Bartleby, el escribiente

Bartleby, el escribiente Resumen y Análisis Segunda parte (pp.41-56)

Resumen

Pocos días después, el narrador necesita examinar los cuadruplicados de un importante documento. Llama a sus empleados para que verifiquen las cuatro copias mientras él lee del original, y todos asisten con excepción de Bartleby. Cuando el abogado lo llama a Bartleby en particular, este responde como antes: “preferiría no hacerlo”. El narrador intenta razonar con su empleado, pero este solo repite su negativa preferencia. Las respuestas de Bartleby dejan al narrador estupefacto, y este busca el apoyo de sus empleados. Como es de mañana, Turkey actúa con calma y mesura, mientras Nippers responde con furia. Ginger Nut opina, sonriendo, que Bartleby “está un poco chiflado” (p.43). Como Bartleby no se inmuta, el abogado deja pasar el asunto una vez más, y los hombres continúan con su trabajo.

Durante los días siguientes, el narrador observa que Bartleby nunca abandona su escritorio y que solo se alimenta de los bizcochos de jengibre que le trae Ginger Nut. Por alguna razón, hay algo de Bartleby que conmueve al abogado. Le preocupa despedirlo y que Bartleby quede a la merced de otros empleadores que sean menos indulgentes con sus excentricidades. Decide entonces que ayudará a Bartleby en la medida que le sea posible. Pero, a veces, las negativas de Bartleby lo enfurecen.

Una tarde, después de pedirle a Bartleby que confronte unas copias con él, y que el escribiente responda con su conocida frase, el narrador se irrita y vuelve a buscar apoyo en sus empleados, pidiéndoles su opinión. Como es de tarde, Nippers responde moderadamente, pero Turkey quiere dejarle a Bartleby los ojos negros. El abogado tranquiliza al enfurecido copista, regresa a su oficina y cierra las puertas. Hace la prueba de solicitarle a Bartleby que realice pequeñas tareas, como llamar a Nippers, pero la respuesta de Bartleby sigue siendo la misma. Aunque el narrador considera tomar alguna represalia, al final del día decide simplemente irse a su casa.

Los días pasan y las buenas cualidades de Bartleby hacen que el narrador se reconcilie con él. El escribiente es constante, casi demasiado laborioso salvo cuando está en uno de sus ensueños en pie, y siempre está en la oficina. Es el primero en llegar a la mañana y el último en irse. Un domingo, el abogado va a la iglesia de la Trinidad para escuchar a un predicador famoso y decide pasar por sus despachos. Cuando intenta abrir la puerta descubre que se encuentra trabada desde el interior. La puerta se abre entornada y aparece Bartleby en ropa de cama, diciendo que está ocupado y que prefería no dejar entrar al abogado. Luego le sugiere que vaya a dar una vuelta.

Desconcertado, el narrador decide hacerle caso al escribiente y se marcha. Cuando regresa a la oficina, Bartleby se ha ido. Allí halla evidencia de que el copista ha estado viviendo en la oficina. Nota que ha estado durmiendo en un viejo sofá ubicado en una esquina, y también encuentra un cepillo y una toalla andrajosa. En el escritorio de Bartleby está su dinero envuelto en un pequeño pañuelo. La revelación de que Bartleby vive en la oficina conmueve al narrador: fuera del horario laboral, Wall Street es un lugar desierto y triste.

El narrador no concurre a la iglesia de la Trinidad ese día. Decide que le hará a Bartleby unas preguntas sobre su pasado. Si Bartleby no responde, el abogado lo despedirá, aunque antes intentará ayudarlo económicamente si Bartleby deseara volver a su lugar de origen.

Análisis

Las escenas en las que el narrador le pregunta a sus empleados qué piensan de Bartleby son de un tono cómico. Cada hombre reacciona de acuerdo con su carácter y con el momento del día: si es de mañana, Nippers es vehemente y Turkey, manso; si es de tarde, Turkey es beligerante y Nippers, calmo. Estas reacciones predecibles marcan su condición de símbolos o tipos, en vez de personajes realistas. Turkey y Nippers también sirven como bufones de la historia.

Bartleby y el narrador son personajes más complejos, pero también cumplen importantes roles alegóricos. Nótese que ambos ocupan una parte de la oficina, mientras Nippers y Turkey ocupan la otra. A medida que avanza la trama, a Bartleby se lo describe cada vez más como si fuera un fantasma que de alguna forma es el doble espectral del narrador. Así se lo describe cuando el abogado ruge su nombre hasta que Bartleby surge de detrás del biombo: “Como un verdadero fantasma, conforme a las leyes de la invocación mágica, al tercer llamado se presentó a la entrada de su ermita” (p.48). El narrador se refiere al rincón de Bartleby como si este fuera un lugar aislado que representa, precisamente, la sensación de aislamiento que produce la presencia de Bartleby en el medio de la oficina. Luego nos enteramos de que Bartleby, como un espectro, vive allí cuando no hay nadie y Wall Street es un paisaje triste y vacío, y más adelante, se quedará deambulando en el edificio como si fuera una presencia acechante.

El narrador percibe esa relación de desdoblamiento que tiene con el escribiente y se siente infectado por su tristeza: “Antes, nunca había experimentado nada más que una tristeza no desagradable. Ahora el lazo de una común humanidad me arrastraba a un abatimiento irresistible. ¡Una melancolía fraternal! Pues tanto yo como Bartleby éramos hijos de Adán” (p.53). Frente a la apatía de Bartleby, el abogado siente una fuerte empatía; la difícil situación del escribiente lo lleva a tener sentimientos de profunda conmiseración que no sabía que era capaz de tener. Parte del poder que Bartleby ejerce sobre el narrador se sostiene en el hecho de que, de algún modo, el abogado ve a Bartleby como parte de sí mismo. El narrador también se ha visto obligado a adaptarse al mundo empresarial, pero mientas él lo ha hecho con éxito, pasando por el necesario entumecimiento –es incapaz de sentir más que una “tristeza no desagradable”–, Bartleby parece haber sido golpeado hasta el agotamiento. Es un hombre al que nada le agrada o motiva, como si el mundo moderno lo hubiera deshumanizado y le hubiera sacado todas las ganas de vivir.

No obstante, podemos pensar que el abogado proyecta sus pensamientos sobre ese símbolo vacío que es Bartleby, convirtiéndolo en una persona digna con quien el mundo ha sido injusto, cuando en realidad no sabemos nada de él. Así, afirma que “no se podía pensar ni por un instante que Bartleby fuera una persona inmoral” o que “Bartleby era una persona eminentemente decorosa” (p.51). En este sentido, Bartleby funciona como doble del narrador en cuanto este no puede soportar el sinsentido que encarna el escribiente. Ante la ausencia de motivos para explicar su extraño comportamiento, el abogado hace una interpretación que humaniza al deshumanizado escribiente.

El hecho de que el narrador note que Bartleby solo come bizcochos de jengibre es más importante de lo que parece. Al narrador le preocupa qué come Bartelby, lo que se nota aún más cuando soborna a un carcelero para asegurarse de que el escribiente se alimente bien en la prisión. También cuenta que Bartleby copia documentos como si se estuviera dando un “atracón” (p.39), lo que relaciona la acción de copiar con la de comer. En este sentido, la cuestión de la comida anticipa el desenlace final, porque así como Bartleby dejará eventualmente de copiar, terminará muriendo por preferir no comer.

En diferentes momentos, el narrador quiere ayudar a Bartleby. Sin embargo, el lector ha sido prevenido de que el abogado es un hombre que no toma riesgos y que piensa que el mejor camino es el más fácil. En este contexto, el hombre siente lástima por Bartleby, pero también repulsión:

Mis primeras emociones habían sido de pura melancolía y sincerísima lástima; pero en la exacta proporción en que el desamparo de Bartleby crecía y crecía en mi imaginación, esa misma melancolía se fundió en miedo, esa lástima en repulsión. Tan innegable es, y también tan terrible, el que hasta cierto punto el pensamiento o la visión de la miseria reclutan nuestros mejores afectos; pero, en ciertos casos especiales, más allá de ese punto no. Se equivocan los que afirman que invariablemente esto se debe al inherente egoísmo del corazón humano. Más bien procede de cierta desesperanza de remediar un mal excesivo y orgánico (pp.54-55).

En sus reflexiones, el abogado sostiene que la piedad que una persona puede sentir por otra es limitada, no por falta de empatía, sino por la desesperanza que produce no poder remediar un “mal excesivo y orgánico”. Este argumento, que pasa por el tema de la responsabilidad y la compasión, nos habla del sentido de obligación que siente el narrador por su empleado. Por el simple hecho de que Bartleby es un ser que sufre, y que al igual que él es un “hijo de Adán”, el abogado cree que debería hacer todo lo que esté a su alcance para ayudarlo. Pero ¿hasta qué punto se supone que el narrador debe ayudar al melancólico escribiente? ¿Fracasa como ser humano si ha hecho menos de lo que puede?

Su justificación de que la piedad se convierte en repulsión no por egoísmo, sino por la desesperanza que produce el mal del otro, tiene sin embargo algo de egoísmo justificado filosóficamente, como si con esta explicación intentara salvar su conciencia y quedar libre de culpas. Irónicamente, el día que su piedad se transforma en repulsión es el mismo en que el narrador va camino a la iglesia y, al final, se pierde el sermón, lo que tiene un significado simbólico evidente: la piedad, uno de los valores más elevados de la religión cristiana, no se gana un lugar en el corazón del narrador. En este punto, Melville, como lo hace en muchas de sus obras, hace una crítica velada a la religión y a su incapacidad de cambiar a los hombres para mejor de manera significativa. El narrador intentará ayudar a Bartleby a regresar a su hogar, pero veremos que pondrá límites a lo que siente que puede hacer por el escribiente.