Los museos abandonados

Los museos abandonados Resumen y Análisis Un cuento para Eurídice

Resumen

El narrador intenta entretener a Eurídice. Ambos se encuentran en el museo vacío. “Sabíamos que íbamos a morir, no sabíamos cuándo” (p.111), afirma. Afuera, el sol no cesa de crecer, como una gran sábana, dispuesta a cubrirlo y abrasarlo todo. Eurídice, desnuda, angustiada, pide historias “dulces de fábulos y efímeras desdichas” (p.111) para pasar el tiempo.

El narrador ha agotado las historias de batallas, hazañas, aventuras, grandes amores y todas las polémicas de filósofos y políticos de la historia de la humanidad. “La vida en el museo nos había vuelto tan sensibles que casi todas las cosas que se podían contar, nos producían horror, vértigo, espanto, confusión, llanto, náusea, tristeza, mala memoria…” (p.112), dice el narrador. Pero Eurídice demanda aun “un cuento donde no haya dolor, donde no reine la muerte” (p.112).

Eurídice le pide también al narrador que le cuente la historia de cómo se conocieron. Juntos, evocan el tiempo previo al desastre que los ha mantenido apartados uno del otro. Ella desempeñaba funciones como agente de relaciones públicas en una empresa multinacional, mientras él se entregaba a la tarea de componer fábulas para los visitantes del museo. Ya en ese entonces, ambos dicen haber sido conscientes, cada uno en su labor, de la poderosa capacidad persuasiva del lenguaje, quitándole importancia a la veracidad de la información proporcionada. La simple cadencia de las palabras y frases tenía el poder de sumir a quienes escuchaban en un estado de absorción, logrando adormecerlos o estimularlos. Dice el narrador: “Supe entonces que la palabra opera como una melodía, como un néctar: importaban más la cadencia, el ritmo, las pausas, las inflexiones de la voz, los tonos bajos o los altos, la ruptura del compás, las sílabas esperadas, que el contenido mismo de lo que se decía” (p.117).

El narrador es un poeta, y, como tal, compone poemas que se reproducen en el texto. De esta forma, en “Un cuento para Eurídice”, los versos irrumpen en la prosa.

A pesar de los múltiples intentos del narrador, los relatos no logran mitigar la angustia y el temor por lo que vendrá. El sol cada vez se hace más grande y amenazante. Más pronto que tarde, ellos morirán, junto con tanta otra gente fuera del museo.

El narrador, en un momento en que rememora su pasado, se ríe. Es su primera risa “desde el desastre” (p.116). La sintaxis del relato, página a página, se va enrareciendo. Mientras tanto, Eurídice repite: “Cuéntame. Cuéntame más” (p.118) o “Cuéntame. Cuéntame. Quiero saber más” (p.119). En medio, el narrador se desespera. Enumera objetos del pasado, de aquellos tiempos en los que llegó al museo y vino el desastre: “(galerías - terrazas - escaleras - patios sobornados por los sombras - blancos trofeos - el alcázar (...)” (p.119). La lengua se enrarece también. Eurídice dice: “no voituré de verano hacia el mar en citas horizontales de drinks and music” (p.119).

A veces no hay historias que contar. “Ya nos habíamos encontrado y conocido más de cien veces” (p.122), dice el narrador. Al final de las historias, reaparece siempre el sol que todo lo abrasa, llenando a Eurídice de espanto. Otras veces, hacen el amor sobre almohadones de pavos reales o contra los perfiles de algunas estatuas. Pero la mayor de las veces son las historias las que ocupan el tiempo, El sol, su luz postrera, será la que haga culminar, según afirma el narrador, este relato.

Análisis

“Un cuento para Eurídice” es, quizá, el más particular de los cuatro relatos que componen el libro, sobre todo en términos de prosa y sintaxis. En este cuento, Eurídice, angustiada, demanda historias, y el narrador se las brinda. Dialogan constantemente. Para Eurídice, el museo parece ser el infierno: desesperada, agotada, espera la llegada del sol, que no es otra cosa que la muerte segura. Afuera, el sol con su luz y calor ha abrasado todo lo viviente.

El narrador carece de herramientas para salvar a Eurídice de su desesperación. Irónicamente, ante la demanda de la mujer de historias ajenas a la crueldad, él no puede culminar cada relato más que con la presencia del este sol asesino, símbolo de destrucción. Le resulta inevitable.

Contar historias para mitigar esperas es algo que parece ser inherente al ser humano. Desplegar, en ese tiempo presente detenido que es la espera, una temporalidad imaginaria y plagarla de actores, escenarios y situaciones es una actividad casi que espontánea del humano para apaciguar la desesperación. Esta actividad ha sido retratada en la literatura desde tiempos remotos. Podemos pensar, por ejemplo, en Las mil y una noches, en donde Sherezade posterga el momento de su muerte contándole al sultán Shahriyar, cada noche, un relato diferente con un final inconcluso que promete resolverse a la noche siguiente. Una estrategia similar utilizan los personajes del Decamerón de Boccaccio. Allí, diez personas unidas por la desgracia de tener que exiliarse en el campo a causa de la peste negra cuentan relatos, cada noche, para disminuir la angustia y pasar el tiempo. La palabra, el relato, la anécdota llevan la mente a un lugar diferente, lejos de un tiempo presente que puede resultar inquietante. Anna Frank escribe un diario en su encierro, Forrest Gump le cuenta a cada persona que se sienta junto a él en un banco, mientras espera un colectivo, sus historias de vida. “Supe entonces que la palabra opera como una melodía, como un néctar: importaban más la cadencia, el ritmo, las pausas, las inflexiones de la voz, los tonos bajos o los altos, la ruptura del compás, las sílabas esperadas, que el contenido mismo de lo que se decía” (p.117), afirma el narrador. Contar historias puede ser un refugio.

Sin embargo, en este caso, nuestro narrador, desesperado, consume sin éxito todas las historias de los hombres, de guerras, romances y aventuras que recuerda, y agota también las historias de fábulos y efímeras, figuras creadas por él que protagonizan muchos relatos. Cabe resaltar que estos seres, las efímeras y los fábulos, tienen resonancias de los cronopios y las famas de los cuentos de Julio Cortázar, célebre escritor argentino y amigo íntimo de Cristina Peri Rossi. La influencia de las vanguardias es ineludible en casi cualquier autor posterior a ellas. Cristina Peri Rossi, influenciada también por Felisberto Hernández, además de Cortázar, deja notar estas marcas en su escritura. Principalmente, le interesan los juegos de palabras, los experimentos tipográficos, las rupturas sintácticas y la poetización de la narración.

En los cuentos que el narrador compone para Eurídice, la piel de las efímeras emite fluorescencias que encantan a los fábulos y los matan. Él, por el contrario, es incapaz de encantar a Eurídice: “Eurídice, es verdad, prefería las historias de fábulos y de efímeras; pero yo no sabía darles un final feliz, y entonces, después de oír mis cuentos, insatisfecha, desdichada, se volvía hacia la ventana, a esperar el sol (...). El sol, el día, la luz postrera que nos ahogaría, que nos cremaría, por un infinito tiempo sin señales” (p.127).

Si nos detenemos nuevamente en el fragmento citado que hace mención a la importancia y el poder de la palabra, podemos ver cómo el narrador pone especial atención en su materialidad, es decir, en su plasticidad sonora, su forma, en la entonación de las frases, su ritmo. En este cuento, exigente en su lectura, se introducen fragmentos de estilos diferenciados, líneas de diálogo, poemas, escenas sueltas que alteran la temporalidad. Con el correr de las páginas, el clima se va enrareciendo a medida que la desesperación de Eurídice crece, y de su boca surgen frases como: “no voituré de verano hacia el mar en citas horizontales de drinks and music” (p.119), que dejan algo pasmado al lector.

Detengámonos por un momento en el nombre de Eurídice y rastreemos, como hicimos con Ariadna, su significación intertextual. El mito dice que Eurídice, casada con Orfeo, muere tras ser mordida por una serpiente en un intento de rapto. Orfeo, desesperado, desciende al inframundo para recuperarla. Con su lira, embelesa a Caronte y Cerbero, guardianes del inframundo, y logra abrir sus puertas. Ante Hades y Perséfone, Orfeo ruega por Eurídice. Ellos aceptan que la tome y la lleve de nuevo a casa, con la condición de no mirarla a los ojos hasta salir. Orfeo, de repente, justo antes de abandonar el inframundo, mira hacia atrás a Eurídice y la pierde otra vez.

Como a la Eurídice de Orfeo, a esta, en cierto modo, también le gusta que el narrador le cante. O, al menos, dice necesitarlo. El narrador compone poemas. Ya el inicio del cuento está dispuesto en verso:

En el museo vacío, Eurídice aburría.

Teníamos todo el tiempo por delante.

Grandes extensiones de tiempo vacío.

(p.111)

El sintagma agramatical de “Eurídice aburría” evita el sonido cacofónico de Eurídice se aburría e introduce la posibilidad de anteponer la belleza de la sonoridad de un sintagma por sobre su gramaticalidad. Esto sucede a lo largo de todo el texto. La música, la musicalidad de la palabra, se encuentra en primer plano en este relato. Este Orfeo, sin embargo, no encuentra éxito en su cantar: la Eurídice de Peri Rossi se aburre, se desespera, no encuentra consuelo en los cuentos del narrador. “La vida en el museo nos había vuelto tan sensibles que casi todas las cosas que se podían contar, nos producían horror, vértigo, espanto, confusión, llanto, náusea, tristeza, mala memoria…” (p.112).

La muerte en “Un cuento para Eurídice”, a diferencia de “Los juegos” o “Los refugios”, resulta inevitable, un destino ineludible. Este mundo amenazado por la destrucción es, efectivamente, un mundo con fecha de caducidad. La espera se convierte en lo único que pueden hacer en el refugio que es el museo, a la vez que apelar al museo interior que es la memoria. El edificio se encuentra completamente vacío, como dice la primera línea del cuento, pero en su lugar se encuentra la apelación al recuerdo: las memorias de la humanidad (guerras, romances, aventuras) y del narrador (cómo se conocieron con Eurídice, de qué trabajaban, cómo eran sus vidas antes del desastre) constituyen un museo en sí mismo, al cual recurrir para componer un entretenimiento. Volvemos, de este modo, a una forma del motivo del museo que se encuentra presente en varios personajes: nuestra interioridad. El interior de las personas, como también vimos en el primer cuento en relación al personaje de María, se constituye como un museo en sí. Por esto mismo, podemos decir que, en estos relatos, el museo es un motivo que dialoga en todo momento con el tema de la memoria.