Bartleby, el escribiente

Bartleby, el escribiente Resumen y Análisis Tercera parte (pp.56-72)

Resumen

A la mañana siguiente de haber encontrado a Bartleby viviendo en su oficina, el abogado convoca al extraño escribiente y le pregunta por su pasado. Bartleby simplemente contesta que preferiría no responder. El narrador intenta convencerlo de que asuma algunas de las tareas habituales de la oficina y que sea un poco razonable. Cuando Bartleby responde que “preferiría no ser un poco razonable” (57), Nippers irrumpe en la habitación, furioso. El narrador le dice a Nippers que preferiría que se retirara. Entonces se da cuenta de que últimamente ha utilizado la palabra “preferir” con frecuencia. Turkey entra y sugiere que Bartleby tome cerveza todos los días para mejorar su estado de ánimo y poder trabajar. Él también utiliza la palabra “preferir” en cada oración. Al narrador le preocupa que la presencia de Bartleby los esté contaminando de alguna manera. Pero todavía no lo despide.

El siguiente día, Bartleby decide dejar de escribir. No explica el motivo, pero el narrador cree que el copista se ha arruinado temporalmente la vista por la luz de la ventana que enfrenta la pared. Bartleby se rehúsa a realizar otra tarea, permaneciendo parado frente a la ventana. Unos días después, cuando el abogado le pregunta si su vista ha mejorado, Bartleby le anuncia que ha renunciado a copiar de manera permanente.

El tiempo pasa y Bartleby se ha convertido en “una parte del mobiliario” (p.60) del despacho del narrador. Finalmente, el narrador le dice a Bartleby que en seis días deberá dejar la oficina. Los seis días pasan y Bartleby no se mueve. Entonces, el abogado le da algo de dinero, diciéndole con amabilidad y firmeza que debe irse. Asume que al terminar el día Bartleby se irá y le pide que cierre con llave al salir. Camino a su casa aquella noche, el narrador se felicita por haber manejado tan bien la situación. No obstante, al día siguiente, su ansiedad aumenta a medida que se acerca a su oficina. En la esquina de Broadway y Canal Street oye a unos hombres apostando y cree que apuestan si Bartleby se irá o no; su impresión es que toda la ciudad está pensando en el escribiente. Cuando llega a la oficina nota que la puerta está cerrada con llave y piensa que Bartleby se ha ido. Pero desde adentro una voz le pide que todavía no entre porque está ocupado: es Bartleby.

El narrador sale a dar una vuelta y a su regreso confronta al escribiente. Pero Bartleby es pasivo e inflexible, como siempre. Al principio, el abogado se enfurece, pero recuerda un altercado entre dos colegas ocurrido en una oficina de Wall Street que terminó con la muerte de uno. Decide entonces tranquilizarse. Eventualmente, se reconcilia con la presencia de Bartleby y lo deja quedarse.

Sin embargo, los colegas profesionales del abogado que pasan por la oficina encuentran muy extraño este arreglo. El narrador teme que la presencia de Bartleby en sus despachos arruine su reputación y le vuelve a sugerir que se vaya. Sin embargo, aquel no se inmuta, por lo que el abogado decide mudarse de oficina, dejando al escribiente allí. El último día de mudanza, el narrador despide a Bartleby con el corazón en la boca.

Análisis

La descripción de Bartleby sigue relacionando al escribiente con un fantasma. Una vez, cuando el abogado lo llama, dice que Bartleby “se deslizó sin ruido hasta aparecer ante [su] vista” (56) y a una de sus contestaciones la describe como “cadavérica” (57). Como su doble, Bartleby acecha al narrador, que no puede deshacerse de él.

Cuando Bartleby deja de copiar, el abogado cree que se debe a que tanto mirar hacia una “pared muerta” (p.59), como la describe, le ha arruinado la vista. Sin duda, hay algo deshumanizante en este paisaje que no es paisaje, a una pared que no es nada. Pero Bartleby nunca le dice al narrador por qué ha dejado de copiar; cuando este le pregunta, él le responde: “¿No ve la razón usted mismo?” (p.59). Bartleby, con su preferencia por la nada, con sus silencios y respuestas vacías, se inclina hacia el sinsentido. El abogado le hace preguntas relacionadas con la vida ordinaria del mundo económico moderno –“¿Qué derecho terrenal tiene usted a quedarse? ¿Paga algún alquiler? ¿Paga usted mis impuestos? ¿O es suya esta propiedad?” (p.65)– pero la conducta de Bartleby no puede explicarse dentro de estas coordenadas. Ante la posibilidad de que la razón sea que no haya razón, el abogado inventa las razones necesarias. El miedo del narrador a que Bartleby los haya contaminado con sus “preferencias” puede ser interpretado como miedo a un mundo sin sentido.

En esta sección, el espacio del mundo empresarial moderno es sometido a una interesante conceptualización, cuando el narrador describe la oficina como un sitio proclive al salvajismo. Toma como ejemplo el caso de un asesinato en Wall Street y explica por qué la oficina puede hacer que un hombre se conduzca de un modo salvaje y que realice actos impensables en cualquier otra situación:

Muchas veces se me había ocurrido en mis reflexiones sobre el tema que, si aquel altercado hubiera tenido lugar en una calle pública o en una residencia privada, no habría terminado como terminó. Fue la circunstancia de estar a solas en una oficina solitaria, en un piso alto de un edificio no consagrado por domésticas asociaciones humanizantes –una oficina sin alfombras, sin duda, con una especie de apariencia polvorienta y trasnochada–, eso debe haber sido lo que ayudó grandemente a aumentar la irritada desesperación del desventurado Colt (p.66).

La oficina, un lugar de sistemas económicos modernos y de progreso, se convierte en un espacio sin orden ni moral, como la isla de El Señor de las moscas. Algo de aquel espacio produce un efecto deshumanizante y permite que el asesinato sea posible.

Finalmente, la determinación del narrador por ayudar a Bartleby se debilita, y esto se debe a que no quiere arriesgar su reputación laboral. Ciertamente, el narrador no es una excepción a la regla por sus elecciones: soporta a Bartleby más de lo normal, pero al final decide cuidar su trabajo y toma decisiones que implican abandonar al escribiente. Si sus actos corresponden a lo que haría cualquier persona, entonces su accionar nos dice que el mundo empresarial posibilita el abandono de otro ser humano.

Hay, sin embargo, algo de insólito y de ridículo en el hecho de que el narrador se deshaga de Bartleby mudando su oficina. En este punto tal vez no actúa como cualquier persona; de hecho, el inquilino nuevo se las arregla para echar al escribiente, y el dueño del edificio termina llamando a la policía. Bartleby, en este sentido, tiene un impacto profundo en el narrador, porque lo hace cuestionar lo que para otro es normal, como echar a un empleado que no trabaja, o encarcelar a alguien por permanecer en una propiedad ajena. En algún punto, podríamos afirmar que el narrador es el protagonista oculto de la historia, porque es quien pasa por un proceso que lo lleva a obsesionarse con el escribiente, imaginando que todo Wall Street habla de él. A través de Bartleby, el narrador experimenta el costado deshumanizante de la vida moderna e individualista, lo que lo lleva a cuestionar el mundo en el que vive y a la humanidad en conjunto.