Diarios de motocicleta

Diarios de motocicleta Resumen y Análisis Chuquicamata-Hacia el ombligo del mundo

Resumen

Chuquicamata

Guevara compara Chuquicamata con un drama moderno por su belleza gris, sin gracia. La mina se rodea de uno de los desiertos más secos del mundo. Guevara se refiere a los obreros que trabajan en ella como a “pobres héroes ignorados (...) que mueren miserablemente en las mil trampas con que la naturaleza defiende sus tesoros” (p.75). Luego describe el proceso de fabricación y menciona que Chile produce el 20% del cobre mundial. El material está en alza puesto que se usa para armas de destrucción. Guevara cuenta que a menudo hay debates sobre las minas, si deben nacionalizarse o dejar que funcionen en manos extranjeras.

Kilometraje árido

Guevara y Granado caminan por el desierto padeciendo sed. Pasan la noche en la garita de un sereno. Al día siguiente visitan plantas purificadoras de nitratos. Las dos más grandes tienen a los empleados en huelga.

Finalmente llegan a Iquique en un camión de alfalfa. En el puerto no hay ningún barco, así que deben seguir camino a Arica.

Acaba Chile

En un camino largo, árido y monótono a través del desierto, Guevara recuerda y admira la figura de Valdivia, un explorador español de la Conquista que atravesó heroicamente esas zonas y, sin embargo, no es muy recordado. Según Ernesto, eso se debe a que Valdivia no acabó al dominio de ningún reino.

Arica es un puerto simpático, pequeño; conserva aspectos de los peruanos, sus antiguos dueños. Un médico deja dormir a los hombres en el hospital de la ciudad. Luego, una serie de vehículos los llevan a la frontera, y los jóvenes se despiden de Chile.

Chile, ojeada de lejos

Guevara escribe sobre Chile. Su sistema de salud, dice, deja mucho que desear: son muy pocos los hospitales gratuitos, y los pensionados son demasiado caros. Por otra parte, el nivel de vida de los chilenos es peor que el de los argentinos. Los trabajadores de las minas chilenas en el norte ganan más, pero los costos de vida son también más altos. Por último, Guevara describe al escenario político como confuso, y finalmente asegura que Chile ofrece posibilidades económicas, pero no al proletariado. El país posee las condiciones para progresar, pero debe “sacudirse al incómodo amigo Yanqui de las espaldas” (p.84), tarea difícil en tanto Estados Unidos invierte en Chile una gran cantidad de dólares que les permiten presionar y controlar el territorio y su política.

Tarata, el mundo nuevo

Guevara y Granado caminan, exhaustos, cargando el peso de sus mochilas. Pasan por una pirámide que honra a los peruanos caídos en la guerra contra Chile. Su destino, Tacna, parece estar muy por delante, pero un conductor se detiene para llevarlos a bordo y los hombres suben. Poco después, el chofer les dice que deben pagar por el viaje. Molestos, Ernesto y Alberto vuelven a caminar. Poco después cae la noche y los hombres intentan dormir a la intemperie, pero el hambre y el frío se los impide, así que deciden seguir caminando.

Recién al amanecer vislumbran unos ranchos cerca de la carretera. Allí les sirven amablemente mate y comida, y son considerados casi unos semidioses por ser doctores y argentinos, es decir, de la tierra de Perón y Evita, donde los indígenas no son maltratados. Ernesto y Alberto responden varias preguntas sobre su patria y su oficio. Luego, revitalizados, logran dormirse a la orilla de un río.

Al día siguiente, caminan durante horas hasta que el guardia civil de Tacna los saluda desde un camión y los sube a bordo. Allí, Ernesto y Alberto intentan entablar conversación con los aymaras, pero estos hablan muy mal castellano. Por la ventana, el paisaje emociona a Guevara: el lugar se ve legendario, portador de una gran civilización. Ernesto describe los canales de riego construidos por los incas, los cultivos, la gente vestida con ropas indígenas de antaño, las calles estrechas del pueblo. Casi todo evoca, para Guevara, los tiempos anteriores a la colonización española, salvo el hecho de que la gente no ofrece una actitud orgullosa sino una más bien vencida, con miradas temerosas y ausentes.

En los dominios de la Pachamama

Luego de dormir en la estación de policía, Guevara y Alberto consiguen ser llevados en camión a Ilave. La carretera sube y el frío se vuelve cada vez más intenso. En un momento, alcanzados los 5000 metros de altura, el camión se detiene y los hombres deben continuar el camino a pie.

Guevara supone que él y su compañero les resultan a los indios tan extraños como aquellos a él, con sus vestimentas y sus costumbres. En un momento, observa a los indios escupir y santiguarse al pasar frente a una pirámide de piedras de tamaño irregular y coronada con una cruz. Él y Alberto preguntan por el significado de aquel rito, pero no obtienen respuesta.

Por la tarde, de regreso en el camión, pasan por un lugar donde la erosión convirtió enormes rocas en castillos feudales o extraños rostros gigantes. El conductor luego invita a “los doctores” (p.92) a la parte delantera del vehículo, y allí los hombres se hacen amigos de un maestro de escuela de Puno recientemente despedido por militar en un movimiento revolucionario. El hombre, de sangre indígena, habla sobre los aymaras, los collas, las diferentes costumbres. También les explica el ritual que Alberto y Ernesto vieron hacer a los indios en el camino. Los indígenas solían dejar todas sus penas a la Pachamama, la madre tierra que está en lo alto de la montaña, simbolizada por piedras que forman pirámides. Los españoles intentaron extirpar esa creencia y ese ritual colocando cruces en las puntas de las pirámides. Sin embargo, los indígenas siguieron practicando el culto a la Pachamama, aunque escupiendo hojas de coca en lugar de dejando piedras. El maestro habla también sobre la condición actual de los indígenas, muy faltos de educación, y de la necesidad de crear escuelas que integren a los individuos y les enseñen a ser útiles en su sociedad, y de cambiar todo el sistema de enseñanza, ahora solo funcional al criterio del hombre blanco.

Llegan a Ilave.

El Lago del Sol

Los viajeros cruzan un arroyo que conduce a un hermoso lago. Un guía les explica que los pescadores de la zona no hablan castellano, viven con las mismas costumbres que quinientos años atrás, y apenas han visto alguna vez a un hombre blanco. Luego recorren un barco construido en Inglaterra, de un lujo discordante con la pobreza de la zona.

Afortunadamente, el puesto de la Guardia Civil les ofrece alojamiento en una enfermería. Al día siguiente, encuentran un camión que se dirige a Cuzco y llevan consigo una carta de recomendación para el doctor Hermosa, un ex leprólogo que vive allí.

Hacia el ombligo del mundo

El camión los deja en Juliaca. En la Guardia Civil, un sargento, borracho, los invita a beber con él. El hombre se jacta del miedo que le tienen en la zona y de su propia puntería, y le ofrece a Alberto dinero a cambio de dejarlo dispararle al cigarrillo que tiene en la boca. Alberto se niega. El sargento acaba tirando al aire su propia gorra y disparándole, rompiendo así una pared del local. Cuando la dueña del bar aparece con un oficial de policía, el sargento les echa la culpa a los muchachos, quienes lo cubren.

Luego, Alberto y Guevara se suben a otro camión, donde viajan jóvenes limeños que se jactan de su superioridad ante el grupo silencioso de indios que los acompaña. De noche llegan al pueblo de Ayaviry, donde el encargado de la Guardia Civil les paga el alojamiento en un hotel, indignado porque dos médicos argentinos no tengan dónde dormir por falta de dinero. Finalmente, los dos llegan a Cuzco.


Análisis

En los últimos pasajes que testimonian la estadía de Alberto y Ernesto en Chile, los jóvenes desembarcan en Antofagasta y arriban en camión a las colosales minas de cobre de Chuquicamata, pertenecientes a una compañía norteamericana. Guevara imprime en su diario lo que aprendió acerca del proceso de extracción del cobre: evidentemente, dicho proceso le resulta interesante, productivo, eficiente. Sin embargo, no podrá evitar que su pluma denuncie las consecuencias y particularidades de dicho método de trabajo, que garantiza a los Estados Unidos un millón de dólares al día y exige la cruel explotación de los mineros, condenados a trabajar durante años por sueldos miserables y a costa de su salud, haciendo peligrar incluso su vida.

Toda la descripción que Guevara hace de aquel establecimiento parece teñirse de la impresión que le generan las condiciones de vida de los trabajadores del lugar: “cuando se acerca uno a las zonas de la mina, parece que todo el panorama se concentra para dar una sensación de asfixia en la llanura” (p.74), dice el narrador. Esta impresión se agudiza en tanto Guevara descubre que no resulta en absoluto un esfuerzo, para los explotadores extranjeros, extraer la riqueza mineral en esta parte del mundo. Simplemente contratan por poco dinero a los nativos de la zona, esos “pobres héroes ignorados que mueren miserablemente” en la “batalla” contra la naturaleza que sucede en las minas, dice Guevara, “sin otro ideal que el de alcanzar el pan de cada día” (p.75).

La explotación producto de la política económica imperialista de los Estados Unidos en Latinoamérica es algo contra lo que Guevara luchará toda su vida. En el pasaje sobre Chuquicamata accedemos a una de las primeras reflexiones del joven Ernesto en torno a esta situación. Y es que la obsesión monetaria por reducir costos parece cegar a los líderes de la compañía minera, tanto chilenos como norteamericanos, y volverlos indiferentes al sufrimiento de sus trabajadores, a quienes ofrecen unas infames barracas como alojamiento. En una carta que Ernesto envía a sus padres en esta misma época, el joven asegura haber constatado que la compañía ni siquiera construyó desagües para los asentamientos en los que viven los mineros, y que, si estos mueren en la mina, la compañía tampoco se hace cargo económicamente de sus viudas o huérfanos. Son estos aspectos del capitalismo brutal los que parecieran empujar a Guevara a convencerse de que la justicia social solo es posible por vía del comunismo.

En el pasaje dedicado a establecer un panorama de Chile, Guevara dará cuenta de las implicancias de un sistema económico que discrimina a quienes nacen en sectores con mayores dificultades. Este país, dirá Ernesto, “ofrece posibilidades económicas a cualquier persona de buena voluntad que no pertenezca al proletariado” (p.84). El joven aventurero sabe, de todos modos, que modificar la situación de la nación latinoamericana no es tarea fácil: "El esfuerzo mayor que debe hacer es sacudirse el incómodo amigo Yanqui de las espaldas y esa tarea es, al menos por el momento, ciclópea, dada la cantidad de dólares invertidos por esta nación y la facilidad con que pueden ejercer una eficaz presión económica en el momento en que sus intereses se vean amenazados" (p.84).

Uno de los pilares de la bandera antiimperialista que levantará Guevara durante toda su vida encuentra su raíz en la injusta relación económica y política que Estados Unidos y otros países imperialistas establecen con los países del llamado Tercer Mundo, como, por ejemplo, los latinoamericanos. Aprovechando su fuerte capital económico y su gran poder político, los países del Primer Mundo históricamente se abocaron a explotar el suelo, los recursos y a las personas en países subdesarrollados. Generalmente, en estos países la pobreza es demasiado avasallante como para que sus líderes políticos puedan rechazar fácilmente el capital extranjero, por más injusto que sea el contrato ofrecido por las compañías norteamericanas, inglesas, francesas o españolas. Así, el resultante es la extensión de la autoridad y el control de un Estado extranjero sobre las tierras latinoamericanas; en este caso, la chilena: los negociados norteamericanos, basados en la explotación, repercuten en la economía de este país de tal manera que acaba dominándola, poniendo en riesgo así su soberanía política y económica.

El imperialismo aparece en los Diarios como una suerte de continuación del colonialismo que definió el destino de los países latinoamericanos a partir de la conquista española del siglo XV. Guevara no parece poder evitar, camino a Arica, que aparezcan en su mente aquellos españoles que siglos atrás atravesaron las tierras hasta entonces gobernadas por sus pueblos originarios. Quien obtiene una mención especial por parte del narrador es Valdivia, para Guevara una de las figuras más notables de la colonización española, a pesar de sufrir cierto anonimato en la Historia. Ernesto considera a dicha figura “superior sin duda a aquellas que perduran en la historia de América porque sus afortunados realizadores encontraron al fin de la aventura guerrera el dominio de reinos riquísimos que convirtieron en oro el sudor de la conquista” (p.80). En tanto ninguna riqueza coronó su sacrificio, Valdivia representa para Guevara con mayor pureza “el mero afán” del hombre de ejercer su autoridad sobre una tierra, sin importar el oro que esta le retribuya. De alguna manera, esta figura se contrapondría a la de los líderes solo motivados por las riquezas, como los imperialistas que explotan los territorios de la zona.

Es interesante este enaltecimiento que Guevara hace de la figura de Valdivia en tanto quien escribe los Diarios se convertirá años después en un símbolo de la pulcra austeridad: aun mientras gozó de puestos de gobierno (luego de que Fidel Castro se erigiera como presidente de Cuba), el “Che” Guevara se destacó por su estilo de vida austero, despojado de gastos innecesarios, fiel a su firme convicción de la necesidad de cuidar los recursos económicos de la nación abocándolos por completo a los fines revolucionarios y de bienestar de toda la población. El beneficio de estar en el poder, para él, debía limitarse al ejercicio de la autoridad y la toma de decisiones, no a obtener provecho de las riquezas de la nación a administrar.

Una cuestión interesante que se presenta en los Diarios de motocicleta tiene que ver con la percepción variable que tiene de los viajeros la gente que se cruza en su camino. En Argentina, Ernesto y Alberto eran considerados jóvenes bohemios, y producían en sus compatriotas admiración por la hazaña a la que se disponían o bien indignado asombro por abandonar sus proyectos profesionales (como recibirse, en el caso de Ernesto) en pos de un año de vagancia. En Chile, en cambio, Alberto y Ernesto son considerados “expertos”, admirables doctores que merecen atención y colaboración a cambio de expandir sus conocimientos sobre leprología en el país trasandino, aunque también su aspecto no muy prolijo hace que el médico de un hospital al que acuden como refugio les muestre “todo el desprecio que un burgués afincado y económicamente sólido puede sentir por un par de vagos (aún con título)” (p.81).

Ahora bien, en el pasaje a Bolivia, Ernesto observa que “para esa gente sencilla, ante la que Alberto esgrimió su título de “doctor”, éramos una especie de semidioses” (p.87). Esta apreciación no radica tanto en su calidad de doctores, sino más bien en su calidad de argentinos: los peruanos admiran a los provenientes del “maravilloso país donde vivía Perón y su mujer, Evita, donde todos los pobres tienen las mismas cosas que los ricos y no se explota al indio, ni se lo trata con la dureza” (p.87) con que se lo hace en aquellas tierras. Efectivamente, el modo en que Alberto y Ernesto son apreciados revela más sobre la idiosincrasia y las condiciones de vida de los autóctonos que sobre reales aspectos de los viajeros. Si los chilenos admiran a los jóvenes en su calidad de expertos es porque aquellos están menos avanzados en términos de investigación en medicina que el país limítrofe; si los bolivianos los reverencian como “semidioses” por ser de un pueblo en que los indios no sufren, es porque evidentemente la calidad de vida de pobres e indios de ese país es drásticamente inferior a la de los argentinos.

En efecto, entrando al pueblo boliviano de Tarata, Alberto y Ernesto suben a un camión donde sienten las miradas temerosas de los aymaras que allí viajan. Una vez en el pueblo, Ernesto siente que todo evoca los tiempos anteriores a la conquista española, salvo por el hecho de que las miradas que reciben no parecen de “la misma raza orgullosa que se alzara continuamente contra la autoridad del Inca”, sino más bien de una “raza vencida” (p.89). La conquista del Imperio Inca por Francisco Pizarro abrió el camino para el sometimiento de la Bolivia actual en el año 1535, y el territorio hoy boliviano fue mera parte del Virreinato del Perú. A los pueblos originarios que habitaban la zona se les arrancó, por tanto, la soberanía sobre el territorio, soberanía que solo pudieron recuperar casi trescientos años después, en una de las guerras de la independencia que se libraron en territorio latinoamericano en antagonismo con la corona española. Sin embargo, dicha soberanía nunca se recuperó del todo, en tanto la inevitable “mezcla” de población producto de los años de colonia resultó, siglos después, en una sociedad donde el poder se identifica con el origen europeo que discrimina a los pueblos originarios. Dicho resultado es el que observa Ernesto, en tanto se trasluce en las miradas temerosas y avergonzadas de los aymaras y los coyas. Y es también sobre lo que versa el maestro de Puno con quien los viajeros comparten en el camión: él, de sangre indígena, denuncia el “estado actual del nativo idiotizado por la civilización” (p.93), responsabilizando así a quienes pretendieron instruir y civilizar imponiendo a la fuerza la cultura europea sobre esas tierras y pisoteando así una civilización indígena avanzada. Las consecuencias de dicho aplastamiento son visibles en la cotidianeidad de la sociedad boliviana en el momento en que Ernesto y Alberto se enfrentan a ella.

Guevara anota las ideas que el maestro de Puno postula necesarias para reconfigurar el lugar de los indígenas en la sociedad, y que implican un cambio rotundo en la educación, puesto que el sistema actual de enseñanza, “en las pocas oportunidades en que educa completamente a un individuo (que lo educa según el criterio del hombre blanco)”, no logra sino colmarlo de “vergüenzas y rencores”, dejándolo así “inútil para servir a sus semejantes indios y con gran desventaja para luchar en una sociedad blanca que le es hostil, que no quiere recibirlo en su seno” (p.93). Efectivamente, el sistema social boliviano en la época en que Guevara y Granado visitan el país no parece distar demasiado del de la época colonial, en tanto la división de castas que deja en el último eslabón a los pueblos originarios y coloca por encima a los de origen europeo se mantendría vigente. Este tipo de asuntos no pasan desapercibidos para un joven Guevara que comprende cada vez más que las injusticias observables en Latinoamérica parecen encontrar una misma razón: el colonialismo y el imperialismo que azotan la libertad, la soberanía y la dignidad de los pueblos.