El burlador de Sevilla y convidado de piedra

El burlador de Sevilla y convidado de piedra Resumen y Análisis Jornada primera (vv. 375-1045)

Resumen

En Tarragona, una pescadora llamada Tisbea pronuncia un extenso soliloquio en donde se muestra orgullosa de permanecer invulnerable a las pasiones amorosas. Además, se jacta de su desprecio hacia los hombres que le han declarado su amor, y afirma que otras mujeres la envidian porque posee muchos pretendientes. A continuación, habla sobre su vivienda hecha de paja y, finalmente, se refiere a Anfriso, uno de sus pretendientes que está dotado de excelentes virtudes y a quien, sin embargo, desprecia.

Las reflexiones de Tisbea se interrumpen cuando divisa a dos hombres que saltan de un barco a punto de hundirse. Don Juan salva la vida a su lacayo, Catalinón, a quien lleva a la orilla nadando, pero cae desmayado al llegar allí. Tisbea le indica a Catalinón que vaya en busca de otros pescadores a pedirles ayuda y, antes de que se marche, le pregunta por la identidad del caballero que se encuentra allí. Catalinón explica entonces que es don Juan Tenorio, el hijo del camarero mayor del rey.

Tisbea se queda a solas con don Juan, a quien sostiene en su regazo. Cuando él recupera el sentido, comienza a cortejarla inmediatamente y ella, poco después, comienza a sentirse cautivada por él. Luego llega Catalinón con algunos pescadores, y Tisbea les pide a ellos que conduzcan a los náufragos a su casa para agasajarlos. Entonces, don Juan se dirige a su criado y le pide en secreto que no le releve su identidad a la pescadora. También afirma que esa misma noche tendrá relaciones sexuales con ella.

Mientras tanto, en el palacio real de Sevilla, el rey Alfonso XI recibe a don Gonzalo de Ulloa, Comendador mayor de Calatrava y embajador del rey en Lisboa. Don Gonzalo, que acaba de llegar de Lisboa, realiza una descripción pormenorizada y elogiosa de esa opulenta ciudad. Entonces, el rey Alfonso, agradecido, decide premiar sus palabras y dispone, para eso, el casamiento de la hija del comendador con don Juan Tenorio.

Esa noche, en Tarragona, don Juan le ordena a Catalinón que prepare dos yeguas, que pertenecen a Tisbea, para huir. El lacayo le advierte que pagará con la muerte el daño que le causa a las mujeres, pero don Juan muestra confianza en que el momento de su muerte está aún muy lejos, exclamando “¡Qué largo me lo fiáis!” (v. 905).

Luego, a solas con Tisbea, don Juan le promete casarse con ella. Tisbea le advierte, primero, que sus condiciones sociales desiguales no les permitirán casarse, pero el burlador insiste en su promesa y le pide su mano. Luego, Tisbea le advierte dos veces que existe la justicia divina, y don Juan repite dos veces, para sí, “¡Qué largo me lo fiáis!”. Finalmente, mantienen relaciones sexuales y él, a continuación, abandona a la mujer.

Mientras tanto, los pescadores han organizado una fiesta de bienvenida para los náufragos, y comienzan a cantar. Entonces, Tisbea irrumpe con gritos, diciendo que fue engañada y deshonrada, y que acudirá al rey en busca de venganza.

Análisis

Al finalizar el primer acto, vemos que don Juan ha burlado a dos mujeres, a Isabela, en Nápoles, y a Tisbea, en Tarragona. En este primer acto, además, la acción se traslada rápidamente de un lugar a otro: comienza en Nápoles, luego se traslada a Tarragona, más tarde pasa a Sevilla, y concluye nuevamente en Tarragona. Toda la serie de eventos que se suceden a gran velocidad encuentran solo una breve pausa en el monólogo apacible de don Gonzalo de Ulloa, el Comendador mayor, quien describe pormenorizadamente la bella y opulenta ciudad de Lisboa. Su monólogo no hace avanzar la acción dramática, pero sirve para compensar el caos frenético de las acciones que lo anteceden y suceden.

El extenso monólogo de Tisbea tiene la función dramática de separar en el tiempo escénico la burla de Isabela del nuevo episodio que se presenta. En su soliloquio, Tisbea se presenta a sí misma, mostrándose arrogante. La pescadora se jacta de que todos los pescadores están enamorados de ella y de que, sin embargo, ella permanece libre de las pasiones amorosas. Además, se muestra orgullosa de dedicar su vida libre de amor a la captura de lo que llama “necio pececillo” (v. 397), lo que puede interpretarse, metafóricamente, como una mofa hacia sus enamorados. Ella afirma, además, que se ríe tanto de sus pretendientes como del hecho de que causa la envidia de las demás mujeres (v. 413-414).

En su intervención, Tisbea se refiere al amor como una serpiente “amor áspid” (v. 405) que inocula veneno “ponzoña” (v. 406) frente al cual ella se siente a salvo, pues está exenta del aguijón del amor. Por otra parte, la choza de paja que ella describe, su hogar, puede interpretarse como una metáfora que representa su alma. En este sentido, la paja simboliza la sequedad de su alma, puesto que está exenta de amor. Pero, al mismo tiempo, y aunque el personaje parece desconocerlo, por ser un material altamente inflamable, la paja muestra también que la pescadora es propensa a encenderse rápidamente con la pasión amorosa. Este sentido aparece nuevamente sugerido cuando Tisbea afirma:

Mi honor conservo en pajas
como fruta sabrosa,
vidrio guardo en ellas,
para que no se rompa (vv. 423-426).

En este caso, la metáfora de la fruta sabrosa se asocia a su madurez sexual, mientras que la imagen del vidrio sugiere la condición frágil de su honor.

A continuación, Tisbea describe el hundimiento del barco de don Juan aludiendo a Argos, el servidor de Hera en la mitología griega. Argos poseía múltiples ojos, los cuales, por turno, dormían o vigilaban. Después de la muerte de Argos y con el objetivo de inmortalizarlo, Hera trasladó sus ojos al plumaje del ave que le estaba consagrada: el pavo real. En su relato del naufragio, Tisbea compara la vela del barco con la cola del ave:

Como hermoso pavón,
hace las velas cola,
adonde los pilotos
todos los ojos pongan.
Las olas va escarbando,
y ya su orgullo y pompa
casi la desvanece (vv. 487- 493).

Así, cuando cae la vela del barco, los marineros ponen sus ojos atemorizados en ella. Luego, con el hundimiento de la nave, la pompa (la cola del pavo real) se desvanece.

Poco después, Tisbea alude a Eneas y Anquises cuando describe a los náufragos, don Juan y Catalinón, acercándose a la orilla: “En los hombros le toma. / Anquises le hace Eneas, / si el mar está hecho Troya” (vv. 502-504). Tisbea explica que un hombre, don Juan, saca al otro del agua en sus hombros, aludiendo a Eneas, quien llevó en sus hombros a su padre, Anquises, cuando ya los griegos tenían dominada Troya (Eneida, II, 704-720). Más tarde, al final del acto, el mismo don Juan se comparará con Eneas, en este caso, por su intención de abandonar a quien, como Dido hizo con Eneas, le dio hospedaje: “Necio, lo mismo hizo Eneas / con la reina de Cartago” (vv. 900-901).

Tras la escena del naufragio se presenta un nuevo personaje, Catalinón, el lacayo de don Juan. Sus primeras palabras, “¡Válgame Cananea!” (v. 517), son una invocación inverosímil y sirven para subrayar su carácter de gracioso. Luego, podemos observar en el diálogo entre Tisbea y don Juan algunas imágenes relacionadas con el fuego. La primera alude nuevamente a la guerra de Troya:

Parecéis caballo griego
que el mar a mis pies desagua
pues venís formado de agua
y estáis preñado de fuego (vv. 613-616).

En la epopeya homérica, el caballo de madera griego, de apariencia inocente, contenía en su interior a los guerreros que, al salir de allí, arrasaron Troya. Tisbea compara a don Juan con aquel caballo, señalando que, aunque su cuerpo está mojado porque acaba de salir del mar, en su interior hay fuego. En su intervención, el fuego simboliza el amor apasionado que don Juan expresa con sus palabras. Pero también, por su alusión al caballo de Troya, la comparación que realiza Tisbea puede leerse tanto una metáfora del engaño del que ella misma es víctima como un presagio de sus futuras consecuencias.

Posteriormente, Tisbea utiliza nuevamente el simbolismo del fuego para poner de manifiesto su atracción hacia don Juan: “Tanto fuego en vos tenéis, / que en este mío os ardéis” (vv. 634-635). Como veremos más adelante, las imágenes del fuego se retomarán al final de la primera jornada.

El episodio de Tisbea se interrumpe poco después de que don Juan le anticipa a su criado que esa noche burlará a la pescadora. Allí se inserta la escena del diálogo entre rey Alfonso XI y don Gonzalo de Ulloa, que concluye con el deseo del rey de casar a la hija de este, doña Ana, con don Juan Tenorio. Esto constituye una ironía, puesto que el público ha visto frustrarse la expectativa del rey previamente, cuando don Juan deshonra a Isabela y, además, porque simultáneamente a la decisión del soberano, don Juan está planeando burlar a otra mujer, Tisbea. También podremos observar, más adelante, que don Juan frustra la mayoría de las medidas que el rey dispone para reparar o mitigar los daños que él causa.

A continuación, se retoma la acción que había quedado en suspenso: la seducción de Tisbea. En esta ocasión se presentan más características de don Juan y de Catalinón. El primero se define a sí mismo como un burlador:

Si burlar
es hábito antiguo mío,
¿qué me preguntas sabiendo
mi condición? (vv. 892-895).

Asimismo, su criado lo define como el “castigo de las mujeres” (v. 896), al tiempo en que se presenta a sí mismo como un hombre cobarde. Él utiliza su propio nombre como adjetivo con connotaciones negativas: “Aunque soy Catalinón, / soy, señor, hombre de bien” (vv. 880-881), algo que, según sostienen varios críticos, se debe a la similitud de su nombre con el sustantivo “catalina”, es decir, “excremento”. Más tarde, don Juan insiste con la cobardía de su lacayo en este mismo sentido: “Catalinón con razón / te llaman” (vv. 905-906).

Sin embargo, podemos advertir que Catalinón es un hombre prudente. Él es el primero en advertirle a don Juan sobre las consecuencias de las faltas que comete: “Los que fingís y engañáis / las mujeres desa suerte / lo pagaréis con la muerte” (vv. 902- 904). Como vemos, sus palabras constituyen un presagio, lo cual revela el hecho de que este personaje funciona, en parte, como la voz de la conciencia del protagonista, puesto que le recuerda en repetidas ocasiones que su tiempo es limitado y que la justicia siempre llega.

Pese a las advertencias de su criado, don Juan se muestra insensatamente confiado en que tendrá suficiente tiempo para redimirse o saldar su mal comportamiento. Así lo expresa en la frase que se acumula a lo largo de la obra hasta convertirse en un verdadero leitmotiv, y que aparece por primera vez como respuesta a Catalinón: “¡Qué largo me lo fiáis!” (v. 905). Más tarde, Tisbea le recuerda al protagonista que existe la justicia divina, y este vuelve a exclamar en dos oportunidades, para sí: “¡Qué largo me lo fiáis!” (vv. 945 y 961). También en esta ocasión —y al igual que con la burla de Isabela al comienzo de la jornada—, don Juan le pide su mano a su víctima, otro motivo recurrente de gran importancia en la obra.

Finalmente, este acto concluye con una nueva burla y huida de don Juan, acciones acompañadas por los gritos de desesperación de Tisbea. Después de que se hace evidente el engaño de don Juan, a quien Tisbea había comparado con el artificio del caballo griego, la pescadora hace una nueva alusión a la guerra de Troya: “Mi pobre edificio queda / hecho otra Troya en llamas” (vv. 990-991). Es su cuerpo deshonrado el que, en esta oportunidad, ha caído en desgracia.

En esta línea, Tisbea retoma en su parlamento el simbolismo del fuego, que representa la pasión amorosa por la que ella ahora se ha dejado vencer: “¡Fuego, fuego, que me quemo / que mi cabaña se abrasa!” (vv. 986-987). En este caso, nuevamente, la choza de paja representa su alma. De hecho, la identificación entre una y otra se hace explícita poco después: “¡Amor, clemencia, que se abrasa el alma!” (v. 1031). La choza de paja, que, como vimos, representa la sequedad de su alma, la cual está metafóricamente destruida: “Mal podrán de su rigor / reservarse humildes pajas” (vv. 996-997).

Por último, en uno de los comentarios que hace Tisbea, ella se reconoce como una burladora que finalmente fue burlada, constituyendo otro nuevo motivo muy recurrente en la tradición literaria occidental:

Yo soy la que hacía siempre
de los hombres burla tanta,
que siempre las que hacen burla
vienen a quedar burladas. (vv. 1014-1017).

En sus palabras resuena la idea expresada anteriormente por Catalinón, quien se refería a don Juan llamándolo un “castigo de las mujeres” (v. 896). Pero, por otra parte, la reflexión de Tisbea presagia el final de don Juan, quien es el burlador por antonomasia, y cuya condena, de este modo, se presenta como inexorable.