San Manuel Bueno, mártir

San Manuel Bueno, mártir Resumen y Análisis Parte 4

Resumen

Mientras trabajaba a la par de Don Manuel ayudando al pueblo, Lázaro se iba adentrando cada vez más en los secretos del párroco, y compartiéndolos con Ángela en distintas confesiones. Fue así que Lázaro le reveló a su hermana que la mayor tentación de Don Manuel era suicidarse en el lago del pueblo. Don Manuel creía haber heredado esta inclinación de su propio padre, que había vivido 90 años evitando suicidarse. Don Manuel consideraba que su vida era un acto de suicidio continuo, o una batalla contra el suicidio. Ambas cosas le parecían lo mismo. En definitiva, tanto él como Lázaro debían seguir suicidándose por el bienestar del pueblo.

Luego, Ángela recuerda que Don Manuel debía contener a Lázaro, que, como predicador neófito, no podía luchar contra su deseo de decirle la verdad al pueblo. Recuerda especialmente cuando Lázaro le dio un sermón a la gente en contra de las supersticiones populares. Don Manuel, entonces, lo reprendió. Le dijo que tenía que dejar que la gente creyera en lo que necesitara creer. En otra ocasión, Don Manuel notó una brisa que provenía de la montaña y agitaba las aguas del lago. Le dijo a Lázaro que el agua estaba rezando una letanía, que le estaba pidiendo al cielo que rogara por ellos. Don Manuel y Lázaro cayeron de rodillas, y comenzaron a orar y llorar.

Con el paso del tiempo, Ángela y Lázaro notaron que las fuerzas de Don Manuel comenzaban a flaquear. Era como si la profunda tristeza contenida en su interior durante tantos años estuviera, finalmente, saliendo a la luz. Lázaro entonces le propuso, para distraerlo y animarlo, que formaran un sindicato entre los distintos agricultores del pueblo. Sin embargo, Don Manuel rechazó esta idea afirmando que los problemas sociales, económicos y políticos del mundo no eran los que la religión debía resolver. Para Don Manuel era correcta la afirmación socialista de que la religión era el opio de los pueblos, pero eso no era algo malo. Los aldeanos debían soñar y dormir gracias al opio de la religión.

Cuando llegó Semana Santa, todo el pueblo se dio cuenta de que Don Manuel estaba muy débil y que pronto moriría. Su voz, que alguna vez había sido potente y milagrosa, se había vuelto frágil. Lloraba cada vez más; cualquier cosa lo emocionaba. También Blasillo comenzó a llorar cada vez más. Lloraba más de lo que reía, y hasta su risa se parecía al llanto.

Durante una de las misas de dicha semana, cuando Don Manuel repartió la comunión, le dijo al oído a Lázaro que no había vida eterna, sino que solo existía la vida terrenal, y que el pueblo debía soñarla como si fuera eterna, una eternidad de unos pocos años. A Ángela le pidió que orara por todos ellos, y que también orara por Jesucristo. Ángela se sintió como una sonámbula. Todo a su alrededor le pareció que era un sueño. Pensó que también debía rezar por el lago y por la montaña. Incluso, se preguntó si podía estar poseída por el diablo. Luego de regresar a su casa y realizar un par de oraciones, se preguntó si el pueblo podía, realmente, tener algún pecado.

Al día siguiente, Ángela le preguntó a Don Manuel, precisamente, cuál podía ser el pecado del pueblo. Don Manuel le respondió que el pecado de todos era haber nacido. Entonces, Ángela le preguntó si había cura, pero Don Manuel no respondió directamente a eso. Le indicó que debía rezar por todos, y que así, cuando llegara la muerte, se terminaría el sueño de vivir, se curaría el dolor de estar vivo.

Cuando llegó el momento definitivo de su muerte, Don Manuel les pidió a Ángela y Lázaro que fueran a su casa. Se encontraba prácticamente paralizado. Ya no podía caminar. Allí, a solas, les pidió que cuidaran al pueblo, y que cuando murieran lo hicieran en la Santa Madre Iglesia de Valverde de Lucerna. Además, Don Manuel le pidió a Ángela que siguiera orando por todos los pecadores, así todos podrían seguir soñando. Luego, recordó que cuando él era niño, creer era lo mismo que soñar. Y lo mismo debía ser para el pueblo. Les pidió ser enterrado junto a seis tablas que había cortado de un nogal durante su juventud. Después, les contó la historia de Moisés, a quien Dios le negó entrar en la tierra prometida y murió dejando a Josué como líder. Le pidió, entonces, a Lázaro que él fuera su Josué. Además, según las escrituras, aquel que le ve la cara a Dios debe morir sin falta, y por eso Don Manuel le exigió a Lázaro que se asegurara de que los aldeanos nunca vieran el rostro de Dios.

Análisis

A esta altura de la novela, las verdades más grandes han sido descubiertas. Sin embargo, en cada confesión que Lázaro tiene con Ángela (y que Ángela le transmite a los lectores), aparece más información acerca de los secretos de Don Manuel; información que completa el sentido de ciertas partes previas de la novela.

Por ejemplo, aquí el lector se entera de que Don Manuel, desde siempre, ha tenido la tentación de suicidarse. En la introducción de la novela, cuando aún el lector no sabe cuál es la verdad oculta del párroco, Ángela cuenta que Don Manuel había ordenado darle santo sepulcro a un suicida, afirmando que, seguramente, antes de suicidarse este se había arrepentido. Recordemos que, durante mucho tiempo, la iglesia católica consideró que las personas que se suicidaban (así como los no bautizados y los no creyentes) no podían ser enterrados en un cementerio religioso (o sea, no se les podía dar un santo sepulcro). Cuando Ángela introduce esa anécdota, esta parece ser un detalle más de la bondad y compasión de Don Manuel, pero aquí comprendemos que Don Manuel se ve a sí mismo reflejado en ese suicida, y que aquel acto también fue un acto de compasión consigo mismo.

Para exponer a través de una ficción su teoría de “la agonía del cristianismo”, Unamuno no construye simplemente un párroco no creyente, sino un párroco sumamente humano, débil ante una de las tentaciones que la iglesia censura con mayor fervor: el suicidio. Y, sin embargo, es un párroco que contiene a los fieles, y que les hace sentir la fe con profundo fervor. Es decir, construye a un protagonista que expone al máximo las contradicciones de la religión y que, sin embargo, es un gran representante de la religión, de una religión benevolente, útil. Don Manuel es, en definitiva, un párroco que puede unirse con un progresista como Lázaro.

Un punto fundamental a destacar es que Unamuno une a esos personajes, en principio, opuestos, pero no los hace coincidir en todo. Los hace convivir en la diferencia. Cuando Lázaro sermoneó al pueblo para que dejaran de creer en supersticiosones, Don Manuel lo reprendió diciéndole que dejara al pueblo creer lo que el pueblo necesitara creer. Cuando Lázaro quiso organizar un sindicato, Don Manuel se opuso porque la iglesia no debía entrometerse con cuestiones económicas. Y sin embargo, pese a estos desacuerdos, hay una idea más grande que los unía, en la que ambos creían, y que los hacía trabajar juntos: la felicidad del pueblo solo se puede mantener a través de la fe.

Ese punto intermedio, que une la religión con el progresismo, es el que Unamuno intenta promulgar en su vida, y que consolida a través de esta novela. Como dice Don Manuel, es cierto que la religión es el opio de los pueblos, pero no está mal que lo sea. El pueblo necesita encontrar la paz y la esperanza en algún lugar, en algún ámbito. La religión está para eso. Puede que sea mentira, pero la mentira es necesaria.

Incluso, la muerte de Don Manuel demuestra también cómo la religión salva al no creyente. Si Don Manuel no se suicidó fue porque, tal como se lo dijo a Lázaro, él debía vivir suicidándose por el bienestar del pueblo. Si Don Manuel pudo evitar la soledad y el ocio (que lo llevaban a encontrarse con pensamientos terribles) fue porque estaba ocupado ayudando al pueblo en sus menesteres cotidianos. Además, Don Manuel, como veremos más adelante, morirá rodeado por el pueblo y de la mano de Blasillo, es decir, en profunda compañía.

Lo interesante aquí es que la religión está planteada como la salvación más allá de sentir o no sentir verdadera fe. La religión tiene un valor comunitario: une a las personas, las hace vivir mejor, les permite escapar de sus demonios. Recordemos, precisamente, que Don Manuel exorcizaba personas en la noche de San Juan sin creer en la existencia del diablo.

Ahora bien, ¿Don Manuel no cree en absolutamente nada? El pasaje que describe el momento en el que, al sentir una brisa que agitó el lago, Don Manuel afirmó que el agua estaba rezando una letanía por ellos es fundamental: Don Manuel siente verdadera fe por aquello que lo rodea. Las montañas y el lago del pueblo son el mayor ejemplo. Incluso, se podría pensar que el deseo del párroco de suicidarse en el lago nace de un amor religioso para con ese lago, como si yendo hacia él muriera en los verdaderos brazos de Dios.

En este sentido, hay que recordar el momento en el que la madre de Ángela está por fallecer y afirma estar lista para reunirse con Dios, y Don Manuel le responde que Dios siempre estuvo con ella, en la cotidianeidad de cada día. En la misma línea está lo que le dice el párroco a Lázaro acerca de que la eternidad se encuentra, en realidad, en los pocos años de vida de las personas, y que hay que vivir eternamente la vida terrenal. El deseo que siente Ángela, de repente, de rezar por el lago y la montaña completa esta idea: puede que Dios no esté en lo eterno, que no haya vida más allá, pero hay algo en lo que sí se puede creer realmente, y ese algo es la vida en sí. Incluso, aunque la vida no continúe en el más allá, lo que Don Manuel logra es que su vida continúe en Lázaro y en Ángela, en la labor de ellos para con el pueblo. Y eso es gracias a la unión religiosa, que va más allá de la fe en Dios o de la creencia en una vida eterna.

En la introducción, Ángela afirma que lo que más le importaba a Don Manuel era que el pueblo fuera feliz. A esta altura de la novela, comprendemos que esa felicidad que deseaba Don Manuel consistía en lograr que el pueblo pudiera vivir su vida terrenal (que según él, era la única) sin sufrir el dolor que él sentía, que pudiera vivir y morir en paz. Por eso, le pide a Ángela que rece por todos ellos. Le pide también que rece por Jesucristo. Es decir, por él. El paralelismo entre Don Manuel y Jesús reaparece: Don Manuel, como Jesús, sacrificó su vida por el pueblo, vivió suicidándose por su bienestar.