Decamerón

Decamerón Resumen y Análisis Conclusión de la Décima Jornada y del Decamerón

Resumen

Cuando Dioneo termina su relato, las jóvenes del grupo lo comentan, algunas alabándolo y otras reprobándolo. Entonces Pánfilo, el rey de la jornada, se dirige al resto para señalar que al día siguiente habrán pasado quince días desde su salida de Florencia, tiempo en el que disfrutaron comer, beber, cantar, y contar cuentos alegres y tal vez provocadores, todo lo que podría “incitar a las mentes débiles a cosas poco honestas” (p.1136), a lo que, no obstante, ninguno de los presentes sucumbió. También le preocupa que haya más personas que intenten ingresar en su villa y que les quite la alegría. Entonces juzga que es el momento de retornar a la ciudad al día siguiente. Los jóvenes y las señoras deliberan mucho, pero finalmente resuelven hacer lo que dispuso Pánfilo.

Haciendo lo que acostumbraban hacer todos los días, se levantan de la ronda y van a entregarse a distintos deleites. Luego, por la noche, se juntan a cenar y, tras esto, a cantar y bailar. El rey le ordena a Fiammetta cantar una canción, que la joven canta, acerca de los celos y del temor a la infidelidad del amante. Disfrutan así hasta la mitad de la noche, cuando el rey dispone que se vayan a descansar. A la mañana siguiente, los tres jóvenes dejan a las siete señoras en la iglesia de Santa María Novella, donde se despiden de ellas. Los hombres se van a otros placeres y las mujeres regresan a sus casas.

En la conclusión final, el autor se dirige una vez más a las lectoras del Decamerón. Agradece a Dios y a las señoras por haber conseguido llevar a término la obra a la perfección, anunciando que es el momento de “dar reposo a la pluma y a la cansada mano” (p.1141). Pero antes de hacer esto, quiere responder preguntas que podrían tener sus lectoras.

Algunas dirán que, al escribir esto, el autor se ha tomado demasiada libertad, contando cosas no muy convenientes para señoras honestas. De esto se defiende diciendo que no hay cosa deshonesta que, dicha honestamente, no sea adecuada a alguien. También considera que no podría haberlas contado de otra forma, y que si dijo alguna palabra atrevida, no lo sería más que otras como “hoyo”, “cilindro”, “mortero” y “salchicha” (p.1142). Agrega que si bien estas cosas no pueden decirse en la iglesia o en las escuelas de los filósofos, sí son propias para decirse en los jardines, entre personas jóvenes no influenciables por los cuentos, y en una circunstancia “en la que ir con las bragas en la cabeza para salvarse a uno mismo no les era impropio a los más honestos” (p.1143).

Así como existen quienes leen perversamente la Sagrada Escritura, así tampoco se puede impedir que algunas personas saquen malos consejos y malas conclusiones de sus cuentos, pero esto no quiere decir que no haya quienes sí los consideren útiles y honestos. Arguye también que solo escribió los cuentos que allí fueron contados y que, aunque no es el autor de ninguno, de igual manera no se avergonzaría de que no sean todos bonitos, “porque no existe ningún artista, con la excepción de Dios, que lo haga todo bien y perfectamente” (p.1145).

Si algunos no quieren leer los cuentos que consideran ofensivos, no tienen más que leer el encabezado de cada relato, que revela lo que en su interior esconden. Y si otras personas consideran que algunos relatos son muy largos, el autor sugiere que no deberían leerlos, porque estos cuentos están dirigidos a las mujeres ociosas, a las que les sobra tiempo, y quienes no tienen el ingenio agudizado por el estudio. No duda de que habrá quienes consideren que la obra no es propia de un hombre serio y de peso como él, aunque él en realidad es “tan ligero que [flota] en el agua”.

El autor cierra sugiriendo que cada lectora diga y crea lo que le parezca, y así le pone fin a sus palabras, agradeciendo nuevamente a Dios y diciéndole a las señoras que queden en paz con su gracia.

Análisis

La conclusión de la Décima Jornada no solo es un ejemplo de cómo los personajes-narradores terminan cada uno de estos días dedicados al disfrute, sino que también le da un cierre al relato-marco que sintetiza los motivos por los que se llevó a cabo el aislamiento, y en el que se evalúa las repercusiones de este acto. Así, en su discurso, Pánfilo vuelve a evocar la peste que asola a Florencia, y que fue la razón por la que buscaron “algún solaz para sostén de nuestra salud y de la vida, evitando las tristezas, los dolores y las angustias” (p.1136). Y si quedara alguna duda respecto de la influencia que podrían haber ejercido aquellos días de ocio en sus virtudes, aclara que el grupo siempre observó “continua honestidad, continua concordia, continua intimidad fraternal” (ibid.). Esto reasegura a los lectores que el relato-marco, en el que se insertan algunas historias subidas de tono, siempre mantuvo la moral y el decoro necesarios para el buen orden de la sociedad.

Cada una de las jornadas termina con el relato de los placeres a los que se abocan los jóvenes después del momento de contar historias. En esta instancia es que se introducen diez canciones, cantadas después de la cena, que tratan sobre diferentes aspectos del amor. En este caso, Fiammetta canta una canción sobre la aflicción de temer la infidelidad del amante, en la que termina amenazado a aquella señora que trate de darle celos, “pues cara su locura [le] pagara” (p.1139). Recordemos que, en la introducción a la Primera Jornada, se había aludido a que los tres jóvenes amaban a algunas de las siete mujeres del grupo, por lo que, de alguna forma, las canciones refieren implícitamente a estos amores, que de otra forma no se manifiestan en el relato. Esto refuerza el proceder honesto y virtuoso de estos jóvenes, que, a diferencia de los personajes de sus cuentos, no se entregan a los placeres del amor.

El regreso de los personajes al lugar en donde se encontraron, la iglesia de Santa María Novella, hace que el relato-marco vuelva a su punto de origen, marcando de esta manera los límites espaciales y temporales del idilio, que permitieron la suspensión de las circunstancias reales de los personajes. Cuando esto ocurre, hombres y mujeres vuelven a los espacios que les corresponden por su condición de género: los jóvenes pueden dedicarse a otros placeres en el exterior, mientras que las mujeres vuelven al recinto privado de sus hogares. Esto también nos remite al inicio, particularmente al proemio, donde el autor explica por qué los cuentos están dedicados a las mujeres y no a los hombres. Son las señoras, a quienes siempre se dirige el narrador de turno, las que deben soportar el encierro y dedicar sus tiempos de ocio a la lectura.

En el final del Decamerón vuelve a aparecer la voz autoral en primera persona, en otro alegato a favor de la obra, como lo había hecho en la introducción a la Cuarta Jornada. Aquí, Boccaccio defiende la adecuación del lenguaje utilizado para transmitir las historias, justificando el equívoco cómico de algunas palabras –como, por ejemplo, el uso de “labrar” o “cabalgar” en el primer cuento de la Tercera Jornada, o de “cepillar” en el último cuento de la Décima Jornada–, a las que relaciona con otras palabras de uso cotidiano alusivas a órganos sexuales. Si el doble sentido de estas palabras produce escándalo, el autor sostiene que la transgresión no depende tanto del lenguaje en sí, sino de cómo es interpretado por el o la lectora. De esta manera, pone del lado del receptor los efectos inmorales de los cuentos.

Boccaccio también defiende la adecuación de los cuentos al contexto en el que son narrados y a quienes están dirigidos. No son historias para contar a clérigos en la iglesia o a filósofos en escuelas de filosofía, sino a jóvenes “no influenciables” (p.1143) que descansan en jardines, en un tiempo en el que no es censurable evadirse del estado caótico en el que se halla la sociedad por la peste, lo que se manifiesta en la expresión “ir por las bragas en la cabeza” (ibid.). Con este argumento, Boccaccio no pierde oportunidad para realizar una crítica a la iglesia, diciendo que en las historias de clérigos también hay “numerosos hechos mucho más reprobables de los que [él] ha escrito” (ibid.).

Preservando la ficción narrativa, el autor arguye que los relatos que escribió no fueron inventados por él, sino que son los que en efecto contaron los jóvenes, y da instrucciones de cómo deben ser leídos, afirmando que pueden sacarse conclusiones útiles y honestas de los cuentos inmorales. También sugiere que se lean los encabezados de cada cuento para elegir a conciencia qué historias se quieren leer y cuáles es preferible omitir. Por último, pondera la “liviandad” de los cuentos y también de su persona, defendiendo un tipo de escritura cuyo fin es “alejar la tristeza de las mujeres” (p.1146) que no realizan tareas ni cultivan el intelecto. Así finaliza el Decamerón, con la reivindicación de la literatura concebida para el entretenimiento, que se aleja de los ámbitos de recepción más elevados.