Diarios de motocicleta

Diarios de motocicleta Resumen y Análisis Entendámonos-San Martín de los Andes

Resumen

Entendámonos

Guevara advierte al lector de que lo que está por leer no es el relato de grandes hazañas, ni tampoco un “relato un poco cínico” (p.26), sino el retrato de dos vidas en un momento determinado. Aclara luego que el autor de esos pasajes no existe más: murió al volver a la Argentina después de ese viaje. Termina diciendo: “los dejo ahora conmigo mismo, el que fui” (p.26).

Pródromos

Guevara visita a Alberto Granado en Córdoba, aprovechando sus vacaciones. Alberto se queja de su trabajo mal pago en un hospital. Guevara está contento de haber dejado el suyo. Está harto de la Facultad de Medicina. Tiene espíritu soñador.

En un momento, a los jóvenes se les ocurre viajar hasta Norteamérica con la Poderosa, su motocicleta. A partir de entonces, empiezan a conseguir los certificados y documentos que precisan para viajar. Guevara se dispone a aprobar la mayor cantidad de materias antes de salir, y Alberto prepara la motocicleta y estudia la ruta. Su único propósito es la aventura.

El descubrimiento del océano

Tras recorrer 1200 kilómetros, los muchachos están en Villa Gesell. En casa de un tío, Guevara reflexiona sobre el mar, al que siempre tomó como un confidente. Alberto, a sus treinta años, es la primera vez que lo ve. Asombrado, descubre su trascendencia y su sensación de infinito. El perro de la novia de Guevara, Comeback, está con ellos, y también mira el mar.

Los jóvenes se abastecen de comida y salen por la carretera rumbo a Bariloche. Llegan a Miramar.

... paréntesis amoroso

Piensan pasar solo dos días en Miramar, pero Guevara tiene problemas para despedirse de Chichina, su novia, y terminan quedándose allí ocho días. El protagonista está como en un limbo, hasta que percibe un mensaje del mar que le da fuerzas para irse. Antes de salir, empujado por Alberto, Guevara le pide a Chichina su pulsera de oro, como recuerdo.

Hasta romper el último vínculo

La siguiente parada es Necochea, donde Alberto tiene un viejo amigo de la universidad. La esposa del hombre no comprende por qué alguien se iría de viaje justo antes de terminar la facultad y sin fecha de regreso.

Luego, los muchachos llegan a Bahía Blanca, donde los reciben otros amigos de Guevara. Son los últimos días de tranquilidad económica.

Cuando están por partir, Guevara se enferma, así que posponen un día el viaje. Luego, queriendo recuperar el tiempo perdido, hacen andar la motocicleta con más velocidad que de costumbre y terminan chocando. Además, se desata una tormenta que los hace caer de la moto varias veces. De todos modos, ven el futuro “con impaciente alegría” (p.33).

Para las gripes, cama

Después de un largo día conduciendo sobre un camino de ripio, Guevara y Alberto deciden pasar la noche en una habitación en la estación de ferrocarril. Al otro día, Guevara se despierta temblando de fiebre y con vómitos. Horas más tarde, Alberto logra llevarlo hasta un hospital en Choele-Choel. Allí, el doctor Barrera los deja dormir en un cuartito, puesto que, según él, la gripe se cura descansando. Alberto fotografía a Ernesto con su aspecto de enfermo.

Días después continúan su camino. En un momento, la motocicleta hace un ruido extraño y deben detenerse. Pasan la noche a la intemperie, con frío y hambre. Por la mañana, ven que la motocicleta precisa soldadura en un caño roto. Un mecánico los deja dormir en su casa.

Continúan rumbo a San Martín de los Andes, pero pinchan la goma trasera de la Poderosa. Los alojan unos alemanes en su estancia. Duermen en la cocina de los peones, con quienes comparten el mate al día siguiente.

San Martín de los Andes

Es una pequeña ciudad rodeada por un hermoso lago y cerros. Los muchachos consiguen alojarse en un galpón en la dependencia de Parques Nacionales. Admiran el paisaje y sueñan con construir un laboratorio allí cuando terminen su viaje. El lugar es tan maravilloso que llama “a las puertas de nuestro yo sedentario” (p.39). Pero, según escribe Guevara, su destino es viajar.

El sereno del lugar donde se alojan, Pedro Olate, los espera con un asado. Mientras comen, les cuenta que tiene la responsabilidad de hacer el asado de agasajo a los corredores de automóviles que pasarán por la zona el domingo siguiente. Les ofrece a Alberto y a Ernesto ser sus ayudantes: quizás no ganen dinero, pero pueden llevarse carne para el viaje.

El domingo, los muchachos ayudan desde la mañana cargando leña. En el asado, ejecutan un plan: Guevara simula estar borracho y cada tanto se acerca al arroyo, donde esconde botellas de vino; luego actúa que se queda dormido y Alberto sugiere a los demás que se vayan, y que él se quedará a cuidarlo. Ya solos, corren hacia el escondite. Sorprendentemente, está vacío: los descubrieron. Avergonzados, vuelven a la ciudad. Al día siguiente se encuentran con unos amigos de Alberto que los invitan a visitarlos en el pueblo donde trabajan, Junín de los Andes.

Exploración circunvalatoria

Junín de los Andes es menos “afortunado” (p.42) que San Martín de los Andes, y más lejano de la civilización. Los amigos de Alberto homenajean a los muchachos con un gran asado para despedirlos de la Argentina.

Ernesto y Alberto hacen unos kilómetros en motocicleta y luego la dejan en la casilla del guardabosque para escalar un cerro y mirar el lago. Alberto le dispara a un pájaro, este cae en el lago y Guevara debe meterse en el agua helada para buscarlo. Luego lo asan y lo comen. Escalan después la montaña, atacados por los tábanos. El descenso es difícil: se hace de noche y no se ve el camino. Finalmente llegan a la casa del guardabosques, quien los atiende con amabilidad. Luego vuelven a San Martín, donde cobran por su trabajo en el asado.

Por el camino de los siete lagos

Emprenden viaje a Bariloche por el camino de los siete lagos. De noche hace mucho frío y los jóvenes le dicen a un caminero que la luz de la motocicleta acaba de romperse en una caída y logran dormir en su casa. Aparece una pareja a pedir una manta, porque duermen en la orilla del lago y se están congelando. Alberto y Ernesto toman mates con ellos.

Continúan la marcha y acaban durmiendo en la orilla de la punta norte del lago Nahuel Huapi. La goma de la motocicleta se pincha y un austríaco que fue corredor de motos los aloja en el galpón de una casa de la que es cuidador. Les advierte sobre la presencia de un tigre chileno en la zona. Los hombres duermen con un revólver en la almohada, y cuando oyen arañazos en la puerta se asustan. Guevara dispara. Aparece el austríaco a los gritos, pero ya es tarde: el disparo fue recibido por el perro de los dueños de casa.

Al día siguiente, Alberto intenta arreglar la moto mientras Guevara consigue que los alojen en otro lado, puesto que en la casa anterior son considerados asesinos.

Llegan a San Carlos de Bariloche y pasan la noche en Gendarmería esperando que el barco Modesta Victoria zarpe hacia la frontera con Chile.

Análisis

Los pasajes hasta aquí resumidos componen el inicio de los Diarios que llega al público, en gran medida, a causa de la popularidad y particularidad que cobró tiempo después de escribirlos la figura de su autor. Ernesto Guevara pareciera saberlo al aclarar que “No es este el relato de hazañas impresionantes” (p.25) antes de dejar al lector a solas con lo que escribió aquel joven de veintitrés años en 1951, algunos años antes de convertirse en un hombre caracterizado, justamente, por “hazañas impresionantes”, como liderar los combates en Sierra Maestra que desembocarían en la Revolución Cubana de 1959. A lo que asiste el lector de Diarios de motocicleta es justamente a un momento, o más bien un proceso, de iniciación. Así lo sitúa el mismo Guevara en el segmento “Entendámonos”: “El personaje que escribió estas notas murió al pisar de nuevo tierra Argentina, el que las ordena y pule, “yo”, no soy yo; por lo menos no soy el mismo yo interior. Ese vagar sin rumbo por nuestra “Mayúscula América” me ha cambiado más de lo que creí” (pp.25-26). En este viaje que Ernesto Guevara hace por Latinoamérica, el joven toma conciencia acerca de las injusticias a las que se condena a gran parte de la población en ese territorio, lo cual será la base de todo el carácter revolucionario que desarrollará luego.

¿Quién era entonces ese “yo”, ese Ernesto Guevara antes de ser bautizado como el “Che”? Era un joven de veintitrés años de una familia acaudalada, en pareja con una muchacha de clase alta, pronto a recibirse de médico, que “harto de Facultad de Medicina, de hospitales y de exámenes” (p.27) y con ansias de aventura visita a su amigo Alberto Granado, residente en Córdoba, en sus vacaciones. Alberto es el hermano mayor de Tomás Granado, ex compañero del colegio de Ernesto, y la amistad entre los futuros viajeros se sella a causa de su compartida vocación por la medicina. Alberto Granado es entonces ya un médico recibido que hasta poco tiempo trabajaba en una leprosería de San Francisco del Chañar, al norte de Córdoba. La lepra interesa a los jóvenes no solo desde el punto de vista científico, sino también humanitario: los pacientes que padecen la enfermedad son aislados y discriminados por el resto de la sociedad.

Sin trabajo que los ate demasiado a sus ciudades, Alberto y Ernesto sueñan con viajar. La idea del viaje, del desplazamiento, no es nueva para Guevara: su familia residió en Misiones, en Rosario, en Córdoba, en Buenos Aires, y el año anterior el joven había emprendido el recorrido de doce provincias argentinas en una bicicleta a motor. Esta vez, entonces, junto a Alberto, Ernesto se dispone a soñar con diferentes destinos. Lo más interesante de esta escena es que la idea de recorrer Latinoamérica —región que, una vez visitada, cifrará el destino del Che— aparece en realidad por azar en la mente de los jóvenes, que después de soñar con Asia y los mares tropicales, deciden llegar a Norteamérica en motocicleta. “Todo lo trascendente de nuestra empresa se nos escapaba en ese momento, sólo veíamos el polvo del camino y nosotros sobre la moto devorando kilómetros en la fuga hacia el norte” (p.27), admite Guevara en referencia a aquel momento en que, junto a Alberto, empezaban a viajar a bordo de la Poderosa II (motocicleta bautizada así por Alberto en memoria a la Poderosa I que tuvo en la adolescencia).

La primera parada, en Miramar, responde a razones románticas: allí se encuentra de vacaciones la novia de Ernesto, María del Carmen “Chichina” Ferreyra. La joven es el primer amor del muchacho, y es miembro de una de las familias más acaudaladas y conservadoras de Córdoba (según varios biógrafos, los padres de ella nunca consintieron la relación con Guevara, algo más revoltoso y menos refinado de lo que deseaban en un pretendiente para su hija). Este viaje los jóvenes lo hacen llevando un cachorro de pastor alemán que Guevara compra en Buenos Aires y bautiza Comeback, y al cual el joven refiere como un “símbolo de los lazos que exigen mi retorno” (p.28). "Comeback" es en inglés “regreso”, y el perro así bautizado vivirá en un hogar “hacia uno de cuyos integrantes era dirigido el intencionado nombre” (p.29). El joven le ofrece a Chichina aquel cachorro como una promesa; en ese entonces, Ernesto cree volverá a esa relación apenas vuelva a pisar Buenos Aires.

Pero este paréntesis amoroso se extiende más de lo prefijado. Guevara no logra despedirse de su novia en dos días, tal como pensaba, y al octavo día consecutivo Alberto empieza a pensar que deberá emprender el viaje solo. El protagonista de Diarios de motocicleta debe así atravesar un primer desafío: el de soltar todo aquello que lo sujeta impidiéndole el movimiento. En este caso, sus sentimientos por Chichina aparecen como algo que Guevara debe poner en segundo plano, priorizando un llamado que llega a él por parte de la naturaleza. En efecto, aquello que lo obliga a desprenderse de su novia no es otra cosa que una advertencia que el muchacho lee en el mar. “Mi cabeza estaba en el regazo que me sujetaba a esas tierras. Todo el universo flotaba rítmico obedeciendo los impulsos de mi voz interior” (p.30), describe Guevara este cuadro de comodidad aparentemente imperturbable, donde el amor aparece asociado a una armonía estable. De pronto, dice, “un soplo más potente trajo distinta la voz del mar” (p.30). Es el mar el que cambia, alterando el ritmo del universo de quien percibe: “su enorme disritmia martilleaba mi castillo y amenazaba su imponente serenidad” (p.31).

La temática de la libertad, de la aventura, aparecerá siempre en Diarios de motocicleta asociada a un estado salvaje de naturaleza que se opone de por sí a los estados de comodidad y estabilidad más característicos de la civilización burguesa. Apenas abandonan Miramar, las comodidades disminuyen, y Alberto y Ernesto deben ingeniárselas cada vez más para conseguir comida y un lugar donde dormir. No obstante, los Diarios aparecen siempre gobernados por el entusiasmo: “veíamos el futuro con impaciente alegría”, dice Ernesto apenas retoma, junto a su amigo, la ruta hacia el sur argentino:

Pareciera que respirábamos más libremente un aire más liviano que venía de allí, de la aventura. Países remotos, hechos heroicos, mujeres bonitas, pasaban en círculo por nuestra imaginación turbulenta; y por mis ojos cansados que se negaban, no obstante, al sueño, un par de ojos verdes que sintetizaban un mundo muerto se reían de mi pretendida liberación (p.34).

En los ojos de Chichina se configura ya un “mundo muerto”, un tipo de existencia burguesa que Ernesto Guevara deja atrás para arrojarse a un destino de aventuras. En relación con esto, es importante destacar que estos primeros pasajes dejan en evidencia el carácter de un protagonista en principio no determinado por un pensamiento político concreto. Este “yo”, del cual el autor pretende de algún modo desligarse en la sección "Entendámonos", se construye de una manera más bien despolitizada: el joven que narra estos pasajes no parece tener mayor interés que el de vivir en carne propia la aventura, y sin ataduras conocer el éxtasis del peligro y de lo desconocido, concretando así sus sueños de joven explorador. Este detalle es relevante en tanto deja en claro que la posterior toma de conciencia que dará pie a la transformación del protagonista se dará enteramente a causa de las injusticias y miserias que reinan el territorio latinoamericano, evidentemente visibles incluso para los ojos de quien no se disponía a encontrarlas, de quien se las cruzó por azar.

Que el relato configurado en los Diarios de motocicleta no sea de “grandes hazañas” no implica, sin embargo, que la aventura esté libre de dificultades. Muy por el contrario, a Ernesto y Alberto les esperan largas noches de frío, hambre y otros padecimientos. Porque aunque en esta primera etapa del viaje, desenvuelta enteramente en territorio argentino, los jóvenes aún cuenten con conocidos que les provean de alojamiento y alimentos, los problemas de salud azotan a Ernesto desde un principio. Ya en Río Negro el joven sufre una intoxicación que demora el viaje. “Temblaba como un poseído sin poder remediar en nada mi situación; los sellos de quinina no actuaban y mi cabeza era un bombo donde retumbaban marchas extrañas” (p.34), relata Guevara, por lo que el joven debe ser llevado por su amigo a un hospital en Choele Choel. Sin embargo, ningún padecimiento es tomado sin humor por un muchacho en el cual nada es más fuerte que su hambre de aventura: Alberto le toma una foto cuando está hospitalizado, en un estado deplorable, y Ernesto rescata aquel retrato como “un documento de la variación de nuestra manera de vivir, de los nuevos horizontes buscados, libres de las trabas de la ‘civilización’” (p.35). Cualquier incomodidad o padecimiento es tomado por los jóvenes como un paso necesario en el camino hacia la libertad y el riesgo.

Con el mismo criterio según el cual lo civilizado configura más bien un obstáculo en esta primera etapa de búsqueda de libertad es que los jóvenes perciben los paisajes con los que se van encontrando. En la narrativa de los Diarios se trasluce una particular forma de acercarse a la naturaleza, de percibir. En el camino de los siete lagos, en Río Negro, Ernesto describe: “se produce un empalagamiento de lago y bosque y casita solitaria con jardín cuidado. La mirada superficial tendida sobre el paisaje, capta apenas su uniformidad aburrida sin llegar a ahondar en el espíritu mismo del monte, para lo cual se necesita estar varios días en el lugar” (p.46). Hay un espíritu en la naturaleza al cual solo puede accederse desde determinada percepción, una percepción que puede desarrollarse a través de una entrega, un acercamiento a lo natural y un despojamiento de la sensibilidad burguesa. A ello se disponen, apenas dejado atrás Miramar, los jóvenes deseosos de nuevas experiencias.