y agradezca (don Juan) / solo al merecimiento de su padre” (vv. 1065-1066). De esta manera, se pone en evidencia la corrupción de su gobierno.

Inmediatamente después, el soberano se muestra inseguro sobre qué decisión tomar para compensar a don Gonzalo (con quien había acordado el matrimonio de su hija), y recurre al consejo de don Diego, que es el camarero mayor: “Pero decid, don Diego, ¿qué diremos / a Gonzalo de Ulloa, sin que erremos?” (vv. 1067-1068). De esta manera, se refuerza la idea de la incapacidad del soberano para gobernar y, además, la escena puede ser interpretada como una dura crítica a la influencia que ejercen los privados de los reyes en el gobierno. En este sentido, la crítica apuntaría a Felipe III, rey de España entre 1598 y 1621, quien delegó los asuntos del gobierno, primero, a manos del duque de Lerma; luego, a las de su hijo, el duque de Uceda; y, finalmente, a Felipe IV, rey de España entre 1621 y 1665, quien había compartido las responsabilidades de su gobierno con el conde-duque de Olivares.

Por otro lado, el duque Octavio, quien se muestra complacido con el acuerdo de matrimonio que le propone el rey, y lo considera un triunfo personal, se caracteriza, de esta forma, como un cortesano lleno de vanidad al que todos terminan engañando: don Juan lo traicionó, Isabela permitió que se lo acusara injustamente, y don Pedro le mintió y fingió ayudarlo dándole la oportunidad de escapar, aunque en realidad esto lo desfavorecía. La frase que utiliza Octavio para describirle a su criado su encuentro con el rey muestran el envanecimiento del personaje: “César con el César fui, / pues vi, peleé y vencí” (vv. 1131-1132). Las últimas palabras parafrasean la famosa frase “veni, vidi, vici” (llegué, vi, vencí) atribuida a Julio César, que se utiliza para señalar que una victoria fue rápida y concluyente. Por último, en el diálogo que sigue entre él y don Juan, vemos otra característica del protagonista, a quien se retrata como un individuo sin escrúpulos a la hora de mentir en la cara de su víctima.

A continuación se presenta un nuevo personaje, el marqués de la Mota, un amigo de don Juan que demuestra ser tan disoluto como aquel. El diálogo que mantiene con don Juan pone en evidencia la personalidad de ambos: el marqués de la Mota describe de manera degradante a las prostitutas de Sevilla que los dos han frecuentado, y ambos se mofan de la decadencia de ellas. Cuando don Juan le pregunta por la posibilidad de hacer una burla —“¿Qué hay de perros muertos?” (v. 1250)— aludiendo al engaño de marcharse sin pagarle por su servicio a una prostituta, el marqués comenta que el día anterior ha burlado a una mujer, y tiene planeado hacerlo nuevamente esa misma noche.

Por una parte, la presencia de este segundo burlador en la obra funciona para mostrar el alcance de la maldad de don Juan: si bien ambos reúnen un conjunto de características negativas, don Juan es aún peor que aquel, a quien incluso engaña, como se verá al final de la jornada. Por otra parte, cuando el marqués confiesa que se siente atraído por doña Ana, el lector o espectador advierte el enredo que supone esta situación: doña Ana no solo es la mujer que su amigo pretende, sino también la mujer con quien el rey dispuso que se casara Octavio.

Más tarde, en las palabras que el burlador le dirige a su criado, se revela la fama que el protagonista ha alcanzado: “Sevilla a voces me llama / el Burlador” (vv. 1309-1310). Sin embargo, don Juan se muestra orgulloso de la fama adquirida y, cuando Catalinón lo llama “el burlador de España” (v. 1484), demuestra que le agrada el apelativo que propone su criado: “Tú me has dado gentil nombre” (v. 1485).

En este acto también se revela la naturaleza de los engaños del burlador. Sus burlas no están motivadas tanto por el intento de satisfacer un deseo sexual, si por el placer personal que le proporciona deshonrar a las mujeres:

El mayor
gusto que en mí puede haber
es burlar una mujer,
y dejalla sin honor (vv. 1310-1313).

Ante ello y al igual que en el acto anterior, Catalinón le advierte nuevamente que será castigado por sus actos:

No lo apruebo.
Tú pretendes que escapemos
una vez, señor, burlados;
que el que vive de burlar
burlado habrá de escapar,
pagando tantos pecados
de una vez (vv. 1348-1354).

Como veremos, a medida que avanza el drama las amonestaciones a don Juan se irán acumulando una tras otra. En el primer acto, Catalinón y Tisbea ya le habían advertido al burlador sobre las consecuencias de sus obras; ahora, es su criado quien repite la advertencia; a continuación, quien cumple este rol es don Diego:

Traidor, Dios te dé el castigo
que pide delito igual.
Mira que, aunque al parecer
Dios te consiente y aguarda,
su castigo no se tarda (vv. 1436-1444).

Al igual que en los casos anteriores, don Juan vuelve a descartar la amonestación mediante su ya característica frase: “¿Tan largo me lo fiáis?” (v. 1445). En suma, todas estas advertencias sobre la inexorabilidad de la justicia divina, así como la indiferencia que muestra el protagonista ante ellas, apuntan a su castigo final, el que presenciaremos en el último acto.

Finalmente, en esta jornada también se sugiere que el engaño que don Juan concibe contra doña Ana supera el engaño que efectuó contra Isabela: “Gozaréla, ¡vive Dios!, / con el engaño y cautela / que en Nápoles a Isabela” (vv. 1342-1344). Así, el lector o espectador asiste a una situación análoga a la que, presumiblemente, tuvo lugar antes de la primera jornada.