La náusea

La náusea Resumen y Análisis Parte 5

Resumen

Martes, en Bouville

Roquentin se siente libre porque ya no le queda ninguna razón para vivir. Dice que su pasado ha muerto, M. de Rollebon también ha muerto y que Anny solo volvió para quitarle toda esperanza. Antoine está solo y libre, “Pero esta libertad se parece un poco a la muerte” (p.131).

Roquentin dejará Bouville y no le quedará ni el recuerdo de la ciudad. Dice que hará como Anny: se sobrevivirá. Existirá como un árbol, como un charco de agua, como un asiento de tranvía. Por otra parte, la Náusea le ha dado un pequeño respiro. Tal vez se deba a que está demasiado agotado como para sentirla. Antoine también hace referencia a que se aburre, y que ese aburrimiento es “el corazón profundo de la existencia, la materia misma de que estoy hecho” (p.131).

Roquentin luego piensa en las personas de Bouville, en lo obvio de sus mecánicas cotidianas, y siente repulsión hacia ellos. La gran naturaleza vaga se ha apropiado de ellos, de sus casas, de todo. En Bouville cae la noche y Roquentin comienza a caminar hacia el este.

Miércoles: mi último día en Bouville

Roquentin ha recorrido toda la ciudad buscando al Autodidacto. Se lo imagina caminando sin rumbo, lleno de vergüenza. Antoine dice que no se sorprendió de lo que pasó con él. Compara ese “humilde amor contemplativo por los muchachos jóvenes” (p.134) del Autodidacto con una forma de humanismo. Roquentin en este momento está en el café Mably y se dispone a escribir lo que sucedió hace unas horas con el Autodidacto.

Roquentin se dirigió a la biblioteca a las dos de la tarde. Devolvió dos libros que había pedido en préstamo el mes anterior y reflexionó un poco sobre el hecho de que era la última vez que pisaba esa biblioteca. Se sintió un hombre libre y pensó que luego iría a despedirse de la patrona del Rendez-vous des Cheminots. Roquentin se sentó a leer el periódico. El Autodidacto llegó a las cuatro y media; apenas le dedicó un saludo distante y fue a sentarse lejos de él. Más tarde entraron dos muchachos del Liceo, que se sentaron cerca del Autodidacto. Más allá de la atmósfera tranquila, Roquentin ya tenía la sensación de que iba a suceder algo desagradable.

De repente, se escucha un murmullo y Antoine se da cuenta de que es el Autodidacto que le está hablando a uno de los dos jóvenes. Se produce un cuchicheo que Roquentin no quiere ver, pero que, al mismo tiempo, no puede evitar mirar. El Autodidacto, con su dedo amarillento de tabaco, comienza a acariciarle la mano a uno de los jóvenes. El joven morenito frunce los labios, como si tuviera miedo. Su amigo esté horrorizado. El Autodidacto lleva la otra mano debajo de la mesa. El guardián de la biblioteca comienza a gritar, le dice al Autodidacto que en Francia hay tribunales para la gente de su clase. Una señora que está al lado de Roquentin se compadece de las madres que envían a sus hijos a la biblioteca creyendo que están a salvo. El corso lo llama “cochino infeliz” y arroja un puñetazo al aire. El Autodidacto dice que quiere irse por su propia voluntad, pero el corso de repente le da un puñetazo en la nariz y luego otro, en la boca. El Autodidacto se desploma sobre la silla y, un poco mareado y con sangre en la cara, dice que se va. La mujer celebra la reacción del corso: “Tipo cochino, bien hecho” (p.140).

Roquentin, enfurecido, va hacia el corso y lo levanta del cuello. El corso le pide que lo suelte y lo acusa de ser “marica” también. Roquentin lo suelta y el corso termina de echar al Autodidacto, amenazándolo con llamar a la policía la próxima vez. Antoine alcanza al Autodidacto en las escaleras y le ofrece acompañarlo a una farmacia. El Autodidacto dice que no y le ruega que lo deje solo.

Una hora más tarde

Roquentin vaga un poco por la ciudad. Pasa por el jardín público, por la calle Boulibet. Sabe que es la calle Boulibet, pero no la reconoce. Al final, comprende que la ciudad es la primera en abandonarlo. Todavía no ha salido de Bouville y ya no está.

Reflexiona sobre Anny y dice que ella se ha vaciado de él, así también como todas las otras conciencias del mundo. Así y todo, Roquentin sabe que existe, que está allí. Todo lo que le queda de real es “existencia que se siente existir” (p.142). La conciencia, según Roquentin, existe como un árbol o como la hierba. El sentido de la existencia de la conciencia es “ser conciencia de estar de más” (p.142).

Roquentin piensa en el Autodidacto vagando por una ciudad que no lo olvida. En ese sentido, aún no ha perdido su yo.

Antoine Roquentin llega al Rendez-vous des Cheminots para despedirse de la patrona. Se da cuenta de que el cuerpo de ella ya no le pertenece, ya no puede ni siquiera adivinarlo debajo del vestido. La patrona dice que lo echarán de menos y le ofrece un trago. Mientras brindan, ella le dice que se ha acostumbrado a él. Roquentin promete volver a visitarla. Alguien llama a la patrona. Se acerca la criada y se despide de Antoine. El tren parte en cuarenta y cinco minutos.

Roquentin se pone a reflexionar respecto de cómo será su vida en el futuro. Al poco tiempo, entiende que le está por venir la Náusea y que la está retrasando mediante la escritura. Madeleine, la criada, le ofrece ponerle por última vez el disco que le gusta a él en el fonógrafo. Roquentin acepta.

La canción que dice “Some of these days…” le produce a Roquentin un “padecimiento glorioso” (p.145). Se avergüenza de sí mismo y de todo lo que existe en la presencia de ese disco. Pero, de alguna manera, el disco no existe, porque no tiene nada de más. Dicho de otra forma: todo el resto de las cosas están de más con respecto a él.

La voz canta “Some of these days, you will miss me, honey”; el disco está rayado en esa parte, la cantante debe estar muerta y, así y todo, detrás de todos esos sonidos que se descomponen día a día, la melodía sigue siendo la misma, firme y joven.

La voz calla. En quince minutos sale el tren. Roquentin le pide a Madeleine que ponga el disco una vez más. Ella se ríe y hace girar la manivela del fonógrafo otra vez. Roquentin piensa en el tipo que compuso esa melodía y en los problemas que debía tener. Por alguna razón, lo considera conmovedor. Roquentin se levanta de la mesa; debe irse ya, pero no quisiera hacerlo hasta que la negra comience a cantar. Escucha el estribillo una vez más y se pregunta si es posible justificar la propia existencia. Se le ocurre que es posible a través de un libro que cuente una aventura que avergüence a la gente de su existencia.

Roquentin sale del café. Sigue pensando en escribir un libro, para que la gente lo lea y diga: “Esta novela la escribió Antoine Roquentin”. Un libro, piensa, quizás sea la forma de recordar su vida sin repugnancia. Mientras espera que llegue su tren, cae la noche. A partir del olor a madera húmeda del depósito de la Nueva Estación, Roquentin sabe que al día siguiente lloverá en Bouville.

Análisis

En esta última parte de la novela, Antoine Roquentin regresa a Bouville para juntar sus cosas y partir hacia París. Si bien continúa con su observación minuciosa sobre los aspectos cotidianos de la ciudad y su gente, también experimenta una sensación inédita de libertad al sentirse completamente solo. Esta soledad está íntimamente ligada al episodio que vivió con Anny, en el que ella le dejó bien en claro que se había vaciado de él. Así y todo, Roquentin afirma que esa libertad se parece un poco a la muerte. Anny le ha quitado la poca esperanza que le quedaba de encontrarle un sentido a su vida y esto, en un contexto tan gratuito y absurdo como el de su propia existencia, es liberador. Dicho de otra forma: ¿de qué sirve tener esperanza en una vida sin ningún propósito e inmersa en un absurdo absoluto? En ese sentido, la muerte también se presenta como una circunstancia liberadora.

Roquentin analiza la mecánica obvia de la gente de Bouville, ese automatismo irreflexivo que lleva a las personas a ser previsibles y aburridas. Antoine asume su aburrimiento y afirma que es "la materia misma" de la que está hecho. De esta forma, el tedio no sería un problema que hay que resolver, sino la simple consecuencia de una existencia vacía, desesperanzada y absurda. Pareciera existir una actitud de indiferencia mutua entre Antoine y la ciudad. La gente de Bouville continúa con sus actividades cotidianas de una forma automatizada, como si él no existiera. El mundo moderno propone esta dinámica y a partir de ella la gente se vuelve indiferente, no solo hacia el resto de las personas, sino también hacia sus propios deseos. Por otro lado, Antoine también se muestra indiferente, como si no existiera esperanza alguna de que esos hombres se despertaran del letargo tedioso al que el mundo moderno los confinó y asumieran su condición de hombres libres y plenamente responsables de sus actos. Antoine siente que Bouville, esa ciudad imaginaria a través de la cual Sartre representa el mundo moderno, ya no tiene nada para ofrecerle. Tampoco Antoine tiene nada para ofrecerle a ella, y esto se refleja en la indiferencia que siente en su último recorrido por la misma.

En esta quinta parte, el Autodidacto se propasa con un muchachito del Liceo en la biblioteca. Este costado pedestre inédito, que revela aquí el Autodidacto, parece no sorprender del todo a Antoine: de hecho, lo describe en su diario con cierta compasión y defiende al Autodidacto del guardián de la biblioteca. Roquentin entiende que el humanismo del Autodidacto no es otra cosa que el deseo carnal por otros hombres. Podemos interpretar este episodio como una crítica sutil hacia el humanismo clásico, que enaltece irreflexivamente al hombre a partir de sus valores morales por el simple hecho de ser hombres. En el caso del Autodidacto, que había proclamado su amor incondicional hacia los hombres en el almuerzo con Antoine, su humanismo parecería tratarse, simplemente, de una mala interpretación de su deseo sexual por las personas de su mismo sexo. De alguna forma, la crítica que realiza Sartre hacia el humanismo clásico tiene que ver con que este hace una mala interpretación de la condición humana al no poner énfasis en la libertad individual de las personas. Pensar que todo lo que tiene que ver con el hombre es virtuoso supone pasar por alto que las personas toman sus propias decisiones, definiendo así una esencia que muchas veces no tiene nada que ver con esa moral humana enaltecida por el humanismo tradicional.

Ya casi en el final de la novela, aparece un tema de gran importancia, tanto para Roquentin como para el propio Sartre: el de la obra de arte. Antoine llega a la conclusión de que escribir un libro, una historia que esté "por encima de la existencia" (p.148) es la única forma de evadir el sentimiento del absurdo de su propia existencia. La ficción, en ese sentido, se da en la irrealidad, en un plano ajeno a la existencia y permite, de alguna manera, que la obra le dé al autor cierta persistencia de existencia a través de las personas que valoren su arte: "Y la gente leería esa novela y diría: la escribió Antoine Roquentin, era un individuo pelirrojo que se arrastraba por los cafés; y pensarían en mi vida (...): como en algo precioso y semilegendario. (...) Entonces quizás pudiera, a través de él [el libro], recordar mi vida sin repugnancia" (p.149). La obra de arte es un mecanismo de evasión también de ese sentimiento aplastante de aburrimiento y de desesperanza que viene impresa en nuestra existencia. Antoine se encuentra en el café Mably, escuchando su canción favorita y comprende que en la obra de arte -ya sea en esa canción o en el libro de ficción que quiere escribir- radica la posibilidad de calmar un poco su Náusea, esa sensación de repugnancia hacia su propia existencia absurda.

En síntesis, La náusea concluye con la idea casi esperanzadora de que, en una existencia sin sentido, sin propósito, la única manera de evadir el absurdo de la propia contingencia, incluso de esa gratuidad inquietante de la que habla Antoine, es a partir del arte. Dicho de otro modo: el arte, para Jean Paul Sartre, se da en un plano de irrealidad que es superior a la existencia y, por tal motivo, contribuye a permitirnos escapar, aunque sea por un rato, de la angustia existencial de estar atrapados en una vida sin sentido.